Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 133
Revista Pelícano
Vol. 5.
El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2019 Córdoba
Carlos Martín Rodríguez
Licenciado en letras modernas por la
Universidad Nacional de Córdoba.
Becario doctoral de la Secretaría de
Ciencia y Tecnología (UNC). Forma
parte del equipo de investigación Canon y
margen en el sistema literario argentino
desde 1940 al presente. Espacio literario y
devenir de otredades e identidades
culturales (CIFFyH-UNC) y de la
cátedra de Literatura Argentina III
(FFyH-UNC).
DOI:
https://doi.org/10.22529/p.2019.5.09
Desexilio y líder carismático en
La
novela de Perón
, de Tomás Eloy
Martínez
Desexilio and Charismatic Leader in
La novela de Perón
by Tomás Eloy
Martínez
Resumen
En el presente trabajo nos proponemos
analizar La novela de Perón (1985) del autor
argentino Tomás Eloy Martínez (1934-
2010).
Este texto de carácter ficcional
presenta a un Perón nostálgico, débil y
meditabundo que siente el retorno a su
país, tras dieciocho años de exilio, como
una auténtica desgracia. Lejos de mostrar
al conductor político seguro, poderoso,
infalible y sin vacilaciones que el
imaginario popular ha construido en
torno a la figura de Juan Perón, la novela
teje alrededor del viejo líder un
entramado de debilidad, miedo y
angustia. Esta caracterización nos hace
problematizar la influencia que ejerce en
Perón la circunstancia del regreso a la
patria tras su prolongado exilio en
España.
Nuestra hipótesis de trabajo será,
entonces, que en la ficción en cuestión la
instancia del desexilio provoca una
marcada divergencia entre el campo de
expectativa que construyen en torno al
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regreso de Juan Perón los diferentes actores de la sociedad argentina y el propio Perón.
Supuesto que a la vez se verá reforzado con una hipótesis auxiliar, que sostiene que esta
coyuntura provoca una subversión de la representación de Juan Perón en tanto líder
carismático.
Palabras clave: desexilio, líder carismático, La novela de Perón, Tomás E. Martínez.
Abstract
The aim of this work is to analyze La novela de Perón (1985) written by the argentine Tomás
Eloy Martínez (1934-2010).
This fictional text presents Perón as a nostalgic weak and thoughtful character, who
regards the return to his country, after eighteen years of exile, as a real misfortune. The
novel weaves weakness, fear and anguish around the figure of the old leader, instead of
showing a secure, powerful, without fail, political frontrunner that the collective
imagination had constructed. This characterization sets out as problematic the effect that
the return from exile to his mother country had on Perón.
The hypothesis of this investigation is that in this fiction the return from exile causes
divergence between expectancy on the return of Juan Perón, that different social actor had
built, as well as Perón himself. This will be reinforced by an auxiliary hypothesis which
suggests that this conjunction generates subversion in the figure of Perón as a charismatic
leader.
Key words: Return from Exile, The Perón novel, Tomás E. Martínez.
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1.- Noción de
desexilio
A mediados de la década del 80, Mario Benedetti esbozó el término desexilio para hacer
alusión a la angustia que provoca en los exiliados la certeza de volver a la patria y perder,
consecuentemente, el espacio en el que se habitó durante los años de exilio.
1
Una de las características definitorias del desexilio, de acuerdo a la escueta teoría esbozada
por Benedetti, es la existencia de una especie de obligación que empuja al exiliado a regresar a
su patria una vez que las condiciones políticas así lo permiten. Y es que, casi por definición
razona el poeta uruguayo, un sujeto que se ha visto privado durante un cierto lapso de
tiempo de la posibilidad de morar en su país y cuyo exilio fue vivido como una instancia
harto dolorosa y por demás traumática, se supone ansioso de regresar a lo que ha dejado
atrás. De igual manera, el conjunto de los demás exiliados que, en líneas generales, viven su
repatriación de forma positiva, suponen la misma actitud en el proceso de regreso de sus
pares. Sin embargo, esta situación no siempre se produce de forma tan mecánica y
evidente.
Según Benedetti, unas de las diferencias definitorias entre la instancia de exilio y desexilio
sería el carácter externo y obligatorio de la primera frente a la opción interior que supone la
segunda: mientras que el exilio y su consecuente efecto negativo en el sujeto es un mandato
proveniente de un poder político autoritario, el desexilio surge de una decisión propia del
exiliado quien no es obligado literalmente al regreso por ningún mandato externo más que
por su propia voluntad.
Sin embargo, importa destacar que, de acuerdo a lo expuesto anteriormente por el poeta
uruguayo, tanto el exilio como el desexilio se encuentran atravesados por la obligatoriedad: el
exiliado no puede abstenerse del mandato que lo conmina al ostracismo, de la misma forma
que el desexiliado sabe que el retorno a la patria es una obligación implícita en la
circunstancialidad de su destierro. A decir verdad, es cierto que nadie obliga al desexiliado
explícitamente a retornar, pero el regreso actúa como un mandato social de facto que orienta
al sujeto irremediablemente hacia el espacio patrio que ha dejado atrás.
La instancia de regresar al terruño no siempre está exenta de contrariedades y angustias,
ya que en ciertos casos conlleva una serie de temores que someten al exiliado a una
situación de indecisión a la hora de dejar atrás el espacio del exilio. Pablo Yankelevich y
Silvina Jensen en Exilios. Destinos y experiencias bajo la dictadura militar (2007) dan cuenta de
algunas de las sensaciones que atraviesan la instancia del regreso a la patria y para ello
1
Cabe destacar en este punto que las características propias del desexilio no se aplican de forma mecánica a
todos los exiliados que comienzan el camino de regreso a sus patrias (Benedetti nunca lo planteó en esos
términos), sino que responde a ciertos casos puntuales en donde la esperada felicidad del regreso se trastoca
por melancolía y temor.
