Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 114
Revista Pelícano
Vol. 5.
El vuelo del pelícano
ISSN 2469-0775
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2019 Córdoba
Karlijn Demasure
Prof. Dra. Karlijn Demasure es Directora
Ejecutiva del Centro de Protección infantil
del Instituto de Psicología en la
Universidad Pontificia Gregoriana de
Roma. Antes fue Decana de la Facultad de
Filosofía y de Ciencias Humanas de la
Saint Paul University, Ottawa, Canadá.
DOI:
https://doi.org/10.22529/p.2019.5.08
La política del significado: discursos
sociales sobre el abuso sexual de
niños y su influencia en la iglesia
católica
The Politics of Meaning: Societal
Discourses on the Sexual Abuse of
Children and Their Influence on the
Catholic Church
1
Resumen
Este artículo sobre el abuso sexual de
niños contribuye a comprender el cambio
del enfoque desde los perpetradores que
niega la voz de las víctimas, incluso al
punto de considerar a las víctimas como
delincuentes sexuales responsables por su
abuso, a un enfoque de “las víctimas
primero”. La iglesia católica ha sido
fuertemente influenciada por los
principales discursos en la sociedad que
dan poder a los psiquiatras, terapeutas y
trabajadores sociales. Sin embargo, con
respecto al abuso clerical en la iglesia, se
pueden identificar dos discursos distintos.
En el primero, el pecado se considera
causa del abuso, reduciéndolo a una
1
Traducción del inglés al español a cargo de
Diego Fonti. Texto original: Karlijn Demasure
(2019). The Politics of Meaning. Societal
Discourses on Sexual Abuse of Children and
their Influence on the Catholic Church. In
Vähäkangas A., Angel S., Helboe Johansen K.,
(eds.), The Politics of Space and Body. Reforming
Practical Theology, International Academy of Practical
Theology Conference Series (IAPT.CS), 1, 20-28.
Disponible en https://doi.org/10.25785/
iapt.cs.v1i0.49
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cuestión de la voluntad. El segundo discurso considera que el abuso sexual infantil se debe
al contexto de decadencia moral. Es importante por ello superarlos con una visión
sistémica del tema.
Palabras clave: abuso sexual infantil, iglesia católica, discursos sociales, enfoque de
“víctimas primero”.
Abstract
This paper on child sexual abuse contributes to an understanding of the shift from a focus
on perpetrators that denies the voice of the victims, even holding the victims to be sexual
delinquents responsible for their abuse, to a “victims first” approach. The Catholic Church
has been heavily influenced by the major discourses in society that give power to
psychiatrists, therapists and social workers. However, with regard to clerical sexual abuse in
the Church, two distinct discourses can be identified. In the first, sin is considered a cause
for abuse, reducing it to a matter of the will. The second discourse considers child sexual
abuse due to a context of moral decay. Both discourses need to be overcome by means of
a sistemic view of the issue.
Key words: Child Sexual Abuse, Catholic Church, Societal Discourses, “Victims First”
Approach.
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Introducción
En décadas recientes el abuso sexual se ha discutido ampliamente en la iglesia católica así
como también en la sociedad en su conjunto. Los discursos dominantes en la sociedad se
ocupaban previamente más de los perpetradores que de las víctimas. Pero recientemente se
ha dado un cambio importante de paradigma: las víctimas han dado un paso al frente
dando testimonio de cómo el abuso ha arruinado sus vidas y exigiendo justicia. Esto ha
resultado en una aproximación de “víctimas primero”.
Este texto es una contribución para comprender el cambio del enfoque desde el que se
centraba en los perpetradores y negaba las voces de las víctimas, incluso al punto de poner
a las víctimas como delincuentes sexuales responsables de su abuso, a una perspectiva de
las “víctimas primero”. La iglesia católica ha sido fuertemente influenciada por los
principales discursos en la sociedad que le dan poder a los psiquiatras, terapeutas y
trabajadores sociales. Sin embargo, frente a la cuestión del abuso sexual clerical en la iglesia
se pueden identificar dos discursos distintos. En el primero, el pecado se considera causa
del abuso, reduciéndolo a una cuestión de la voluntad. El segundo discurso restringe el
abuso sexual infantil a una cuestión vinculada con la decadencia moral, en especial en el
ámbito norteamericano, por lo cual lo que afecta a la iglesia es lo que afecta a la sociedad en
su conjunto. También, los discursos dominantes en la sociedad se ocupaban previamente
más de los perpetradores que de las víctimas. Pero recientemente se ha operado un cambio
importante de paradigma: las víctimas han tomado un lugar preponderante y visible, dando
testimonio de cómo el abuso arruinó sus vidas, y están exigiendo justicia. Esto resultó en el
enfoque de “víctimas primero”. A pesar de que el enfoque del trabajo se centra en la iglesia
católica como tal, los principales discursos de la sociedad tienen un rol importante en su
pensamiento y acciones. Por lo tanto vale la pena mirar de cerca su interacción.
