Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 104
esta dura verdad gracias a la valentía de todas las personas que estuvieron dispuestas a
compartir sus dolorosas y traumáticas experiencias de abuso, en particular, de la Sra.
Marcela Aranda, quien presentó la primera denuncia en enero pasado. Quiero aprovechar
de agradecer el profesionalismo y diligencia del Servicio de Escucha de la Conferencia
Episcopal de Chile, que fue la primera instancia que acogió el testimonio de la Sra. Marcela
Aranda. Asimismo, agradecezco el trabajo serio y acusioso del Sr. Waldo Bown y su equipo.
Quiero, en nombre de la Compañía de Jesús en Chile, pedirles perdón a las víctimas de
abuso sexual en este caso y en los otros cometidos por jesuitas. El daño infringido ha sido
enorme y, en muchos casos, tan grande que es difícil de dimensionar con palabras. Para
ustedes, este abuso significó sufrimientos personales, familiares y laborales, han
experimentado que su palabra no era creíble y han cargado con una herida abierta en
soledad, Pedir perdón no obliga de ninguna manera a las víctimas a perdonar, pero como
Compañía de Jesús queremos reconocer el daño que hemos hecho y que ustedes han
sufrido tan profundamente. Deseamos tener la ocasión de expresarles personalmente
nuestra petición de perdón en los próximos días.
Como Compañía de Jesús, no solo en este caso sino también en otros casos de abusos,
fallamos en reaccionar con decisión, diligencia y eficacia ante las noticias, informaciones o
señales preocupantes. Esta inacción permitió que se llevaran a cabo abusos de gravedad sin
impedir que el comportamiento abusivo continuara. Pedimos perdón porque no actuamos
con la prontitud y seriedad que se requería, con una mirada puesta en quienes estaban
sufriendo en silencio. En el caso de Renato Poblete Barth, el aparente éxito de su labor
apostólica obnubiló nuestra capacidad de supervisar su rutina cotidiana y controlar
debidamente su manejo de dineros. El poder del dinero, sumado al poder que ya tenía por
su prestigio público y su calidad de sacerdote, fue lo que permitió que el acusado tuviera
diversas posibilidades de utilizar ese poder para abusar de mujeres.
También deseo pedir perdón a nuestros colaboradores, familiares y amigos, así como a
todo el pueblo de Dios que conforma nuestra Iglesia, por el daño, el dolor y la desilusión
que provoca conocer situaciones tan graves de abuso cometidas por miembros de la
Compañía de Jesús, y por nuestras responsabilidades como congregación religiosa en no
detectar y detener estos abusos a tiempo.
Este perdón va acompañado de nuestra convicción como Compañía de Jesús de
condenar toda situación de abuso, de orden sexual, de consciencia o de poder. Aunque
suene gastado y muchas veces dicho, creo que nunca será suficiente: nos avergüenza y nos
desgarra saber que hay personas a las que hemos dañado. Esto contraviene lo fundamental