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toman el caso de los exiliados argentinos en España que se encontraron con la posibilidad
de retornar a la Argentina tras el regreso de la democracia en 1983. El miedo al regreso
asociado a los cambios acaecidos en Argentina, al seguro proceso de reacomodamiento al
que habrían de someterse casi de manera inevitable, la incertidumbre en torno a la precaria
situación político-institucional tras siete años de gobierno castrense y las seguridades que
habrían de dejarse atrás con el exilio son algunos de los motivos que Yankelevich y Jensen
piensan a la hora de analizar el complejo proceso por el que se vieron obligados a atravesar
los exiliados argentinos de la última dictadura cívico-militar.
Los artículos del trabajo de Yankelevich y Jensen le asignan un importante valor a la
instancia de reasimilación a la que debe someterse el sujeto que se desexilia, la cual supone
un doble proceso: por un lado, el individuo debe abandonar el espacio del exilio, en muchas
ocasiones asociado ya, tras los años transcurridos, en un espacio atravesado por
connotaciones altamente positivas (inserción, trabajo, relaciones, etc.) para, por otro lado,
regresar a una espacialidad que provoca un fuerte extrañamiento en el sujeto debido no
solamente a los cambios que el paso del tiempo trajo irremediablemente aparejados (a los
que podríamos denominar cambios externos), sino también a un modo diferente de
percibir la realidad que lo rodea (a estos últimos podría caberle la denominación de
cambios internos).
2
Estos cambios, ya sean externos o internos, confluyen a la hora de hacer del regreso a la
patria un proceso signado por el extrañamiento y la pérdida de certezas. El sujeto se siente
un extraño absoluto, un extranjero en su propia tierra. Su propia identidad se ve arrasada por
una instancia altamente traumática que rompe con los moldes preconcebidos del feliz
regreso a la patria.
Benedetti también piensa los cambios externos e internos como variables que hacen del
desexilio una instancia dolorosa y angustiante.
3
Las condiciones materiales no sólo
2
Afirman los autores en el citado trabajo: había que tomar en cuenta la Argentina que encontraron los
exiliados después de siete, ocho y hasta diez años de ausencia. Los graves problemas económicos [...], los altos
índices de desempleo, el deterioro de los servicios públicos, la incertidumbre respecto al futuro […]; la
dificultad para volver a arraigarse, la pérdida de códigos y un largo etcétera [...] la sociedad española, en la que
habían vivido accidentalmente, había transitado un camino prácticamente inverso en relación con la que
volvían a buscar, que era la suya, pero que en verdad ya no les pertenecía (o ya no sentían pertenecer a ella)
(Yankelevich y Jensen, 2007, p.105).
3
En El desexilio” (1983), el más extenso trabajo en donde aborda esta categoría, hace referencia a los
primeros de forma concreta y literal: No todos los que regresen lo harán por los mismos motivos, ni todos los
que no vuelvan tomarán esa difícil decisión por las mismas causas. Sin duda será más fácil que regrese quien
por alguna razón tenga asegurados un trabajo o una fuente de ingresos, y, en cambio, la vuelta será más difícil
para quien sea consciente de que irá a engrosar las nutridas filas del desempleo. Más fácil será el regreso para
aquellas parejas que no tengan hijos o los tengan de corta edad que para aquellas otras que los tengan ya
mayores y estén estudiando en el nuevo país o hayan establecido a su vez una relación de pareja. En cualquier
caso, el reproche puede llegar a ser una herencia maldita que sólo serviría para enrarecer el futuro.
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económicas sino también familiares resultan un factor digno de consideración, según el
poeta, a la hora de analizar los porqués de los temores e inseguridades asociados al desexilio.
Vale así mismo destacar que según la lectura de Benedetti, la instancia del desexilio, en
cuanto a lo que nosotros hemos dado a llamar cambios externos, implica también una
instancia en la cual el desexiliado debe encontrarse con, por un lado, lo que de ellos piensan
aquellos que en vez del exilio asumieron la resistencia en el territorio y, por otro lado, con
las consideraciones que pudieran sostener acerca del dolor del desexilio los otros exiliados
que experimentan el regreso a la patria como una instancia altamente positiva. El
calificativo de traidor (o alguno de sus términos afines) por haber huido, en vez de continuar
la lucha en la patria junto a quienes no pudieron-quisieron escapar; y el dolor ante una
instancia que debería suponer una extrema satisfacción, pero no lo es son dos situaciones
que el desexiliado avizora en su horizonte más inmediato.
De acuerdo a Benedetti: En situaciones como ésta, el ser humano tiende a menudo a
ser esquemático, intolerante, egoísta. Cuanto más le ha costado atravesar el puente de la
duda para llegar a una decisión compleja, más rotundo suele ser con quienes todavía
vacilan”. (Benedetti, 1983, p.6) De esta manera, el autor piensa el regreso del desexiliado
como una instancia fuertemente cargada de la intolerancia de aquellos que emprendieron el
camino del exilio y de los que se quedaron en la patria: tanto unos como otros, a partir de
ópticas y experiencias diferentes, aplican una fuerte condena moral al desexiliado. Así, muy
bien puede entenderse la sensación de extrañamiento que atraviesa la instancia del desexilio,
ya que el regreso al país natal supone para el sujeto el encuentro con una realidad carente
de pares en donde a la añoranza por la tierra que se dejó atrás se suma la hostilidad de
aquellos que establecen una relación de igualdad entre desexilio-cobardía-apatía.
A la hora de pensar en el desexilio y sus alcances, no es menor otro factor que Benedetti
recalca de forma categórica: el acostumbramiento del sujeto al nuevo entorno que lo rodea
y, en no pocas oportunidades, lo cobija. Algunos exiliados encuentran en la cultura del país
en que viven su exilio un contexto sumamente ameno para desarrollar sus vidas y sus
proyectos. La realidad en el país extranjero, al principio distante y extraña, puede volverse
habitual, cotidiana, haciendo así que lo que al principio fue el despertar a una condición
totalmente extraña se torne en un día a día que aporta al sujeto la seguridad de la rutina y lo
conocido. A esta situación bien podría oponerse el total desconocimiento de la tierra natal
que, aunque reconocida por informes de prensa y comentarios (siempre subjetivos y cuya
veracidad es, al menos, dudosa), ya no constituye una realidad vivenciada por el individuo
sino que se erige como una instancia mediada, carente de todo anclaje experimental.