Este trabajo adopta un enfoque constructivista, que acepta que la sociedad es tanto una
realidad objetiva como subjetiva. Sostiene que el significado se construye, llevando a una
realidad que se toma por dada. Foucault y Derrida han mostrado convincentemente que el
lenguaje crea el marco en el cual la vida psicológica y social toma forma. Si se considera
psicópata a alguien que ha abusado de un menor, se le da al mismo tiempo un poder a las
autoridades legislativas; la decisión de poner a alguien en una institución psiquiátrica y no
en una prisión se basa en el testimonio de un psiquiatra. De este modo, el lenguaje no sólo
crea significado, sino que todo discurso también lleva a consecuencias prácticas. Se sigue
que los discursos se pueden construir para servir a ciertos propósitos (Gergen 1999, p.42).
Por ejemplo, se puede construir un discurso que se enfoca en acusaciones falsas para no
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tener que pagar compensaciones, lo que lleva a la situación de no creer más a las víctimas y
liberar a los perpetradores.
Dentro de los límites de este texto, revisaré la historia desde inicios del s. XX hasta la
actualidad. Un análisis de algunos de los principales discursos sobre el abuso sexual de
menores revelará tanto el significado que se le otorgó como el propósito y las
consecuencias de tales discursos. Esto dejará en claro que el estatuto de la víctima y del
victimario no es algo fijo sino que cambia con el tiempo. Ser consciente de la evolución
histórica del significado es ser consciente del hecho que las categorías que usamos para las
personas involucradas crean a menudo mucho sufrimiento (Gergen 1999, p.48). Por eso
necesitamos hacernos las preguntas: ¿quién gana?, ¿quién queda dañado?, ¿quién es
silenciado? Este trabajo se basa en el estudio de un amplio número de textos científicos que
describen o investigan, o son expresiones de, los períodos particulares de análisis. El primer
grupo de textos se puede ver en clave histórica, describiendo cómo el abuso sexual se
examinó en un período específico; el segundo grupo incluye investigaciones empíricas
basadas en entrevistas o el análisis de fuentes, tales como periódicos y revistas; mientras
que el tercer grupo se enfoca en la construcción y significado del fenómeno del abuso.
Definiciones
Actualmente, la Organización Mundial de la Salud define al abuso sexual infantil como
“involucrar a un niño en una actividad sexual que él o ella no comprende totalmente, a la
que es incapaz de dar consentimiento informado, o para la cual no está preparado en su
desarrollo o que también viola las leyes o tabús sociales de una sociedad. Los niños pueden
ser abusados sexualmente tanto por adultos como por otros niños que están debido a su
edad o grado de desarrollo en una posición de responsabilidad, confianza o poder sobre la
víctima” (WHO, 2006).
El Diccionario Oxford define a la política como “los principios que se relacionan con o
son inherentes a una esfera o actividad, especialmente cuando conciernen al poder y estatus”
(Oxford Dictionary of English, 3° ed., “Politics”). Usamos el término “política” en este sentido
amplio, o sea en tanto se conecta con relaciones de poder y estatus. Dentro de este
contexto examinaremos en este trabajo los principales discursos sobre el abuso sexual de
menores.
Un discurso expresa significado por medio del lenguaje, lo que a su vez influye en la
identidad y en las prácticas sociales y políticas (Burr, 1995, p.64). Es un modo de hablar
sobre y entender una realidad específica. Sin embargo, para Foucault el discurso no se
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limita al lenguaje, incluye las prácticas (Hall, 2001, p.72). El discurso se relaciona con el
poder, operando por reglas de exclusión. Quienes están en el poder deciden qué se puede
discutir, cuándo y cómo se puede hablar, y “quién gana, quién queda lastimado, quién es
silenciado, qué tradiciones se sostienen, cuáles se socavan” (Gergen, 1999, p.62). En el
análisis del discurso, la preocupación primaria no es si las perspectivas examinadas son
verdad, sino más bien “qué intereses sirven, qué relaciones de poder sostienen” (Miller,
1990, p.118).
La construcción social de la realidad no depende sólo del discurso sino de un entramado
múltiple de discursos simultáneos, cada uno viendo al “mundo” desde cierta perspectiva. Se
puede oponer a los discursos prevalentes o dominantes con contra-discursos. Cuando los
sin voz y oprimidos comienzan a hablar por sí, siempre es político porque sólo quienes han
sido oprimidos pueden formar un contra-discurso, y al hacerlo se resisten al poder opresor
(Moussa y Scapp, 1996, pp.92-93).
¿Dice la verdad o inventa fantasías?
Los europeos comenzaron a prestarle más atención al abuso sexual infantil a fines del s.
