Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 35
Revista Pelícano
Vol. 5.
El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2019 Córdoba
María Cecilia Johnson
Licenciada en Trabajo Social y doctora en
Estudios de Género por la Universidad
Nacional de Córdoba. Becaria
Posdoctoral CONICET en el CIECS-
CONICET-UNC (Centro de
Investigaciones y Estudios sobre Cultura y
Sociedad) Docente en la Universidad
Nacional de Córdoba, en la Licenciatura
en Trabajo Social.
DOI:
https://doi.org/10.22529/p.2019.5.03
“Poner el cuerpo”: desigualdades de
género en la experiencia de usuarias
con Técnicas de Reproducción
Asistida
Poner el cuerpo: Gender
Inequalities in The Experience of
Assisted Reproduction Techniques
Users
Resumen
Desde un análisis teórico-empírico este
trabajo de investigación se propone
comprender las maneras en que el poder
biomédico se hace cuerpo en las
experiencias de mujeres usuarias de
Técnicas de Reproducción Humana
Asistida (TRHA). Las TRHA abren
alternativas reproductivas pero al mismo
tiempo suponen crecientes procesos de
patologización y medicalización de la
reproducción de las mujeres.
Desde un enfoque biográfico,
mediante entrevistas realizadas a mujeres
usuarias de la ciudad de Córdoba, este
artículo explora las diferentes formas en
que el poder biomédico opera en los
cuerpos de las usuarias, partiendo de los
sentidos subjetivos de la experiencia con
TRHA. La fragmentación, la alienación,
la maleabilidad y la performatividad del
cuerpo resultan vivencias que forman
parte de la experiencia subjetiva con las
TRHA. Así mismo el género aparece
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como una categoría central que da cuenta de las desigualdades en el tratamiento.
Palabras clave: Reproducción asistida, género, biografías, medicalización.
Abstract
From a theoretical-empirical analysis, this research seeks to understand the ways the
biomedical power is embodied in the experiences of women using Assisted Reproduction
Techniques (ART). The ARTs brings reproductive alternatives but at the same time they
involve increasing processes of pathologization and medicalization of the reproduction of
women.
From a biographical approach, through interviews with female users of Córdoba city,
and analyzing the corporal and subjective senses of the experience with ARTs, this article
explores the different ways the biomedical power relationships are implicated in the
biographical experiences of users. The fragmentation, alienation, malleability and the
performativity of the body are part of the subjective experience with the ART. In addition,
gender appears as a central category showing the inequalities during the treatment.
Key words: Assisted Reproduction, Gender, Biographies, Medicalization
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Introducción
La dimensión corporal es una dimensión ineludible cuando se estudia a nivel subjetivo la
experiencia de las personas usuarias de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida
(TRHA). Algunos sectores del feminismo las han analizado como nuevas formas en que se
reinscribe el control sobre cuerpo de las mujeres y desde la biopolítica se ha señalado cómo
la tecnología produce nuevos mandatos y responsabilidades en las personas usuarias:
cuerpo, poder y tecnología aparecen como nociones entramadas cuando se estudia las
TRHA.
Desde una investigación doctoral en estudios de género, centrada en las experiencias
biográficas de mujeres usuarias de las TRHA en la Provincia de Córdoba (Argentina), este
artículo analiza las experiencias corporales de las usuarias en el marco de su itinerario
biomédico, analizando diversas formas en que estas vivencias dan cuenta de desigualdades
reproductivas en clave de género.
Se parte de entender que las TRHA forman parte de las prácticas de control de la
reproducción de la población, donde las tecnologías reproductivas y no reproductivas,
constituyen una parte relevante de la gobernabilidad reproductiva de una sociedad
(Morgan, 2019). Así también otros autores las enmarcan dentro del análisis de las llamadas
sociedades de riesgo (Beck, 1992), de la medicina de la vigilancia o de la medicina del
control (Armstrong, 1995) entendiendo que estos modelos han estado presente en el
desarrollo de estas prácticas biomédicas.
Si se analiza el concepto de infertilidad, se puede advertir cómo éste se inscribe desde el
lugar de riesgo, entendiendo a la reproducción desde una mirada patologizante (Rapp,
2001). De esta manera la definición de infertilidad propuesta por la OMS supone en el
marco de una relación heterosexual la ausencia de un embarazo en el período de doce
meses. Desde esta definición se puede advertir cómo las TRHA forman parte de la
medicina del control, cuya lógica no reside en identificar salud como normalidad y
enfermedad como patológico, sino en la vivencia de un constante estado de riesgo que
precisa ser controlado (Armstrong, 1995). Este riesgo se traduce para las mujeres en el
riesgo de su reproducción, aún cuando no existe un diagnóstico efectivo de infertilidad.
Así también el feminismo, en sus diferentes corrientes, ha señalado un conjunto de
desigualdades de género respecto al campo científico y biomédico: las nuevas formas de
apropiación de la naturaleza y las nuevas formas de control de la sociedad (Franklin, 2009;
D. J. Haraway, 1999). Sarah Franklin (2006) identifica en el campo de las TRHA, atravesada
por las lógicas de “éxito” y “control de calidad”. Una de las maneras en que se controla la
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calidad en las THRA, es mediante las llamadas “habitaciones limpias” como nuevos
espacios estériles, así también en los protocolos y control de las acciones de los
profesionales que acreditan las clínicas, como en las diversas formas de estabilización de lo
biológico que aseguran la calidad de esta reproducción “artificial” (Franklin, 2006).
Asegurar este control supone así mismo prestar atención a un conjunto de prácticas que las
personas usuarias llevan a cabo en el marco de esta lógica, donde los cuerpos gestantes,
particularmente las cis mujeres, son demandadas por una gestión responsable de su
reproducción.
