Revista
Pelícano
vol.5 (2019) - 8
Revista Pelícano
Vol. 5.
El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2019 Córdoba
Pamela Cáceres
Profesora Titular de Teoría y Análisis
Organizacional de la Facultad de Ciencia
Política y RRII de la UCC. Directora del
Proyecto de Investigación:
Democracia
Local. De la Estructura de Oportunidades
a la Incidencia en Innovación Política
.
Integra el Grupo
Coordinador de la Red
Ciudadana Nuestra Córdoba
. Coordina
Técnicamente la iniciativa Partícipes en
cuatro ciudades argentinas
(Córdoba,
CABA, Mendoza y Rosario) con
financiamiento de Unión Europea.
DOI:
https://doi.org/10.22529/p.2019.5.02
El género en el cambio
organizacional: instituciones, poder y
agencia
Gender in Organizational Change:
Institutions, Power and Agency
Resumen
Las organizaciones desde siempre han
sido objeto de análisis como espacios en
los cuales las desigualdades de nero se
expresan y reproducen marcadamente.
Las teorías feministas de las
organizaciones (TFO) han dado cuenta
de ello, especialmente en lo que respecta
a las características y consecuencias que
establecen las diferencias entre hombres y
mujeres en las estructuras e instituciones
sociales y políticas; es decir, poner de
relieve la situación de las mujeres en las
organizaciones. Sin embargo, las evidencias
generadas en esta línea no bastaron ni
bastan. La TFO necesita profundizar
desarrollos teóricos y empíricos capaces
de iluminar los factores asociados a la
reproducción/transformación social, las
dinámica de poder e intersubjetivas por
las que se producen resistencias y
persistencias, los procesos por los que el
género se hace y des-hace en las
organizaciones, por los que se construyen
y de-construyen organizaciones dotadas de
género y generizadoras, los
condicionamientos y márgenes de
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maniobra que tienen los agentes para torcer el sesgo de las estructuras organizacionales, la
relación que existe entre los procesos endógenos o intraorganizativos con los contextos
sociales e institucionales en los que las organizaciones se insertan.
El presente artículo propone problematizar algunas de estas cuestiones. Para ello analiza
a grandes rasgos el recorrido que ha tenido la TFO, los avances desde la comprensión del
género en las organizaciones hacia el género como proceso organizacional y también algunas
limitaciones que abren preguntas sobre cómo se produce el cambio institucional y
organizacional.
Palabras clave: Teoría de la Organizaciones, Cambio Organizacional, Género,
Institucionalismos.
Abstract
Organizations have long been subject of analysis as a space in which gender inequalities are
remarkably expressed and reproduced. Feminist theories of organizations (FTO) have
highlighted this, especially with regard to the characteristics and consequences that
establish differences between men and women in social and political structures and
institutions. They aimed to address women in organizations situation. However, evidence
generated by this stream was not enough and is not enough yet. The FTO needs to deepen
theoretical and empirical developments to be able to illuminate: factors associated with
social reproduction / transformation, power and intersubjective dynamics through which
resistance and persistence are produced, the processes by which gender is made and
unmade in organizations, the processes by which gendered and gendering organizations are built
and re-built, the restrictive and maneuvering agents margins to twist organizational
structures bias, the connection between endogenous-intra-organizational processes and
social and institutional contexts in which the organizations are embedded.
This article aims to problematize some of these issues. In order to do it broadly analyzes
the path taken by the FTO and some steps forward enabled by a turn from understanding
gender in organizations towards gender as an organizational process. On this standpoint
some limitations are shown in order to arise questions about how institutional and
organizational change occurs.
Key words: Organizations Theory, Organizational Change, Gender, Institutionalisms.
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“La teorización y la investigación feministas, al seguir dilucidando cómo el género proporciona el
subtexto para las formas de subordinación, pueden contribuir a crear un futuro donde las acciones
colectivas hagan lo necesario producir bienes, cuidar a las personas y eliminar la basura de modo que
el dominio, el control y la subordinación, sobre todo de las mujeres, sean erradicados de la vida
organizativa o, por lo menos, minimizados”. (Acker, 2000, p.139).
“La clave de la política democrática no reside en el reconocimiento de cualquier persona en términos
igualitarios, sino más bien la idea de que solamente cambiando la relación entre lo reconocible y lo no
reconocible se puede: a) asumir y perseguir la igualdad y b) convertir el “pueblo” en un campo abierto de
elaboraciones más amplias”. (Butler, 2017, p.13).
Introducción
La desigualdad de género es un tema que indiscutiblemente ocupa su espacio en la opinión
pública. Puesta de relieve por la teoría y los movimientos feministas, principalmente a partir
de los años 70, existe hoy, quizás como nunca antes, la percepción que la cuestión se ha
instalado definitivamente en todos los ámbitos de la vida pública político-institucional,
económicos, organizacionales, se ha expandido más allá de los límites de la academia y de
los movimientos sociales, para convertirse en una cuestión ineludible para quienes integran
espacios organizacionales. Su instalación en la esfera pública no significa que no persistan
las desigualdades. Por el contrario, resulta paradójico que, a pesar de la problematización
social, la aceptación amplia del tema como reivindicación legítima, la multiplicación y
emergencia de nuevos programas públicos e institucionales, de nuevas leyes estatales y de
nuevas estructuras y reglamentos organizacionales orientados a promover la igualdad, el
avance en los resultados en materia de inclusión e igualdad de géneros son muy lentos.
Esta realidad plantea la necesidad de desarrollar interrogantes acerca del alcance y las
tipologías de los cambios que se están produciendo: qué relación tienen con las
transformaciones de la opinión pública, cuánto impactan en la democratización efectiva de
organizaciones e instituciones, quiénes son los y las agentes capaces de movilizar o impedir
los cambios y en qué condiciones, entre otros. Dado que la teoría feminista es un programa
de conocimiento con objetivos de transformación, no sólo tiene un compromiso con la
generación de explicaciones sobre las causas de la desigualdad, sino también con la
identificación de las condiciones y anclajes que podrían potenciar y viabilizar el cambio
social y político.
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Las organizaciones desde siempre han sido objeto de análisis como espacios en los que
las desigualdades se expresan y reproducen más claramente. Las teorías feministas de las
organizaciones (TFO) han dado cuenta de ello, especialmente en lo que respecta a las
características y consecuencias que establecen las diferencias entre hombres y mujeres en
las estructuras e instituciones sociales y políticas; es decir, la situación de las mujeres en las
organizaciones. Sin embargo, las evidencias generadas en esta línea no bastaron ni bastan. Las
TFO necesitan profundizar desarrollos teóricos y empíricos capaces de iluminar los
factores asociados a la reproducción/transformación social, las dinámica de poder e
intersubjetivas por las que se producen resistencias y persistencias, los procesos por los que
el género se hace y des-hace en las organizaciones, por los que se construyen y de-
construyen organizaciones dotadas de género y generizadoras, los condicionamientos y márgenes
de maniobra que tienen los agentes para torcer el sesgo de las estructuras organizacionales,
la relación que existe entre los procesos endógenos o intraorganizativos con los contextos
sociales e institucionales en los que las organizaciones se insertan. Algunos de estos temas
han sido desarrollados por la teoría general de las organizaciones pero, como se plantea
aquí, aún no han sido suficientemente explorados por las TFO.