XIX, primariamente en Gran Bretaña y Francia. En Francia el descubrimiento surgió de la
investigación en el campo de la medicina forense. Importantes obras publicadas por
Ambroise Tardieu (1867), y Paul Brouardel (1909) presentaron su investigación sobre casos
de ataques indecentes, lo que consideraban una forma de violencia física. Tardieu constató
que tres cuartos de los acusados de violación estaban acusados de violar a niños (Olafson,
Corwin y Summit 1993, p.8). La tradición forense francesa documentó decenas de miles de
casos de abuso sexual y violación.
Se especula que, mientras estudiaba en la morgue de París, Sigmund Freud pudo haber
estado presente cuando Brouardel realizó autopsias sobre víctimas de abuso sexual. Sin
embargo, cuando Freud publicó sus Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Tres ensayos sobre
teoría sexual) en 1905, afir que es más bien excepcional que los niños sean el único
objeto sexual. En su opinión, los niños y niñas sólo tenían ese rol “cuando un individuo
cobarde e impotente se procura semejante subrogado o cuando una pulsión urgente (que
no admite dilación) no puede apropiarse en el momento de un objeto más apropiado”
(Freud, 1910, p.40). Y continúa: Así, el abuso sexual contra los niños se presenta con
inquietante frecuencia en maestros y cuidadores, meramente porque se les ofrecen más
oportunidades para ello” (Freud 1910, p.41). Así, Freud distingue entre causas individuales
(individuo cobarde, impotente) y causas situacionales (no haber objeto propio).
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Inicialmente Freud defendió la idea de que los traumas presentes en mujeres histéricas
adultas eran el resultado de un abuso sexual verdadero (real) en su niñez (Freud, 1998),
pero se retrató de su teoría de seducción en los Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie
(Schusdek, 1996). A partir de ese momento mantuvo su convicción de que las escenas de
seducción narradas por sus pacientes nunca habían tenido lugar, y en cambio eran fantasías
inventadas. Una razón crucial para esto era que no podía creer que el incesto estuviera tan
extendido (Smart, 1999, p.397).
La opinión de que los niños inventan historias, y consecuentemente historias de abuso
sexual, fue revitalizada con la controversia en torno al síndrome de falsa memoria y las
falsas acusaciones de abuso sexual infantil a fines de la década de 1980 (Beckett, 1996).
Mientras que K. Beckett describe la fase anterior a 1980 como caracterizada por grupos
que militaban en contra de la negación colectiva del abuso sexual infantil (Beckett, 1996,
p.69), desde 1985 en adelante aparecieron artículos que opinaban que la mayoría de los
casos de abuso eran acusaciones falsas porque los niños efectivamente mienten y ciertas
preguntas guiadas podrían llevarles a eso (Waller, 1991). La Fundación Síndrome de Falsa
Memoria (FMSF), creada en marzo de 1992, define ese síndrome como una condición en la
cual la gente recuerda cosas que no sucedieron efectivamente. La terapia y la hipnosis se
consideraban responsables de evocar esas memorias (FMSF 2013). La fundación fue
bastante exitosa porque, como dice Bates, lograron influenciar a los medios, “apoyada por
el estatus y autoridad de muchos de los espónsores académicos y profesionales” (Beckett,
1996, p.73).
El perpetrador
Al mismo tiempo que Freud consideraba la histeria como consecuencia del abuso sexual,
los gobiernos comenzaron a considerar un crimen el abuso sexual de niños. En Gran
Bretaña, la edad de consentimiento se elevó de diez a trece años en 1875, y a dieciséis en
1885, y el incesto se criminalizó en 1908 (Olafson, Corwin y Summit, 1993, p.9; Smart,
1999, pp.392394). En Holanda la edad de consentimiento se fijó en dieciséis años en 1886
(Brongersma, 1984, p.81).
La denominación “psicópata sexual”, originada en la obra Psychopathia Sexualis de Krafft-
Ebing, en el capítulo “Sexualidad patológica en sus aspectos legales”, publicada en 1884,
fue de gran influencia en el discurso sobre los perpetradores. Al discutir el abuso sexual de
niños, Krafft-Ebing diferenciaba entre casos psicopatológicos y no patológicos. Los casos
no patológicos eran el resultado de “debilidad moral o impotencia psíquica”, mientras que
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los psicopatológicos eran “debilidades adquiridas” y estaban causados, por ejemplo, por el
alcoholismo o una predisposición degenerada. Además, Krafft-Ebing denominaba a esa
debilidad moral, que consideraba un vicio, como “perversidad” y llamaba a la patología, la
enfermedad, una “perversión” (Angelides, 2005, p.274).
Basada en esa discusión, la ley criminal de Estados Unidos entendía a toda persona que
cometía abuso sexual con menores como un “psicópata” (Freedman, 1987, p.91). El
“psicópata sexual”, como categoría legal, que consideraba al psicópata curable y sólo
peligroso para la sociedad hasta su cura, fue un experimento (Prager, 1982, p.50). Se
internaba a los perpetradores en cuidado psiquiátrico en lugar de la prisión. El estado
seguía basándose en conocimiento médico insuficiente, y a menudo la hospitalización era
“la ruta más corta a la libertad” (Prager, 1982, p.55).
