Pecano
Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba
EL VUELO DEL PELÍCANO
PENSAMIENTO CRÍTICO LATINOAMERICANO
María Cristina Liendo: Acerca del Pensamiento Latinoamericano
Estela Fernández Nadal: El ser humano: infinitud atravesada por la
finitud. La dimensión vida-muerte en el pensamiento de Franz
Hinkelammert
Cecilia Inés Luque: La máquina vs el misterio. Tribulaciones de la
modernización desigual y contradictoria en Brasil
EL ASALTO DE LO IMPENSADO
Mario Rojas Hernández: Crítica ético-racional objetiva del positivismo
del poder
Juan Ezequiel Rogna: Del snob al gestor: una propuesta kuscheana
para re-pensar al sujeto político desde el peronismo
Gabriel Luis Bourdin: Marcel Jousse y la antropología del gesto
Ana Victoria Britos Castro: Interpelaciones a la dinámica
estado/sociedad civil en la lógica de la colonialidad del poder. Una
revisión de la Bolivia contemporánea
Mateo Paganini: Locura y colonización. Irrupciones autobiográficas en
los testimonios del reino de Araucanía y Patagonia
Guadalupe Estefanía Arenas Pacheco: Una aproximación al
pensamiento inculturado en el itinerario intelectual de Juan Carlos
Scannone
Victoria Casado Tolosa: Exotismo e indianismo: un sujeto político
místico
LAS FORMAS DE LA MEMORIA
Luis Miguel Baronetto: Angelelli: mártir del Concilio
Guillermo Alejandro Barón Del Pópolo: La intuición de una América
Latina distinta. Entrevista a Rolando Concatti sobre la revista Alternativa
Latinoamericana
NUEVAS NARRACIONES
Porfirio H. Calsín Zapana: Breve reseña revista AymaraQuechua
Volumen 2 – Año 2016
ISSN 2469-0775
DOI: 10.22529/p
Directora
Cecilia Padvalskis (Universidad Católica de Córdoba, Argentina).
Editor
Octavio Pedoni (Universidad Nacional de Jujuy, CONICET - Universidad Católica de Córdoba,
Argentina).
Correctora
Marcela Bricca (Colegio Nacional de Monserrat, Argentina).
Traductor
Diego Fonti (CONICET, Universidad Católica de Córdoba, Argentina).
Comité editorial
Carlos Martínez Ruiz (Universidad Católica de Córdoba - Universidad Nacional de Córdoba,
Argentina).
Silvia Anderlini (Universidad Católica de Córdoba - Universidad Nacional de Córdoba, Argentina).
José María Bompadre (Universidad Católica de Córdoba - Universidad Nacional de Córdoba – Instituto
de Culturas Aborígenes, Argentina).
Patricia Scherman (Universidad Católica de Córdoba - Universidad Nacional de Córdoba, Argentina).
Carlos Asselborn (Universidad Católica de Córdoba, Argentina).
Comité académico
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Argentina); Horacio Cerutti (Universidad Nacional Autónoma de México, México); Rogelio De La
Mora V. (Universidad Veracruzana, México); Carlos Domínguez Morano (Facultad de Teología de
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Nacional de Quilmes, Argentina); Marcelo González (Universidad Nacional de San Martín, Argentina);
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CNRS, Francia); Eduardo Mattio (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina); Martín Morales
(Pontificia Universidad Gregoriana, Italia); Beatriz Moreyra (CONICET, Universidad Nacional de
Córdoba, Universidad Católica de Córdoba, Argentina); Guillermo Nieva Ocampo (Universidad
Nacional de Salta, Argentina); Gustavo Ortiz (Universidad Católica de Córdoba, Argentina) †; Lila
Perren (Universidad Católica de Córdoba, Argentina); Germán Plasencia (Colegio de Saberes, México);
Pablo Quintanilla (Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú); Eugenio Rubiolo (Universidad
Católica de Córdoba, Argentina); Aaron Saal (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina); Héctor
Samour (Universidad de Centroamérica José Simeón Cañas, El Salvador); Arturo Sandiano (Universidad
Católica de Córdoba, Argentina); Carlos Schickendantz (Universidad Alberto Hurtado, Chile); Daniel
Vera (Universidad Nacional de Córdoba. Universidad Católica de Córdoba, Argentina).
