Pecano
Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba
ISSN 2469-0775
DOI: 10.22529/p
EL VUELO DEL PELÍCANO
MICHEL DE CERTEAU
Pierre Antoine Fabre: La cuestión mística en la posteridad de Michel de Certeau
Alfonso Mendiola: El conflicto moderno entre la voz y la escritura
Andrés Gabriel Freijomil: El nuevo mundo como “página en blanco”. Elementos
para una historia de las representaciones de América Latina en la obra de Michel de
Certeau
Christian Jouhaud: Regreso a Loudun
Diego Fonti: Sobre cuerpos desaparecidos y memorias encarnadas
EL ASALTO DE LO IMPENSADO
Karina Clissa: Obras orientadas a la predicación. Estudio comparativo de bibliotecas
institucionales en Córdoba del Tucumán en el siglo XVIII
Susana María Gómez: Khôra: el espacio propiciatorio de una investigación no
causalista en literatura
Alejandro Luis Pucheta: Conocimiento y racionalidad en el pensamiento de
Emmanuel Levinas
Adriana Vulponi: Sobre la conformación de un género y de un clásico: avatares en la
edición de literatura infantil y juvenil argentina
Franco Olmos Rebellato: Entre el instinto y la razón: comentarios sobre la ética y
estéticas de un saqueo
LAS FORMAS DE LA MEMORIA
Bibiana Eguía: Dios en lo innombrable. Presencia del discurso religioso en novelas
argentinas contestatarias. Entrevista a la investigadora Ursula Arning
NUEVAS NARRACIONES
Jordi Gastón Prina: Sobre Los sentidos del sujeto, de Judith Butler
Volumen 3 – Año 2017
Directora
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Editor
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Correctora
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Comité editorial
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Católica de Córdoba, Argentina); Aaron Saal (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina); Héctor
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Católica de Córdoba, Argentina); Carlos Schickendantz (Universidad Alberto Hurtado, Chile); Daniel
Vera (Universidad Nacional de Córdoba. Universidad Católica de Córdoba, Argentina).
Revista Pelícano
ISSN 2469-0775
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Volumen 3 – 2017
Revista Pelícano Vol. 3.
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2017 – Córdoba.
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científica que exponen, de manera exhaustiva, los resultados originales de proyectos de investigación
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Agosto 2017 – Córdoba.
Índice
EL VUELO DEL PELÍCANO
MICHEL DE CERTEAU
Presentación (5-7)
Pierre Antoine Fabre: La cuestión mística en la posteridad de Michel de Certeau (8-15)
Alfonso Mendiola: El conflicto moderno entre la voz y la escritura (16-30)
Andrés Gabriel Freijomil: El nuevo mundo como “página en blanco”. Elementos para una
historia de las representaciones de América Latina en la obra de Michel de Certeau (31-38)
Christian Jouhaud: Regreso a Loudun (39-48)
Diego Fonti: Sobre cuerpos desaparecidos y memorias encarnadas (49-64)
EL ASALTO DE LO IMPENSADO
Karina Clissa: Obras orientadas a la predicación. Estudio comparativo de bibliotecas institucionales
en Córdoba del Tucumán en el siglo XVIII (65-80)
Susana María Gómez: Khôra: el espacio propiciatorio de una investigación no causalista en
literatura (81-87)
Alejandro Luis Pucheta: Conocimiento y racionalidad en el pensamiento de Emmanuel Levinas
(88-100)
Adriana Vulponi: Sobre la conformación de un género y de un clásico: avatares en la edición de
literatura infantil y juvenil argentina (101-113)
Franco Olmos Rebellato: Entre el instinto y la razón: comentarios sobre la ética y estéticas de un
saqueo (114-122)
LAS FORMAS DE LA MEMORIA
Bibiana Eguía: Dios en lo innombrable. Presencia del discurso religioso en novelas argentinas
contestatarias. Entrevista a la investigadora Ursula Arning (123-130)
NUEVAS NARRACIONES
Jordi Gastón Prina: Sobre Los sentidos del sujeto, de Judith Butler (131-135)
4
Revista Pelícano Vol. 3. El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 39-48
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Michel de Certeau
Regreso a Loudun
1
Return to Loudun
Christian Jouhaud
L'École des hautes études en sciences sociales
Traducción y notas anexas: Andrés G. Frei-
jomil.
Modo de citar: Jouhaud, C. (2017). Regreso a
Loudun. Traducción de Andrés G. Freijomil.
Pelícano, 3. Recuperado de http://revistas. bibdi-
gital.uccor.edu.ar/index.php/pelicano/article/v
iew/1246
DOI: 10.22529/p.2017.3.05
Resumen
Partiendo del imperativo “aún hoy, hay que visi-
tar Loudun”, planteado por Michel de Certeau
en La posesión de Loudun, el artículo muestra, por
un lado, la articulación entre una historia que
“nunca es confiable” y “las figuras del otro”, ya
que la posesión como fenómeno histórico no
admite establecer una “verdadera” explicación
histórica. En nombre de esta incertidumbre, las
ficciones de los relatos de la experiencia toman
su lugar y permiten construir un “exorcismo
historiográfico” como “realidad eliminada”. En
este sentido, de Certeau observa lo que sucede a
partir de los efectos que produce lo inesperado
del acontecimiento y el modo en que el historia-
dor se topa con una presencia a partir de una
serie de huellas que, entre otras cosas, permiten
entrever cómo un orden religioso desarticulado
será reemplazado por un nuevo orden político.