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También es cierto que no siempre el exiliado vaga de nación en nación como un paria
sino que, muy por el contrario, en no pocas oportunidades, el sujeto desterrado encuentra,
en la nación extranjera que lo alberga, un verdadero aliciente a su angustia a partir de la
fraternidad y compañía de los sujetos que allí lo reciben. Además, buena parte de los
exilios, al ser provocados por fenómenos político-sociales complejos, se cuentan en
términos de años, lo que somete al exiliado a una estancia prolongada en el/los país/es que
lo recibe/n. Estas situaciones, aportan al exiliado una mayor seguridad y un sentido de
pertenencia profundamente acentuado para con el país que lo ha acogido.
De la misma manera que la noción de patria y la afectividad a ella asociada no puede
limitarse a meros aspectos simbólicos, tampoco el país que recibe al exiliado es para el
sujeto una circunstancialidad cronológica-espacial, sino que se encuentra, necesariamente,
atravesado por connotaciones que, si bien seguramente en un principio son negativas
debido a la angustia del exilio, con el tiempo comienzan a tornarse sumamente positivas.
4
Para finalizar, cabe destacar que la exploración en torno a las diferentes formas de
percibir la instancia del regreso, por parte de los exiliados no es exclusiva de Mario
Benedetti ni, tampoco, un recurso narrativo solamente reconocible en Tomás Eloy
Martínez, sino que encuentra eco en otros autores latinoamericanos contemporáneos a los
antes mencionados.
5
2. Noción líder carismático
Esta particular conjunción entre los conceptos de liderazgo
6
y carisma
7
ha sido desarrollada
por diferentes ángulos por pensadores de diversos campos y en marco de estructuras
4
Afirma Benedetti: La nostalgia suele ser un rasgo determinante del exilio, pero no debe descartarse que
la contranostalgia lo sea del desexilio. Así como la patria no es una bandera ni un himno, sino la suma
aproximada de nuestras infancias, nuestros cielos, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros amores,
nuestras calles, nuestras cocinas, nuestras canciones, nuestros libros, nuestro lenguaje y nuestro sol, así
también el país (y sobre todo el pueblo) que nos acoge nos va contagiando fervores, odios, hábitos, palabras,
gestos, paisajes, tradiciones, rebeldías, y llega un momento (más aún si el exilio se prolonga) en que nos
convertimos en un curioso empalme de culturas, de presencias, de sueños (Benedetti, 1983, p.3).
5
En 1990 la escritora cordobesa Tununa Mercado publica En Estado de memoria (1990), una recopilación de
dieciséis textos en donde recupera una serie de sensaciones experimentadas durante sus años de exilio: el
primero, en Francia, entre 1967 y 1970, y el segundo, en xico, entre 1974 y 1987. Nos resulta interesante
remarcar que tanto Benedetti como Mercado y Martínez comparten el común denominador del exilio como
experiencia que atraviesa sus vidas y repercute en sus obras como una huella indeleble que nunca deja de
mostrar sus bordes a pesar del tiempo.
6
María Fernanda Arias Núñez, en su artículo “Liderazgo presidencial en el mundo y en Latinoamérica:
nuevos elementos de análisis” (2015), elabora un sintético panorama de las diferentes concepciones que desde
el Renacimiento hasta comienzos del siglo XX han dominado la reflexión en torno a las diferentes formas de
ejercer el liderazgo político en occidente.
7
Una de las primeras aproximaciones a este término la propone, desde la psicología, Gustave Le bon, con su
libro La psicología de las masas (1895). Otras aproximaciones al mismo concepto las realizan, además del propio
Max Weber, Shamuel Eisenstadt, en textos como Ensayos sobre el cambio social y la modernización (1970); y
Salvador Giner, con Sociedad masa: crítica del pensamiento conservador (1974).
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paradigmáticas disímiles. Por lógicas razones de exhaustividad y extensión no intentaremos
en este trabajo desarrollar todos y cada uno de los alcances que la noción líder carismático ha
adoptado a lo largo del tiempo sino que nos centraremos en las apreciaciones que sobre
este concepto realizó el filósofo alemán Max Weber.
Weber destaca tres tipos de liderazgo (Weber, 1919), diferenciados básicamente en los
distintos fundamentos sobre los cuales se basa el poder del líder: el primero de ellos es el
liderazgo carismático, en donde los seguidores del líder le atribuyen condiciones y poderes
casi sobrenaturales sólo atribuibles a él e imposibles de ser transferidos a ningún otro
sujeto que legitiman su posición de superioridad con respecto a la masa; luego está el
liderazgo tradicional, que se sostiene en un poder heredado por costumbre o por jerarquía
en donde la autoridad se justifica en el uso y la costumbre y, por lo tanto, no requiere del
sujeto ningún tipo de actitud reflexiva (piénsese, por ejemplo, en los liderazgos
monárquicos); y, finalmente, el liderazgo legal en donde se asciende al poder por métodos
formalmente institucionalizados, como lo son las elecciones democráticas o el
nombramiento de un ministro por parte del presidente de una nación.
Perla Aronson, en su artículo “Carisma, individuo y sociedad” (1998), realiza un
recorrido pormenorizado del concepto líder carismático en la teoría desarrollada por Weber.
Aronson destaca la intención del sociólogo alemán que, antes de explicitar su interpretación
del concepto en cuestión, lleva a cabo una genealogía del término y nos presenta los
diferentes alcances que éste ha tenido a lo largo de la historia de occidente.