Revista Pelícano
ISSN 2469-0775
Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad Católica de Córdoba
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Volumen 2 – 2016
Revista Pelícano Vol. 2.
pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2016 – Córdoba.
Orientaciones para la presentación de trabajos
Esta revista de la Universidad Católica de Córdoba es una publicación periódica anual de artículos de
investigación científica, originales y de revisión, sobre temáticas de Historia, Psicología, Filosofía, Letras
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Pelícano es una revista plural que sólo exige calidad científica, para lo cual se vale de un sistema de
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científica que exponen, de manera exhaustiva, los resultados originales de proyectos de
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sociales, humanas y/o teorías y desarrollos conceptuales en el ámbito de la filosofía, psicología, las
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Revista Pelícano Vol. 2.
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar
Agosto 2016 – Córdoba
Índice
EL VUELO DEL PELÍCANO
PENSAMIENTO CRÍTICO LATINOAMERICANO
Presentación (5-6)
María Cristina Liendo: Acerca del Pensamiento Latinoamericano (7-21)
Estela Fernández Nadal: El ser humano: infinitud atravesada por la finitud. La dimensión vida-
muerte en el pensamiento de Franz Hinkelammert (22-32)
Cecilia Inés Luque: La máquina vs el misterio. Tribulaciones de la modernización desigual y
contradictoria en Brasil (33-39)
EL ASALTO DE LO IMPENSADO
Mario Rojas Hernández: Crítica ético-racional objetiva del positivismo del poder (40-59)
Juan Ezequiel Rogna: Del snob al gestor: una propuesta kuscheana para re-pensar al sujeto
político desde el peronismo (60-68)
Gabriel Luis Bourdin: Marcel Jousse y la antropología del gesto (69-81)
Ana Victoria Britos Castro: Interpelaciones a la dinámica estado/sociedad civil en la lógica de la
colonialidad del poder. Una revisión de la Bolivia contemporánea (82-94)
Mateo Paganini: Locura y colonización. Irrupciones autobiográficas en los testimonios del reino
de Araucanía y Patagonia (95-105)
Guadalupe Estefanía Arenas Pacheco: Una aproximación al pensamiento inculturado en el
itinerario intelectual de Juan Carlos Scannone (106-115)
Victoria Casado Tolosa: Exotismo e indianismo: un sujeto político místico (116-121)
LAS FORMAS DE LA MEMORIA
Luis Miguel Baronetto: Angelelli: mártir del Concilio (122-145)
Guillermo Alejandro Barón Del Pópolo: La intuición de una América Latina distinta. Entrevista a
Rolando Concatti sobre la revista Alternativa Latinoamericana (146-155)
NUEVAS NARRACIONES
Porfirio H. Calsín Zapana: Breve reseña revista AymaraQuechua (156-159)
4
Revista Pelícano Vol. 2. El vuelo del Pelícano
ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 22-32
Agosto 2016 – Córdoba
Pensamiento Crítico Latinoamericano
El ser humano: infinitud atravesada por la
finitud. La dimensión vida-muerte en el
pensamiento de Franz Hinkelammert
The Human Being: Infinitude Traversed by
Finitude. Life-Death Dimension in the
Thought of Franz Hinkelammert
Estela Fernández Nadal
1
Universidad Nacional de Cuyo/CONICET
esfer@speedy.com.ar
Modo de citar: Fernández Nadal, E. (2016). El
ser humano: infinitud atravesada por la finitud.
La dimensión vida-muerte en el pensamiento de
Franz Hinkelammert. Pelícano, 2. Recuperado de
http://revistas.bibdigital.uccor.edu.ar/index.ph
p/pelicano/article/view/1118
Resumen
Franz Hinkelammert sostiene que la vida es el
criterio fundamental de verdad y racionalidad.