Palabras clave: Michel de Certeau, posesión,
Loudun, historiografía, experiencia, aconteci-
miento.
1 En lo referido a las obras citadas por el autor, hemos
respetado todas las traducciones al castellano que ya exis-
ten. Cuando no ha sido éste el caso, hemos sido nosotros
los que tradujimos los pasajes de las ediciones en francés
que utiliza el autor (N. del T.).
Abstract
Starting with the imperative “Still today we
must visit Loudun”, formulated by Michel de
Certeau in The Possession at Loudun, this article
shows first of all that there is an articulation
between a story which “never is reliable” and
“the figures of the other”, because possession
as historical phenomena does not allow to esta-
blish a “true” historical explanation. In the
name of this uncertainty, fictions of narrations
of experience take upon its place and allow to
build a “historiographical exorcism” as “elimi-
nated reality”. In this regards, de Certeau obser-
ves what happens beginning with the effects
produced by the unexpected event and the way
in which historians stumble upon a presence,
starting from a set of traces which allow to
glimpse how a disjointed religious order will be
replaced by a new political order.
Key words: Michel de Certeau, Possession,
Loudun, Historiography, Experience, Event.
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El historiador francés Christian Jouhaud (1951) reci-
bió su educación en Bordeaux y París. Ha sido profesor
de la École Normale Supérieure y se desempeña, actual-
mente, como directeur d’études en la École des Hautes
Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, como
investigador del Centre National de la Recherche Scien-
tifique (CNRS) y como director del Groupe de recher-
ches interdisciplinaires sur l’histoire du littéraire
(GRIHL) en la EHESS. Asimismo, ha sido visiting
fellow en la University of California en Berkeley, en la
John Hopkins University y en la Princeton University.
Ha dictado seminarios en la University of Cornell
como Einaudi Fellow (1988), en la Society for the Hu-
manities Fellow (1990), en la Mellon Fellow (1995) y
ocupó la Einaudi Chair en 1996. Es especialista en
historia social y política de la modernidad (siglos XVI-
XVIII), en historia política y cultural del siglo XVII
francés, en historia de la literatura panfletaria del siglo
XVII, y en historia de la historiografía moderna. Con
todo, es, además, uno de los pocos historiadores que in-
vestiga con particular profundidad las relaciones entre la
historia y la literatura de la temprana modernidad. Se-
gún el historiador Steve Kaplan de la Universidad de
Cornell, “Jouhaud es uno de esos historiadores que se
toman en serio la literatura […] Mientras muchos teó-
ricos literarios utilizan la historia para iluminar la lite-
ratura, y otros tantos historiadores reducen la literatura
a una mera ilustración, Jouhaud se afana por explicar
la estética del poder y el poder de la estética, tratando de
aunar historia y literatura bajo un profundo equili-
brio”. Ha publicado el ya clásico Mazarinades: la
Fronde des Mots (1985), La Main de Richelieu ou le
pouvoir cardinal (1991), La France du premier
XVII
e
siècle: une histoire politique con Robert Desci-
mon (1996), Les pouvoirs de la littérature. Histoire
d’un paradoxe (2000), De la Publication. Entre Re-
naissance et Lumières, editado junto con Alain Viala
(2002), Sauver le Grand-Siècle? Présence et transmis-
sion du passé (2007), Histoire Littérature Témoignage.
Écrire les malheurs du temps, junto con Dinah Ribard
y Nicolas Schapira (2009), en japonés Rekischi to
Écritures: Kako no Kijutsu [Historias y escrituras: Es-
crituras sobre el pasado, Escrituras en el pasado]
(2011), La folie Dartigaud y Richelieu et l’écriture du
pouvoir. Autour de la Journée des dupes, ambos de
2015. El artículo que aquí presentamos remite a otro
de los temas sensibles a la historiografía de Christian
Jouhaud: su reflexión sobre la obra de Michel de Cer-
teau. Se trata de un texto que fue presentado por el au-
tor en el marco de un coloquio titulado Revisiter l’œuvre
de Michel de Certeau, organizado por el Pôle SHC
(Sciences historiques de la culture) y el IRCM (Institut
Religions Cultures et Modernité) de la Universidad de
Lausanne (Suiza) el 14 de marzo de 2014. Las actas
del coloquio, dirigidas por Christian Indermuhle y
Adrien Paschoud, fueron puestas en línea por el sitio de
internet Fabula.
2
La recherche en littérature en junio de
2017. Así pues, el artículo que el lector leerá a conti-
nuación, titulado originalmente “Retour à Loudun”, es
el primero de Christian Jouhaud que se traduce al caste-
llano.
En la página 21 de La posesión de Loudun se
encuentra un subtítulo, “Visitar Loudun” (en
infinitivo), seguido por esta frase: “Aún hoy, hay
que visitar Loudun (en imperativo); ahora, sin
los dos tercios de sus habitantes, replegada en
misma, encierra en sus calles demasiados
ausentes y demasiados fantasmas” (Certeau,
2012a, p.21). Un lugar atravesó el tiempo, idén-
tico a mismo y, a la vez, transformado: el im-
perativo sigue diciéndonos que vayamos allí y
veamos, pero ¿qué? Ausencia y fantasmas. Y lo
hace con esta certeza: la posibilidad de decir lo
que allí tuvo lugar no puede separarse de ese lu-
gar. Tal es la fuerza de la expresión tener lugar
para un acontecimiento.
