De igual manera, los poderes del paterfamilias se fueron restringiendo, ya que los
derechos sobre las personas que integraban su familia dejaron de ser tan absolutos como los
derechos sobre las cosas que también la integraban. ¡Qué lejos quedan, aún en los inicios
del Imperio, las facultades omnímodas que otrora ejercieran! Augusto mismo, con su lex
Iulia de Adulteriis, va transformar los delitos sexuales en crímenes públicos, sujetos a la
autoridad de los magistrados, no ya a la del padre de familia. Y es que abusar de la potestad
sobre la vida y la muerte gradualmente va a mutar a ser considerado, no ya un derecho
natural e indiscutible, sino lisa y llanamente un crimen.
Dentro de esta línea de pensamiento es que hay que ubicarse para poder
comprender cabalmente a Cicerón cuando, algunos años atrás había escrito su De
Senectute. Él era senador y tenía sesenta y tres años, era lógico entonces que compusiese
una encendida defensa de la vejez, en aras de propiciar el respeto a la autoridad del Senado,
que venía tambaleándose desde hacía tiempo, debía ser reforzada. Con lo cual, e
incidentalmente, se defiende a sí mismo y a su propia autoridad.
Es que en esta época, nobles y ricos caballeros ya sólo creen y buscan satisfacer
sus propios placeres y cumplir sus ambiciones personales, por más que en público se
colocaran una máscara, aparentando respetar los valores consagrados por la tradición. Los
mismos valores que Cicerón intentará, con resultado efímero, levantar como estandarte.
Ubiquémonos en esos tiempos, en los que al margen de lo que se ha narrado, el
estoicismo había comenzado a introducirse en Roma pero en forma desvirtuada, ya que los
senadores y Cicerón entre ellos, lo convirtieron bien pronto en una ideología conservadora.
El mundo es armonía, todo lo que es natural es bueno, cada elemento debe estar satisfecho
con el lugar que le es asignado en el seno del todo. Por ello resulta preciso e imperioso
respetar el statu quo y dejar que los privilegiados gocen de sus privilegios. Todo esto se
refleja en el tratado De Senectute.
Dice Cicerón que “en la extrema miseria la vejez no puede ser soportable, ni
siquiera para un sabio”. Pero míseros no son los senadores, el gran orador quiere
demostrar que la edad, lejos de descalificar a quien la ostenta, intensifica sus aptitudes. Y
muestra como ejemplo a Catón, quien a los ochenta años estaba en posesión de todas sus
facultades.
¿Dicen que la vejez no produce nada? Eso es falso, las grandes cosas se realizan
gracias al consejo de los mayores. Y la autoridad para hacerlo, la sabia madurez de la cual
la vejez, lejos de estar desprovista está abundantemente dotada, es la que permite aconsejar.
Por eso, según Cicerón afirmaba Catón, “el viejo conserva todo su espíritu, con tal que no
renuncie a ejercerlo, ni a enriquecerlo”.
Nombra también a Sófocles, Homero, Hesíodo, Isócrates, Georgias, Pitágoras,
Platón y muchos más, siempre en apoyo de esta tesis que él postula. Y de paso se detiene a
refutar a Caecilius, quien había afirmado que “lo que me parece más lamentable en la vejez
es que esta edad resulta a los jóvenes”. Porque no debe parecer odiosa sino respetable y, si