En este marco de relaciones de poder, algunas autoras feministas se han preguntado por
los efectos de las tecnologías biomédicas sobre las subjetividades y los cuerpos de las
mujeres (Salem, 1997). En este sentido, un claro efecto de estas formas de gestión y control
tienen que ver con la manera en que las TRHA contribuyen a la responsabilización de las
mujeres sobre la ausencia de descendencia. Una de las principales denuncias del feminismo
radical, entiende en esta línea que las TRHA se han desarrollado y aplicado sobre los
cuerpos de las mujeres, aún cuando se trata de la infertilidad masculina (Raymond, 1994).
Así mismo, desde el psicoanálisis se ha cuestionado a las TRHA por la relación
dialéctica entre la infertilidad y la medicina como recurso para atender esta necesidad.
Como señalan Chatel & Cohen (2004):
¿las técnicas se desarrollaron para responder al mal que constituye una infecundidad que
ya estaba presente pero que era silenciosamente ignorada o estaba falta de atenciones, o
bien se desarrolló el mal para responder a la atracción de los desarrollos de la técnica?
(p.193).
De esta manera, lo que las autoras señalan es la creación de una necesidad, donde los
avances de la medicina inducen la demanda de un bebé y las respuestas que propone la
medicina se vinculan a la patologización de la ausencia de un/a hijo/a cuando la persona
así lo desea.
Sobre esta misma línea, Mariana Viera Cherro (2015) señala que las formas de
resolución disponibles también se vinculan a ciertas concepciones sociales y culturales
sobre la ausencia de hijos como problema, y sobre cómo es socialmente legítimo y deseable
resolverla, donde se privilegia el vínculo biológico (p.351).
De alguna manera estas diferentes autoras coinciden en que la manera en que se plantea
esta respuesta médica conforma cierta demanda, es decir, que la ausencia de descendencia
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biológica sea un problema, da cuenta de la mutua imbricación entre la ideología y la
tecnología, entendida entonces como tecnología de género (De Lauretis, 1989).
Otro punto a indicar como forma de control, se vincula a lo que comenzó a presentarse
como modelo de una “buena gestión del cuerpo reproductivo”. Ello se relaciona a los
estudios de la biopolítica en los cuales la responsabilización
1
de los sujetos por la
reproducción constituye una de las maneras en la que opera el biopoder, como plantea
Michael Foucault [1976] (2002).
Así también se entiende que este control reproductivo, no constituye un poder externo,
sino que también forma parte de las subjetividades de las usuarias. Si bien la autogestión de
su cuerpo permite a las mujeres una sensación de control sobre su propia reproducción
(Denny, 1994), también se traduce en ideas negativas para quien no asume esta gestión de
forma responsable, siendo de este modo vistas como ciudadanas biológicas pasivas (Rose,
2007). De alguna manera aparece como una nueva virtud que una mujer que se
responsabiliza de su fertilidad haga todo lo que esté a su alcance para agenciar su
reproducción, como es el uso de la tecnología disponible. A la vez que esta oferta amplía
las opciones reproductivas, su existencia supone que las mujeres que decidan no utilizarlas
estén decidiendo no ser madres (Gual, 2011, p.272). Y para aquellas que deciden ser
madres, supone que deben hacerlo de forma responsable, siendo buenas gestoras de su
reproducción aún cuando los problemas de fertilidad sean de la pareja.
Esta autogestión reproductiva, aparece como una “nueva virtud” e implica que las
mujeres sean agentes activos en su reproducción. Cuando ello es puesto en evidencia, es
posible analizar las desigualdades en clave de género sobre esta responsabilización. En este
sentido, Mariana Viera Cherro (2015) cuestiona la manera en que el cuerpo femenino es el
que carga con la mayoría de los costos de las intervenciones biotecnológicas para lograr el
hijo biológicamente vinculado” (p.364). De esta manera, se cuestiona cómo el desarrollo
biotecnológico supone la intervención del cuerpo femenino por sobre el masculino, ya sea
como usuarias, donantes o gestantes.
Estos desarrollos críticos reactualizan algunos debates en relación a las formas en que
circula el poder en el campo biomédico. Reformulando el planteo de Foucault, es posible
pensar que el poder ya no funciona como un panóptico externo, sino que estas formas de
control operan a nivel molecular, plasmándose en el conjunto de procedimientos,
1
Hace referencia al término “accountability” de lengua inglesa, y se distingue de la idea de responsabilidad,
porque señala la voluntad propia del sujeto de rendir cuentas a otro por sus acciones.
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protocolos, acreditaciones de los centros que controlan los centros, los embriones y fetos y
a las personas usuarias para asegurarse de una reproducción eficiente
2
.
Así mismo, Paul Preciado (2008) propone otra manera de pensar nuevas dimensiones
del papel “activo” de los sujetos en relación con las tecnologías reproductivas señalando
que el poder como “tecnopoder” opera al nivel molecular, en las subjetividades y deseos.
Así mismo su planteo permite pensar al cuerpo desde su maleabilidad, donde la
hormonización y la autoadministración de la testosterona, sondan cuenta de que los sujetos
se introducen de forma deliberada, y hasta puede ser apropiado. El poder biomédico, en el
marco de estos procesos deviene en subjetividad.
Comprender las experiencias corporales y subjetivas de las usuarias de TRHA supone
en el marco de los relatos biográficos, partir de una posición que pueda incorporar las
complejas maneras en que el control se hace cuerpo y demanda a las usuarias diferentes
formas de “poner el cuerpo” en el marco del tratamiento.
Partiendo de los relatos de las usuarias, se analizará la relación con la tecnología
reproductiva, la experiencia corporal del tratamiento que ocurre en cuerpos particulares de
mujeres, donde el género es una categoría central a analizar, en el marco de las diferentes
posiciones identitarias y los diferentes arreglos vinculares suponen relaciones y puntos de
partida diferenciales con las TRHA.