El presente artículo propone problematizar algunas de estas cuestiones. Para ello analiza
a grandes rasgos el recorrido que han tenido las TFO, los avances en la comprensión del
género en las organizaciones hacia el género como proceso organizacional y también algunas
limitaciones que abren preguntas sobre cómo se produce el cambio institucional y
organizacional. Se postula que las TFO podrían desarrollar nuevos giros epistemológicos y
metodológicos a partir de una relectura y nuevos diálogos con algunas corrientes teóricas
con trayectoria en explicar los procesos de cambio en las estructuras y prácticas
organizacionales desde la consideración de las instituciones y de la relación organización-
institución.
El institucionalismo o los “nuevos-neoinstitucionalismos” (NI), desde distintas
vertientes teóricas, han generado desarrollos que podrían contribuir al esfuerzo por
responder las grandes preguntas abiertas en las TFO. Los NI, además de poner de relieve la
relación entre organizaciones e instituciones, han planteado cuestiones asociadas a la
emergencia, persistencia y transformación de las instituciones. Algunas de ellas se presentan
en este trabajo: la relación entre las demandas sociales de legitimidad y los cambios en las
estructuras organizacionales en contextos fuertemente institucionalizados; el papel del
poder en las posibilidades históricas de transformación social y política, como así también
la distinción entre cambios generados por coyunturas críticas y los cambios graduales; en
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relación a esto último: las resistencias y los alcances de dicho cambio; el papel de los
agentes estructuralmente insertos pero también estratégicamente selectivos; el papel de los
discursos en reproducción y la transformación social.
El institucionalismo, sin embargo, no ha abordado el género como cuestión constitutiva
de las estructuras organizacionales y de las instituciones y en este campo necesita releerse
en clave feminista.
Las Teorías Feministas y el NI tienen una agenda de preocupaciones en común que, a
partir de las intersecciones, podría fortalecer el potencial explicativo de ambos. En el caso
de las TFO, el diálogo con el NI podría, además, fortalecer su programa de transformación
y democratización del mundo organizacional.
1- Del género en las organizaciones a las organizaciones dotadas de género y
generizadoras
La cuestión del género estuvo históricamente ausente en la Teoría de las Organizaciones
(TO), esencialmente porque desde Max Weber en adelante ha dominado una comprensión
basada en la asunción de la impersonalidad de la estructura organizacional, la división del
trabajo, los puestos, las normas, la jerarquía y el control. El interés que atravesó toda la
teoría clásica fue, en el plano intraorganizacional, explicar y ofrecer herramientas para
atender el problema de la adecuación del comportamiento individual al logro de metas
organizacionales, la eliminación de la discrecionalidad y la eficiencia de la organización. En
el plano extraorganizacional, en consonancia con las preocupaciones del funcionalismo y el
estructural-funcionalismo, los mecanismos y estrategias organizacionales para la adaptación
al entorno y la supervivencia.
Las teorías críticas y marxistas desarrollaron una agenda centrada en las organizaciones
como instrumento de producción y reproducción de la alienación y dominación de los
sujetos y de clase; el constructivismo y la teoría interpretativa en los modos en que la
estructura y las normas son producidas y reproducidas como realidad socialmente
construida. Pero ninguno incorporó la cuestión del género. Éste permaneció ausente en la
TO hasta los años 70, en lo que se conoce como la “segunda ola feminista” como
consecuencia de la convergencia de distintos factores, la acción de los movimientos
feministas de esos años, la creciente presencia e influencia de mujeres en la economía
industrializada y los nuevos desarrollos académicos vinculados a las mujeres en la
administración (Women in Management) en Estados Unidos (Kanter, R., 2018). Estos
factores contribuyeron a poner de relieve las diferencias en los derechos de hombres y
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mujeres en la vida pública, su estatus e infrarrepresentación en los niveles gerenciales como
problema social con consecuencias económicas. Las organizaciones económicas,
académicas y políticas fueron vistas como el ámbito en el que más claramente se
evidenciaban las desigualdades y en el que era necesario hacer algo para remediarlas.
Este contexto hizo propicia la emergencia de nuevos temas de investigación como los
referidos a la presencia de mujeres en puestos de autoridad, diferentes estándares de
evaluación para el acceso y ascenso en puestos de trabajo para hombres y mujeres, brechas
salariales, etc.. Aún hoy persiste un importante caudal de estudios en esta línea. Desde esta
perspectiva, el sexo es entendido como característica biológica binaria (femenino-
masculino) y el nero como categoría social, cultural, roles y patrones de comportamiento
asociados al sexo de las personas (masculinidad, femineidad). Las cuestiones de nero en
las organizaciones en este marco son usualmente asociadas a las condiciones de las mujeres
en comparación con los hombres. La literatura que da sustento a estos análisis teóricos
tiende a asumir a las personas como seres sexuados/dotados de género que actúan en los
límites de un “contenedor” –la organización. La organización funciona como un escenario
en el cual actúan los individuos pero salvo algunas excepciones el escenario es raramente
analizado (Calás, M., Smircich, L. y Holvino E.; 2014, p.20).
La explicación de las diferencias basadas en el sexo, generalmente se asientan en teorías
asociadas a los roles sociales y a los estatus sociales, por los cuales el género es vinculado a
roles apropiados para cada sexo y se atribuyen características y competencias de manera
diferente a mujeres y hombres. Estos enfoques emergieron principalmente en un marco de
predominio epistémico del funcionalismo y el conductismo en la sociología de las
organizaciones y la psicología social de los años 70, con mucha presencia en las escuelas de
negocios norteamericanas y que enfatizaron la noción tradicional de la neutralidad
organizacional. Como consecuencia, las explicaciones sobre las diferencias en los resultados
entre hombres y mujeres, desde este paradigma, se basan en las premisas asignadas de
manera apriorística a hombres y mujeres, por las cuales se moldean procesos cognitivos de
categorización y estereotipificación. El foco son los comportamientos individuales en los
cuales la organización apenas se vislumbra como telón de fondo y las adscripciones de
género constituyen, en todo caso, premisas erróneas que llevan a conductas
discriminatorias y se convierten en obstáculo para la realización de organizaciones
plenamente meritocráticas.
El problema ontológico es la asimilación del género a la diferenciación biológica dada
por el sexo por la cual la “diferencia” es un problema objetivo en el cual individuos con
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méritos también objetivos son inaceptablemente discriminados en una estructura
organizacional que se presume neutra. La noción de individualismo abstracto lleva a
considerar los desequilibrios entre hombres y mujeres como disfunciones que, a partir de la
construcción de nuevas premisas y evidencias, es posibles desarmar y eliminar las causas de
la disfunción.
Lo cierto es que los desarrollos centrados en la “situación” de las mujeres en las
organizaciones y evidenciar las brechas no contribuyó a resolver el problema de la
discriminación y la desigualdad. La cuestión central es cómo las diferencias se producen y
se mantienen.
Joan Acker planteó en los años 80 que el problema de los enfoques tradicionales y
críticos sobre sexo-género que inauguraron el tratamiento de esta temática en las
organizaciones, se basaban en comprensiones de las organizaciones como neutras desde el
punto de vista del género y en todo caso:
Cuando se reconoce que las organizaciones afectan de manera diferente a hombres y
mujeres, se alega que las actitudes y el comportamiento de nero compromete (y
contaminan) las estructuras que en esencia son genéricamente neutras. Esta forma de
ver las organizaciones separa a las estructuras de las personas que la conforman. (Acker,
J., 2000, p.117).