Ello supone subordinar la racionalidad
instrumental −que guía las acciones directas− a
la racionalidad reproductiva −que asegura la
reproducción de la vida de todos y todas,
incluida la naturaleza−. De este principio se
deriva una concepción intersubjetiva del sujeto.
Gracias al desarrollo de la racionalidad
instrumental, el ser humano (ser corporal,
natural y social) es capaz de superar la
fragmentariedad de su experiencia personal y
crear mundos abstractos (lenguaje, ciencia,
instituciones) que le permiten desarrollar su
vida. Sin embargo, estas creaciones objetivadas
también amenazan y socavan la vida tanto
1 Profesora en Filosofía y Dra. en Filosofía por la
UNCuyo (1983 y 1996). Investigadora Principal del
CONICET, con lugar de trabajo en el Instituto de
Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA),
Centro Científico Tecnológico de Mendoza. Profesora
Titular Efectiva de la cátedra “Problemática Filosófica”,
carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales, UNCuyo. Directora Coordinadora del Programa
I+D+i (2016-2019) Arte y Cultura en Mendoza: la
construcción de identidades en las prácticas y discursos
locales. 2º Etapa”, financiado por la Secretaría de Ciencia,
Técnica y Posgrado de la UNCuyo. Docente de las
Maestrías en Arte Latinoamericano y en Interpretación
de Música Latinoamericana, ambas de la Facultad de
Artes y Diseño de la UNCuyo.
como la promueven. En esta capacidad humana
se hace presente su condición paradójica de
infinitud atravesada de finitud. Para evitar que el
potencial de muerte que encierran las
instituciones creadas, objetivadas y
autonomizadas (particularmente las dos macro-
instituciones: Estado y mercado) termine
destruyendo la vida humana y de la naturaleza
es necesario poner en marcha una alternativa al
capitalismo global, que garantice la primacía de
la racionalidad reproductiva sobre la
racionalidad instrumental.
Palabras clave: racionalidad instrumental,
racionalidad reproductiva, infinitud, finitud,
instituciones, fetichismo.
Abstract
Franz Hinkelammert holds that life is the
fundamental criterion of truth and rationality.
This implies subordinating instrumental
rationality −that guides direct actions−, to
reproductive rationality −which ensures the
reproduction of life of everyone, including
nature−. From this principle derives an
intersubjective conception of the subject.
Thanks to the development of instrumental
rationality, the human being (corporal, physical,
natural and social be) is able to overcome the
fragmentation of their personal experience and
create abstract worlds (language, science,
institutions) that allow you to develop your life.
However, these objectified creations also
threaten and undermine life as well as promote
it. In this human capacity is present its
paradoxical condition of finitude crossed
infinitude. To prevent the potential death that
enclose the institutions created, objectified and
autonomized (particularly the two macro-
institutions: State and market ) fron finished
destroying human life and nature, it is necessary
to launch an alternative to global capitalism, to
ensure the primacy of reproductive rationality
on instrumental rationality.
Key words: Instrumental Rationality,
Reproductive Rationality, Infinitude, Finitude,
Institutions, Fetishism.
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Para Hinkelammert el criterio de verdad y de
racionalidad de toda realidad es la vida misma:
la afirmación de la vida colectiva, de todos y
todas, incluida la naturaleza. Es racional y
verdadero lo que afirma la vida, lo que garantiza
la reproducción de la vida de todos. De allí se
desprende el concepto de “racionalidad
reproductiva”: siendo la tierra redonda y finita –
y no una planicie infinita donde la destrucción
de una parte no afecta la existencia de recursos
naturales necesarios disponibles en otro rincón,
para la satisfacción de las necesidades humanas
y de la naturaleza−, y siendo humanidad una
especie natural y corporal −que no tiene
garantizada su reproducción en forma
milagrosa, y que, para no morir, debe satisfacer
sus necesidades, sin que exista nada que pueda
reemplazar su fuerza de trabajo−, cualquier
organización social que pretenda lograr su
sustentabilidad, debe proteger y asegurar la
reproducción de la naturaleza y el ser humano.