Metodología
Se analizan veintiún relatos biográficos de mujeres usuarias de TRHA de la provincia de
Córdoba que fueron entrevistadas durante 2015-2018 en el marco de la tesis doctoral
titulada “Nuevas tecnologías reproductivas: sentidos sobre el parentesco en las trayectorias
biográficas de mujeres de Córdoba”. A partir de un enfoque cualitativo, se realizó un
análisis de contenido desde un paradigma interpretativista. El enfoque biográfico (Conde,
1994; Mallimaci & Giménez Béliveau, 2006) permitió adentrarse a los sentidos que las
usuarias le otorgaban al proceso reproductivo en el marco de su trayectoria de vida y sus
transformaciones identitarias. El proceso con las TRHA implicó una transformación en la
manera en que se entendía la reproducción, así como dio lugar a diversas relaciones con el
2
Lo planteado por los autores se advierte también desde las lógicas en que operan las redes regionales de
Reproducción Asistida. Como señalan (Zegers-Hochschild, Schwarze, Crosby y Musri, 2016) la REDLARA o
Registro Latinoamericano de Reproducción Asistida (RLA), es un organismo que se encarga de contabilizar,
monitorizar los procedimientos y resultados de las TRHA que funciona como un ente de control de calidad
externo, que monitorea la seguridad y eficacia de los tratamientos y a la vez contribuye a las personas usuarias
para que evalúen los riesgos de los tratamientos (Zegers-hochschild et al., 2010, p.164)
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propio cuerpo, atravesado por el dispositivo biomédico, aspecto que se tomó como eje de
análisis en el presente trabajo.
Las usuarias, contactadas por informantes claves, cuentan entre 35 a 65 años,
pertenecen en su mayoría a un sector social medio y dan cuenta de diversas configuraciones
familiares y afectivas, algunas en relaciones sexo afectivas con un varón, otras con una
mujer y otras desde la monoparentalidad elegida. De acuerdo al consentimiento informado,
los datos personales de las entrevistadas aparecen modificados.
“Poner el cuerpo” para producir un bebé
La representación de las usuarias sobre sus cuerpos y sobre la reproducción constituye una
de las maneras en las que se manifiesta la experiencia del control de la biomedicina a lo
largo del tratamiento. Realizar un tratamiento con TRHA supone, como señalan los relatos
de las usuarias, “poner el cuerpo”, experiencia que aparece como una forma de agencia,
pero al mismo tiempo evidencia el control sobre los mismos, implica “poner el cuerpo”
para su intervención. Este control se expresa de diferentes maneras en sus relatos que
refieren a la fragmentación, alienación, maleabilidad y performatividad del cuerpo como
vivencias que ocurren en diferentes momentos del proceso y hasta de forma simultánea,
como se desarrollará a continuación.
Si partimos de la base de que todos son relatos donde el campo biomédico propone
como respuesta a la ausencia de hijos la “producción de un bebé”, no es casualidad que
algunas de las usuarias comparen sus experiencias con los sistemas de producción. Así
también, en coincidencia con los señalado en el trabajo de Emily Martin (2001), uno de los
efectos que tiene la medicalización de los cuerpos femeninos es la sensación de
objetivación y de fragmentación del self -como identidad del yo- que afecta principalmente a
las mujeres por el mismo hecho de constituirse en mujeres sexuadas, señalando cómo el cuerpo se convierte
para las mujeres en un objeto” (Martin, 1991, p.21). Al mismo tiempo entendiendo que el cuerpo es
algo que tu self tiene que ajustarse o lidiar” (Martin, 1991, p.77).
De esta manera, es frecuente que las mujeres usuarias hagan referencia a sus cuerpos
en tercera persona, como un ente objetivado y diferente a mismas. Este aspecto, este
forma de verse y experimentar el tratamiento, expresa nuevamente esta tensión señalada
anteriormente: la vivencia de un cuerpo ajeno y fragmentado como señala de Simone de
Beavoiur (1949) “alienado” cuando se refiere a la experiencia del embarazo y a la vez la
experiencia de la maleabilidad y la potencia del propio cuerpo para agenciar su
reproducción.
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En el relato de Nadia, este carácter de objetivación del cuerpo aparece cuando ella
recuerda las consultas médicas con su pareja durante el tratamiento. Nadia relata que el
médico se vinculaba con su marido, mientras ella era el objeto a revisar, controlar, en sus
palabras se sentía “como un envase”:
N: no me acuerdo de nada, pero si fuimos a un médico, si me acuerdo que el médico era
un hombre grande, sesenta y largos que había hecho mucha empatía con él, mi pareja en
ese momento, y que yo iba a las consultas, me revisaba, me indicaba todo lo que había
que hacer y después hablaba horas en el consultorio con él (se ríe) de autos… de lo que
sea. Habían hecho un nivel de empatía impresionante, y yo era ahí el envase que iba (se
ríe) pero bien… un tipo de mucha confianza… (Nadia, 50 años).
Esta expresión de sentirse un “envase” da cuenta de las diversas formas de violencia que
atraviesan las usuarias en el proceso de tratamiento y naturalizado por el médico, la pareja y
la misma usuaria, donde su valor residía en su capacidad reproductiva.
Por otra parte, en el relato de Cintia, ella se muestra crítica sobre la falta de contención
emocional de los médicos, pero al contar esta experiencia da cuenta de cierta
representación desdoblada de este proceso: por un lado identifica a la mujer que debe
asumir emocionalmente la experiencia, pero es el cuerpo el que por otro carril se va
preparando físicamente: es un proceso que vos ya vas asumiendo que hay un bebé que está creciendo,
bueno te vas preparando, tu cuerpo se va preparando” (Cintia, 44 años).
Del mismo modo Florencia, se expresa sobre su cuerpo como un ente que en un
principio no responde y luego responde mejor ante un mayor estímulo hormonal. Esta forma
de vivir, esta respuesta del cuerpo como incierta, como algo que no se puede controlar,
lleva a que por momentos las usuarias hablen de su cuerpo como un tercero con voluntad
propia:
F: a solamente me pusieron muy poquita cantidad de hormonas, fueron cada vez
bajando más porque mi cuerpo respondía bastante bien, entonces [el médico] no me
quería sobre estimular. Un solo embrión que me lo pusieron luego de tres días de esa
aspiración y esperas como un embarazo normal (Florencia, 32 años).