En el primer momento del recorrido genealógico que emprende Weber se advierte una
fuerte asociación entre el dominio carismático y la espiritualidad en donde el profeta
intermediario entre la divinidad y los hombres obtiene su legitimidad a partir de la
posesión de atributos carismáticos, los cuales se convierten en medios para obtener el
asentimiento de sus seguidores. Las masas que seguían a los mencionados profetas estaban
caracterizadas por una marcada carencia material y un estado de vida atravesado por el
infortunio y el oprobio. De esta manera, según Weber, los sujetos pertenecientes a los
estratos sociales menos favorecidos fueron quienes encontraron en la figura del redentor y
sus profetas un instrumento destinado a paliar el sufrimiento y las desgracias.
8
8
Al respecto, afirma Aronson en su trabajo: Justamente, la desigualdad y el infortunio, la disparidad entre
mérito, esfuerzos y destino constituyen el ambiente social en el que prospera el carisma que, además, se
encarna entre quienes poseen las cualidades (espontáneas o adquiridas) para comprender y explicara los
seguidores las razones de tales discrepancias. [...] Con independencia de los atributos carismáticos de las
figuras “llamadas” a organizar las imágenes del mundo, las religiones de salvación se caracterizaron por
prometer la liberación del sufrimiento, con lo que racionalizaron el estilo de vida de los creyentes [...] De este
modo, los magos y sacerdotes determinaron las culpas de las que procedían los sufrimientos personales, con
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De acuerdo a Aronson, esta tendencia de ver en el líder un instrumento para escapar de
la angustia y el sufrimiento no sería únicamente aplicable a una concepción trascendente de
la existencia, sino que el sujeto bien puede creer que el líder le acercará la posibilidad de ser
redimido de la esclavitud política y social, es decir, de las condiciones fácticas que
determinan su existencia cotidiana y lo somete a una vida materialmente carenciada.
Podríamos sostener, entonces, que un rasgo fundamental del dominador carismático ya
sea mago, profeta o político es la capacidad para establecer una fuerte conexión emocional
con las masas, anticipando sus deseos y promoviendo soluciones a sus problemas más
inmediatos.
Por tanto resulta notable la importancia que adquiere la efectividad a la hora del
sostenimiento de un liderazgo de naturaleza carismática, puesto que, de no proveer al
pueblo la solución de sus necesidades, el líder carismático deja de serlo a los ojos de
aquellos que lo constituyeron como tal.
9
Weber es categórico al afirmar que una vez que el líder carismático pierde efectividad en su
acción la masa busca un nuevo portador carismático, lo cual no significa que el líder esté
acompañado por otros sujetos con sus mismos atributos dispuestos a tomar su lugar
cuando hiciese falta, como si se tratase de una sucesión monárquica, sino que, ante la
insatisfacción de sus necesidades, la masa deposita sus esperanzas en una especie de
significante vacío que es la figura del líder. Otro vendrá a ocupar el lugar de aquél que fracasó,
pero nunca será igual al que se fue ni recibirá de manos de éste la sucesión del poder.
Vale acotar que desde el análisis que Aronson lleva a cabo de la obra weberiana, el poder
carismático se encuentra expuesto a constantes cambios, ya que el líder debe responder no
a principios universales sino a las necesidades materiales de la masa. Esta última
característica sería del todo positiva para el sociólogo alemán que desde fines del siglo XIX
se preguntaba acerca de la organización política que mejor conjugase con el Estado alemán.
3. El
desexilio
en
La novela de Perón
El primer capítulo de La novela de Perón, titulado “Adiós a Madrid”, nos sitúa
temporalmente en el 20 de junio de 1973, día en que Juan Perón emprende su regreso a la
lo que se transformaron en administradores de castigos a través de la confesión de los pecados (Aronson,
1998, pp.219-220).
9
Weber lo pensaba de la siguiente manera: [...] la situación de la autoridad carismática es por su misma
naturaleza específicamente inestable. El portador puede perder el carisma, sentirse “abandonado de su Dios”,
como Jesús en la cruz, mostrarse a sus adeptos como “privado de su fuerza”. Su misión queda entonces
extinguida y la esperanza busca un nuevo portador carismático. Pero le abandonan sus adeptos, pues el
carisma puro no reconoce ninguna otra legitimidad que la derivada de su propia fuerza que incesantemente se
justifica (Weber, 1974 [1922], p.850).
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Argentina tras dieciocho años de exilio. Si bien la referencia temporal en la ficción que nos
ocupa no deja lugar a ambigüedades, la ubicación espacial resulta menos exacta. En su
novela, Martínez ubica a Perón a bordo de un avión que atraviesa el Océano Atlántico
rumbo a Buenos Aires.
10
Dicho vuelo estará asociado a dos espacios (el de partida y el de
llegada) separados por un tercer y extenso espacio: el del tránsito. A su vez, este espacio de
tránsito se encuentra conformado por dos materiales: el agua, que actúa como el elemento
que desacopla los espacios de la partida y de la llegada (Madrid y Buenos Aires); y el aire
que facilitará el acercamiento del general a Buenos Aires, alejándolo, consecuentemente, de
Madrid. A la hora de pensar en los dos materiales que conforman el espacio del tránsito
surge como común denominador la ausencia de cualquier tipo de solidez: nada hay que
sostenga al general en su tránsito más que la artificialidad de un aparato que debe
conducirlo del primero al segundo espacio.
La inexactitud espacial también es un rasgo que pareciera dominar por completo el
espacio del tránsito ya que el protagonista de La novela de Perón, al igual que el resto de los
pasajeros, en ningún momento tiene una referencialidad concreta acerca del lugar en el que
se encuentra. En pleno vuelo, Perón atraviesa un espacio sublimado que carece de
cualquier tipo de coordenada o referencialidad que permita al líder reconocer su ubicación
espacial exacta.
Importa mencionar que el hecho de que Martínez haya caracterizado la espacialidad
sublimada del tránsito como imprecisa, monótona y carente de cualquier atractivo, no
puede sino remitirnos a la particular configuración caracterológica que el escritor tucumano
plasma en su protagonista, el cual aparece atravesado por dos fuertes dicotomías: pasado-
futuro / querer-deber.