Establecer la racionalidad de la vida de todos
y todas, incluida la naturaleza, como forma
superior de cualquier otra razón o justificación,
significa reconocer que lo que niega la vida,
aunque arguya sustentarse en una supuesta
racionalidad, es irracional y falso: ha sido
ficticiamente “racionalizado”, pero es
esencialmente irracional.
Sin embargo, expresiones de esta
“irracionalidad racionalizada” existen desde
siempre y desde el advenimiento de la
Modernidad extienden su radio de acción cada
vez más.
Vida, racionalidad reproductiva e
intersubjetividad: “yo soy si tú eres”
Con su denuncia del poder y prevalencia de lo
“irracional racionalizado”, Hinkelammert
apunta a la (siniestra, pero palpable hoy por
todas partes) posibilidad de que lo irracional
pueda revestirse de “razones” y, en su nombre,
se pretenda fundar sobre bases lógicas una falsa
y excluyente racionalidad, que, precisamente
por esa pretensión de exclusividad, atente
contra la vida, la aplaste y termine por
eliminarla de la faz de la tierra.
La tremenda confusión generada por el
dominio de lo “irracional racionalizado”,
devenida racionalidad suprema en la
Modernidad, puede conducir a escamotear el
sentido y valor de la existencia humana.
La referencia a la Modernidad se entiende si
se considera que el meollo del problema radica
en la generalización y totalización de la
racionalidad medio-fin, operación de la razón
moderna por excelencia, que alcanza su máxima
expresión en las sociedades capitalistas, y más
aún, en el capitalismo global de nuestra época.
La crítica de Hinkelammert no consiste en
poner en cuestión todo vestigio de razón en la
racionalidad instrumental, sino en entender que
el alcance de esa razón es limitado, y que fuera
de sus límites propios, produce irracionalidad y
destrucción. Su validez está naturalmente
acotada a la acción directa, a la elección de los
medios más eficaces para el logro de objetivos
particulares por medio de la acción directa.
Pero, una vez extrapolada de ese ámbito y
aplicada a toda la realidad como criterio de
racionalidad supremo y último –esto es, su
entronización como única forma legítima de
racionalidad− hace olvidar que la eficiencia de
la acción directa, muy necesaria sin duda, no es
el fin ni el sentido de la vida.
Hinkelammert reconoce el papel
indispensable de esta racionalidad para el
desarrollo de la vida, pues gracias a su
despliegue el ser humano, sin tener garantizada
su supervivencia espontáneamente en la tierra,
ha podido construir una visión coherente del
mundo y desarrollar, en función de ella, las
acciones instrumentales específicas para poder
sobrevivir
2
. Sin embargo, advierte que su
alcance es acotado y debe mantenerse dentro de
sus límites propios, pues, por el hecho de no ser
capaz de medir sus efectos más allá de la
fragmentariedad de la relación instrumental,
produce necesariamente efectos indirectos,
muchas veces destructivos, sobre el entorno
natural y social de la acción directa. Por esa vía,
la totalización de la racionalidad medito-fin
llega a amenazar la reproducción de la vida,
esto es, pone en peligro la racionalidad
reproductiva, que debe prevalecer para asegurar
la sustentabilidad de la tierra y del ser humano.
2 Cfr. “Excurso: Causalidad y proceso de producción”,
en Hinkelammert (2007, pp.192-216). También, el
capítulo 19 (“Sobre la concepción de mecanismos de
funcionamiento perfecto en la metodología de las
ciencias económicas” de Hinkelammert, F y Mora
Jiménez, H (2009, pp.731-785).
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De allí que el autor considera la “irracionalidad
de lo racionalizado” como “el problema
fundamental de la modernidad de hoy”:
Nuestra racionalidad produce
irracionalidades, inclusive monstruos.
Cuanto más hemos racionalizado y nos
hemos hecho más eficientes, tanto más
aparece la irracionalidad de esta misma
acción racional. Ha aparecido una
racionalidad que se ha impuesto
universalmente, que no es racional y que
hoy cada vez más visiblemente amenaza la
propia sobrevivencia de la humanidad
(2013, p. 334).