A partir de la década de 1930, crec progresivamente un consenso de que la
denominación “patología sexual” era inadecuada (Freedman, p.987). Se buscaron
descripciones más específicas para diferenciar entre los perpetradores que eran peligrosos
de otros, y aquellos que tenían un desorden mental (Weisberg, 1984, p.30).
Desde la década de 1920 hasta 1960 el abuso sexual desapareció del radar. L. Gordon
argumenta que en los Estados Unidos una declinación en el feminismo condujo a una
reducción en la preocupación por el bienestar infantil (Gordon, 2002). Fue solo en la
década de 1970 que el “psicópata sexual” cambió su denominación por “sex offender”
(ofensor sexual) y “child molester” (abusador infantil), haciendo más visibles a las víctimas.
Resumamos: podemos ver que desde el inicio se han hecho distinciones cuando se
analizaba a los perpetradores en casos de abuso sexual infantil. Freud hablaba de debilidad
e impotencia y sobre aquellos que sufren “impulsos” y se comportan en un modo sexual
desviado. Además apuntaba a la fácil accesibilidad como un factor en el abuso (ej.
maestros). Por su parte, Krafft-Ebing diferencia entre perversidad (un vicio) y perversión
(una enfermedad). Así, no todo abuso ocurre por la misma razón. Sin embargo, si se ve el
modo cómo los medios cubrieron la crisis de abuso en la iglesia católica en la cada de
1980, se reconoce que las distinciones se perdieron y el perfil del sacerdote que comete
abuso sexual se redujo a un tipo único, el sacedote pedófilo, mayoritariamente debido al
cubrimiento mediático que sólo se enfoca en los casos más sensacionales (Jenkins, 1996).
Enmarcando la pedofilia en términos positivos
Los Informes Kinsey, “Comportamiento sexual en el humano masculino” (Sexual Behavior
in the Human Male, 1948) y “Comportamiento sexual en el humano femenino” (Sexual
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Behavior in the Human Female, 1953), influyeron mucho en las ideas sobre el comportamiento
sexual humano. El comportamiento sexual desviado parecía menos excepcional que lo que
se pensaba previamente, lo cual pudo haber tenido un papel en la “revolución sexual de los
´60”, una reacción contra “la represión de la sexualidad” que abogaba por la celebración de
la sexualidad como una parte normal de la vida, no reprimida por familia, sociedad, iglesia
o gobierno. Abrazando el “amor libre” como ideal, muchas personas se involucraron en la
experimentación sexual.
Eso también afectó las actitudes hacia la pedofilia; se puso énfasis en el significado
etimológico del término: amor por un niño. Un grupo de personas defendía la opinión de
que “una relación sexual entre un adulto y un niño” –nótese la diferencia en el discurso no
debía ser siempre considerada abuso. Este grupo trató de influir en la legislación y buscó
disminuir la edad del consentimiento en las relaciones sexuales. En 1979, el diario
norteamericano Gay Community News pidió la derogación de todas las leyes sobre edad de
consentimiento y la libertad de toda forma de expresión sexual (Angelides, 2005, p.281).
El lobby a favor de la disminución asumía que la sexualidad es una forma de
comportamiento social, por lo cual no puede hacerse una diferencia intrínseca o esencial
entre el comportamiento normal o anormal. En este paradigma sólo hay comportamiento
que se conforma o no se conforma a las reglas sociales, ya que el comportamiento sexual
está afectado por las reglas sociales (Ghijs, Cohen-Kettenis y Vanderschoot, 1994).
Entonces, la moralidad de un acto se determina por el hecho de que la relación en cuestión
es concretamente una relación sujeto-sujeto y no por el hecho de que la sociedad reconozca
una forma particular de relación. Las amenazas de violencia, la tentación por el halago o el
dinero y bienes, las diferencias considerables en el estatus social y el engaño sexual,
transforman una relación en una relación con un objeto. Como resultado, según esta visión,
la pedofilia no es siempre abuso sexual infantil (Van Naerssen, 1989). Además, basados en
las intuiciones de Freud, defendían el punto de vista de que los niños eran seres sexuados, y
al hacerlo desafiaban la noción de niñez inocente.
Dentro de este contexto, el término perversidad o patología no tiene ningún significado
científico y sólo se refiere al conflicto social. La asistencia consiste en eliminar los efectos
de la estigmatización social, para que una persona pueda experimentar sus preferencias
sexuales. Las consecuencias negativas, si existen, no son el resultado de las relaciones
sexuales entre adultos y niños, sino que se deben a las reacciones negativas del entorno.