Al detenernos brevemente en el análisis de lo pretérito, no tardamos en advertir la
coexistencia de dos tiempos superpuestos. Por un lado, ese 20 de junio de 1973 implica
para Perón la conversión de Madrid en un espacio que se reduce, indefectiblemente, al
pasado; pero, por otro lado, el regreso a Buenos Aires encierra en cierta medida el atrasar
las agujas del reloj para regresar a un espacio que el viejo líder ha debido abandonar
dieciocho años atrás. Podríamos asumir Buenos Aires como la ciudad en la que Perón llevó
a cabo gran parte de las acciones que lo convirtieron en un líder de masas, por lo tanto,
podría suponerse como un espacio asociado a circunstancias positivas. Sin embargo, en la
10
Cabe mencionar que si bien son muchas más frecuentes las menciones a Buenos Aires que a la Argentina,
esta referencialidad actúa como denominación metonímica que encierra al conjunto del país. En este pasaje
del capítulo nueve, por ejemplo, el protagonista amplía sus consideraciones negativas al espacio argentino:
“Qué desamparo. ¿A este país vuelvo?, dirá después el General, esa noche. ¿A estas infinitas pampas
saqueadas, exprimidas? No las reconozco. No son mías” (Martínez, 1993 [1985], p.213).
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memoria del general de ese tiempo pasado sólo sobreviven elementos disfóricos
(conflictos, responsabilidades, problemas, etc.).
El futuro, por su parte, presenta al protagonista como una instancia tan inevitable como
dolorosa: el regreso a la Argentina y el ajetreo político que consecuentemente demandará su
intervención en medio de un país políticamente conflictivo aparece como una pesada carga
para los hombros de un anciano y cansado Perón que sólo pretende vivir la vejez en el
sosiego de su quinta madrileña.
Ahora bien, entre el pasado ambiguo y el futuro angustiante se encuentra un presente
que, tras la exactitud temporal 20 de junio de 1973, encierra una instancia cósmica que
implica una concomitancia entre términos antinómicos tales como noche y día, luz y oscuridad
que actúan como descripción metonímica de los estados de ánimo del protagonista: “[...] [el
avión] había salido de Madrid al amanecer del día más largo del año, [...] iba rumbo a la
noche del día más corto, en Buenos Aires” (Martínez, 1993 [1985], p.7).
A partir de la cita anterior podemos pensar Madrid como un espacio eufórico asociado a
la luz del solsticio de verano, día más largo del año en donde el sol alcanza su mayor altitud;
frente a un Buenos Aires disfórico, dominado por las sombras nocturnas del invierno
entrante que reduce la duración del día a su mínima expresión. Algunos términos
antinómicos que nacen de esta particularidad temporal, tales como calor-frío, luz-oscuridad,
plenitud-decrepitud, asociados al espacio que se abandona y al cual se retorna, refuerzan la
angustia de un Perón que reconoce en Buenos Aires una ciudad que lo pondrá en contacto
con la adversidad, los conflictos y, finalmente, la muerte. De esta manera, se refuerza el
choque entre el querer y el deber: el protagonista quiere permanecer en Madrid para
transcurrir allí sus últimos años, pero también sabe que debe regresar a la Argentina. Esta
dicotomía hace del líder justicialista un sujeto dominado por fuertes tensiones constitutivas
que parecieran desdibujarlo, introduciéndolo en un marcado estado de angustia ante las
pocas certezas que el futuro depara.
El viejo líder inicia, en este primer capítulo, un viaje que bien podría pensarse como un
segundo exilio, por más que el destino sea, esta vez, su propia patria. Esta caracterización
no puede menos que hacernos pensar en la ya mencionada noción desexilio elaborada por
Mario Benedetti.
En el texto de Martínez, podemos encontrar diferentes pasajes en donde Perón afirma
su férrea intención de permanecer en el espacio del hogar verdadero ante su inminente regreso
a la Argentina. En un pasaje del primer capítulo de La novela de Perón, en diálogo con el
general Franco, el protagonista afirma: “–Esta es su casa [se refiere a Madrid], General /
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Ojalá fuera cierto dijo Perón” (Martínez, 1993 [1985], p.13). En otro fragmento el
narrador sostiene en referencia a Perón: “Con alivio descubría que aún no era hoy: que
faltaba mucho para volver” (Martínez, 1993 [1985], p.10). Y también: “Ya está aquí el
maldito día [20 de junio de 1973] y ni siquiera me ha dado tiempo para prepararme”
(Martínez, 1993 [1985], p.11).
Resulta evidente, entonces, la negación del protagonista a la hora de regresar al espacio
patrio, el cual es visto como un territorio ante el cual es necesario prepararse, estar atento,
elaborar una instancia que no surge por sola de manera natural sino que precisa de un
esfuerzo categórico.
Lejanía, cansancio, sufrimiento, tristeza, ruinas, desmanes son algunas de las
percepciones que al viejo líder lo atraviesan a la hora de pensar en Buenos Aires. Nada lo
hace suponer que su regreso vaya a ser una instancia positiva para él, que envejece
superlativamente cada vez que piensa en el regreso, ni para la Argentina que se encuentra
irremediablemente en ruinas.
Estas referencias a Buenos Aires como espacio fuertemente negativo no sólo se
encuentran en la versión definitiva de La novela de Perón (1985), también abundan en la
primera versión
11
de su novela (denominada a los fines archivísticos como protonovela), con
fecha desconocida y tres posibles títulos: El teatro Perón, Perón o muerte y El que te dije. La
trama de dicha versión poco tiene que ver con lo que luego sería La novela de Perón (1985).
Ya en el capítulo XX de la versión definitiva, María Estela Martínez de Perón también
se referirá al estado de las perras durante el viaje que los trae a Buenos Aires: “Las pobres
han vomitado todo el tiempo. Están enfermas” (Martínez, 1993 [1985], p. 354).