Esta autora, una de las precursoras de una nueva agenda crítica del género en las
organizaciones, analiza los aportes y limitaciones de los primeros desarrollos de las TFO y
los desafíos que la misma enfrenta. Acker sostiene que uno de los primeros trabajos
significativos en orden a explicar las desigualdades de nero fue el de Rosabeth Moss
Kanter, y su intento por demostrar que las mismas se deben a las estructuras
organizacionales y no a las características de hombres y mujeres en tanto seres individuales.
Ya hace 40 años Kanter afirmaba que, en la estructura, en apariencia sexualmente neutras,
dominan los principios masculinos definiendo roles organizativos unidas a imágenes
características del tipo de personas que deben ocuparlos (Kanter, R., 1977, p.250, citado en
Acker, J., 2000, p.119, Kanter, R., 2018). Las desigualdades derivan del posicionamiento
que las mujeres ocupan en la organización.
Desde entonces, emergieron otras lecturas feministas de las organizaciones encaminadas
a demostrar que las desigualdades de nero se deben a las estructuras organizacionales y
no a las características de hombres y mujeres en tanto seres individuales, pero estos
desarrollos fueron en su mayor parte coincidentes en presentar a las organizaciones como
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genéricamente neutras. Problematizaron temas como la estructura, las jerarquías, el poder,
los discursos sobre racionalidad, las reglas y procedimientos, pero lograron reconocer la
segregación de género como patrón persistente; sólo de manera limitada se aproximaron a
explicaciones sobre las causas del género en las organizaciones al considerarlo como un
componente de los métodos de control y de dominación en los ámbitos organizacionales y
no como proceso de estructuración genérica continua.
Para Joan Acker, por el contrario, las organizaciones están “dotadas de nero” y son
“generizadoras”. Basada en la definición de Joan Scott, sostiene que el género es un
concepto más amplio que la identidad binaria y una imagen socialmente construida, es un
elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los
sexos y una forma primaria de relaciones significantes de poder (Scott, J., 1986, p.1067).
Esta autora entiende el género no como algo que se añade a los procesos
organizacionales entendidos como genéricamente neutros, sino como parte integral de los
mismos. Procesos por los cuales “las ventajas y las desventajas, la explotación y el control,
las acciones y las emociones, el significado y la identidad son aspectos modelados por la
distinción entre hombres y mujeres, entre lo masculino y femenino” (Acker, J., 2000,
p.134). Para poder dar cuenta de ello, es necesario reconocer de qué manera el “género” y
las “diferencias” se construyen, cómo las organizaciones se generizan por medio de esos
procesos y qué consecuencias se producen en términos de distribución de poder. Acker
sostiene que las prácticas y actividades organizacionales son contextos relacionales en los
que la creación de la subestructura de género se negocia y, en algunos casos se interpela, en
la vida cotidiana.
Un campo teórico y metodológico que fortalezca la capacidad explicativa y abra nuevas
líneas de indagación empírica en las teorías feministas de las organizaciones requiere
profundizar en los factores y dinámicas que pongan en relación y tensión la proposición
que las organizaciones están dotadas de género y son generizadoras. En este sentido, el
trabajo de Acker inauguró, desde el constructivismo social, una comprensión del género
como proceso social que contribuye a la producción del contexto institutional-
organizacional como espacio dotado de género en el cual las estructuras y las relaciones
sociales son mutuamente constitutivas: las relaciones y prácticas sociales producen y
reproducen las estructuras sociales. La estructura social-organizacional puede aparentar y
percibirse como permanente o durable, pero, en tanto construcción social, también puede
cambiar. En tal sentido la posibilidad de dar cuenta de la desigualdad en las organizaciones
requiere la atención a los procesos situados de producción y reproducción de las relaciones
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sociales de género como relaciones de poder. Organizaciones como contexto del proceso
de generización y consecuencia de dicho proceso, dotadas de género. (Calás, M. Smircich, R. y
Holvino, E., 2014).
1
2- Poder. Hacer y Des-hacer el género en las organizaciones
Las propuestas de la “hechura del nero en las organizaciones” (doing-gender) ha puesto
el acento en el género como constitutivo de las estructuras organizacionales por medio de
procesos de interacción, pero principalmente poniendo de relieve los procesos por los que
el género se reproduce.
Joan Acker afirma que la generización se da por medio de procesos de interacción que
reafirman: 1- la división entre lo masculino y lo femenino
2
en la división del trabajo, de los
espacios, los comportamientos permitidos, 2- la construcción de símbolos e imágenes que
reafirman esas divisiones, 3- las interacciones entre mujeres y hombres, mujeres y mujeres,
hombres y hombres, 4- y derivado de los anteriores, los procesos por los que se construye
la identidad individual como la elección del trabajo apropiado, el uso del lenguaje, la ropa y
la auto-representación.
En la misma línea algunos enfoques etnometodológicos han abordado la cuestión de la
generización como proceso por el cual los individuos en diferentes contextos producen o
reproducen el género (do gender) en sus interacciones cotidianas en ámbitos
organizacionales. Hacer género implica un conjunto complejo de conductas sociales,
insertas en arenas interaccionales e institucionales que pueden ser comprendidas como
1
Estas perspectivas en general incorporan asimismo la noción de interseccionalidad, la cual supone que las
organizaciones son parte de un sistema social basado históricamente en la diferenciación jerárquica por sexo,
clase y raza y por tanto están dotada de género, clase y raza. La interseccionalidad es un enfoque analítico que
sostiene que las concepciones tradicionales de opresión basadas en género, raza o clase no son independientes
unas de otras sino, por el contrario, están interrelacionadas e interactúan simultáneamente en distintos niveles
(individual, social, cultural e institucional) contribuyendo de manera sistemática a la desigualdad social (Calás,
M., Smircich, L. y Holvino, E., 2013, pp.26-29)
2
La producción académica feminista ha teorizado extensamente respecto de los cuerpos como materialidad y
materialización de los procesos de producción de desigualdades sexuales y de género. La corporalidad
constituye un significante visible para producción y naturalización de las diferencias de género. La pretensión
de impersonalidad y neutralidad genérica en las organizaciones excluyen y niegan la sexualidad, los cuerpos y
todo proceso “con cuerpo” como la reproducción, la expresión de emociones. Sin embargo, la persona
abstracta sobre la que se perfilan puestos y funciones es, en los hechos, un hombre y su cuerpo, una
masculinidad hegemónica cuyos atributos pueden variar en tiempo, lugar y ámbito a la que se asignan
características específicas (control de emociones, fuertes, heterosexuales, etc.) definidas por contraposición y
relación de dominio respecto de las mujeres y otros tipos de masculinidades (Acker, J., 2000). En la misma
línea se asienta la crítica de Judith Butler a la noción esencialista de sujeto en la filosofía occidental, que
supone una categoría universal hombre-varón masculino en el sistema binario masculino-femenino. A ello
contrapone la idea de sujeto construido performativamente; un sujeto producido, hecho inteligible, por un
conjunto de reglas que logran su efecto a través de la repetición que refuerza la hegemonía heterosexual. El
sujeto emerge como efecto de un proceso performativo, es decir, como efecto de unas prácticas que vamos
repitiendo en interacción con otros a lo largo del tiempo, y en cuya repetición va sedimentándose un “efecto”
de sujeto (Butler, J., 2018).
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actividades micropolíticas y socialmente guiadas que moldean particulares patrones
definidos como naturales de los masculino y femenino. El género lejos de ser una
propiedad de los individuos es algo que las personas “hacen”, recurrentemente en
interacción con otros. Es un emergente de las interacciones sociales que se convierte en
categoría, en realidad objetiva y, a pesar del papel activo de los individuos en su
producción, sus competencias como miembros de una sociedad dependen de esta
producción. En este sentido ser humano implica, inevitablemente, hacer género (West, C. y
Zimmerman, D., 1987).