En consonancia con su función de criterio
de racionalidad y de verdad, la vida es también
principio ético de discernimiento: frente a todas
las situaciones y circunstancias que se puedan
presentar, es necesario elegir el camino que
asegura la reproducción de la vida, que facilita
su desenvolvimiento, que levanta los obstáculos
que la amenazan, que decide transformar las
instituciones que la aplastan.
La afirmación de la vida es, entonces,
principio de discernimiento y criterio de verdad
y racionalidad. No hay un sentido de la vida
más allá de ella misma, su sentido es “vivirla”,
lo más y mejor posible, gozarla y disfrutarla.
Desde luego, no cabe en este punto una
interpretación en sentido egoísta o
individualista, pues la afirmación de la vida
como criterio y principio remite a las
condiciones de posibilidad de todas las formas
de la vida y, dentro de ellas, de la vida humana,
entre las cuales la individualidad es sólo una
forma histórica, desarrollada tal como la
conocemos en el marco de la Modernidad
occidental. La vida individual de cada uno no
está excluida de la concepción de
Hinkelammert (“el sentido de la vida es
vivirla”), pero está integrada dentro de la vida
colectiva, de la que participan todos y todas,
incluida la naturaleza.
Para Hinkelammert toda vida tiene lugar en
el “circuito natural de la vida”. En efecto, en el
caso de los seres humanos, cada individuo vive
en la sociedad, depende de ella para desarrollar
y satisfacer sus necesidades y, más aún, como
individuo es el resultado de una serie de
intervenciones sociales, producidas en un
determinado momento de la historia de la
humanidad y de la historia personal
3
.
Paralelamente, también la sociedad humana está
íntimamente unida a la naturaleza, con la que
debe establecer un metabolismo a fin de
someterla a las trasformaciones que le permitan
asegurar los insumos y producir los objetos
necesarios para la satisfacción de las
necesidades sociales e individuales. La vida
humana, por tanto, es parte de un circuito
natural completo y colectivo de la vida en
general.
El ser humano nace vulnerable y necesitado.
Por el sólo hecho de ser corporal, necesita de
los otros y de la naturaleza: para sobrevivir y
desarrollarse requiere del intercambio con ellos.
Por ser corporal es, entonces, ser natural y ser
social. Necesita básicamente integrarse al
circuito natural de la vida colectiva, de la cual la
vida humana en general y su vida individual
forman parte, y que siempre está objetivamente
constituida como sociedad humana. A ella
pertenecen todos los seres humanos y de ella
todos dependen: todos deben integrarse a la
división social del trabajo para asegurar la
reproducción de su vida. Hay, por tanto, una
interdependencia de todos los productores
entre y con la naturaleza; hay una
intersubjetividad del género humano que
incluye a todos y todas, y tanto a la sociedad
como a la naturaleza.
Que, como cuerpos necesitados, somos
seres sociales, significa que debemos
integrarnos a la división social del trabajo para
no morir, esto es, que necesitamos de los otros
seres humanos para subsistir. Que además
somos seres naturales, significa que requerimos
igualmente del sol, el aire, el agua y los demás
elementos que tomamos del medio ambiente.
En consecuencia, tanto la vida del otro como la
de la naturaleza es condición de posibilidad de
nuestra propia vida.
La concepción de que, de la lucha individual
entre los seres humanos, resulta un beneficio
general, es un mito burgués que busca justificar
la competencia despiadada y la destrucción
humana y natural. El interés egoísta y la utilidad
3 “El ser humano como sujeto no es una instancia
individual. La intersubjetividad es condición para que el
ser humano llegue a ser sujeto” (Hinkelammert, 2002a, p.
348).
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Agosto 2016 – Córdoba
calculada son productos de la racionalidad
medio-fin; sus correlatos imaginarios son las
ilusiones ya referidas de una naturaleza infinita
y una humanidad incorpórea, que ejerce su
libertad eligiendo entre preferencias, sin que sea
condición para ello el tener antes satisfechas sus
necesidades. El resultado de su generalización
es el asesinato del otro (natural y social), que
conduce a su propia autodestrucción, al
suicidio.