Sin embargo, el libro se abre con una
declaración que se formula con un grado de
generalización mucho mayor y en donde no in-
terviene un lugar determinado, sino una oposi-
ción entre el “usualmente” y el tiempo de crisis:
Usualmente lo extraño circula discretamente
bajo nuestras calles. Pero basta una crisis
para que, de todas partes, como desbordado
2 Jouhaud, Christian (2017). Retour à Loudun. Fabula /
Les colloques, Revisiter l'œuvre de M. de Certeau. Recupe-
rado de http://www.fabula.org/colloques/docu-
ment4656.php
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de su cauce por el caudal subterráneo, lev-
ante las tapas que mantenían cerradas las al-
cantarillas e invada los sótanos y luego las
ciudades. Nos sentimos sorprendidos cada
vez que lo nocturno se abre brutalmente a la
luz del día. Y, sin embargo, ello revela la exis-
tencia de lo que está abajo, una resistencia
interna que nunca se debilita. Esta fuerza al
acecho se filtra en las tensiones de la so-
ciedad a la que amenaza. De repente, las
agudiza, sigue utilizando los mismos medios
y recorriendo los mismos trayectos, pero al
servicio de una “inquietud” inesperada, que
viene de más lejos; rompe las barreras; des-
borda las canalizaciones sociales; se abre
caminos que dejarán, una vez que haya
pasado y cuando la marea se haya retirado,
otro paisaje y un orden diferente (Certeau,
2012a, p.15).
“Lo extraño” es el agua subterránea. Nece-
sita apelar a una crisis para dirigirse hacia la luz.
Luego, saltan las tapas de la alcantarilla, “lo
nocturno se abre brutalmente a la luz del día”.
Unas barreras –supuestamente sólidas– separa-
ban perfectamente la parte superior de la infe-
rior, protegiendo los sótanos, las calles, una ciu-
dad. Pero ceden. Y lo hacen porque ya eran
porosas: la “fuerza al acecho” se había insinu-
ado de abajo hacia arriba (lo cierto es que, si se
trata de una alcantarilla, su materia provenía de
lo que arriba fue reprimido hacia abajo), en
“canalizaciones sociales” elaboradas por ten-
siones que el ascenso brutal permite esclarecer.
El desborde repentino perfora caminos que
cambian el paisaje. Aquí se construye una espa-
cialidad en el marco trascendental del acontec-
imiento, marco que, en realidad, incluye la tem-
poralidad y, de algún modo, el timing.
La cuestión de la relación entre un tiempo
que se podría denominar ordinario y un tiempo
de crisis, también fue planteada en “La formali-
dad de las prácticas”, pero de otra manera y a
otra escala (Certeau, 1999, pp.149-200). Entre
dos tiempos “plenos”, el de la cristiandad
donde la religión es para un sujeto “lo que le
permite pensar o conducirse”– y el de la razón
y la ética, Michel de Certeau se establece en un
terreno incierto elaborado por procesos de “de-
sarticulación” que podríamos describir, uti-
lizando una metáfora climatológica, como el en-
frentamiento de presiones altas y bajas que
provocan un temporal. Es la época de las crisis
religiosas, sociales y políticas caracterizadas por
unapérdida del objeto absoluto” y cuya mani-
festación son las epidemias de brujería, el lib-
ertinaje y la multiplicación de experiencias mís-
ticas. Pero también es una época de orde-
namiento estatal impuesto por el triunfo de la
“razón de Estado” como solución a la crisis. La
situación cronológica de este período de crisis y
ordenamiento es el siglo XVII y, en primer lu-
gar, el siglo XVII francés.
Esta demarcación temporal podría parecer
esquemática, simplificadora e, inclusive, con-
vencional, algo que a de Certeau, creo, no le
preocupaba demasiado. Lo que, sobre todo,
cuenta, me parece, es la manera en que esta de-
marcación permite poner en acción secuencias
cortas. Si “La formalidad de las prácticas” pro-
porciona un marco intelectual donde se asume
una evolución de larga duración, una discon-
tinuidad estimada a escala temporal de evolu-
ciones lentas y continuidades identitarias, este
artículo fundamental muestra también configu-
raciones que trazan figuras singulares, producen
acontecimientos que las transforman, engen-
dran efectos y reorganizaciones temporales para
actores históricos. Una suerte de física de la dis-
continuidad histórica –hecha con roturas, des-
orbitaciones, restricciones y desarticulaciones–
cobra sentido a una escala humana que atraviesa
la escala de las prácticas, mientras sigue faltando
“una razón de la práctica”. “Todo pasa como si
los elementos doctrinales al salir de la órbita de
un sistema integrado, se acomodaran según den-
sidades sociales diferenciadas” (Certeau, 1999,
p.156), escribe de Certeau.