Nuevamente se refuerza la idea de Buenos Aires como un espacio atravesado por la tristeza
y la incomodidad que no sólo afectan a Perón, sino también a su entorno más querido. La
angustia del regreso se cuela en los poros más hondos de la intimidad de Perón.
Por otra parte, cabe remarcar que el protagonista no sólo vive la instancia del regreso
como una pesada carga sobre sus hombros, sino que, además, experimenta el espacio
madrileño como un ámbito sumamente positivo que acrecienta aún más su desazón por el
regreso: “De un solo hogar disfrutó [Perón] en la vida estos últimos años, en Madrid y
también acababa de perderlo” (Martínez, 1993 [1985], p. 7).
El espacio que se abandona sumerge a Perón en una profunda melancolía: tras trece
años de exilio madrileño su Quinta 17 de Octubre encierra para él más sentido de hogar
11
Esta versión, al igual que buena parte del material de investigación y bibliográfico de Martínez, puede
consultarse en la Fundación Tomás Eloy Martínez, cita en Carlos Calvo 4319 piso 1
o
de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.
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que un Buenos Aires distante, acuciado por el solsticio de invierno que lo volverá un
espacio aún más hostil para un anciano líder que sólo desea la tranquilidad primaveral de un
Madrid que inevitablemente quedará en el pasado.
4.
Líder carismático
en
La novela de Perón
A lo largo de La novela de Perón muchas y variadas son las alusiones, explícitas o implícitas, a
la figura de Perón en tanto líder carismático. Cabe destacar que esta denominación encierra
en principio dos términos con connotaciones muy fuertes que, en algunos casos, pueden
ser claramente relacionadas: líder y carisma.
Perón es el líder indiscutible de su movimiento y ninguna duda de ello le cabe al grueso
de los dirigentes y militantes que lo acompañan. Estos dirigentes y militantes no responden,
sin embargo, a una única y unívoca corriente ideológica, sino que, no obstante se declaran
peronistas, asumen la ideología del Partido Justicialista con aristas por momentos
antagónicas.
Los más jóvenes representados por personajes como Nun Artenaza o Diana Bronstein,
a quienes podríamos encolumnar, a los fines operativos de este trabajo, bajo el calificativo
de la juventud revolucionaria asocian la llegada del general con el comienzo de una revolución
político-económica-social comparable con el movimiento revolucionario cubano, que
vendrá a construir un ideario de nación socialista y abrirá una nueva época de pleno
desarrollo para los trabajadores y los más humildes de la nación.
El otro sector en donde ubicamos personajes como Arcángelo Gobbi o el propio José
López Rega ven en Perón a una especie de caudillo que habrá de librar la batalla definitiva
contra la infiltración marxista que desde Cuba asola a América Latina, un líder que será
capaz de recuperar el viejo esplendor de los años 40 y 50 devolviéndole al obrero y al
sindicalismo argentino el papel protagónico que, tras dieciocho años de resistencia,
merecen.
De esta manera, las dos facciones que hacen posible el regreso de Perón a la Argentina y
que, desde luego, esperan el reconocimiento del general por la labor de lucha realizada
durante casi dos décadas de exilio resultan absolutamente irreconciliables. Sin embargo,
ambas asumen a Perón como su único e incuestionable líder.
Otro aspecto importante a tomar en cuenta en este análisis es el hecho de que tanto el
sector de la juventud como el lopezreguismo encuentran en el expresidente justicialista ciertas
características que lo convierten en una especie de ser irremplazable con atributos
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sobrenaturales que lo ubican por encima de cualquier mortal y lo constituyen como única
solución a los problemas del país.
En el capítulo XIX de La novela de Perón, el narrador da cuenta del carácter cuasi sacro
que las diferentes facciones participantes del acto convocado en Ezeiza el 20 de junio de
1973, con motivo del regreso del líder justicialista, encuentran en el general: “Nombrar al
General cuantas veces se pueda. Es inmortal como Los Andes, sagrado como Pericles,
grande como Napoleón” (Martínez, 1993 [1985], p. 340). En el mismo capítulo, Leonardo
Fabio, uno de los animadores del acto, desde el palco exhorta a los militantes: “¡Abajo un
momentito los carteles para que los fotógrafos capten esta corona de laureles que hoy
estamos ciñendo en la frente de nuestro Gran Conductor, el general Perón!” (Martínez,
1993 [1985], p. 340). La homologación que se establece en las citas anteriores entre Perón,
Pericles y Napoleón actualizan en el padre del Justicialismo su papel de líder fuerte, exitoso,
poderoso, viril y perenne, en una palabra, y tal como lo expresa la marcha peronista: un
Gran Conductor.
En el último capítulo, la muerte del general despierta en los trabajadores del interior del
país y en los habitantes de los confines más pobres de Buenos Aires la necesidad de velarlo
en sus propias casas o pueblos ante la imposibilidad de asistir a las exequias en el Senado de
la Nación. El saludo final al líder parece una obligación irrenunciable para las humildes
familias distanciadas en lo espacial aunque no así en lo afectivo del expresidente
recientemente fallecido.
La muerte del líder es atravesada por el misticismo que despierta en buena parte de los
trabajadores y humildes argentinos, a punto tal de que, en la última línea de la novela, uno
de ellos exhorta violentamente la pantalla del televisor amortajado en busca del último
milagro: “–¡Resucitá, machito! ¿Qué te cuesta?” (Martínez, 1993 [1985], p. 363). En esta
postrera apelación podemos encontrar tres expresiones que dan cuenta, por medio de un
poder sintético excepcional, del halo casi sobrenatural que el general justicialista ha sabido
transmitir a sus seguidores.
A la hora de analizarla de forma puntual, podríamos separar en tres la oración apelativa
antes citada y considerar “¡Resucitá [...]!” como la primera de las partes; [...] machito”,
como un segundo momento de la exhortación; y, finalmente, “¿Qué te cuesta?” como el
tercer y último fragmento que completa la oración.
