Revista Pelícano Vol. 3. El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 39-48
Agosto 2017 – Córdoba
de su cauce por el caudal subterráneo, lev-
ante las tapas que mantenían cerradas las al-
cantarillas e invada los sótanos y luego las
ciudades. Nos sentimos sorprendidos cada
vez que lo nocturno se abre brutalmente a la
luz del día. Y, sin embargo, ello revela la exis-
tencia de lo que está abajo, una resistencia
interna que nunca se debilita. Esta fuerza al
acecho se filtra en las tensiones de la so-
ciedad a la que amenaza. De repente, las
agudiza, sigue utilizando los mismos medios
y recorriendo los mismos trayectos, pero al
servicio de una “inquietud” inesperada, que
viene de más lejos; rompe las barreras; des-
borda las canalizaciones sociales; se abre
caminos que dejarán, una vez que haya
pasado y cuando la marea se haya retirado,
otro paisaje y un orden diferente (Certeau,
2012a, p.15).
“Lo extraño” es el agua subterránea. Nece-
sita apelar a una crisis para dirigirse hacia la luz.
Luego, saltan las tapas de la alcantarilla, “lo
nocturno se abre brutalmente a la luz del día”.
Unas barreras –supuestamente sólidas– separa-
ban perfectamente la parte superior de la infe-
rior, protegiendo los sótanos, las calles, una ciu-
dad. Pero ceden. Y lo hacen porque ya eran
porosas: la “fuerza al acecho” se había insinu-
ado de abajo hacia arriba (lo cierto es que, si se
trata de una alcantarilla, su materia provenía de
lo que arriba fue reprimido hacia abajo), en
“canalizaciones sociales” elaboradas por ten-
siones que el ascenso brutal permite esclarecer.
El desborde repentino perfora caminos que
cambian el paisaje. Aquí se construye una espa-
cialidad en el marco trascendental del acontec-
imiento, marco que, en realidad, incluye la tem-
poralidad y, de algún modo, el timing.
La cuestión de la relación entre un tiempo
que se podría denominar ordinario y un tiempo
de crisis, también fue planteada en “La formali-
dad de las prácticas”, pero de otra manera y a
otra escala (Certeau, 1999, pp.149-200). Entre
dos tiempos “plenos”, el de la cristiandad –
donde la religión es para un sujeto “lo que le
permite pensar o conducirse”– y el de la razón
y la ética, Michel de Certeau se establece en un
terreno incierto elaborado por procesos de “de-
sarticulación” que podríamos describir, uti-
lizando una metáfora climatológica, como el en-
frentamiento de presiones altas y bajas que
provocan un temporal. Es la época de las crisis
religiosas, sociales y políticas caracterizadas por
una “pérdida del objeto absoluto” y cuya mani-
festación son las epidemias de brujería, el lib-
ertinaje y la multiplicación de experiencias mís-
ticas. Pero también es una época de orde-
namiento estatal impuesto por el triunfo de la
“razón de Estado” como solución a la crisis. La
situación cronológica de este período de crisis y
ordenamiento es el siglo XVII y, en primer lu-
gar, el siglo XVII francés.
Esta demarcación temporal podría parecer
esquemática, simplificadora e, inclusive, con-
vencional, algo que a de Certeau, creo, no le
preocupaba demasiado. Lo que, sobre todo,
cuenta, me parece, es la manera en que esta de-
marcación permite poner en acción secuencias
cortas. Si “La formalidad de las prácticas” pro-
porciona un marco intelectual donde se asume
una evolución de larga duración, una discon-
tinuidad estimada a escala temporal de evolu-
ciones lentas y continuidades identitarias, este
artículo fundamental muestra también configu-
raciones que trazan figuras singulares, producen
acontecimientos que las transforman, engen-
dran efectos y reorganizaciones temporales para
actores históricos. Una suerte de física de la dis-
continuidad histórica –hecha con roturas, des-
orbitaciones, restricciones y desarticulaciones–
cobra sentido a una escala humana que atraviesa
la escala de las prácticas, mientras sigue faltando
“una razón de la práctica”. “Todo pasa como si
los elementos doctrinales al salir de la órbita de
un sistema integrado, se acomodaran según den-
sidades sociales diferenciadas” (Certeau, 1999,
p.156), escribe de Certeau.
¿Quiénes son, entonces, los sujetos de la his-
toria que piensan, se piensan y se esgrimen
como “practicantes” de sus conductas? Si con-
sideramos una escala de lentas maduraciones,
de una evolución plurisecular, en el texto de
Michel de Certeau encontramos un cristiano
teórico (casi universal), es decir, un ego retro-
spectivo. Por el contrario, si tomamos la escala
de las crisis, hallaremos numerosos actores so-
ciales y, en este caso, la cronología no parece
tener otra virtud que la de permitir la metamor-
fosis de un sujeto teórico en un sujeto de las
prácticas. Pero en “La formalidad de las prácti-
cas”, este último sujeto, casi siempre no es más
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