¿Quiénes son, entonces, los sujetos de la his-
toria que piensan, se piensan y se esgrimen
como “practicantes” de sus conductas? Si con-
sideramos una escala de lentas maduraciones,
de una evolución plurisecular, en el texto de
Michel de Certeau encontramos un cristiano
teórico (casi universal), es decir, un ego retro-
spectivo. Por el contrario, si tomamos la escala
de las crisis, hallaremos numerosos actores so-
ciales y, en este caso, la cronología no parece
tener otra virtud que la de permitir la metamor-
fosis de un sujeto teórico en un sujeto de las
prácticas. Pero en “La formalidad de las prácti-
cas”, este último sujeto, casi siempre no es más
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que la postulación de una presencia. Piénsese en
los pasos por la playa del Viernes de Robinson
Crusoe: signos de un sujeto que ha pasado por
allí y que luego se ausenta. Frente a ese Robin-
son que “se convierte en el amo al imponer una
razón clasificadora y técnica al desorden de la
isla”, que acomoda los objetos y cultiva los ele-
mentos, de Certeau recortaría el tiempo y lo
produciría en un orden de sucesión conceptual
e históricamente cuestionable con el fin de cir-
cunscribir lugares donde esperar el surgimiento
“de un pie desnudo perfectamente impreso en
la arena”, de unapresencia faltante” y de vidas
desconocidas “en el límite del imperio insular
creado por una actividad metódica” puesto que
“el historiador también está en el mismo sitio,
frente al mar de donde viene el hombre que
dejó huella” (Certeau, 2003, pp.121-122). Ten-
emos allí la experimentación de lo que ocurre
como experiencia historiográfica, pero, en
Loudun, son los actores de aquel tiempo
quienes se disponen a observar lo que sucede a
partir de los efectos que produce lo inesperado
–del acontecimiento– sobre sus conductas, así
como también el pensamiento y la repre-
sentación de esas conductas. El historiador se
topa con una presencia a partir de las huellas y
ese encuentro es el acontecimiento de una ex-
periencia (Erlebnis). La posesa, el exorcista: el
espectador transforma en experiencia (Er-
fahrung) lo que le sucede por el acontecimiento.
En La posesión de Loudun, se dice que la “cri-
sis” ocurre como fuerza “nocturna que “se
abre brutalmente a la luz del día”, revelando
“una existencia de lo que está abajo, una re-
sistencia interna que nunca se debilita”. Una
“singularidad latente” se ha “desplegado en el
plural continuo de los acontecimientos”, pero
este “plural continuo de los acontecimientos”
se encarna en los sujetos. Tal es así que la
“razón de Estado” se insinúa en sujetos históri-
cos que ellos mismos encarnan y constituyen.
Desde ese momento, esos sujetos se encuentran
en posición y con el poder de reglamentar las
conductas de los otros (por fuera de ellos, estas
conductas son muy difíciles de asir para el his-
toriador, a diferencia de lo que ocurre con las
aproximaciones estadísticas) y, a partir de su ac-
ción, ponen de relieve su propia conducta para
regular las conductas.
El efecto que se produce cuando seguimos
el modo en que Michel de Certeau ha centrado
su atención en estos actores de La posesión de
Loudun (y en otras partes), es un ligero de-
splazamiento de nuestro punto de vista re-
specto de ciertos pasajes de “La formalidad de
las prácticas”. Así, cuando de Certeau escribe
que “los elementos doctrinales que, hasta ese
momento, estaban orgánicamente combinados,
se desarticulan” (lo cual los convierte en un sín-
toma) y cuando agrega que “esta desarticu-
lación obedece a la acentuación de los clivajes so-
ciales”, no nos está hablando de la combinación
orgánica de los elementos doctrinales, sino de la
manera en que aquello que denomina desarticu-
lación se encarna en las acciones de los liberti-
nos, de los brujos y de los místicos, así como
también y, sobre todo, de los actores de la
represión de los libertinos, los brujos y los mís-
ticos en determinados sitios. La cuestión se
convierte, entonces, en una rearticulación en la
acción de lo que se desarticulaba, incluso even-
tualmente de una rearticulación que se produce
por los posibles efectos de la desarticulación, es
decir, una experiencia (política) de la desarticu-
lación. Dicho de otro modo, la cuestión de
saber cómo un orden político va a reemplazar
un orden religioso desarticulado, se recompone
en la cuestión de saber cómo la acción política y
el compromiso religioso se articulan para un de-
terminado actor.
Cuando el poder político tomó la decisión
de luchar contra la posesión en nombre del or-
den y, por su parte, la acción de la Iglesia se
movilizó contra los diablos a través de sus
medios tradicionales, convirtieron a Loudun en
un lugar donde las estrategias espacializadoras
no se confundían. Lo que el primero unificaba,
la segunda lo disgregaba.
Desde 1631, Loudun –durante largo tiempo
plaza fuerte y refugio de hugonotes– había sido
transformada en ciudad abierta: sus murallas
fueron derribadas por decisión del poder real.
De repente, esta ciudad, despojada de su poder
militar y de uno de los símbolos esenciales de
su poder político, se encontró rodeada por mu-
rallas inmateriales que investían a su alrededor
una epidemia diabólica, designándola como un
lugar de supuración infernal que pudiese visi-
tarse con mayor facilidad que si hubiese caído
en las garras de la peste y de las medidas que
42
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exigiese la cuarentena (como había ocurrido al-
gunos años antes). Pero había que cumplir con
una condición: el gesto de “entrar en un cír-
culo” vigilado de cerca. Tal como lo señala el
redactor del Mercure de France en 1634 a expen-
sas de una significativa contracción del tiempo
de la acción, “al dejar en ruinas una ciudadela
como Loudun que podía servir como centro
para la rebelión”, lo que se buscaba era “tam-
bién derrumbar el Palacio de los hechizos que
los demonios habían establecido en la ciudad
para que sirviese como refugio de la magia”.