En lo que respecta a la primera parte, encontramos una interpretación del emisor que
asocia a Juan Perón a la idea de un sujeto omnipotente. Esta afirmación se explica en el
hecho de que la apelación a la resucitación implica pensar en un acto divino que la tradición
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católica sólo reserva a Jesús y a Lázaro. Martínez utiliza esa matriz espiritual para resaltar de
forma contundente el carácter casi divino que Perón adquiere, a lo largo de su novela,
dentro de las masas populares. En esta primera parte de la oración que nos ocupa, el
general, entonces, es aquel capaz de trascender los límites de lo real para convertirse en un
sujeto inmortal.
Por otro lado, en la segunda parte, el vocativo machito encierra en la doble
funcionalidad de interpelar al sujeto en este caso Perón a la vez que lo califica. Dicho
atributo es considerado altamente positivo, puesto que ser un macho en la cultura popular
argentina implica poseer una serie de características vinculadas a la fuerza, la virilidad, la
valentía, la entereza, etc. que hacen del sujeto portador de dicho adjetivo un modelo a
seguir y a respetar. Así mismo, el diminutivo encierra en sí cierta complicidad familiar en el
trato con aquel macho al cual se interpela, es decir, no hay aquí una orden (lo cual
constituiría un desafío al macho, cuya voluntad nunca debe ser puesta a prueba) sino un
pedido cariñoso, casi una plegaria, instancia que nos deposita nuevamente en el plano de lo
sobrenatural en donde necesariamente se establece un orden jerárquico entre el suplicante y
la deidad.
Por último, la oración se cierra con una tercera parte en forma de pregunta retórica:
¿Qué te cuesta? Este último fragmento puede ser pensado como un refuerzo de la primera
parte ya que si Perón es un ser omnipotente ¿qué le cuesta hacer aras de sus atributos y
vencer a la muerte para seguir conduciendo el destino de los Hombres? La angustia en su
pronunciación y el contexto en el que es pronunciada quizás pueda hacernos reflexionar
seriamente acerca de si realmente podríamos considerar dicha pregunta como retórica o si
estamos frente al auténtico convencimiento de la divinidad de Perón por parte de uno de
sus adeptos.
En otro fragmento, esta vez del capítulo IX, Perón discute con López Rega acerca de la
conveniencia de incorporar a su biografía oficial citas de militares alemanes desconocidos
para la gran mayoría de los argentinos:
Los argentinos ni siquiera saben quién es Schlieffen, López, y con el tiempo se olvidarán
de lo que Napoleón dijo o no dijo. Preguntarán: ¿tal frase? ¡Ah, es del General! Y ahí
acabará todo. No se preocupe, hombre, nadie osará mancharme, ni siquiera de plagio. A
mi pobre país no le queda otra cosa que Perón. Me tienen a mí, y adiós. Yo soy la
Providencia, el Padre Eterno (Martínez, 1993 [1985], p.174).
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Aquí resulta notable la posición que asume el protagonista como único sujeto digno de
pervivir en la memoria del pueblo argentino por asumir en su persona una condición
excepcional que lo convierte en un ser eterno y proveedor de todo cuanto necesiten los
argentinos. Perón establece una relación de igualdad entre su persona y el mismísimo Dios.
Él es el Padre Eterno y la Providencia, por lo tanto nunca podrá ser olvidado.
Resulta interesante, también, el juego de palabras que se propicia en la oración Me tienen
a mí, y adiós. Por un lado, en sentido literal, la oración puede entenderse como que el pueblo
argentino sólo tiene a Perón y no hay nada más que discutir al respecto; aunque, por otro
lado y atendiendo a criterios más sonoros que literales, podemos pensar que la Argentina
solamente tiene a Perón y a Dios como únicos salvadores providenciales. Tanto una como
otra interpretación se aúnan en el eje común de la incuestionabilidad del líder.
Podríamos agregar a todo lo dicho que en La novela de Perón se establece una relación
inversamente proporcional entre la inminencia del retorno a la Argentina y el liderazgo
carismático de Perón: cuanto más cercano es el momento de la partida de Madrid, menos
evidentes son los atributos de líder que evidencia el general, mientras que, por el contrario,
resaltan de forma cabal ciertas características que hacen de él un sujeto débil y deteriorado.
En la intimidad de su hogar madrileño, Perón declara: “A mi edad nadie se sacrifica para
morir entre ruinas. No, señor. Les advierto que al primer desmán, Chabela y yo hacemos
las valijas y nos volvemos a España” (Martínez, 1993 [1985], p.17). El viejo líder ya no
pretende sacrificar su vida por nada ni por nadie y entiende claramente la Argentina como
un espacio atravesado por el desorden, la violencia y la destrucción, mientras que España
pareciera ser el solaz de paz que su vejez necesita.
Por otra parte, cabe recalcar en este punto que son abundantes las referencias, a lo largo
de toda la novela, acerca de la debilidad física de Perón, acuciado de múltiples afecciones
surgidas a causa de su avanzada edad. El capítulo IX se abre con una explícita asociación
entre el retorno a la Argentina y el decaimiento físico del general, tema que retomaremos
con mayor detenimiento en el capítulo siguiente: “¿Qué instintos del cuerpo se han
desatado, cuáles presagios, para que tan luego ahora, cuando faltan sólo dos días para
volver a Buenos Aires, todas mis enfermedades hayan acudido a despertarme?” (Martínez,
1993 [1985], p.171). Más adelante, en la misma página:
A las cuatro de la madrugada tuve cólicos y asfixia. Me recordé sudando. López trajo un
calmante [...] El corazón hervía. Sentí una puntada. Quise ir al baño. Al sentarme en la
cama, las piernas me crujieron. Se me habían vuelto hielo. ¡López!, llamé. Ayúdeme a
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mear. Él me cargó en los hombros [...] Y, sin embargo, nada: sólo unas gotas de mierda.