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19701980: el encuadre feminista, una reinterpretación influyente
Las décadas de 1970 y 1980 se caracterizan por el encuadre feminista. El abuso sexual
infantil llegó al escrutinio público a partir del síndrome del niño maltratado (“Battered
Child Syndrome”), puesto en agenda por los radiólogos pediátricos. La publicación de un
trabajo influyente de C. H. Kempe et al en 1962 hizo patente que el abuso de niños era
mucho más común de lo que se creía previamente (Whittier, 2009, p.21). Un enfoque
renovado sobre el incesto y el abuso sexual infantil surgió particularmente del movimiento
de derechos de las mujeres y su defensa de las víctimas/sobrevivientes adultas de violación
(Grondin, 2011) y de otros ataques sexuales y físicos.
Dentro del encuadre feminista, el incesto se veía como una práctica que concretaba el
control masculino sobre la sexualidad de las mujeres (Scott, 2001). Los temas de niñez
fueron considerados como cuestiones de mujeres, y ambos fueron puestos bajo el paraguas
del feminismo. Los grupos feministas contradijeron las comprensiones históricas del abuso
sexual infantil como actos infrecuentes perpetrados por desviados sexuales. Argumentaron
que la violencia sexual era una indicación sintomática de las actitudes sociales patriarcales
hacia las mujeres y niños, y de la distribución desigual del poder. Estos grupos trataron de
incrementar la atención e incrementar la comprensión de la violencia sexual, eran
abiertamente críticos de las respuestas del gobierno y del sistema de justicia criminal a las
víctimas de la violencia, y confrontaban las definiciones legales que no integraban los actos
no-penetrativos (Angelides, 2004, p.141).
Dentro del encuadre feminista, el abuso sexual infantil devino un problema endémico a
las familias nucleares patriarcales, y por lo tanto muy extendido (Scott, 2001, p.352). Las
feministas pusieron muchas esperanzas en los medios de comunicación, y efectivamente
recibieron mucha atención pública. Pero los medios abandonaron el argumento político y
mostraron el abuso como “un problema médico o criminal en lugar de un problema
político” (Whittier, 2009, p.9).
A pesar que la sociedad tenía dificultades en aceptar que el abuso de niños tenía causas
sistémicas, el argumento feminista de que el abuso sexual es también un abuso de poder se
volvió una intuición aceptada hasta hoy; sin embargo, en lugar de quedar ligada a la
estructura social como tal, o a las familias patriarcalmente estructuradas, quedó conectada a
características individuales o a familias disfuncionales (Scott, 1995). Este cambio
hermenéutico también quedó reflejado en las prácticas legales de los Estados Unidos. Los
psiquiatras tuvieron que ceder su lugar a los psicólogos y trabajadores sociales que
acompañaban a la familia como un todo.
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La construcción feminista del abuso sexual infantil sugería lo siguiente: el perpetrador es
varón y la víctima femenina; él no es un extraño sino alguien en quien confiaba; el niño es
inocente, en contraposición a los análisis libertarios de la sexualidad infantil; el abuso no es
algo raro sino extendido; los actos no-penetrativos deben ser considerados abusivos; y la
interpretación individual etiológica debe ser reemplazada por causas sistémicas.
De seducción a víctima y sobrevivientes
En los siglos XIX y XX, dos discursos opuestos circularon simultáneamente. El primero
subrayaba la inocencia y pureza de un niño, entendiendo por eso la desexualización. De
acuerdo al segundo, el niño era malo (pecaminoso), inclinado al mal, y requería de una dura
educación; así, un niño podía también seducir a un adulto, que caía víctima de los engaños
del niño (Whittier, 2009, p.5).
El descubrimiento de Freud de la sexualidad infantil llevó a la opinión de que el sexo
entre adultos y niños debía de ser buscado por los últimos y que los niños son
concretamente los seductores más que los seducidos. Un importante estudio de víctimas de
abuso infantil, del cual el 80% eran mujeres, en la Clínica Langley Porter (California),
describía “la mayoría de las víctimas como „seductoras‟, „coqueteadoras‟ y sexualmente
precoces” y afirmaba que “en casi cinco sextos de los casos” la víctima infantil era “parte
participante en el acto sexual” (Weiss et al., 1955). En ese marco interpretativo, el abuso
sexual se definió como problema de la percepción de la víctima (Conte, 1994, p.226).
Las feministas insistieron en que el niño o la niña no es un partícipe voluntario, sino
inocente. El término “víctima” se usó para dejar claro que el niño o niña abusado,
dominado por su victimario, no tiene culpa. Las feministas estaban mayormente interesadas
en las víctimas femeninas, lo que llevó a un marco interpretativo binario de los varones
como abusadores y las mujeres/niñas como víctimas. La díada víctima/victimario fortalece
la “política de purificación”, en la cual la santidad del niño se refuerza así como la
profanidad del victimario, el varón, el pedófilo. Sólo más tarde, cuando se investigó el
abuso sexual clerical, en el cual la mayoría de las víctimas son varones, quedó claro que ese
discurso de género era incorrecto (McAlinden, 2014, p.184), o al menos que necesita ser
más matizado. La díada víctima/victimario también fue sometida a escrutinio cuando la
investigación indicó que una víctima podía volverse victimario (McAlinden, 2014, p.186).