3
De este modo, la represión de las prácticas
mágicas encierra una posesión cuyo teatro es la
ciudad, incrustando la presencia diabólica –cual
absceso fijo– como una infección dentro del
cuerpo. Este combate de localización del mal se
torna instauración profiláctica de límites invisi-
bles cuyo poder político se dedica a organizar y
controlar el paso.
Por el contrario, la manutención eclesiástica
de la posesión desglosa escenas en el espacio de
la ciudad que lo fragmentan, escenas general-
mente reunidas por los recorridos procesion-
ales, escenas que ha investido la acción ritual.
Pero las escenas donde transcurren los exorcis-
mos no son, simplemente, lugares en donde,
ante los ojos de los espectadores, se revelaría la
teatralidad de los ritos y la liturgia. Las escenas
sólo existen porque el rito del exorcismo, en
principio practicado en el retiro del convento,
ha sido transformado en ceremonia pública. El
3 “Cuando todas estas posesiones comenzaron a estallar
con fuerza en Francia, el rumor de los pretendidos male-
ficios de Grandier circuló por todas partes: a partir de lo
que se supiese e interesase, cada uno lo contaba de mane-
ra afectada y diversa cuando en el año 1633, el señor de
Laubardemont, Consejero de Estado, fue enviado por el
rey para demoler y destruir el torreón de Loudun. Duran-
te ese trabajo, tuvo suficiente tiempo libre para destinarlo
al esclarecimiento de esta posesión que se tornó aterrado-
ra por el supuesto maleficio de Grandier y la muy odiosa
impugnación de sus acusadores. Tras haber puesto todo
el esfuerzo del mundo en sondear el fondo de este asunto
y haber reconocido, según su juicio, de qué se trataba,
tomo la decisión de dejar en ruinas una ciudadela como
Loudun que podía servir como centro para la rebelión,
así como también derrumbar el Palacio de los hechizos
que los demonios habían establecido en la ciudad para
que sirviese como refugio de la magia. Tal es el consejo
que le dio a Su Majestad y a los señores de su Consejo de
acuerdo con lo que había averiguado y tras la comisión
que empleó para trabajar en este asunto” (Mercure François,
tomo XX, 1634, pp.768-769.).
diablo es convocado en iglesias y cadalsos ex-
presamente ornamentados para que el horror se
convierta en espectáculo.
De este modo, lo que constatamos es que el
resultado de las estrategias divergentes de espa-
cialización funciona como lugar escénico de
una manifestación diabólica. Allí se exhibe la
verdad de la posesión a través de contorsiones,
alaridos y extravagancias, un lugar que, desde
ahora, se encuentra separado de aquel otro en
que se elabora el análisis de los comportamien-
tos y se conciben las razones que hacen a la
publicidad del combate contra el demonio. Los
monjes exorcistas forman parte del espectáculo
mientras la autoridad pública permanece tras
bambalinas.
El acontecimiento escinde el mismo espec-
táculo en dos registros. “Es un teatro que atrae
a los curiosos de toda Francia y de casi toda
Europa, un circo para la satisfacción de esos
señores de acuerdo con los términos que en-
contramos en tantos atestados contemporá-
neos. El espectáculo se instala en Loudun du-
rante casi diez años…” (Certeau, 2012b, p.17).
Por un lado, las razones se someten a la prueba
de la acción en un laboratorio que no es sino el
de una determinada confrontación del orden y
el desorden: razón de Estado y razones de Igle-
sia coexisten en una serie de experiencias donde
ambas intentan converger. Las contextualiza-
ciones de estas experiencias, necesarias para
restituir la historicidad, difieren considerable-
mente: a su modo, ambas funcionan como
identificación y reconstrucción de acciones y
trayectos de sus actores, tanto en lo referido a
sus identidades singulares como a las lógicas de
pertenencia que encuadran sus acciones. Tanto
para los actores que lo sufren, como para el his-
toriador que intenta dar cuenta de él, el poder
experimental de la adversidad de un acontec-
imiento escapa a la restitución de estos contex-
tos, los cuales pueden permitir comprender los
procesos en que se insertan los acontecimien-
tos, pero no el acontecimiento como tal (cfr.
Jouhaud y Ribard, 2014, pp.63-77; Jouhaud,
2013, pp. 329-347.). Dicho de otro modo, la
contextualización de las experiencias a partir de
la pluralidad de los puntos de vista y de la diver-
sidad de las acciones que engendra, conduce a
la desecación de la propia experiencia como
fenómeno histórico: esta evaporación se venga
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de la duración en el momento en que la des-
barata.
Walter Benjamin, en uno de los fragmentos
de El libro de los pasajes, al reflexionar sobre la
relación del acontecimiento y los “contextos de
experiencia”, cita un artículo que apareció en Le
Temps el 16 de abril de 1939, titulado “¿Qué es
un acontecimiento?” (Benjamin, 2004, p.513).
Este artículo de periódico, completamente im-
pregnado por el espíritu de la guerra, se inter-
roga sobre el poder de coacción que detentaría
un acontecimiento tanto en lo que respecta a
una colectividad nacional como en lo referido a
una biografía individual. Se sirve de una seduc-
tora metáfora para evocar la recepción desigual
de los gravísimos acontecimientos colectivos
que vienen a romper los hábitos de los eventos
de los individuos ordinarios: estos hábitos “re-
cubren nuestra propia conciencia del mismo
modo que las sábanas de los salones provin-
ciales recubren los muebles y que nunca se ter-
minan de quitar. Los mayores accidentes y las
fatalidades más sofocantes desfilan como visi-
tantes que no encuentran dónde sentarse”.