(Martínez, 1993 [1985], p.171).
A partir de estas referencias textuales podemos observar, ya en el comienzo mismo de
La novela de Perón, la representación de un protagonista que está bastante lejos de resumir en
su persona los atributos arquetípicos de vitalidad, poder y virilidad que se asocian, tal como
lo hemos mencionado con anterioridad, a un líder carismático.
Sin embargo, la fragilidad física en misma no resulta una característica suficiente para
poner en tela de juicio la representación incarismática de Perón, ya que si bien los atributos
físicos resultan importantes, no son del todo determinantes, conforme a las teorías ya
analizadas, para asumir o carecer de un poder del tipo carismático. Aun así, existe una
capacidad sin la cual el líder carismático no puede ejercer su poder: la virtud de solucionar los
problemas de la masa.
En pleno vuelo, consultado por los miembros más importantes de su comitiva acerca de
los pasos a seguir tras los infaustos acontecimientos de Ezeiza, el viejo líder reconoce su
incapacidad resolutiva: “¿Y yo qué puedo hacer aquí, tan lejos, tan inerme?” (Martínez,
1993 [1985], p.19). Perón ya no es capaz de dar respuestas inmediatas a los problemas
igualmente inmediatos que aquejan a su pueblo. Esta escasez de reacción ante una realidad
política enmarañada sumado a las dolencias de la ancianidad que lo aquejan conforman un
binomio que atenta directamente contra la representación de Perón en tanto líder carismático
y mesías salvador de su pueblo. Se produce, entonces, una fuerte dicotomía entre la
representación que los diferentes sectores del Justicialismo asumen en torno a Perón y sus
posibilidades de liderazgo; y las reales capacidades del general a la hora de asumir la
conducción del destino de millones de argentinos.
A modo de conclusión
En este trabajo de investigación procuramos dar cuenta de dos conceptos que, a nuestro
parecer, resultan relevantes a la hora leer La novela de Perón: desexilio y líder carismático. Tras
propiciar una lectura dialógica entre ambos conceptos y la ficción escrita por Martínez,
podemos afirmar que el protagonista de la obra que nos ocupa aparece configurado como
un sujeto claramente atravesado por una instancia de desexilio es decir, sufre una profunda
angustia a la hora de abandonar el espacio del exilio y regresar a su patria que produce una
alteración en su carácter de líder carismático.
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A lo largo de los diferentes capítulos de La novela de Perón, podemos observar, en mayor
o menor medida, la desolación que produce en Perón su inevitable regreso a la Argentina
con todas las responsabilidades que dicha vuelta trae aparejadas. El viejo líder sabe que
tendrá que ser él quien emprenda la tarea de reunificar el movimiento justicialista,
fuertemente dividido en dos corrientes antagónicas, y, más temprano que tarde, presentarse
como candidato presidencial con el objeto de dar respuesta a la catastrófica situación
política, económica y social del país.
Frente a esta coyuntura, Martínez nos presenta a un Perón que, cansado física y
anímicamente, prefiere la tranquilidad de España al tumulto político argentino. Sin
embargo, quedarse en Madrid y desdeñar la patria no es una posibilidad para el general.
De esta manera, identificamos este proceso de pesar en Perón con el concepto desexilio
que Mario Benedetti esbozó durante la década del 80. Esta insatisfacción responde a
factores como la asimilación cultural, el acostumbramiento al espacio en el que se ha
habitado durante el periodo de exilio y la incertidumbre ante lo que el exiliado encontrará
en su país natal una vez que regrese a éste.
Este desencuentro entre el querer y el deber en Perón produce consecuencias que exceden
el plano de lo meramente circunstancial para introducirse en la esfera de su identidad
socialmente construida a través del tiempo y las acciones que el expresidente ha llevado a
cabo durante su vida pública. A partir de la década del 40 cuando Perón hace su aparición
en la política argentina, las masas adherentes a su persona lo asumen como un sujeto
excepcional, dotado de la capacidad para solucionar las necesidades del pueblo y responder
satisfactoriamente ante cualquier coyuntura. Así, Martínez en su novela nos presenta las
diferentes facciones del Partido Justicialista como espacios políticos que esperan en el
regreso de Perón la solución de los conflictos del país y del movimiento. Cada una de estas
corrientes reconocen en Perón un líder incuestionable por quien vale la pena ofrecer la vida
en reconocimiento por los logros conseguidos durante su gestión de gobierno y por los
beneficios sociales que la vuelta del general a la Argentina traerá aparejados.
Podemos, entonces, pensar la representación que de Perón tienen las facciones
peronistas en estrecha concordancia con el concepto líder carismático que desarrolló Max
Weber en su libro Economía y sociedad: esbozo de sociología comprensiva.
En La novela de Perón, si bien, como mencionamos con anterioridad, los diferentes
actores políticos que conforman el bloque justicialista reconocen en Perón a un líder
incuestionable con fuertes rasgos de carisma, cuando el protagonista es retratado en su
intimidad, ya sea por medio de sus propias palabras o en boca del narrador omnisciente, los
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atributos que lo configurarían como un típico líder carismático desaparecen, cediendo su lugar
a una serie de conductas y actitudes que lo ubican en las antípodas de cualquier liderazgo.
Perón no quiere regresar a la Argentina, no tiene intención de ser el “mesías” que
conduzca el país hacia una nueva era de prosperidad y no quiere responsabilizarse de la
crisis interna de su propio partido; en cambio, se muestra cansado, enfermo y debilitado
por el peso de los años. Frente a este contexto, el espacio madrileño se convierte en un
refugio que mantiene al viejo general apartado del doble liderazgo el de la nación y el del
partido que, de regresar a la Argentina, deberá, tarde o temprano, afrontar.
De esta manera, y a la luz de las circunstancias personales e históricas que lo rodean, el
proceso de desexilio en el protagonista de la novela de Martínez cobra sentido y se
constituye en un factor determinante a la hora de pensar en una subversión de la
representación de Perón como líder carismático.
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