En general los enfoques de la generización apuntan a explicar sus causas, pero no dan
cuenta de los procesos por los que las pautas de interacción social son interpeladas, varían
o cambian en tiempo y lugar. ¿Cuál es el papel de los sujetos intencionales y activos?
¿Cuáles son las condiciones que viabilizan cambios en los patrones de relacionamiento?
¿Cómo se vinculan los procesos de generización en las organizaciones con otras
subestructuras sociales y con el contexto en el que las organizaciones se insertan?
Una de las principales asunciones de este paradigma consiste en el carácter no
determinista, ni ajeno a la intencionalidad de los sujetos de las estructuras sociales. En esta
ontología radica su potencial para una explicación de los cambios sociales y el optimismo
sobre el papel que los actores sociales pueden jugar en la construcción y deconstrucción del
mundo social. Las organizaciones son construcción social y socialmente construidas, son
reglas de interacción social permanentemente reafirmadas, reproducidas, pero también
interpeladas y renegociadas. La concepción constructivista reconoce el papel activo de
sujetos insertos en estructuras que condicionan su comportamiento y sus representaciones,
pero en las que también se producen nuevas direcciones de la acción y de las
comprensiones compartidas.
Sin embargo, el aporte de las perspectivas interaccionistas a la comprensión de la
relación que existe entre las microinteracciones y las estructuras e instituciones sociales que
actúan como marco imperativo para la permanente producción y reproducción del género,
presentan limitaciones en su explicación de las causas del cambio social. Para West y
Zimmerman (1987) los movimientos sociales son capaces de producir una ruptura en las
representaciones sociales de lo que es “legítimo” y “apropiado” al poner de relieve las
desigualdades y debilitar las instituciones y la cultura, en tanto aparatos ideológicos, sobre el
que esas representaciones se sostienen. Es en este nivel analítico en el que queda abierta la
pregunta sobre cómo se deshace el género.
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Motivada por esta pregunta, a comienzos de los 90 el trabajo de Judith Butler influyó en
la emergencia de un considerable número de trabajos teóricos y empíricos sobre hacer y
des-hacer el género en las organizaciones. A partir de una lectura crítica del estructuralismo
Butler propone una lectura del género y la identidad en términos de performatividad. En su
libro El Género en Disputa sienta las bases fundamentales de su teoría, sosteniendo que el
género es una construcción cultural basada en la producción discursiva que hace aceptable
la relación binaria hombre-mujer, la cual se naturaliza y convierte en hegemónica.
Afirmar que el género está construido no significa que sea ilusorio o artificial,
entendiendo estos términos dentro de una relación binaria que opone lo real y lo
auténtico. Como una genealogía de la ontología del género, esta explicación tiene
como objeto entender la producción discursiva que hace aceptable esa relación binaria y
demostrar que algunas configuraciones culturales del género ocupan el lugar de lo real
y refuerzan e incrementan su hegemonía a través de esa feliz autonaturalización (Butler,
J., 2018, p.97).
El lenguaje, entonces, crea identidades sexuales binarias, fijas y excluyentes pero ese
mismo sistema de heterosexualidad hegemónica contiene las herramientas para poder
cambiarlo y replantearlo. La hegemonía se logra mediante actuaciones sociales continuas
que son realizadas para ocultar el carácter performativo del nero. Al esconder el carácter
performativo también se esconden las posibilidades de inclusión de las configuraciones de
género que no responden al marco de dominación masculina y heterosexualidad
obligatoria. Pero esta construcción deja un espacio para la subversión de género. En la
construcción performativa se encuentra también la fuerza subversiva del género (Saxe, F.,
2015, p.6).
Aunque aún ha tenido escaza incorporación en el análisis organizacional
3
, la teoría
butleriana del género abre un campo promisorio al articular las comprensiones de poder,
agencia y subversión. Su propósito se orienta explícitamente a contribuir al desarrollo de un
conocimiento que reconozca los procesos de generización y, a la vez, las condiciones en las
que se puede producir la transformación social.
El poder, es un proceso que se mantiene en el tiempo y que se produce y reproduce a
través de una serie de actos reiterables que cumplen una función paradójica: refuerzan la
estabilidad y la naturalización de las normas en virtud de su sostenimiento temporal y, a la
vez, permiten que aquellas normas que se repiten abran su sentido hacia nuevas
3
Quizás por sus propias premisas teóricas como se verá más adelante.
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direcciones, gracias a que todo diferir temporal habilita la introducción de una diferencia en
el significado de lo repetido. Retomando a Foucault sostiene que la función crítica de la
teoría feminista no es sólo entender cómo operan el saber y el poder para construir una
forma sistemática de ordenar al mundo, sino seguir sus puntos de ruptura y discontinuidad.
Lo que esto implica para el género es que no sólo es importante comprender cómo se
instituyen los términos del género, cómo se naturalizan y cómo se establecen sus
presuposiciones, sino trazar los momentos en los que se disputa y se reta al sistema
binario de género, en los que se cuestiona la coherencia de las categorías y en los que la
misma vida social del género resulta ser maleable y transformable (Butler, J., 2006,
p.305).
Las fuentes de subversión se dan dentro de una estructura normativa que restringe al
agente pero que también le permite cambiar su situación. La subversión es la capacidad que
tienen los sujetos de apropiarse de las estrategias culturales disponibles, repetir normas
previas, pero alterando su sentido.
Butler no cree en el determinismo discursivo, por el contrario, su noción de agencia
supone un sujeto que tiene oportunidades de modificar lo discursivo-normativo, desde
adentro, porque éste no es sino el conjunto de prácticas que se producen y circulan en una
sociedad en virtud de la acción e interacción de los agentes mismos. Estas prácticas
sedimentan en normas e instituciones cristalizadas pero, en virtud de su ontología
contingente, pueden abrirse hacia nuevas configuraciones.
Des-hacer el género supone un análisis sobre los tipos de reapropiaciones de lo social que
el agente puede realizar para minar la hegemonía de sus normas más violentas. La agencia,
así entendida, no debe renegar de lo cultural-discursivo sino que tiene que recurrir a las
normas y prácticas compartidas pero con un espíritu modificador, buscando introducir
alteraciones en lugar de reiterar fielmente su sentido previo.
Si las normas que gobiernan la significación no sólo limitan, sino que también
posibilitan la afirmación de campos diferentes de inteligibilidad cultural, es decir, nuevas
alternativas para el género que refutan los códigos rígidos de binarismos jerárquicos,
entonces sólo puede ser posible una subversión de la identidad en el seno de la práctica
de significación repetitiva (Butler, J., 2001, p.282).
Los desarrollos de Judith Butler han contribuido, desde una postura postestructuralista y
antiesencialista, a la reflexión crítica sobre cómo se hace el género desde los discursos y las
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prácticas expresivas y, en simultáneo, cómo se construye un orden social que suprime
identidades fuera de la hétero-norma hegemónica y las posibilidades de subversión de ese
orden. Esta línea ha inspirado análisis organizacionales sobre temas tales como: los
procesos discursivos de formación y resistencia de las subjetividades, la potencialidad de la
materialidad y subjetividad de los cuerpos (por ejemplo, el de sujetos transgénero) en los
procesos de “disputa del género”, procesos de deconstrucción de estereotipos, etc. Más
recientemente, la propia Butler ha ampliado su noción de performatividad para analizar
casos de protestas populares y la forma en que las personas pueden llevar a cabo actos
políticos y nuevas formas de activismo que tienen en la precarización su impulso
fundamental en las que los cuerpos “junto con otros cuerpos a una zona visible para la
cobertura mediática (Butler, 2017).
