Revista Pelícano
Vol. 4. Nuevas narraciones
ISSN 2469-0775
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2018 - Córdoba
Luis Ignacio Gara
luisgarciagarcia78@yahoo.com.ar
Universidad Nacional de Córdoba -
CONICET.
DOI: 10.22529/p.2018.4.13
La vida como escritura. Acerca de La
vida como alegoría. Consideraciones
antisubjetivas de la escritura
autobiográfica, de Silvia Susana
Anderlini1
Life as w riting. About La vida como
alegoría. Consideraciones anti
subjetivas de la escritura
autobiográfica, of Silvia Susana
Anderlini
¿Podremos imaginar algo más dicil que la
vida como alegoría? No nos referimos al libro
de Anderlini, que se deja leer con amable
fluidez, sino al delicado asunto que el libro
pone sobre la mesa. Ya la vida es
complicada, ¡cuánto más difícil intentar
vivirla alegóricamente!
Si la literatura, en su sentido moderno,
desde la locura del Quijote, nace como
testimonio de la fractura entre experiencia y
sentido, entre vida y escritura, la alegoría,
como hiper o archi-modernidad alojada en
el origen barroco de lo moderno, muestra
que el propio acceso a la escritura es
vedado, muestra la fractura interna del
1 Reseña del libro La vida como alegoría. Consideraciones
antisubjetivas de la escritura autobiográfica de Silvia
Susana Anderlini, editado por Alción, y presentado
por Mateo Paganini y Luis Ignacio García en la sala
Luis Revol de la Biblioteca Córdoba, el 13 de
diciembre de 2017.
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significado consigo mismo. La vida como alegoría es la vida que asume la crisis de sentido
desencadenada por el torbellino destructivo y nihilizante de la modernización capitalista. La
vida como alegoría se sabe fragmento de una totalidad ya irrecuperable, aquella del mundo
csico, en la que el lazo entre vida y sentido no estaba siquiera cuestionado, mucho menos la
consistencia aglutinante del sym-bolon, de la vida como acontecer simbólico atado a un destino
sagrado o cósmico. Por supuesto, la modernidad generó desde un comienzo dispositivos de
contencn de su constitutiva pulsión de muerte. A eso le llamamos ideología, esto es, ese
conjunto de narrativas que intentan ocultar la ruptura, el desalojo, al intento de restituir como
ficción aquello que la realidad ya hace rato que no da: sentido totalizante a la vida. La alegoría
testimonia una crisis y denuncia las pretensiones ideológicas de toda forma que aspire a una
validez simbólica. La alegoría, emblematizada en la calavera, es antes que nada esta mirada fija
en el costado ruinoso de la vida moderna. La calavera, como alegoría de la propia alegoría (si es
que hay algo propio de la alegoría), es la vida moderna como vida póstuma, como vanitas,
como vida que se sabe ya espectral.
¿Es entonces la vida como alegoría pura negatividad, la forma final del nihilismo moderno? Sí,
seguramente: lo ella mira fijo a lo moderno como des-astre, como pérdida de nuestra relación
con los astros y su quietud. Pero, y en este pero se juega lo más decisivo de todo el planteo del
libro, la vida alegórica, la vida que se descompone en imágenes que no arman una historia, la
vida que cae entre abismos del sentido que se saben insondables, esa vida despojada de todo,
es la única promesa no ideológica de salvacn respecto a la propia entropía de la
secularizacn.
¿Cómo es esto? ¿Cómo podría ser que la figura de la más radical desfiguración, que la figura
del desierto de lo real, o más, de la desertificación de lo real, esa, la seca y dura calavera, tenga
que ver con algo más que el testimonio de la castrofe? ¿Cómo podría ser que la alegoría no
resguardase sólo una pura negatividad, sino que en ella, como criptograma de la nada, se
anunciase una positividad de nuevo tipo, ajena a la dualidad entre todo y nada? No parece
simple ensayar una respuesta a esta pregunta, y sin embargo se juega al la promesa
emancipatoria de toda literatura moderna, esto es, de toda literatura que asuma la imposibilidad
misma de escribir como punto de partida de la escritura. La alegoría es, a la vez que testimonio
de una crisis radical del sentido, la apuesta por un decir otro, un allos agoreuo, en el que se promete
la restitución de una experiencia más originaria del sentido.
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¿Es esto puro romanticismo? y no, dependiendo cómo entendamos ese vapuleado
capítulo de la historia cultural de occidente. Cierto romanticismo, aquél en el que abrevan las
fuentes de este libro, y que se proyec en el siglo XX a través de ciertas vanguardias como el
surrealismo, o ciertos aspectos del surrealismo, asume no lo la ruptura entre vida y escritura,
sino también la diseminacn del sentido de la propia escritura en cuanto tal. Y sin embargo, en
esas tradiciones alegóricas encontramos no sólo el testimonio de una crisis del sentido, sino
también el deseo de una experiencia postcapitalista del mundo que, sin restituir las formas
orgánicas del mundo premoderno, sin embargo sepan leer en las ruinas del presente las sales
de un mundo emancipado por venir.
La vida alegórica es la vida más difícil. Pero es también la única chance de pensar la
emancipación sin retornos autocomplacientes al mundo del sentido. Porque en ella la
dominacn misma se da como sentido, el sentido es el secreto de la dominación, de manera
que su pérdida, la del sentido, no es un escollo sino la condición misma de la emancipación. Y
aquí llegamos al centro del torbellino: ¿qué comunicamos cuando ya no hay sentido que
comunicar? ¿Qué escritura resta tras la crisis de la escritura de la vida, de la bio-graa?