4
Tal
es así que, ante su conciencia, la experiencia de
los sujetos desmiente la “donación” (por utilizar
aquí el vocabulario de la fenomenología) del
acontecimiento. Pero la experiencia también
produce el acontecimiento, la recepción y la re-
composición de lo que recibe en una acción.
Desde este punto de vista, Yves Bonnefoy
evoca el “acontecimiento de la escritura” que,
para él, es el “acontecimiento poético”: el poeta
parte de un proyecto, de una visión y de una
relación con la lengua, de un repertorio de imá-
genes que comienza movilizando y agenciando.
Luego, su trabajo altera y perime todo lo que ha
permitido su avance y eso es, precisamente, el
acontecimiento: la lengua trabajada desmiente el
proyecto de trabajo, recompone el mundo que
le daba vida, la “red entera” de los tropos y de
las imágenes que lanzaron el poema, se encuen-
tra subvertido por el acontecimiento de la es-
critura y por el surgimiento de una imagen que
derriba las restantes, “reacción de la escritura
ante cualquier cosa que se encuentre por fuera
de ella” (Bonnefoy, 1992, pp.93-100). Victoria
de la presencia contra el sueño: es por ello que
“estos acontecimientos siempre cobran sentido
4 Rageot, 1939, p.3, col.1 (N. del T.).
en el devenir histórico”. Tal vez el historiador
“debería reconocerse en ellos, si no en lo que
atañe a la historia, al menos, en aquello que
aclare las motivaciones que, actualmente, son,
además, tan mal comprendidas”. Según el po-
eta, es en la escritura como experiencia donde el
acontecimiento se arroja a la conciencia de
quien lo recibe, de quien puede leerlo y repre-
sentarlo para sí. Esta postura radical con re-
specto a las relaciones del acontecimiento con
su huella encuentra otros niveles de obser-
vación, precisamente, el de los relatos y el de las
interpretaciones que se producen en la propia
acción y que actúan en el acontecimiento que
transmiten. Creo que a Michel de Certeau le
habría gustado esta aproximación a la facticidad
[événementialité] de Bonnefoy puesto que no ha
dejado de considerar la propia facticidad de los
acontecimientos de la escritura. De los cientos
de ejemplos posibles, podemos remitirnos a
“L’étrange secret: Pascal”, el último texto de La
Fable mystique II, donde se encuentra el diagnós-
tico de la relación entre la escritura y la eficacia
que funciona como método y proyecto inspi-
rado por una política de la persuasión:
El destinatario ha llegado sin que se
cuenta. La demostración que cree leer, oculta
una flecha que dispara con furia al deseo,
una artimaña que juega con los afectos sin
advertir la pasión que azota el ardor y estim-
ula (¿simulando?) la certidumbre. Pasa algo
de una rapidez y una precisión incisiva, algo
que cambia la posición del lector antes de que
se recupere. Cuando regresa en se vuelve
más crítico y ya se encuentra alterado. El
campo de los posibles fue modificado por la
fuerza persuasiva del discurso. Bajo una
forma de argumentación y no de “profecía”,
esta palabra tiene un fulgor y una brevedad
que, según Saint-Cyran, debía “arrobar” al
auditor sin “aminorar el movimiento del es-
píritu” (Certeau, 2013, p.326).
Aquí observamos que la mayor singularidad de
una manera de hacer no es separable de un
proyecto de persuasión que pertenece al punto
de vista que un grupo tiene sobre los medios de
sus acciones persuasivas.
Cuando hablamos de esta experiencia propia
del acontecimiento y que consiste en integrar la
ruptura en la historia de una procesualidad, son,
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por lo general, las metáforas las que permiten
asumirla. Yves Bonnefoy evoca “El cisne” de
Baudelaire como ejemplo de acontecimiento
poético.
5
Si, en su ensoñación, eros exhorta al
poeta a través de una primera cadena
metafórica, es el acontecimiento de la visión de
un cisne –que un cierto día al amanecer y en
cierto lugar de París se ha escapado de su jaula
“con sus patas palmípedas frotando el empe-
drado seco”– el que abre el espacio de una ale-
gorización de lo real donde se reúnen un París
perdido, los exiliados, una Andrómaca conver-
tida en “mujer de Héleno”,
6
los cautivos, los
vencidos “y muchos otros más”: el acontec-
imiento que ha tenido lugar ha trastornado, con
su surgimiento, toda la economía de las imá-
genes. Mediante un camino inverso que va de la
alegoría al acontecimiento, Michel de Certeau
da inicio a La posesión de Loudun, como hemos
visto, a través de una imagen que, en cierto
modo, es previa: “Usualmente lo extraño circula
discretamente bajo nuestras calles. Pero basta
una crisis para que, de todas partes, como des-
bordado de su cauce por el caudal subterráneo,
levante las tapas que mantenían cerradas las al-
cantarillas e invada los sótanos”. La extrañeza
del antiguo acontecimiento –recuperado a partir
de los discursos que ha suscitado y también de
sus huellas–, se corresponde así, desde un
primer momento, con la experiencia trivial del
“héroe común”
7
de ayer y de hoy, acosado por
los desbordes de las alcantarillas: “personaje
diseminado” que se suma a la cohorte baudele-
riana de los “muchos otros más”.