Sin embargo, debido a su inserción teórica y epistemológica, no ha puesto foco en el
papel de las instituciones y las organizaciones. Desde su perspectiva hablar de institución u
organización de cualquier tipo, sería en mismo un acto de delimitación que opera
conforme a una forma de poder performativo. Su concepción de transformación social no
tiene como objeto, ni como sujeto, a una entidad abstracta (acción colectiva, organización),
sino a cuerpos (políticos) concretos capaces de reconocer y expresar su precariedad
generando rupturas en el poder performativo. En este marco instancias como asambleas,
marchas u ocupación del espacio público o no público pueden ser comprendidos desde una
perspectiva nueva de la acción orientada al cambio basada en “alianzas”, no como
formación social sino como parte del propio proceso de formación como sujetos junto a
otros sujetos (Butler, 2017).
En gran medida la perspectiva butleriana destaca el papel de la agencia de los sujetos en
detrimento de las estructuras y de los actores organizados en los procesos de articulación y
rearticulación de las relaciones de poder.
3- El Neoinstitucionalismo y su aporte a la explicación del cambio
(instituciones, poder y agencia)
En la actualidad se observa un proceso de problematización de la agenda social en torno a
la cuestión de género que se hace palpable, no sólo a partir de la acción de movimientos
sociales, y actividades de investigación y producción de evidencias sobre la desigualdad,
sino también en la proliferación de programas públicos y privados, de nuevas estructuras
organizacionales estatales y no estatales, de reformas normativas, de programas de
financiamiento, etc., que expresan como fundamento la intención de construir instituciones
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más igualitarias e inclusivas. Algunos ejemplos de ello son: reformas o nuevos protocolos
de actuación de las instituciones en lo que respecta a la violencia de género, el abuso y el
acoso, reformas en normativas para incrementar la participación de mujeres y otras
identidades de género en espacios institucionales y organizacionales, debates y
disposiciones sobre el uso del lenguaje inclusivo; para citar algunos ejemplos que podrían
identificarse como “innovaciones institucionales con perspectiva de género”. ¿Cuáles son
los factores asociados a la emergencia de estos cambios, cuál es su anclaje y cuál es su
alcance? ¿Cuál es su impacto en las estructuras, las interacciones y la redistribución del
poder en la organización?
El institucionalismo, sin incluir la perspectiva de género, ha desarrollado interrogantes
similares para explicar las particularidades, dinámicas y alcances del cambio social que
resultan relevantes de considerar.
En los años 40 Philip Selznick desarrolló, dentro del estructural funcionalismo
norteamericano, lo que se denominó la escuela institucional en el estudio de las organizaciones
instalando la propuesta que el comportamiento organizacional no reside ni puede ser
explicado a partir de las estructuras formales. Por el contrario, se revela en los procesos
informales, en las políticas de la organización y su interrelación e interdependencia con
grupos externos, conflictos, valores sociales, estructuras de poder de las organizaciones
locales y las instituciones políticas, entre otras. Esta escuela fue influyente en la
consideración de la importancia de las instituciones para explicar la variación o
“desviación” de los comportamientos respecto de las metas y procedimientos
“racionalmente” planificados. Para el análisis del comportamiento organizacional, las
instituciones importan, en tanto limitan la racionalidad, moldean las premisas cognitivas
para la acción y son el resultado de disputas de poder y demandas de legitimidad.
En su estudio de caso sobre la Autoridad del Valle del Tennessee, Selznick describe
como una política pública planificada para alcanzar determinadas metas vinculadas al
desarrollo económico, de infraestructura y la inclusión de sectores postergados termina, a
partir de su implementación, siendo “pervertida” por grupos de poder a los que
inevitablemente debe atender si pretende “salvar los programas más importantes y
sobrevivir. Por medio del concepto de cooptación explica mo un medio institucional se
inmiscuye en una organización y efectúa cambios en su liderazgo, estructura o política. La
“cooptación es el proceso de absorber nuevos elementos en el liderazgo o en la política
destinada a determinar la estructura de una organización, como medio para evitar amenazas
a su estabilidad o su existencia” (Seznick, 1999, p.308).
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La cooptación es formal cuando se introducen cambios formales a la estructura formal
(cargos, áreas, contratos) de manera pública como una respuesta a demandas externas de
legitimidad, que no tiene implicancias en términos de transferencia o descentralización real
del poder. La cooptación informal, en cambio, se produce debido a la presión de centros de
poder dentro o fuera de la organización, que tienen como consecuencia el otorgamiento de
concesiones, recursos, o injerencia en las decisiones de manera informal y no pública. La
importancia de reconocer estos procesos radica, no sólo en la posibilidad de entender los
cambios formales e informales que se producen en las organizaciones, sino también sus
alcances y consecuencias en términos de resultados y distribución del poder.
El institucionalismo entiende a las instituciones como pautas formales e informales que
moldean los comportamientos y que, a su vez, son moldeadas por fuerzas políticas y
sociales.
Para el “viejo institucionalismo” de la escuela estructural funcionalista, entender la lógica
y dinámica institucional significa comprender los comportamientos organizacionales
(organización informal) y las estrategias de las organizaciones para adaptarse y sobrevivir.
Años más tarde, el “nuevo institucionalismo”, emergió a partir de un renovado interés
académico, desde distintas disciplinas y vertientes teóricas en las ciencias sociales en los
años 80, por explicar los procesos sociales, políticos y económicos a partir del análisis de las
causas de la emergencia, continuidad y cambio de las instituciones. Algunos desarrollos teóricos
producidos en este marco se han constituido en mainstream, en particular en la ciencia
política y la economía política.
La perspectiva que mayor influencia ha tenido en el análisis organizacional ha sido el
neoinstitucionalismo sociológico, al poner de relieve la tendencia al isomorfismo y los
cambios en las estructuras organizacionales debido a las demandas de los ambientes
institucionales en las que se insertan. Otros neoinstitucionalismos y sus diferentes
variantes han promovido la discusión académica sobre el papel del poder, la tensión
agencia-estructura, el papel de los agentes de cambios y los discursos en el cambio social y
político todos los cuales resultan relevantes para la reflexión sobre el cambio
organizacional.
El neoinstitucionalismo sociológico (NS) recupera la concepción de las instituciones como
constructos sociales no sólo orientados a la consecución de metas racionales por medio de
la acción colectiva, sino como articuladores de marcos de referencia compartidos y sistemas
cognitivos que cristalizan en reglas formales e informales que orientan el comportamiento.
Para el NS las unidades de análisis supraindividuales como las organizaciones, no pueden
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ser reducidas a agregados o a consecuencias directas de los atributos o motivos de los
individuos o la orientación a metas colectivas racionales-instrumentales (Powell, W., y Di
Maggio, P., 1999, p.42). El NS concentra su atención en las interacciones micro y macro
por las cuales las instituciones son socialmente construidas y sostenidas a partir de lógicas
de “lo correcto” y “lo legítimo” actuando como un poderoso constreñimiento a la agencia
humana pero también resultado de esa agencia en tanto posibilidad de contestación,
conflicto y negociación. Las organizaciones formales surgen en contextos muy
institucionalizados que prescriben prácticas y conceptos racionalizados sobre el trabajo
organizacional que reflejan los entendimientos difundidos de la realidad social los cuales,
independientemente de su eficiencia, son tomados como legítimos. La supervivencia de las
organizaciones depende de la incorporación “ritual” en su estructura formal de estos
elementos mitos y por tanto reflejan de modo estructural la realidad construida
socialmente y tienden a parecerse (isomorfismo) (Meyer, J., y Rowan, B., 1999, pp.79-103).