La idea de “cadena de producción” resulta otra metáfora que da cuenta del mismo
proceso. Refleja en algunas usuarias la sensación de pérdida de singularidad en el trato
médico, atravesado por el escaso tiempo en la atención, la percepción de no ser cuidadas,
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por la magnitud y cantidad de pacientes y hasta por la violencia vivenciada por algunas
usuarias en su tratamiento.
Así lo expresa Rosa, una usuaria que se posiciona de forma crítica en relación al trato
recibido en la clínica:
Pero un poco yo lo veía como, bueno tiene quince minutos, veinte minutos para atender a cada una y es
un negocio muy grande, mucha gente, mucha gente [en la clínica] esperando, acomo, como en una
máquina de hacer chorizos digo yo siempre (Rosa, 37 años).
El relato citado, da cuenta de una experiencia de pérdida de singularidad, así también de
cierta conciencia de que el cuerpo operado por la medicina forma parte de un mercado
productivo que, como comenta en su entrevista, supone una experiencia de fuerte
violencia.
Por otra parte esta idea de producción, que se evidencia con la metáfora del cuerpo-
máquina, es frecuentemente utilizada por las usuarias para hablar tanto del control como de
las “fallas” de los cuerpos. Ello es claro en el relato de Catalina quien reproduce el discurso
de los médicos: el cuerpo que falla, es cuerpo-máquina con cierto "rendimiento" (Martin,
2001). Sin embargo, esta metáfora presenta otra cara en los relatos: el hecho de que los
cuerpos sean máquinas que puedan ser operadas por otros, a la vez permite pensar su
plasticidad y la posibilidad de actuar sobre él. Este tipo de discursos en el ámbito de las
TRHA conviven y, si bien, en ocasiones se piensa al cuerpo como máquina, este aspecto no
necesariamente se vive de forma negativa. Cuando Catalina relata lo que se le puede pedir al
cuerpo y lo que no, tiene que ver con intentos y ensayos sobre un cuerpo que, se entiende,
puede ser transformado hormonal y farmacológicamente:
C: y bueno después volvimos a intentarlo con… de nuevo, empezamos todo y nos llama
de nuevo él y nos dice bueno a chicos estamos teniendo un problema porque tu
cuerpo no genera mucho, no vamos a poder, se ve que esto es lo que da tu cuerpo, más
de esto no se le puede pedir. Entonces dije, bueno nos arriesguemos, si el cuerpo más
que esto no va a dar, sigamos intentando (Catalina, 38 años).
Esta vivencia de que el cuerpo es operado y transformado por otro, también puede ser
comprendida desde la idea de plasticidad. La noción de plasticidad y maleabilidad del
cuerpo se vuelve clara cuando se hace referencia a las hormonización necesaria para
promover una ovulación extraordinaria o para preparar el útero en la implantación. Estos
procesos dan cuenta de las posibilidades de operar sobre el cuerpo y transformarlo gracias a
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la tecnología, entendiendo al cuerpo en su carácter performativo (Butler, 2006; Preciado,
2008). En síntesis, es un cuerpo vigilado, pero al mismo tiempo moldeable. Si se lo
entiende como un sistema también es factible de ser “programado”, que nuevamente las
hormonas permiten evidenciar.
Ya sea para promover una ovulación extraordinaria como para “preparar el endometrio”
para la implantación de los embriones, la hormonización del cuerpo de las mujeres da
cuenta de un proceso performativo que opera a nivel molecular. Cabe señalar que cuando
se dice que las hormonas se viven como potencia, ello sucede de forma literal: para
promover la ovulación extraordinaria las mujeres se hormonizan de tal modo que producen
hasta el triple de ovocitos de los que produce el cuerpo regularmente.
Sin obviar las consecuencias que este tratamiento puede tener para su salud, y que se
expresa en experiencias de malestar, las usuarias señalan la importancia de potenciar este
proceso de ovulación. Esto se debe a que en cada extracción es preciso contar con la mayor
cantidad de óvulos para fecundar, proceso que de no ser así se debería repetir teniendo
presente sus costos, tiempo y salud en juego, lo que lleva a que por todos estos motivos se
termine acordando con una lógica eficientista en la producción y extracción de ovocitos.
Esta preparación, vivida como potencia corporal, tiene luego sus consecuencias.
Catalina, luego de un proceso de hormonización, llegó a una instancia del embarazo donde
los médicos le dijeron que el cuerpo podía “seguir solo”:
[contando su experiencia durante el embarazo] C: hasta que un día te dicen “no tomás
más la medicación, seguís con tu cuerpo”. Me re asusté, porque como mi cuerpo nunca
generaba nada, y que de golpe iba a tener las hormonas para hacer vivir al chico, digo
no, no me va a salir. “Ay no que me sigan dando una pastillita” Y yo necesitaba. “No,
no necesitas nada porque ya está tu cuerpo, está el sistema funcionando”. ¡Ahhh! Y
funcionó, no lo podía creer. No lo podía creer (Catalina, 38 años).
Que el cuerpo siga “funcionando solo” o que se “pueda seguir con el cuerpo” y sin la
medicación, se traduce desde las propias experiencias corporales de las usuarias en una
relación intermitente entre la biología y la tecnología, como si fuera posible pasar de un
estado de intervención tecnológica a uno de naturaleza plena, y donde la tecnología es la
que asiste a la naturaleza como algo dado y estable. En este sentido, estos discursos
médicos reproducen una ficción bajo la idea de que “el sistema ahora funcionaría sin la
asistencia tecnológica” negando que el cuerpo es tecnológico desde antes de comenzar las
TRHA y lo seguirá siendo ya que forma parte de las propias subjetividades desde antes de
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las TRHA (Preciado, 2008). No existe una “vuelta a la naturaleza”, sin embargo, es
interesante cómo la biomedicina busca siempre reproducirla.