Pero siempre hay un resto en la experiencia
de los actores que los textos “traicionan” de-
bido a su incapacidad para devolverle el fulgor.
Tanto los que escribieron en aquella época
5 “El cisne” de Charles Baudelaire, dedicado a Victor
Hugo, es el poema 89 de la la sección “Cuadros parisien-
ses” de la segunda edición (1861) de Las flores del mal (N.
del T.).
6 Héleno es uno de los diecinueve hijos de Príamo, rey de
Troya y Hécuba y el único de ellos que sobrevivió a su
padre y a la guerra contra los griegos. De su hermana Ca-
sandra aprendió el arte de la adivinación que practicaba
con un trípode, la observación de los astros, el laurel que-
mado y el vuelo de los pájaros. Fue esclavo de Neoptóle-
mo quien lo casó con la viuda de Héctor, Andrómaca (N.
del T.).
7 “El hombre ordinario. Héroe común. Personaje disemi-
nado. Caminante innumerable […] oráculo confundido
con el rumor de la historia” (Certeau, 1996, p.3).
como los historiadores, ambos se encuentran en
el mismo lado de la grieta evocada al final de la
introducción de La posesión de Loudun, grieta que
separa “los comentarios y las piezas de archivo
puesto que las piezas de archivo que involucran
la acción, por lo general, tampoco dejan de ser
comentarios de la experiencia.
Ya se trate, por ejemplo, de la experiencia
fugitiva e incierta de la visión de los espectros,
de las primeras apariciones donde se libra el
primer síntoma de la posesión (o, al menos, de
algo que no marcha bien en el convento de las
Ursulinas) “en la noche del 21 al 22 [de sep-
tiembre de 1632], la priora (Jeanne des Anges),
la vicepriora (la hermana de Collombiers) y la
hermana Marthe de Saint-Monique (quien sale
del retiro) ven aparecer durante la noche la
sombra del Padre Moussaut, confesor de las re-
ligiosas, quien había muerto unas semanas
antes” (Certeau, 2012b, p.28). ¿Qué tipo de
presencia es propia de esa época y qué historici-
dad –por fuera de la que atañe a la posesión–
producen los archivos para esta experiencia de
la visión del fantasma del Prior Moussaut?
¿Existe alguna relación entre el exceso de
fantasmas que visitan Loudun (“demasiados
ausentes y demasiados fantasmas”) y la apari-
ción del fantasma del Prior Moussaut ante las
despavoridas Ursulinas? En otras palabras, la
experiencia del lugar, “ese viaje previsiblemente
decepcionante” (Barbey d’Aurevilly), la ausencia
pone a prueba la exposición de lo que está de-
masiado presente. ¿Es preferible la fenomenali-
dad fugitiva de una posible presencia a un co-
mentario que contextualiza la creencia en los
fantasmas de su historia?
La espectralidad que se constituye en un lu-
gar, incita a detenerse en algunas intuiciones de
Espectros de Marx de Jacques Derrida (1995).
8
En
principio, ésta: el espectro es la frecuencia de
una visibilidad. Aquí, frecuencia indica repeti-
ción (un regreso) y una vibración perceptible
(como una radiofrecuencia). El hecho de no ver
lo que la visibilidad convoca para encontrar una
forma, tornaría indispensable situar en el
tiempo aquello no-visto y cuya aparición se
aguarda con el fin de darle alguna existencia de-
seada. Un espectro parece presentarse (es una
“visitación”): se lo re-presenta porque no ac-
8 En particular el capítulo 4.
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cede a la presencia, lo cual exige, para Derrida,
tomar en consideración su tiempo y su historia,
la singularidad de su temporalidad y de su histo-
ricidad. Por otra parte, el espectro nos ve, “nos
sentimos observados, a veces vigilados por él
antes que ocurra cualquier aparición”. Tal es el
poder de la imagen cuando algo viene a subver-
tir o desordenar o invertir los lugares, a con-
fundir el ojo de los vivos y el artificio de la rep-
resentación (tal como Louis Marin lo ha estudi-
ado con el trompe-l’œil), un poder que no puede
igualar ningún texto. Pero un texto puede resti-
tuir, ficticiamente, incluso experimentalmente,
el poder de la imagen.
En Richelieu, a un paso de Loudun, el novel-
ista Maurice Fourré describe esa experiencia
(Fourré, 1955 y 2010). En “la sala central del
exiguo dominio de Fol-Hiver, cercano a los
humedecidos baluartes de la curiosa ciudad ge-
ométrica de Richelieu en la Baja Turena […] la
lámpara velada en carmesí iluminaba tenue-
mente cuatro vetustos grabados”. Esta luz
tenue, pero encarnada, permite ver y teñir los
grabados donde “bellos jóvenes con trajes Luis
XIII, con mantos y puños de encaje en toda su
amplitud, gorgueras y sombreros de plumas, en-
tregan al hacha de un verdugo sus cuellos
desnudos sobre el tajo” (Fourré, 1955, pp.24-
26). Tal es así que “arrodillados en el momento
del degüello, los bellos ajusticiados, pendidos
con torzales sobre la pared en rectángulos de
madera cual sepulturero, brotaban de un haz
encarnado”. En este despliegue de “franfre-
luches”, la presencia del amo debe mostrarse en
el mismo registro de representación material,
iconográfico y simbólico: “un tapiz moderno
presenta un trabajo de inscripción negra sobre
un fondo blanco. Delicias del Señor du Plessis.