En ambientes fuertemente institucionalizados como los de las sociedades
contemporáneas, las organizaciones que innovan en formas institucionales importantes,
incurren en altos costos de legitimidad. Por ello el NS presenta un énfasis principal en la
estabilidad y permanencia de las instituciones. En él el imperativo de supervivencia
prevalece sobre el de la transformación pero, a pesar de ello, su potencial explicativo radica
en la consideración de los factores culturales por los cuales los mitos institucionales del
ambiente social son incorporados a la estructura formal de las organizaciones atambién
como en el reconocimiento de la capacidad de ciertas organizaciones poderosas de liderar
activamente cambios obligando a sus redes de relaciones y a la sociedad a adaptarse a sus
valores, estructuras, objetivos y procedimientos como reglas institucionales racionalizadas.
El cambio organizacional se explica por la emergencia de nuevos marcos de referencia
importados o impuestos por entidades o fuerzas exógenas a las organizaciones.
El neoinstitucionalismo histórico (NH), ha concentrado su atención en el análisis de los meso
y macro procesos políticos y económicos, elaborando preguntas sobre las variaciones
históricas de las instituciones. A partir de la noción de “path dependency” ha enfatizado
también la estabilidad y los resultados de las instituciones como legados duraderos que
estructuran y limitan las elecciones estratégicas e interpretativas de los actores. En tanto
estructuración de las relaciones sociales, las instituciones también distribuyen poder entre
los grupos sociales de manera asimétrica. Los cambios se producen en períodos y
contingencias puntuales en los que determinados conflictos históricos o “encrucijadas
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críticas” abren oportunidades para que determinados agentes históricamente desventajados
puedan alterar la trayectoria del desarrollo.
El NH abre una línea de reflexión importante en la consideración del papel que juegan
ciertas coyunturas y determinados agentes históricos en las transformaciones institucionales,
aunque tiendan a caer en un modelo discontinuo del cambio caracterizado por la
prevalencia de los momentos estructurales y de persistencia sobre los momentos puntuales
y excepcionales de agencia y transformación.
Recientemente, y en vistas a sortear estas limitaciones y dar cuenta del papel de los
agentes, desde el NH, James Mahoney y Kathleen Thelen han postulado una teoría de la
gradualidad del cambio institucional, basada en dos propiedades de las instituciones: 1- los
efectos distributivos del poder entre grupos y agentes, y 2- las brechas que existen entre las
reglas y patrones de comportamiento y su interpretación y cumplimiento (Mohoney, J. y
Thelen, K., 2010).
Las instituciones son un recurso de poder dado que las reglas y patrones formales e
informales de comportamiento implícitas en ellas tienen consecuencias distributivas a la vez
que son el resultado de tensiones y conflictos entre actores con diferentes intereses y
dotación de recursos. Para Mahoney y Thelen la asimetría de recursos y la diversidad de
motivaciones de los agentes constituyen el componente dinámico interno de las
instituciones. Las formas y los resultados institucionales no necesariamente reflejan los
objetivos de un grupo particular, por el contrario, pueden constituir consecuencias no
intencionadas de grupos en conflicto que coinciden en los medios institucionales, aunque
difieran en las metas sustantivas. La estabilidad y cambio están relacionados con, y son el
resultado de coaliciones dinámicas de control y movilización de recursos de poder en favor
de la estabilidad o el cambio institucional en un ambiente también contingente.
Las relaciones y estrategias de poder no están circunscriptos a los límites de una
institución u organización. Por el contrario, se trata de un proceso reticular que involucra
espacios institucionales diferentes y a agentes que también interactúan en distintas
instituciones. Es por ello que los desbalances de poder pueden deberse a cambios exógenos
(como el contexto social, económico y político), y endógenos (como la fragmentación de las
elites, la unión de los subordinados), que reconfiguran las condiciones para la permanencia
y la transformación institucional (Mohoney, J. y Thelen, K., 2010, pp.10-11).
Las disputas por la estabilidad o el cambio también se producen en torno al significado,
aplicación y cumplimiento de las reglas institucionales. La ambigüedad es una característica
permanente de las normas que abre un margen de posibilidad para la agencia y la
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innovación, para el establecimiento de nuevos patrones de acción que transformen los
modos en que las instituciones distribuyen el poder y la autoridad.
Mahoney y Thelen delinean un modelo de cuatro patrones de cambio institucional en el
que, tanto las características del contexto político como de la institución son las que
delimitan el tipo de cambio potencial (desplazamiento de reglas, superposición de reglas,
derivación de reglas, conversión de reglas), el tipo de agente de cambio dominante que puede
emerger (insurrectos, simbióticos, subversivos, oportunistas) y el tipo de estrategias que estos
últimos potencialmente pueden desarrollar. Este modelo ofrece un marco para el análisis
empírico capaz de poner a prueba una teoría del cambio institucional gradual.
Tabla I. Contexto, Institución, Agentes de Cambio. Fuente: elaboración propia
basada en Mahoney, J y Thelen, K. (2010)
Características de la Institución
Bajo Nivel de
Discrecionalidad en la
interpretación y
aplicación de reglas
Alto Nivel de
Discrecionalidad en la
interpretación y
aplicación de reglas
Características del Contexto Político
Subversivos
(Superposición)
Simbióticos (Derivación)
Insurrectos
(Desplazamiento)
Oportunistas
(Conversión)
El desplazamiento de reglas formales e informales por nuevas normas es un tipo de
cambio disruptivo y radical, del tipo que se plantea en situaciones “encrucijada crítica” y
que llevan al derrumbe, el reemplazo o la emergencia de instituciones nuevas. Estos casos
se dan en situaciones institucionales en las que la brecha de ambigüedad para la
interpretación y aplicación de las normas vigentes es pequeña y existe por parte de los
agentes de cambio (Insurrectos), por un lado, el reconocimiento de la posición de
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desventaja que comparten grupos de individuos, por otro, la oportunidad potencial que
plantea el contexto de movilizar y articular coaliciones de poder que favorezcan la
transformación. Los insurrectos buscan consciente, deliberada y públicamente eliminar las
instituciones existentes y cambiar el estatus quo.
La conversión de reglas tiene lugar cuando las normas permanecen iguales en lo formal,
pero son interpretadas y aplicadas en nuevas formas. Generalmente emergen en situaciones
de puja respecto del sentido y aplicación de las reglas y en la que los agentes (oportunistas)
no tienen particular interés en asumir los costos de oportunidad contextual para mantener
o cambiar las reglas, más bien prefieren explotar las posibilidades del sistema vigente en
favor de su propio interés, reasignando y aplicando un sentido no previsto en el diseño
original de las normas.
Tanto el desplazamiento como la conversión se producen en contextos políticos en los
que predominan instituciones y actores institucionales con bajo poder para mantener el
estatus quo o bloquear el cambio y, por tanto, favorable a la articulación de coaliciones
capaces de desbalancear radicalmente las relaciones de poder.