Las víctimas deben responder a ciertas normas para ser reconocidos como víctimas, y
las cualidades de debilidad, respetabilidad e irreprochabilidad son parte de eso. Aducir ser
víctima lleva a menudo a una evaluación del comportamiento de la víctima antes, durante y
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después de la victimización. Ella o él debe probar que se adecua a la imagen de víctima
“ideal”. Muchos han visto esto como una segunda victimización (Dunn, 2010, p.161).
Pero las características de debilidad, pasividad y no-responsabilidad, no entran bien en
una cultura occidental que celebra la fuerza y la responsabilidad. Fue ahí que emergió el
término sobreviviente. Dunn sugiere que sería más fácil para las personas identificarse con
este término.
Como signo de su agencia, los sobrevivientes hablaron por mismos. Testificaron en
televisión, en periódicos y conferencias. Escribieron libros en su propio nombre o junto a
otras víctimas, y fueron considerados como personas con una pericia que no podía ser
reemplazada con el estudio o con cualquier otra experiencia. Algunos incluso afirmaron
que por esa razón eran los únicos que tenían el derecho de hablar.
El abuso sexual clerical en la iglesia católica y la teología práctica
Aunque hubo algunos casos previos, el caso en 1984 del padre Gilbert Gauthe
2
en
Louisiana y el encubrimiento subsecuente por parte del obispo Gerard Frey es usualmente
considerado el punto de partida del escándalo contemporáneo del abuso sexual infantil. En
los siguientes párrafos quisiera enfocarme en los discursos dentro de la iglesia católica y las
tareas resultantes para los teólogos prácticos.
1. Perpetradores: del pecado a la patología
Por muchos siglos, la iglesia católica se enfocó en los perpetradores, los pecadores y la
posibilidad de perdón. La prioridad dada al perpetrador se enraizaba en una teología de la
cruz que se concentra casi exclusivamente en la teología de la expiación, que afirma que
Jesús posibilitó el perdón de los pecados por su sufrimiento. En los Estados Unidos, al
inicio de la crisis, el perpetrador era considerado un pecador (Demasure y Maisha, 2015).
Dentro de este marco interpretativo, la decisión de abusar a alguien dependía de un acto de
la voluntad. La solución era la confesión, la conversión, la penitencia, la absolución y el
perdón. Debido al secreto de confesión el abuso permanecía secreto. No se tomó ninguna
medida capaz de solucionar el problema, y los obispos que sabían del abuso elegían la
corrección fraterna o una aproximación pastoral (Doyle, 2006; Geary, 2011, p.84; Jones,
2015, p.244). T.W. Jones argumenta que los Códigos de Derecho Canónico de 1917 y 1983
proveían medidas para castigar a los clérigos que tenían relaciones sexuales con menores de
2
“El p. Gauthe había sido de hecho denunciado ante el obispo varias veces desde 1972, y pronto se descubrió
que había abusado de decenas de niños, todos varones y prepúberes con la única excepción de una niña
pequeña. Al final se declaró culpable de 39 casos”. Disponible en
http://www.awrsipe.com/Doyle/pdf_files/2010-10-12-Manual-History.pdf
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dieciséis años (2015, p.245). El Papa Benedicto XVI era de la misma opinión, escribiendo
en su carta pastoral de 2010 a los católicos de Irlanda que “una preocupación desubicada
por la reputación de la iglesia y por evitar el escándalo, [resultó] en una falla en la aplicación
de las penas canónicas existentes cuando eran necesarias” (Benedicto, 2010). Pero se ha
cuestionado el grado hasta el cual la ley podría haber sido de ayuda, debido a los breves
estatutos de limitaciones (cinco años) y los altos estándares de prueba e imputabilidad.
Como se ha mostrado más arriba, la investigación científica empírica sobre la pedofilia y
el abuso sexual infantil es bastante reciente. Por lo tanto, antes de la década de 1980 los
obispos podrían excusarse por no haber tomado las decisiones correctas al dar múltiples
posibilidades a quienes cometían el abuso sexual, por considerarlo un pecado comparable al
adulterio. Esto condujo a una política de reubicación geográfica por la cual los clérigos
abusadores eran enviados a otras parroquias. Mientras tanto, Th. Doyle, M. Peterson y R.
Mouton trabajaban en un documento con el título “El problema del abuso sexual en los
clérigos católicos: enfrentando el problema de un modo abarcativo y responsable” (The
Problem of Sexual Molestation by Roman Catholic Clergy: Meeting the Problem in a
Comprehensive and Responsible Manner), usualmente denominado el “Manual” (Doyle,
2010), para informar a los obispos norteamericanos sobre la real situación problemática del
abuso sexual de menores por parte de miembros del clero. La versión final del “Manual” se
completó el 14 de mayo de 1985. O sea que desde 1985 ya había disponible información
adecuada.