Otra figura grabada, rodeada por sus guardias,
el cardenal Richelieu, moribundo en un barco a
vela que fluía a lo largo del Ródano, arrastrando
en una barca más pequeña a los condenados al
suplicio del día siguiente. Apoteosis del hom-
brecito rojo”.
Los grabados tenuemente iluminados, copia-
dos a partir de pinturas históricas (Paul De-
laroche) consuman la traición de la grandeza y
el orden que la ciudad y el dominio del cardenal
han edificado en la anticuada decadencia de una
imaginería romántica. Esta manera de habitar y
apropiar el pasado a través de la enigmática
elaboración de un tapiz moderno, fabrica una
historia original: el encuentro del pasado con su
verdad material y monumental y un pasado
elaborado por un imaginario cuyas enérgicas
figuras atraviesan el tiempo y “regresan”. Que
los grabados de los Chalais, Boutteville, Mont-
morency, de Tou, Cinq-Mars –los decapitados
de Richelieu– tapicen las paredes en la ciudad
ducal, muestra cómo, en un lugar, el pasado se
encuentra habitado por sus propias representa-
ciones. Nos encontramos ante la fuerza de una
combinación que experimenta el acto mismo de
estar allí, combinación de una imagen
anacrónica de jóvenes sacrificados por la vio-
lencia del poder político y de la inevitable leal-
tad a la mirada fundadora que “decapita los
muros abandonados”. Este encuentro está de-
terminado tan violentamente que resulta único.
La representación de la acción se extingue so-
bre la pared de una morada burguesa y en el
mismo lugar: la extraña ciudad de Richelieu, allí
donde la acción ha podido pensarse bajo los
efectos de la representación. De este modo, la
ficción de Maurice Fourré nos muestra la ciu-
dad de Richelieu en Turena como una huella del
pasado, parcialmente en ruinas, pero viva, car-
gando las marcas de su futura historiografía en
una casa adosada a muros fantasmales. Esta ex-
traña experiencia historiográfica es una “perfor-
mance”.
En la época de la reproducción mecánica de
las obras de arte, la pintura histórica se desmul-
tiplicó en grabados: el desuso melancólico de
los interiores pequeño-burgueses entran en
decadencia. Pero la casa de Fol-Hiver, merced a
la gracia de un haz encarnado sobre el hielo res-
plandeciente de “los objetos acristalados”,
vuelve a darle color y vida a los grabados cual
espectros de una pintura muerta. De repente,
los “bellos ajusticiados” reviven y habitan su
romántico cenotafio pictórico “en los rectángu-
los de madera cual sepulturero”, en particular,
el conde de Boutteville, quien “humilla al ver-
dugo enmascarado con sus gracias indolentes”.
Al comentar el “punctum” de la fotografía
alegado por Roland Barthes,
9
Derrida, en un
artículo-oración fúnebre publicado tras la
muerte de Barthes, escribía: “somos víctimas
9 El punctum “como una flecha que viene a punzarme
[…] es un suplemento: es lo que añado a la foto y que sin
embargo está ya en ella” (Barthes, 1990, pp.64, 105).
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del poder fantasmal del suplemento: este em-
plazamiento indiscernible es lo que da lugar al
espectro” (Derrida, 2003). En Richelieu, en el
relato de Fourré, este emplazamiento indis-
cernible, de repente, se ve localizado por la mi-
rada que lo captura en el azar de un encuentro
entre el grabado y un haz encarnado. Pero este
emplazamiento no cobra vida como obsesión
más que a partir del acontecimiento singular y
efímero de una “performance” que lo expone a
la mirada, una “performance” producida por un
cortocircuito temporal que ha surgido del con-
tacto entre aquella mirada y el pasado en el sin-
gular marco del salón de una casa romántica,
adosada a la falsa muralla de una ciudad ideal
del siglo XVII, ligeramente derruida y donde se
impone la presencia aún dominante de quien ha
dado nombre a la ciudad.
Recuérdese la conclusión de La posesión de
Loudun: “La posesión no admite «verdadera» ex-
plicación histórica porque nunca es posible
saber quién está poseído ni por quién”. En nom-
bre de esta incertidumbre, podemos darles la
palabra a las ficciones de los relatos de la expe-
riencia. Los relatos de un poeta y un novelista
del siglo XX desplazan la cuestión de la expli-
cación hacia el muy corto tiempo de la disrup-
ción del acontecimiento mientras ésta haya sido
probada. Y lo cierto es que algo de esta prueba
atraviesa los escritos que la evocan. Pero gracias
a ellos, este tiempo también es el de la historia.
La novela de Maurice Fourré y el estudio eru-
dito de Michel de Certeau parecen a primera
vista mucho más alejados que las dos ciudades
de Loudun y Richelieu, ambas separadas por un
camino recto de sólo catorce kilómetros. Pero
Richelieu también es una poderosa alegoría de
lo que ha ganado Loudun y, para decirlo a su
manera, este novelista olvidado ha asumido, si-
multáneamente, varias posiciones: la palabra del
brujo, de la posesa y la de la experiencia de la
“obsesión” contra el “exorcismo historiográ-
fico” del cual Michel de Certeau subraya lo efi-
caz que resulta cuando dice que “la alteridad
amenazante que surge en Loudun, es sólo una
leyenda o un pasado, una realidad eliminada”
(Certeau, 2012b, p.251).
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