La superposición de reglas ocurre cuando nuevas reglas (enmiendas, revisiones, o
adiciones) conviven con las existentes replanteando los modos en que las antiguas normas
estructuran los comportamientos. Estos cambios pueden implicar transformaciones
parciales que, en el mediano y largo plazo, lleguen a comprometer la lógica sustantiva de la
norma original. En contextos con predominio de instituciones y actores institucionales con
alto poder para mantener el estatus quo y bloquear el cambio, los agentes eligen estrategias
de observancia de las reglas ocultando su objetivo de transformación mientras aportan al
cambio incremental promoviendo nuevas reglas en los márgenes de las antiguas. Las
variaciones hacia un contexto más favorable pueden llevarlos a implementar otras
estrategias que oscilen entre la conversión institucional y el desplazamiento.
Finalmente, la derivación institucional tiene lugar cuando las reglas permanecen
formalmente inalteradas pero cambia su impacto como resultado de las condiciones
contextuales. En estos casos la oportunidad de agencia emerge en contextos políticos que
presentan una alta capacidad de oposición al cambio y situaciones de discrecionalidad en la
interpretación y aplicación de las reglas institucionales. Los actores (simbióticos) privilegian
la decisión de no actuar, mantener el estatus quo formal, explotando las instituciones en
favor de sus intereses por medio de la aplicación de las normas, desvirtuando su espíritu y
socavando las mismas en el largo plazo.
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En esta misma línea, autores motivados por problematizar la dialéctica estructura-
agencia han desarrollado nuevos enfoques para superar la tendencia estructuralista del NH.
Bob Jessop elaboró el Enfoque Estratégico Relacional (EER). Jessop sostiene que los
institucionalismos sociológico e histórico a menudo fracasan en especificar con precisión
las conexiones causales entre las instituciones y la conducta individual. El EER propone
una dialéctica estructura-agencia para el desarrollo de una teoría del estado capaz de dar
cuenta de los procesos constitutivos y transformadores del poder estatal no en términos de
dependencia de la trayectoria sino de formación de la trayectoria (Jessop, 2017, p.82) al poner de
relieve la importancia tanto del contexto estratégico de la acción como del poder
transformador de las acciones. Para Jessop siempre existe un margen para que las acciones
superen, eludan o socaven limitaciones estructurales. Sin embargo,
puesto que los sujetos nunca son uniformes ni plenamente conscientes de las
condiciones que influyen en (su) acción estratégica ni están nunca totalmente equipados
para participar en la reflexión y en el aprendizaje estratégicos, no existen garantías de
que vayan a alcanzar la mayor parte de sus objetivos estratégicos. De hecho, esto es
poco probable para la mayoría de los sujetos. Además, los cambios en las identidades,
intereses, recursos, objetivos, estrategias y tácticas de determinadas fuerzas también
modifican las limitaciones y las oportunidades emergentes asociadas con determinadas
estructuras (Jessop, 2017, p.82).
Aplicar el EER supone el análisis del contexto estratégico en el cual una estructura dada
puede privilegiar algunos actores, identidades, estrategias, horizontes espaciales y
temporales y acciones sobre otros y, a la vez, los modos en los que actores (individuales o
colectivos) tienen en cuenta este privilegio diferencial. Este enfoque implica estudiar las
estructuras como “estrategias selectivas estructuralmente inscriptas” y las acciones como
“cálculo estratégico estructuralmente orientado” (Jessop, 2001, p.1220).
La racionalidad de la acción de los actores individuales y colectivos es reflexiva pero
condicionada por sus identidades e intereses en el marco de configuraciones estructurales
que, de manera selectiva, refuerzan determinados tipos de acción y desalientan otros. Esta
interacción entre estructura selectiva y estrategias selectivas hace que las instituciones
tiendan a la estabilidad pero que también ocurran coyunturas en las que se producen
disyuntivas, crisis de integración o coherencia que habilitan transformaciones. Los actores
tienen siempre algún margen de maniobra y mayores o menores capacidades (y conciencia)
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para elegir un curso de acción dependiendo del cambio en las selectividades y sus propias
oportunidades de involucrarse en acciones estratégicas.
Jessop sostiene, además, que es posible y necesario combinar el EER con foco
estructural y discursivo lo que ayudaría a desarrollar un análisis reflexivo (concerniente a las
estructuras discursivas y extradiscursivas, las capacidades transformativas y auto-
transformativas y los aprendizajes individuales y colectivos) acordes con el estudio de las
selectividades estructuralmente inscriptas en diferentes campos de acción. (Jessop, 2001,
p.1225)
En esta dirección, Colin Hay retoma el EER y sobre esta base plantea nuevos aportes a
lo que denomina el institucionalismo constructivista (IC). Este enfoque tiene alguna semejanza
ontológica con el institucionalismo histórico en tanto adhiere a una interacción dinámica
ente agencia y estructura, pero se diferencia de éste último por su intento en poner de
relieve y dar cuenta de los factores endógenos que movilizan las evoluciones, adaptaciones
e innovaciones institucionales. Sus principales posicionamientos ontológicos se asientan en
los siguientes supuestos:
1- Los actores son estratégicos y buscan realizar cambios que son siempre
contingentes y complejos, es decir que tal objetivo se produce siempre en un contexto
que favorece ciertas estrategias sobre otras (selectividad). Esta intencionalidad
transformadora depende de sus percepciones de dicho contexto (siempre incompletas e
imprecisas) y sus ideas como parte de tales percepciones dado que sus deseos,
preferencias y motivaciones no son una realidad totalmente dada por el contexto sino
un proceso reflexivo de la realidad material y las circunstancias sociales, pero también
“ideacional” en el sentido que reflejan también una orientación normativa (moral, ética y
política).
2- Para el análisis institucional los actores no son sustituibles dado que sus preferencias e
intereses no pueden ser directamente inferidas de la institucionalidad en la que están
insertos. Las preferencias son una construcción social.
3- El cambio reside en la relación entre actores y el contexto en el que están insertos
como interacción entre la conducta estratégica en un contexto estratégico tal como es concebido por los
actores, es decir “su lectura “del contexto.
4- Las justificaciones y las ideas de los actores constituyen la base fundamental para la
permanencia o cambio institucional. Los cambios de paradigmas constituyen una fuente
primordial de cambio institucional y es por ello que para el institucionalismo
constructivista es relevante identificar, detallar e interrogar con qué alcance,
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permanencia o disrupción las ideas establecidas (también normalizadas e
institucionalizadas) constituyen filtros cognitivos por medio de los cuales los actores
interpretan el contexto y conciben sus propios intereses
4
. (Hay, 2006, pp.6-8).
5- El cambio ocurre en un contexto estructurado (por las instituciones y las ideas
sobre las instituciones) de modos complejos y en permanente cambio, que facilitan o
privilegian ciertas formas de intervención y limitan otras, en las que los recursos y el
conocimiento sobre el contexto están desigualmente distribuidos; esto afecta la
capacidad de los actores para influir en las transformaciones orientadas por sus
preferencias.
Hay sostiene que una concepción estratégico-relacional permite superar las limitaciones
de las perspectivas dualistas que separan radicalmente la dimensión material de la
discursiva-ideacional, privilegiando analíticamente la primera para analizar las dinámicas
estructurales de las instituciones, pero evidenciando serias dificultades para explicar el
cambio social y político. Adscribiendo a una síntesis analítico-discursiva desarrolla el
concepto de crisis entendido como el momento estratégico de intervención decisiva en el
proceso de cambio institucional (Hay, 1999, p.320).