Volviendo al recorrido transitado por Catalina, no resulta extraño que desconfíe de lo
que su propio cuerpo produce sin los tratamientos, si ella entendió que la tecnología formó
parte de lo que su cuerpo “aprendió” para lograr este embarazo. Sin embargo la medicina
vuelve a reforzar el modelo que indica que la “medicina asiste a naturaleza” y donde existe
la idea de una “naturaleza reproductiva propia de las mujeres”. Este punto constituye uno
de los núcleos centrales mediante los cuales la idea de “naturaleza”, aún en los escenarios
más tecnologizados se refuerza en nuestra cultura patriarcal.
¿Quién pone el cuerpo? Género y TRHA
Que sea el propio cuerpo el invadido, medicalizado y foco de los tratamientos es algo que
en general las mujeres usuarias registran en su experiencia, señalando que el tratamiento se
encuentra atravesado por la variable de género de forma desigual. Estos procesos no sólo
tienen relación con las TRHA, sino con los procesos históricos de creciente medicalización
del cuerpo y de la reproducción de las mujeres, concebidas desde la lógica de gestión del
riesgo de la medicina de control (Armstrong, 1995) previo al desarrollo de las TRHA.
Una de las formas en que este trabajo reproductivo se asume de forma desigual tiene
que ver con el diagnóstico de la infertilidad, que dando por sentada una relación
heterosexual, actúa sobre el cuerpo de las mujeres aún cuando la infertilidad tenga “causa
masculina”. En las parejas heterosexuales esta es una variable que forma parte de las
decisiones a lo largo del tratamiento y que genera diversas negociaciones. Así relata
Florencia, de 32 años, quien plantea las dificultades que trajo en la pareja la búsqueda del
embarazo. Si bien se diagnosticó un problema de infertilidad de su compañero, ellos lo
significaron como un problema de la pareja:
E: ajá, y en esto de que la causa de la infertilidad venía por él ¿crees que es algo que
impactó en la pareja?
F: sí, traía muchos problemas, en ese momento traía muchos problemas, cuando a él le
dan el estudio que era, que tenía el problema él, no era por machismo ni nada, pero
simplemente él no quería ser egoísta [] yo deseaba mucho ser madre, pero no lo tomé
a esto como una enfermedad de él sino como una enfermedad de los dos, como un
problema de la pareja, por eso creo que llegamos a Joaquín (Florencia, 32 años).
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Vinculado a ello, la manera en que atraviesa de forma distintiva el mandato de género
en la experiencia de mujeres y varones con las TRHA, aparece en algunos relatos de las
mujeres en el modo en que se lesiona la masculinidad de sus parejas cuando la “causa de la
infertilidad” está en ellos. Si bien, como también relata Franklin (1997) en su investigación,
para muchas mujeres el tratamiento las acercó a su pareja, a partir de una contención mutua
que se genera en el proceso, para otras fue un momento de tensión y crisis importante de la
relación. Tal es el caso de Cintia y el de Florencia, donde el tratamiento deterioró el vínculo
con su pareja y llevó a una separación:
F: Pero bueno él también, a lo mejor en su hombría como que se sentía de menos y
quieras o no siempre algo saltaba con el tema éste, […] trae problemas, trae
problemas, trae momentos en que te hacés mucho más fuerte, pero son… yo leí
muchos libros en cuanto a esto de parejas que tenía problemas de fertilidad y por lo
general pasa, pasa, a veces que lo logran y después se separan o pasa que pelean
constantemente porque nunca llegan al bebé, es algo muy desgastante.
E: Claro.
F: Muy desgastante y creo, tengo gente conocida que ya en el primer tratamiento se
cansaron y desisten totalmente, tenés que estar muy preparado (Florencia, 32 años).
En cuanto a Cintia, como se comentó anteriormente ella también vive una separación
luego del tratamiento. Siendo madre de tres hijos, comenzó el tratamiento por querer que
su pareja viviera la experiencia de paternidad. Sin embargo, al fracasar el tratamiento y el
proyecto de crianza, la pareja se disuelve:
C: en realidad sí, decidimos, más que nada yo por él, porque quería que él supiera lo que
era ser papá, porque yo creo que cuando uno ama a una persona quiere que el otro sepa
también lo que es ser papá” (Cintia, 44 años).
C: y a través de eso después ya la pareja, yo de hecho ya estoy de vuelta sola por lo
mismo, porque, digamos, él se desilusionó y era su única esperanza de poder llegar a ser
papá, de hecho, él está solo también, igual que yo” (Cintia, 44 años).
En las parejas de mujeres lesbianas la decisión de poner el cuerpo en general aparece en
los relatos condicionada por las posibilidades reproductivas, pero al mismo tiempo está
sujeta a acuerdos cuando el tratamiento se da en el marco de una pareja. En el caso de
Celeste y su compañera Ana, lo relatan en esta doble dimensión:
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C: Bueno y le dijimos que queríamos ver cómo estaba cada una para ver cuál podía
emprender este proyecto, poniendo el cuerpo, digamos.
E: Sí.
C: Y ya está, nos hizo hacer los análisis, pasó que cuando nos dieron los resultados y
lo volvimos a ver, yo me puse a buscar, bueno las dos nos pusimos a ver qué pasaba con
esos resultados, ya sabíamos que Ana no iba a poder aportar los óvulos, pero bueno, él
nos lo confirmó (Celeste, 36 años).
De esta manera, la mayoría de las entrevistadas que realizaron el tratamiento estando en
pareja, relatan esta relación: eran ellas quienes “ponían el cuerpo”, pero siempre había un
interlocutor que formaba parte, con quien se decidía, quien acompañaba, o que en
ocasiones presionaba. Sofía en este sentido relata que su pareja era consciente de la
importancia de su decisión en este proceso, en donde es desigual la división sexual del
trabajo reproductivo:
S: Hay una cuestión de género ahí implícita porque la que pone el cuerpo ahí soy yo, y
él, no me puedo quejar en absoluto porque acompaña en todo lo que sea, pero claro, el
cuerpo es tuyo, el malestar es tuyo […] la bomba hormonal es muy pesada, me imagino
que también no es lo mismo a los cuarenta que a los treinta. O sea, entonces es duro, es
duro (Sofía, 44 años).
