Revista Pelícano Vol. 2. El asalto de lo impensado
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 60-68
Agosto 2016 – Córdoba
bárbaro-iletrado-popular- que, de acuerdo a ese
mismo desarrollo filosófico moderno
occidental, se asienta en el vector seminal que
persigue la salvación más allá de las cosas
nombrables.
6
Ahora bien, decíamos que uno de los
principales desvelos de Kusch, así como
también de otros pensadores contemporáneos
preocupados por la nacionalización de la
conciencia argentina (y, por extensión,
“latinoamericana” o “americana”) era identificar
tanto al sujeto revolucionario como
contrarrevolucionario de su época. Siguiendo
este desvelo, Kusch descendió de toda voluntad
metafísica para tratar con los hombres
concretos de su tiempo. En este sentido, la
relación dicotómica que estableció en un
principio entre indios y porteños como si fuesen
un negro y un blanco absolutos, fue
transmutando en una suerte de yin yang budista
en el que cada uno de los elementos contiene
en su interior el germen o la “semilla” del
término opuesto.
7
De acuerdo con este nuevo
emplazamiento, Kusch planteó (contrariamente
a lo que afirman algunos de sus críticos), que
una existencia asentada en el vector afectivo no
rechaza por principio al vector causal y sus
“soluciones técnicas” (lo cual sería un absurdo,
puesto que todas las culturas indígenas
desarrollaron las propias) pero sí lo hace si esta
“solución” no se consagra, es decir, no participa
del horizonte de salvación sin el cual se
desfonda el molde vital donde se asienta toda
cultura. Paralelamente, comprendió que algo de
bárbaro indio cundía bajo la piel del civilizado
porteño, curtida por libros y datos que tendían a
6 En las investigaciones de Mircea Eliade -con quien
Kusch muestra importantes puntos de contacto- esta
dualidad se traduce en dos matrices culturales, la
“tradicional” y la “moderna”, que implican o bien un
cierre o bien una apertura hacia lo sagrado. (Eliade, 1998,
p.42)
7 En la cosmovisión del indio Santacruz Pachacuti
estudiada por Kusch en América profunda (1962), este tipo
de integración de la dualidad puede asimilarse con la
unión de los sexos en el dios Viracocha (2007b, p.34). La
similitud, sin embargo, fue explicitada posteriormente,
cuando en el apartado “Introducción a la Puna” de Indios,
porteños y dioses (1966), señaló: “los antiguos quichuas (…)
pensaban (…) que el sentido del mundo se repartía entre
lo masculino y lo femenino, el cari y el huarmi, de la
misma manera como los chinos distinguían entre el yin y
el yang.” (2007a, p.152)
escindirlo de su contexto vital; y a la vez,
sostuvo que ese punto negro sobre blanco
pleno no conseguía salir de su estado infantil
(“seminalidad infantil”) porque no lograba
romper con ese miedo a ser bárbaro que
subyace en las consciencias occidentalizadas y
su “pobre individualismo”.
8
Aquí, como en
tantos otros aspectos, Kusch se mostraba
deudor de las investigaciones de Carl Jung en
torno a la psicología profunda y los arquetipos
compartidos por la especie humana. Pero a
diferencia de la tradición europea, por un lado
se propuso identificar ambos paradigmas con
sujetos históricos de su lugar y su tiempo; por
otro lado, su reflexión filosófica –devenida
antropológica y a la vez política- trascendió
tempranamente la dualidad para proponer la
tensa convivencia entre ambos polos o vectores
a manera de motor de la historia. Entonces,
observó el peligro de que ese motor pudiera
“descomponerse” o “paralizarse” si se imponía
un proyecto existencial que escindiera al vector
racional del vector emocional, a la solución de
la salvación, al cuerpo del espíritu, a la cabeza
del corazón. El pensar total, afirmó entonces,
debía implicar necesariamente a ambos
vectores. Frente a esta necesidad, comprobó
que los proyectos políticos fundacionales de
nuestra región, bajo el influjo del positivismo,
8 Tomamos la expresión del ensayo escrito por Jorge
Luis Borges entre 1945 y 1946. Actualizaba allí los
principios liberales que señalamos en Ortega y Gasset,
enfrentándose a un nacionalismo que “quiere
embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente
molesto” (Borges, 1998, p.58). Entonces calificaba a ese
nacionalismo de “ilusorio” e “imaginario” y deslizaba
comparaciones entre los argentinos y “los americanos del
Norte”, o entre los argentinos y “casi todos los
europeos”. A partir de este cotejo apuntaba, por ejemplo,
que el argentino no se identifica con el Estado (puesto
que “es un individuo, no un ciudadano”) y que “el
mundo”, según la cosmovisión argenta, no es “un
cosmos” sino “un caos”. Sobre el final, consumado su
diagnóstico, disparaba:
Se dirá que los rasgos que he señalado son
meramente negativos o anárquicos, se añadirá que
no son capaces de explicación política. Me atrevo a
sugerir lo contrario. El más urgente de los
problemas de nuestra época (ya denunciado con
profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la
gradual intromisión del Estado en los actos del
individuo; en la lucha con ese mal, cuyos nombres
son el comunismo y el nazismo, el individualismo
argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora,
encontrará justificación y deberes (p.59).
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