Justamente aquí comienza la alegoría a construir su mundo neutro de una utopía sin territorio,
escrito con agua en los espacios blancos de Mallarmé: cuando no hay sentido, comunicamos
lo la comunicación misma, es decir, hacemos experiencia de la lengua en cuanto tal, antes de
toda función comunicativa, antes de toda reduccn funcional de nuestra vida lingüística. La
vida alegórica es ciertamente la vida cadente del nihilismo contemporáneo, pero vista desde la
perspectiva de la redención, es decir, es irreductible al nihilismo, porque en ella se abre la
experiencia de la ausencia de sentido como puesta en crisis de la instrumentalizacn de nuestra
propia esencia lingüística. La alegoría dice, gozosa: el lenguaje no sirve para nada. La potencia de la
alegoría, ya no como mera crítica ideológica sino como experiencia redentora, radica
precisamente en haber roto el hechizo de la utilidad y en permitir abrirnos a la beatitud del
ausentido.
El libro de Anderlini asume este arco mesiánico que va de la muerte hacia la promesa de
redención, de la calavera al ángel, se planta en el centro del torbellino destructivo de la
modernidad y nombra con precisión ese centro: dice yo, dice qué pasa con ese yo desde el que
se intenta organizar la experiencia en el tiempo de su crisis. Y entonces ese yo no es un centro
fijo que organiza una realidad alegorizada, sino él mismo el movimiento de descentramiento
alegórico que permite ya no comprender un orden, pero percibir el ritmo de un desorden.
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Si hubiera que reducir el libro a una fórmula, podríamos decir: toda escritura es
autobiográfica, toda autobiografía es imposible, por lo tanto la escritura es la experiencia de la
vida como posibilidad de lo imposible. Aquí es donde la autobiografía se transforma en
heterobiografía, en escritura de la vida siempre de otro, pues el yo está ya heteronomizado,
alegorizado. Eso respecto del desplazamiento auto/hetero de la biografía, pero en cuanto a la
bio-grafta como tal, el libro deja sugerido un movimiento alegórico adicional: si la modernidad
rompe con la relación vida/escritura y por tanto intenta restituir literariamente ese lazo como
género bio-gráfico, la alegoría rompe con la relación escritura/sentido, por lo que ya no piensa la
escritura bajo la relación representativa del sentido, sino que en la alegoría la escritura es
duramente material, es hecha de los mismos elementos que la vida. La biografía ya no es una
escritura
de la vida, una escritura acerca de la vida, una escritura que, ligada al esquema del
sentido, represente una vida que esté fuera de ella, sino la vida misma como escritura: una vida-
escritura que, sustrayéndose a la representación, se plasma ella misma en el hacerse y
deshacerse de la ficción. Pasamos de la escritura como instrumento de una bios-graphía, del
registro representativo de una vida, a la escritura como médium de una graphiké-bios, de una vida
escritural, una vida figural.
Somos lenguaje, y no hace falta que él nos enuncie, sino adentrarnos en su dura
materialidad, en su hueso. Las escrituras desgarradas por el terror del siglo que Anderlini
recupera en su libro difícilmente puedan ser pensadas como representacn de algo sucedido,
sino ellas mismas como el acontecimiento de una vida póstuma que se afirma en la propia
inscripción de una letra que no cesa de no escribirse. Ellas no son la transmisión de un sentido,
sino la apertura de un espacio de transmisión más allá de todo sentido. Como la vida cuando
deviene alegórica: ella ya no es representable, y, por lo tanto, se torna indestructible. La vida
alegórica es la vida infinita que se adivina en el reverso de la finitud de esta humanidad
póstuma que somos. Como el espectro, insiste no por su destinación divina, sino por
irreductible a las dualidades de la representacn.
La vida que vivimos en cuanto vida póstuma o sobrevida se abre a la ambigüedad
constitutiva de la alegoría: vida naciendo de la muerte puede ser la vida zombie del
neoliberalismo contemporáneo, que da vida a lo muerto, justamente, en el fetichismo de la
mercancía. La alegoría conoce bien el rostro cadavérico del fetiche mercantil. Pero la alegoría
quiere ser ángel, y en la sobre-vida del capitalismo contemporáneo adivina no lo la vida
prehumana del consumismo zombi, sino también la vida post-humana, post-subjetiva, de una
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escritura infinita. Si en Benjamín leíamos: “yo que soy una calavera tendré rostro de ángel”,
nosotros, en nuestras postdictaduras neoliberales, podemos traducir: “yo que soy un zombi
tendré rostro de espectro. Entre la calavera y el ángel, entre el zombi y el espectro, una vida
que asume su muerte, sus muertos, disolviéndose en la escritura. La alegoría es la retórica de la
crisis, y con ella podemos no sólo testimoniarla sino elaborarla en un
pas-de-sens, en una nada y
paso del sentido.
La vida como alegoría no lo es difícil, es lo imposible mismo. Y sin embargo, es lo único
posible. Haber dicho esto con claridad y contundencia es quizás el principal mérito del libro de
Anderlini.
Referencias bibliográficas
ANDERLINI, S. (2017). La vida como alegoría. Consideraaones antisubjetivas de la escritura
autobiográfica. Prólogo de Daniel Vera. Córdoba: Alción.
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