La reflexión que las usuarias realizan sobre la experiencia de poner el cuerpo, si bien
formaría parte de aquello que se negocia en la pareja, tiene implicancias individuales. Por un
lado, implica una reposición en el marco de la pareja, como en el caso de Catalina quien
señalaba que el hecho de los tratamientos era realizado en su cuerpo, se correspondía
también con la posibilidad de tener la decisión última en el tratamiento. Pero atambién
como ella relata, el poner el cuerpo estaba acompañado en su caso con el hecho de que era ella
quien sostenía en mayor medida el interés por realizar el tratamiento:
C: o sea él siempre fue que yo decida. Y volvemos a hacer un intento cuando vos
quieras. […] como era yo la que ponía el cuerpo y era yo la que más quería… o sea él
quería, pero era hasta cuando yo dijera. Y le decía no, opiná, si vos, y él decía no,
pero es tu cuerpo. Bueno todas esas cosas lo único era ir y… sacarse espermatozoides
y guardar en un frasquito y llevarlo [se ríe] no había invasión alguna en su cuerpo
(Catalina, 38 años).
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Este lugar de mayor exposición, pero por otra parte de mayor decisión en el proceso del
tratamiento, también da cuenta de cierta conciencia de las mujeres que perciben el propio
cuerpo como una potencia individual, donde el cuerpo aparece como un recurso que se
instrumenta hacia los propios deseos individuales o de pareja.
El punto de partida y la experiencia corporal con las TRHA
Aquellos relatos que podían identificarse dentro de la noción de “infertilidad” como riesgo
en el marco de una pareja heterosexual, generalmente se caracterizan por la narración de un
itinerario médico donde se utilizan de manera progresiva tecnologías de menor a mayor
complejidad hasta obtener los resultados deseados. Este transitar no es azaroso, sino que
corresponde al marco normativo y a los protocolos médicos que definen el punto de inicio
y el grado de complejidad requerida para cada situación
3
.
La forma en que se configura este itinerario, a su vez, tiene efectos en las experiencias de
las usuarias con las TRHA. Las experiencias donde se parte desde un “diagnóstico de
infertilidad, inicia con estudios ginecológicos, de fertilidad, transitando desde las técnicas
de menor complejidad hacia las de mayor complejidad en caso de ser necesario, como un
trayecto que suele ser más prolongado que las experiencias de mujeres lesbianas o desde la
monoparentalidad elegida (María Isabel Jociles Rubio y Ana María Rivas Rivas, 2016).
La primera parte del tratamiento, que implica la estimulación hormonal para una
producción extraordinaria de óvulos y su posterior extracción, resulta de las experiencias
corporales más invasivas que las usuarias relatan, situación que se ve agravada al vivenciarse
de forma repetitiva cuando el tratamiento no funciona. Así lo explica Brenda, una
profesional de 38 años, quien relata su experiencia inicial:
B: las primeras fueron más largas, más... comprometedoras...
E: ¿Por qué decís eso?
B: Y bueno, porque justo en la primera parte, es la hiperestimulación ovárica, después
extracción de los folículos, todas las hormonas como si estuvieras embarazada, y vos
estas embarazada, tanta lluvia hormonal, la verdad es que no la pasás bien. Pero
bueno… y que la transferencia embrionaria, hasta que te hacés el test de embarazo. Y
estás como embarazada, porque tenés inflamación mamaria, dolor en la cintura […] y
3
Así se encuentra contemplado en el Art. 8 del Decreto 956/2013 que reglamenta la Ley 26.962 sancionada
en 2013 sobre acceso a las TRHA.
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después estas esperando veinticuatro horas hasta que te dan la beta
4
... y te da negativo…
(Brenda, 38 años).
Como señala Sarah Franklin (1997), por el modo en que los tratamientos suelen ser
explicados, generan la expectativa de que las TRHA constituyen un procedimiento sencillo
y natural. Lo que se relata, señala la autora, es sólo lo que sucede en el laboratorio, más lo
que no es claro para las usuarias, es todo el proceso previo de preparación corporal y
hormonal para la extracción de óvulos y la implantación. Brenda, aún trabajando en el
ámbito de la salud, relataba que este proceso reproductivo le resultaba desconocido,
teniendo la expectativa de la simplicidad:
[En relación a sus expectativas sobre las TRHA] B: La verdad que como yo no hice
ginecología ni nada de eso, fue una experiencia nueva. Me tuvieron que explicar todo,
qué era la ICSI
5
, que era la fecundación in vitro, que era la fecundación artificial, todo
distinto...
E: Si tenías como una expectativa, qué pensaste...
B: Ah no, que sea todo fácil. Que sea todo fácil, era la expectativa. Quería que sea fácil y
tenerlo y quedar embarazada sin tantos problemas... (Brenda, 38 años).
Sandra, quien realizó con su pareja diversos tratamientos de fertilidad, abandona los
tratamientos luego de varios intentos y al lograr adoptar a su hijo mayor. Al igual que otras
usuarias, recuerda como una experiencia negativa pasar de forma repetitiva por diferentes
tratamientos, hasta que puso un límite a este proceso:
S: Y mirá, habremos estado tres años haciendo tratamientos. Y nos anotamos y
seguimos intentando, seguimos haciendo tratamientos, hasta que un día yo dije basta.
Incluso, te digo, ya habiendo adoptado a Pedro, hicimos unos intentos más de una
fecundación: la ICSI, que es la más, más, súper más tecnológica que hay y qué se yo, y
no logramos. Había posibilidades de hacer más, pero ya estaba Pedro.
