Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 16
sociales de género como relaciones de poder. Organizaciones como contexto del proceso
de generización y consecuencia de dicho proceso, dotadas de género. (Calás, M. Smircich, R. y
Holvino, E., 2014).
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2- Poder. Hacer y Des-hacer el género en las organizaciones
Las propuestas de la “hechura del género en las organizaciones” (doing-gender) ha puesto
el acento en el género como constitutivo de las estructuras organizacionales por medio de
procesos de interacción, pero principalmente poniendo de relieve los procesos por los que
el género se reproduce.
Joan Acker afirma que la generización se da por medio de procesos de interacción que
reafirman: 1- la división entre lo masculino y lo femenino
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en la división del trabajo, de los
espacios, los comportamientos permitidos, 2- la construcción de símbolos e imágenes que
reafirman esas divisiones, 3- las interacciones entre mujeres y hombres, mujeres y mujeres,
hombres y hombres, 4- y derivado de los anteriores, los procesos por los que se construye
la identidad individual como la elección del trabajo apropiado, el uso del lenguaje, la ropa y
la auto-representación.
En la misma línea algunos enfoques etnometodológicos han abordado la cuestión de la
generización como proceso por el cual los individuos en diferentes contextos producen o
reproducen el género (do gender) en sus interacciones cotidianas en ámbitos
organizacionales. “Hacer género” implica un conjunto complejo de conductas sociales,
insertas en arenas interaccionales e institucionales que pueden ser comprendidas como
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Estas perspectivas en general incorporan asimismo la noción de interseccionalidad, la cual supone que las
organizaciones son parte de un sistema social basado históricamente en la diferenciación jerárquica por sexo,
clase y raza y por tanto están dotada de género, clase y raza. La interseccionalidad es un enfoque analítico que
sostiene que las concepciones tradicionales de opresión basadas en género, raza o clase no son independientes
unas de otras sino, por el contrario, están interrelacionadas e interactúan simultáneamente en distintos niveles
(individual, social, cultural e institucional) contribuyendo de manera sistemática a la desigualdad social (Calás,
M., Smircich, L. y Holvino, E., 2013, pp.26-29)
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La producción académica feminista ha teorizado extensamente respecto de los cuerpos como materialidad y
materialización de los procesos de producción de desigualdades sexuales y de género. La corporalidad
constituye un significante visible para producción y naturalización de las diferencias de género. La pretensión
de impersonalidad y neutralidad genérica en las organizaciones excluyen y niegan la sexualidad, los cuerpos y
todo proceso “con cuerpo” como la reproducción, la expresión de emociones. Sin embargo, la persona
abstracta sobre la que se perfilan puestos y funciones es, en los hechos, un hombre y su cuerpo, una
masculinidad hegemónica –cuyos atributos pueden variar en tiempo, lugar y ámbito– a la que se asignan
características específicas (control de emociones, fuertes, heterosexuales, etc.) definidas por contraposición y
relación de dominio respecto de las mujeres y otros tipos de masculinidades (Acker, J., 2000). En la misma
línea se asienta la crítica de Judith Butler a la noción esencialista de sujeto en la filosofía occidental, que
supone una categoría universal hombre-varón masculino en el sistema binario masculino-femenino. A ello
contrapone la idea de sujeto construido performativamente; un sujeto producido, hecho inteligible, por un
conjunto de reglas que logran su efecto a través de la repetición que refuerza la hegemonía heterosexual. El
sujeto emerge como efecto de un proceso performativo, es decir, como efecto de unas prácticas que vamos
repitiendo en interacción con otros a lo largo del tiempo, y en cuya repetición va sedimentándose un “efecto”
de sujeto (Butler, J., 2018).