Para el análisis político institucional los discursos relevantes son los discursos políticos.
Estos refieren a aquellos adoptados y expresados por los actores involucrados e
interactuando en procesos políticos y abarca tanto el contenido sustantivo de ideas que
contienen tales discursos, como así también el proceso comunicativo por el cual las ideas
son transmitidas; no sólo qué se dice sino también el contexto en el que discurso político
tiene lugar (dónde, cuándo, cómo y porqué se dice). Se diferencia, por tanto, de otras
perspectivas postestructuralistas y foucaultianas del análisis del discurso que ponen foco en
la textualidad y rechazan la existencia material de las instituciones en general y del Estado
en particular por considerarlo pura retórica o recurso metafórico de los discursos
disciplinadores de los social. (Hay, 1999, 2006; Schmidt, 2008).
A diferencia de Hay, Vivian Schmidt, se posiciona dentro del Institucionalismo Discursivo,
que comparte los supuestos ontológicos y epistemológicos del IC. Entiende que la
concepción del discurso de éste último al igual que la propia, recuperan la importancia de
las ideas en la comprensión de las instituciones, su permanencia y cambio. No obstante,
marca una diferencia al entender que aquél se limita a la importancia del contenido
sustantivo que las ideas aportan al discurso, dejando de lado (o entendiendo de modo
4
Las percepciones acerca de lo que es viable, legítimo, posible y deseable. Estas percepciones constituyen los
filtros cognitivos que definen la acción estratégica.
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implícito) el proceso interactivo por el cual los actores públicos discuten las ideas, deliberan y
las legitiman.
La adhesión a la comprensión de crisis como momento de disputas de narrativas
orientadas a transformar la trayectoria de las instituciones implica que no sólo es necesario
describir las ideas en forma de discursos que predominan en el proceso, sino también
explicar el proceso por el cual unas narrativas se imponen a otras en un contexto selectivo.
Esto lleva necesariamente a identificar a los agentes portadores y articuladores de los discursos en
pugna, dado que en la lucha no sólo es relevante qué se dice sino quién lo dice.
La relevancia de estos agentes está dada por el contenido ideas de su discurso, pero
también por el contexto en el que actúan e interactúan entre sí. De este modo será posible
relacionar las micro-interacciones con la permanencia y/o cambio de patrones históricos,
culturales y racionalidades estratégicas. El foco en estas dinámicas permite dar cuenta del
proceso por el cual las ideas pasan de pensamiento a narrativa dominante y la estrategia selectiva en devenir
institucional.
4- Apuntes para un diálogo entre las Teorías Feministas y el Nuevo
Institucionalismo en el Análisis Organizacional.
El neoinstitucionalismo y sus desarrollos más recientes ofrecen un conjunto de
herramientas conceptuales para indagar temas clave en el análisis de las organizaciones en
tanto sistemas institucionales socialmente construidos e insertos en contextos sociales
fuertemente institucionalizados: la continuidad y cambio en las instituciones, las inercias y
las resistencias al cambio, el cambio gradual, las relaciones de poder, la agencia en
contextos estructurados y contingentes, la articulación de niveles micro y macro, el papel de
las ideas y el discurso en los procesos de institucionalización, entre otros.
Los neoinstitucionalismos (NI) han reconocido el papel de las instituciones en
privilegiar ciertos grupos sobre otros; sin embargo, no han hecho especial hincapié en
divisiones sociales relevantes como género, raza o clase. El sesgo de género inscripto en las
instituciones ha sido, en general, pasado por alto. En este sentido la inclusión de la
perspectiva de género y el diálogo con los aportes de las teorías feministas (TF) en general y
de la TFO en particular, permitirían al NI incorporar al género como categoría significativa
en el estudio de las instituciones y el poder.
Algunas autoras (Kenny, 2007; Mackay, Kenny, y Chappell, 2010; Krook, y Mackay,
2011) han criticado la ceguera del NI y argumentan que la utilización de “lentes de género”
proveería nuevas reflexiones en las preocupaciones centrales de esta corriente. “Generizar”
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el institucionalismo sería, no sólo cuestión de agregar al género en el marco de éstos
enfoques, sino ir más allá de ello, cuestionando los propios fundamentos y concepciones
teóricas (Kenny, 2007, p.97). Esto permitiría cambiar el foco desde el análisis de “las
mujeres en las instituciones” al del “género de las instituciones” o la “generización de y en
las instituciones”.
Por su parte la teoría feminista, desde diferentes perspectivas, ha tenido la
problematización de la noción de género como eje central (Scott, 1986, Calás y Smircich,
2016). Esta discusión ha permitido considerar al género como categoría analítica y como
proceso. En tanto categoría analítica es entendido como un elemento constitutivo de las
relaciones sociales y un modo primario de significar relaciones de poder, que opera en
múltiples campos, evoca múltiples representaciones y conceptos normativos y desarrolla
interpretaciones sobre los significados, las instituciones y organizaciones sociales y la
identidad subjetiva. El género como proceso refiere a los comportamientos, convenciones,
prácticas de individuos, organizaciones, movimientos, instituciones y Estados que
producen efectos diferenciales de estructuras y políticas, y constituyen un recurso de poder
de los actores para producir resultados que les son favorables. Estas dos concepciones
interrelacionadas de género, abrieron una importante agenda de investigación en diferentes
disciplinas de las ciencias sociales (Scott, J., 1986; West, C. y Zimmerman, D., 1987;
Hawkesworth, M., 2005; Beckwith, K. 2005) que iluminó de un modo diferente las
interconexiones entre los niveles micro de las identidades e interacciones y las instituciones
y estructuras sociales en las que los actores se insertan.
A pesar de lo anterior los desarrollos teóricos y empíricos feministas han hecho escasa
referencia a las instituciones y al institucionalismo. Esto ha sido especialmente notorio en el
análisis y la teoría organizacional, limitando su capacidad explicativa del género como
proceso por el cual las estructuras e instituciones sociales se generizan, se reproducen,
son interpeladas y transformadas.
5
El feminismo, como programa teórico y de investigación, pero también de
transformación, aún encuentra limitaciones para dar cuenta de los procesos de cambio que
aparentan estar en marcha en las sociedades contemporáneas. Más allá de las reflexiones
críticas sobre género que la teoría feminista ha aportado a la teoría y el análisis
organizacional desde los años 70, aún es necesario consolidar un programa de
conocimiento que tenga como centro a las organizaciones como contenedoras de
5
Una excepción a esta afirmación lo constituyen los estudios de teoría política feministas sobre el Estado y
las instituciones políticas que constituyen quizás el campo académico pionero en la adopción de un
interesante diálogo con el NI en la ciencia política (Hawkesworth, 2005; Beckwith, 2005; Kenny, 2007; Krook
y Mackay, 2011).
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diferentes cuerpos y sexualidades, como arenas de poder; y a la teoría de las organizaciones,
como un sistema de conocimiento también generizado, que necesita ser revisitado y
revisado (Gherardi, S., 2005)
La aún hoy persistente presunción de neutralidad genérica en la teoría de las
organizaciones ha tenido como consecuencia la incorporación tardía de las perspectivas de
género en relación a otras disciplinas. Éste es un síntoma de las limitaciones que el campo
del conocimiento todavía presenta para reconocer y explicar no sólo los efectos (y
persistencias) de la distribución de poder basada en el género y su interrelación con otras
diferencias (clase, raza), sino también de los procesos de cambio.
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