4
Hace referencia a la prueba de la beta-hCG que detecta la hormona de la gonadotrofina coriónica humana y
que se utiliza para detectar el embarazo.
5
Inyección intracitoplasmática de espermatozoide (ICSI, por sus siglas en inglés)- procedimiento mediante el
cual un solo espermatozoide es inyectado en el citoplasma de un ovocito. Definición del “Glosario de
terminología en Técnicas de Reproducción Asistida (TRA). Versión revisada y preparada por el International
Committee for Monitoring Assisted Reproductive Technology (ICMART) y la Organización Mundial de la
Salud (OMS). Traducido y Publicado por la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida en 2010.
Disponible en http://www.redlara.com/aa_espanhol/glossario.asp
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[…] Y yo dije no, basta, no me quiero seguir exponiendo a esto de que te genera tantas
expectativas y que es un gastadero de plata y que podía llegar por otro lado.
Cuando viví en carne propia que podía llegar por otro lado dije: “¿para qué seguir con
esta tortura?”. Es torturante cuando no logras el objetivo […]. Y también las
expectativas que ponés y después que no se da, que no se da por esto o por aquello, y
que buscan y que buscan. Que puede ser por esto o por aquello. Es muy tedioso
(Sandra, 44 años).
En general desde el grupo de usuarias que comienzan con una búsqueda desde un
diagnóstico de infertilidad, llegan a las técnicas de mayor complejidad habiendo realizado
sucesivos intentos con diferentes tratamientos orientados a preservar la mayor cercanía con
la “naturalidad” y la bioconexión. Podría señalarse que este recorrido predefinido se
corresponde a una lógica de medicalización y control de los cuerpos de las mujeres como
de preservación de la familia heteronormativa.
El caso del ICSI, que es una de las técnicas más costosas y complejas que se suele hacer
en las clínicas, es un caso paradigmático para analizar y al que llegan las parejas
heterosexuales luego de agotar el uso de otras técnicas. Aquí la fertilización se hace en el
laboratorio y luego se implantan los embriones en el cuerpo de las mujeres con un mayor
control y seguimiento del tratamiento, permitiendo analizar la “calidad” o “viabilidad” de
los mismos. Lo particular de esta técnica es que en el caso de infertilidad masculina facilita
el uso de los gametos masculinos de la pareja y evita que se recurra a donantes, sosteniendo
el dispositivo heteronormativo. Como señala Mariana Viera Cherro (2015):
A consecuencia de esta tecnología específica la ciencia puede producir un bebé sin
recurrir a gametos masculinos de un donante pero obliga a pasar por un proceso de alta
complejidad, en lugar de uno de baja complejidad que era lo que se debía de transitar en
la mayoría de los casos que ahora se abordan con ICSI. Se trata así de preservar la
filiación biológica masculina aún a costa de la mayor medicalización del cuerpo de la
mujer, necesaria para un procedimiento de alta complejidad (p.363).
En relación a ello, el relato de Florencia, es esclarecedor en este sentido. Florencia quien
se encontraba en pareja con un varón, cuenta que a partir de la disminución de la fertilidad
de su pareja realizaron diferentes tratamientos orientados a lograr un embarazo con los
gametos propios: dos tratamientos de alta complejidad y de fuerte intervención hormonal,
aún cuando ella no tenía diagnosticado ningún problema de fertilidad. En una sociedad
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donde la preservación de la filiación biológica masculina no fuera central, en estas
circunstancias se recurriría a un donante de esperma mediante un tratamiento de baja
complejidad, lo que implicaría una mínima intervención en su cuerpo. Este aspecto no es
menor, ya que durante el tratamiento la dificultad para preservar la bioconexión genera
frecuentemente conflictos en la pareja. Particularmente cuando se agotan todas las
instancias de tratamiento con los gametos propios, algunos varones se resisten al uso de
donante de esperma porque se pone en juego su masculinidad desde una ideología de
familia bioconectada.
Aquellas usuarias que realizaron un itinerario más breve, se corresponden
generalmente con las experiencias de usuarias donde la infertilidad no está en juego.
Comenzando algunas de ellas por las técnicas de baja complejidad o partiendo en menor
medida con técnicas de mayor complejidad, son quienes relatan mejores experiencias con
las técnicas en términos de invasión de sus cuerpos: las mujeres lesbianas, quienes
realizaron la técnica desde la monoparentalidad, como aquellas que por un diagnóstico
médico debieron comenzar el tratamiento con técnicas de alta complejidad.
Así lo cuenta Candelaria, quien realizó este tratamiento desde la monoparentalidad por
elección. Ella utilizó una técnica de baja complejidad, la inseminación artificial, con la que
finalmente logra un embarazo. Sin embargo, en su relato valora el criterio de su médico
quien le advirtió que el siguiente paso sería de alta complejidad para no exponerla
innecesariamente a múltiples intentos:
El médico me había dicho que esto es baja complejidad, que, si no funcionaba con baja
complejidad, él no se encarnizaba con los cuerpos, o sea, él no era probar, probar y
probar maltratando a la mujer, porque el cuerpo se deteriora, porque la psiquis se
deteriora, entonces muy piola porque también me estaba cuidando, entonces
directamente vamos a alta complejidad, sacamos los óvulos los fecundamos afuera y los
metemos, es hijo tuyo, eso ni se analizaba. Yo dije: sí, bueno” le confié plenamente.
(Candelaria, 38 años)
Así también es el caso de Juliana, de 37 años, una usuaria que comenzó con los
tratamientos de mayor complejidad por detectarse de inicio una enfermedad genética y que
precisaba donantes de óvulos, realizando así la mitad de los procedimientos e
intervenciones que realizan generalmente las mujeres heterosexuales que están en pareja, es
decir sólo el tratamiento necesario para la implantación del embrión ya fecundado en el
laboratorio:
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E: Y vos en lo corporal, en lo físico ¿Cómo lo viviste?