A fines de la década de 1970 y al principio de la de 1980, con los medios de
comunicación enfocados en el abuso sexual clerical, los sacerdotes abusadores también
fueron caracterizados como pedófilos, o sea como hombres que sufrían de una patología,
que necesitaban cuidado y no castigo. Se puede cuestionar hasta qué límite una persona es
responsable por sus acciones, pero un punto más importante es por qué la
individualización por medio del comportamiento desviado excluye las preguntas sistémicas.
En la década de 1990, un nuevo discurso que veía las causas sistémicas dentro del
ámbito cultural se volvió dominante (Terry, 2015). En 1993, en Denver, Juan Pablo II
mencionó los “pecados” de los miembros del clero y culpó a la cultura (norteamericana)
porque ya no reconocía la verdad, lo que consecuentemente llevaba a la decadencia moral
(Doyle, 2006, pp.200201).
Pero pronto se volvió claro que el abuso sexual infantil era un problema global: Irlanda
(1994) fue el primer país europeo que sufrió la crisis de abuso sexual infantil. En 2010 le
siguieron varios otros países europeos, como Alemania, Holanda, Bélgica y Austria. El
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magisterio reaccionó readaptando la ley canónica, lo que llevó a una política que apuntaba a
prevenir el abuso sexual infantil y el encubrimiento.
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Según la información que poseo, han sido pocos los artículos escritos por teólogos
prácticos sobre miembros del clero que han abusado a otros (Geary, 2006, 2011; Demasure
y Joulain, 2016). Sin embargo, muchos pastores deben lidiar con perpetradores en prisiones
e instituciones psiquiátricas, por lo que queda mucho trabajo por hacer.
2. Víctimas y sobreviviente
También se volvió dominante el lenguaje psicológico cuando se habla sobre la víctima: él o
ella sufre un trauma. La terapia asegura confidencialidad, pero al mismo tiempo corre el
riesgo de reforzar el silencio y la estigmatización. Más aún, corre el riesgo de reforzar la
opinión de que el abuso es una cuestión meramente personal, manteniendo aislada a la
víctima. No contribuye al cambio social.
El cuidado pastoral de las víctimas está profundamente enraizado en un modelo
terapéutico o hermenéutico, enfocándose principalmente en el individuo, pero si queremos
tener en cuenta la dimensión socio-política, deberíamos optar por un modelo diferente. L.
Bridgers (2001) y J. Pais (1991) examinaron el acompañamiento pastoral desde la
perspectiva de la teología de la liberación, que podría ser mejor para los casos de abuso
sexual. En su artículo “La vida resucitada: hacia una teología de la liberación para los
traumatizados”, Bridgers argumenta que aunque la opresión y la experiencia traumática no
pueden confundirse en una sola cosa, son “compañeros extremadamente cercanos”
(Bridgers, 2001, p.64). Ambos victimizan a quienes no tienen poder y en ambos casos la
policía y el sistema de justicia habitualmente no responden de modo adecuado. Incluso
cuando la opresión no se considere la causa del abuso (en contraposición al análisis
feminista), en muchas situaciones la opresión ciertamente es un problema después de que el
abuso tuvo lugar. Las víctimas son forzadas a quedarse calladas y a no denunciar el abuso.
Después de revelar, las víctimas pueden recibir dinero con la condición de que se queden
calladas. Si la opresión puede definirse como una pérdida de la voz, entonces ciertamente
las víctimas del abuso están oprimidas.
Durante el acompañamiento pastoral, los sobrevivientes expresan sus dificultades con
las imágenes tradicionales de Dios, como Dios Padre o Dios Todopoderoso (Pais, 1991;
Flaherty, 1992; Nadeau, 2012). En la teología de la liberación, Dios está del lado del
3
Sacramentorum Sanctitatis Tutela (2001). Delitos graves reservados a la Congregación de la Doctrina de la Fe.
Carta Apostólica, Motu Proprio, por el Papa Juan Pablo II, revisada en 2010 por el papa Benedicto.
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oprimido. Pais quiere que los teólogos produzcan una teología que respete al niño o niña.
Dios vino a nosotros como niño. Si la desventaja y la debilidad no serán nunca superadas,
deben ser respetadas y abrazadas. El niño o niña es Cristo, y quien abusa de un niño o niña
abusa de Cristo. Como argumenta E. Borgman, el abuso sexual infantil es el continuo
sufrimiento de Cristo (Borgman, 2011, p.15). Sugiero que se integren estas intuiciones en la
catequesis, la liturgia y el cuidado pastoral.
Más aun, la teología de la expiación ha sido criticada, porque a menudo mantiene una
espiritualidad del martirio y del sacrificio, que permite que el abuso continúe (Brock y
Parker, 2001). Estas intuiciones tienen consecuencias para la catequesis, por ej. la muerte de
Cristo en la Cruz no debería explicarse solamente en términos del perdón de los pecados,
porque son las víctimas aquellas contra quienes se ha pecado (Coulter, 2001).
