Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 111
es difícil dimensionar con palabras”. Con esta solicitud de perdón se quiere demostrar la
convicción “de condenar toda situación de abuso, de orden sexual, de consciencia o de
poder”, sabiendo que ningún gesto será suficiente para superar el daño causado
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.
Pero una petición de perdón que quedara sólo en palabras y no se expresara en acciones
concretas nunca sería creíble. Por eso, la propuesta del punto VI: Reparación o restitución, en
la que se da cuenta de algunos gestos ya realizados y otros a realizar. Se destaca la escucha
de las víctimas, la creación del Centro de Prevención de Abusos Sexuales y Reparación de
la Compañía de Jesús
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, el ofrecer y hacerse cargo de procesos psicológicos para ayudar a
integrar estas experiencias traumáticas, incluyendo las responsabilidades económicas de los
tratamientos terapéuticos, ampliar espacios de diálogo con las víctimas para definir las
medidas reparatorias más adecuadas, como también con las comunidades eclesiales,
educativas o laborales que se vieron afectadas. Entiendo especialmente significativo que se
propongan “una revisión profunda de las estructuras de gobierno y pastorales de nuestra
congregación”, lo que supone reconocer algo sistémico en esos abusos. Para esta revisión
asumen la necesidad de apoyarse en profesionales competentes.
Por último, en VII. Conclusión, cuando el provincial chileno afirma “Debemos aceptar el
descrédito y trabajar con hechos concretos para recuperar la confianza”, es importantísimo
que diga que lo vivido como Congregación les “ha enseñado a poner primero la mirada en
quienes han sido víctimas de abuso”, porque cuando se hacen este tipo de investigaciones
siempre existe la tentación de querer salvar el buen nombre de la institución
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y olvidarse de
las víctimas. Ahora bien, en esto es fundamental cuidar que los procesos que se impulsan
no re-victimicen a quienes sufrieron esos abusos si no, muy por el contrario, que las/os
empoderen de alguna manera para poder enfrentar esas experiencias tan traumáticas, y
poder superarlas en la medida de lo posible.
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A propósito de lo que supone este daño, basta recordar lo que afirma Marcela Aranda: “Me siento con la
responsabilidad de decir que fui yo quien hizo esa denuncia, que la gente perciba la devastación que hay en quien ha
sufrido estos abusos, con nombre y rostro concreto. Que vean las huellas del dolor […] Soy parte de la Iglesia y responsable
por ella también. Soy profesora de Teología y sigo siendo católica con todas las dudas que me han invadido,
las faltas de confianza, la rabia. Obviamente que estos hechos me cuestionan mucho la fe y la confianza. El
abuso no destruye una parte de uno, te destruye entero, incluida la fe”. En “Me mueve buscar verdad y justicia”, (ya
citado). “Fueron ocho años de martirios y sufrimiento. Me fue despedazando palmo a palmo hasta que no
quedara nada de mí […] Uno va perdiendo humanidad, a una víctima la van destruyendo de a poco en su
voluntad. Eso es importante que la gente capte, que no te destruye ciertas cosas, te destruye totalmente” (El
Desconcierto, 29 de abril de 2019).
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Liderado por dos mujeres, la abogada María de los Ángeles Solar –que acompañó al Provincial Cristián del
Campo en la presentación del Informe– y por la psicóloga Francisca Salinas.
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Es para hacer notar que más de una vez del Campo se refirió a que “esta verdad que compartimos con
ustedes nos llena de vergüenza”, lo que permite suponer la existencia de una (auto)imagen –sacerdotal,
institucional como Congregación– que ha quedado profundamente cuestionada y dañada.