J: No, porque como a no me aspiraban los óvulos, lo mío era simplemente ponerme
hormonas y a través de ecografías trasvaginales ver cómo se engrosaba el endometrio
que es donde implantaban el embrión. Y la verdad que no lo viví para nada… a ver, sí,
era como te digo, capaz que eran diez días en que todos los días teníamos que ir, o dos o
tres veces a la semana, pero doloroso no (Juliana, 37 años).
Así también el caso de Celeste, quien realizó el tratamiento con su pareja Ana y quedó
embazada con un solo tratamiento de alta complejidad, describe al mismo como “muy
relajado”. En su experiencia las inyecciones hormonales fueron el único aspecto doloroso
en el marco de un único tratamiento, a diferencia de otros relatos donde esta experiencia se
da de forma repetitiva y prolongada.
Otro aspecto clave donde la medicalización de los cuerpos se vive de forma invasiva
mediante las técnicas de menor complejidad, es la sexualidad. Particularmente es un área
donde se vive con gran malestar en las parejas heterosexuales en el primer momento del
tratamiento dado que las relaciones sexuales están programadas. Así, al igual que Sofía
algunas usuarias cuentan las dificultades que trae para la pareja este primer estadio del
tratamiento durante las técnicas de baja complejidad:
Y después, ya entrás en eso, y perdés totalmente las chances de la naturalidad. Porque
entras en la fertilización asistida y ya todo para a ser artificial, hasta las ocasiones de
tener sexo, o sea no, hoy no podemos porque no se qué, tenemos que esperar hasta no
sé cuando”… (Sofía, 44 años).
En este sentido para aquellas mujeres usuarias que cuentan haber realizado tratamientos
con ginecólogos y especialistas de fertilidad, resultan las experiencias de mayor
incomodidad y control sobre todo en el aspecto sexual: la sexualidad se vive de forma
“impuesta”, “programada”, “con un fin”, repetitiva, lo que resulta cansador y negativo
para la pareja. La intromisión y el control de la sexualidad, es uno de los lugares
disciplinantes donde la medicina continúa operando, particularmente cuando menor es la
complejidad de la tecnología reproductiva y mayor es la tecnología médica del consultorio.
F: …pero trae problemas, trae problemas, trae momentos en que te haces mucho
más fuerte, pero son… yo leí muchos libros en cuanto a esto de parejas que tenía
problemas de fertilidad y por lo general pasa, pasa, a veces que lo logran y después se
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separan o pasa que pelean constantemente porque nunca llegan al bebé, es algo muy
desgastante. (Florencia, 32 años)
La sexualidad como un aspecto que reinscribe en algunos casos la ligadura sexo-
procreación, tiene efectos disciplinantes sobre las parejas heterosexuales que no cumplen
con el mandato de la fertilidad. Y esto en el aspecto de la sexualidad es clave: la separación
de la sexualidad y la reproducción, tan conflictiva para algunas religiones, constituye una
“liberación” para las mujeres usuarias. De esta manera Sofía relata que luego al pasar a las
TRHA de alta complejidad “todo mejora en ese sentido [sexual]”.
Este constituye uno de los aspectos que mayor desgaste produce en las parejas
heterosexuales, porque los tratamientos que se centran en la intervención de la relación
sexual terminan normando y medicalizando no sólo la reproducción sino también la
sexualidad. Pasar a una técnica de mayor complejidad podría suponer a simple vista un
“fracaso reproductivo” de la pareja, pero, por el contrario, es vivido como un alivio para las
usuarias, ya que contribuye a su autonomía sexual y reproductiva.
Cuerpos diversos, opresiones diferenciales
El análisis de la experiencia corporal de las usuarias y su relación con el poder biomédico
da cuenta de las formas paradojales en las que opera el control y la vigilancia de los
cuerpos. Por una parte, el poder biomédico supone una vivencia de fragmentación y
alienación, como diferentes formas de violencia. Pero así también, se advierten diferentes
formas de agencia de las usuarias desde la idea de maleabilidad y performatividad del
propio cuerpo, dando cuenta de diferentes formas en que el poder se hacer cuerpo en
diferentes momentos del tratamiento.
Otra dimensión que las experiencias de las usuarias ponen de relieve, se vincula a que el
control reproductivo tiene efectos singulares sobre las usuarias, que se vinculan a la
categoría de género. En este sentido las TRHA como tecnologías de género (Lauretis,
1989) generan efectos sobre sus cuerpos y develan diversas formas de poder, de las cuales
las usuarias son conscientes. Así lo expresan las reflexiones de las usuarias en relación a
“quién pone el cuerpo”, esto es: cómo, cuándo y quién decide sobre el tratamiento y qué
sentidos supone esta posición en el marco de los propios vínculos. De esta manera nos
encontramos con usuarias que son reflexivas sobre las maneras en que este trayecto por el
campo biomédico supone un costo diferencial vinculado al género sobre sus propios
cuerpos.
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A esta intersección se le suma otras posiciones identitarias, como la orientación sexual o
erótica de las usuarias y la situación conyugal, las cuales permiten visibilizar que las mujeres
cis en parejas heterosexuales que parten desde la idea de infertilidad, son quienes vivencian
la mayor violencia sobre sus cuerpos en el contexto del desarrollo de una tecnología
reproductiva. Ello supone reconocer un dispositivo biomédico que en su itinerario se
orienta a conservar la bioconexión que, junto a los deseos y elecciones de las usuarias y sus
parejas, las ubica como el eje de las intervenciones médicas y las principales responsables de
la reproducción social. Por contrapartida, la experiencia corporal de quienes transitan el
tratamiento desde la ruptura con la heteronorma, si bien supone otras disputas respecto el
reconocimiento social de sus maternidades, rompe desde su inicio con la idea de infertilidad
y supone un tránsito en el campo biomédico con una menor intervención médica sobre sus
cuerpos, dando cuenta la manera en que los atravesamientos culturales patriarcales no
operan de forma uniforme en las experiencias diversas.
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