También se necesita prestar atención al estudio de los sacramentos. Las víctimas
reprueban el hecho de que los perpetradores pueden recurrir al sacramento de la confesión,
mientras que ellas fueron dejadas atrás. Podríamos considerar si la unción de los enfermos
sería de ayuda en esta cuestión. También es importante usar la hermenéutica de la sospecha
respecto de la exégesis y los textos usados en la liturgia, por ej. a qué textos bíblicos se les
presta atención en la liturgia y cuáles quedan afuera. Las interpretaciones prevalecientes
podrían haber excluido pasajes importantes.
3. ¿Y qué pasa con las causas sistémicas?
En su análisis crítico de la crisis de abuso sexual, M. Keenan se enfoca en la estructura
organizativa de la iglesia católica. Ella considera la estructura jerárquica como una causa
principal de la crisis de abuso. Esta estructura tiene consecuencias para la rendición de
cuentas, que se organiza de abajo hacia arriba, llevando fácilmente a una cultura en la cual la
organización como tal queda protegida mientras que las víctimas del abuso son descuidadas
(Keenan, 2012, pp.2453).
El clericalismo ha sido señalado como otro factor que permite el abuso sexual infantil.
Se debe distinguir el clericalismo de la cultura clerical, que es una subcultura y no
necesariamente negativa. Doyle describe el clericalismo como “fundado en la creencia
errónea de que los clérigos constituyen un grupo de elite y, por sus poderes como ministros
sacramentales, que son superiores a los laicos” (Doyle, 2006, p.190). Keenan define el
clericalismo como “la situación en la cual los sacerdotes viven en un mundo hermético
separado y por encima de los miembros no ordenados de la iglesia católica” (Keenan, 2012,
p.42). Un elemento importante en estas definiciones es el diferencial de poder. K. Seasoltz
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argumenta que las enseñanzas del Vaticano II trajeron cambios importantes, pero que
incluso a los sacerdotes recientemente ordenados les es difícil aceptarlos teológicamente y
también prácticamente, y continúan adoptando el modo de vida anterior (Seasoltz, 2010,
p.141).
La admisión a los seminarios y la formación también se consideran una causa sistémica
de abuso. En el Sínodo de Obispos de 1970 en el Vaticano, los doctores C. Baars y A.
Terruwe presentaron un trabajo basado en sus cuarenta años de práctica psiquiátrica.
Encontraron que de 60% a 70% de los sacerdotes sufrían de inmadurez emocional (Baars
and Terruwe, 1970, p.3). Esto coincide con el estudio de E. Kennedy, encomendado por la
Conferencia Nacional de los Obispos Católicos de los Estados Unidos.
Él llegó a la conclusión de que el 7% de los sacerdotes norteamericanos están
psicológicamente y emocionalmente desarrollados, 18% están en desarrollo, 66% están
subdesarrollados y 8 % están mal desarrollados (Kennedy, 1972, p.11). Estos números son
importantes, ya que se ha sugerido que la inmadurez emocional es un factor central en la
etiología del abuso sexual de menores.
Conclusión
El discurso más influyente que circula en la sociedad también dominó el discurso de la
iglesia católica. Todos los sacerdotes que abusaron fueron retratados como pedófilos,
implicando que sufrían de una patología. En el ámbito público, no hubo espacio para un
discurso con más variables, que reconociera la complejidad del fenómeno del abuso sexual.
Además, incluso aceptando que el abuso sexual infantil era un crimen, la influencia del
discurso psiquiátrico siguió siendo poderosa.
Sin embargo, con respecto al abuso clerical en la iglesia, se pueden identificar dos
discursos distintos. En el primero, se considera al pecado como causa del abuso,
reduciéndolo a una cuestión de la voluntad. El segundo discurso restringe el abuso sexual
infantil al contexto norteamericano, sugiriendo que la decadencia moral ha contaminado al
clero de esa región.
Dentro de la iglesia católica, el discurso sobre víctimas/sobrevivientes también siguió en
sus grandes líneas la actitud social: inicialmente, ese discurso se evitaba, y el silencio se
impuso para evitar el escándalo. Cuando las víctimas/sobrevivientes finalmente fueron
escuchadas y se les creyó, el discurso psicológico se hizo dominante, tal como el trastorno
de estrés postraumático, y la necesidad de que las víctimas reciban terapia, lo que dejó de
lado a los factores sistémicos.
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Para concluir, dada la prevalencia del abuso sexual infantil (1 de cada 5 niñas, 1 de cada
13 niños), sugiero que en la formación de teólogos prácticos, el abuso sexual infantil
debería ser abordado tanto como cuestión individual como cuestión sistémica. Espero que
no sólo el cuidado, sino también la prevención, sean parte de la formación. Esto
ciertamente ayudaría a hacer del mundo un lugar más seguro para los niños.
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