Desde esta perspectiva, la naturaleza y el
otro ser humano no son cosas disponibles para
fines particulares de la acción directa. Su
existencia es parte de la nuestra; nuestra vida
depende de su vida: ésta última es la condición
de posibilidad de la primera. La experiencia
fundamental de todo hombre en tanto viviente
y corporal despeja una dimensión fundamental
de la sujetividad: el hombre es un cuerpo que
convive con otros cuerpos y necesita de ellos
para reproducir la vida (individual y colectiva),
en el seno de un mundo natural compartido,
que todos deben enfrentar y transformar si
quieren continuar existiendo. Para
Hinkelammert la condición de posibilidad de la
vida, como bien aseveró Marx, se asienta en la
preservación de las dos fuentes originarles de
toda riqueza: la naturaleza como reservorio vital
y el hombre como fuerza de trabajo capaz de
transformarla.
4
De esa interdependencia social y de ese
metabolismo con la naturaleza, entendidos
como condición de posibilidad de la vida
individual y colectiva, da cuenta la consigna
hinkelammertiana “asesinato es suicidio”. Su
significado es que el hombre pertenece a una
totalidad socio-natural, que necesita de los
demás hombres y de la naturaleza. En
definitiva, como ya se indicó, significa sostener
el carácter intersubjetivo del sujeto. Esta
intersubjetividad social y natural puede
expresarse con el aserto: “yo soy si eres”. No
es otro el significado del amor al prójimo que
proclama el primer mandamiento (“ama a tu
prójimo como a ti mismo”), expresión de una
sabiduría ancestral que está presente con otras
4 Cfr. Marx, K. (1966, I, pp.423-423). Hinkelammert
traduce: “por tanto, la producción capitalista sólo sabe
desarrollar la técnica y la combinación del proceso social
de producción socavando al mismo tiempo las dos
fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre
(2013, p.185). Subrayado suyo.
formulaciones en numerosas culturas, y que,
siguiendo a Rosenzweig, Buber y Levinas,
Hinkelammert prefiere traducir de un modo
que denota más claramente su profundo
significado: “ama a tu prójimo, tú eres él”.
5
Con esta traducción/interpretación, lo que
Hinkelammert pone en el centro de la atención
es el hecho básico, elemental, casi obvio, de que
la vida del otro es necesaria para mi vida: dado
mi carácter corporal y finito, no puedo vivir si
el otro no vive, entendiendo por “otro” los
demás seres humanos y la naturaleza en su
conjunto
6
. En este sentido, la concepción del
autor no se funda en una argumentación
caritativa, basada en el amor al prójimo como
sacrificio, conmiseración o solidaridad. El ser
humano como sujeto no se mortifica por otros,
no renuncia a su interés en aras de una
consideración del otro en términos de entrega o
generosidad: descubre que solamente puede
vivir con los otros, y que para vivir es necesario
no sacrificar a otros.
El ser humano: infinitud atravesada de
finitud
Para desplegar las potencialidades inherentes a
su condición, el ser humano debe producir un
mundo abstracto, de instituciones, leyes y
conocimientos, que trascienden el mundo de la
experiencia fragmentaria de cada individuo y
permiten pensar y actuar en términos de
universalidad, esto es, abarcar una generalidad
de situaciones muy por encima de las pocas y
concretas efectivamente vividas, de las cuales se
puede tener experiencia y observación directa.
Ese mundo abstracto es lo que le permite
desarrollar la sociedad y la cultura. Las
construcciones teóricas (el lenguaje, las ciencias,
los mitos) y las instituciones (las tres
fundamentales: familia, mercado y Estado, pero
también todas las demás: escuela, empresa,
universidad, sistema científico, etc.) conforman
un mundo objetivo abstracto creado por el
hombre a partir de la abstracción de la realidad
cotidiana concreta. Ese mundo como totalidad
cumple una función de orientación para el
conocimiento y la acción; es un constructo,
ordenado y racional, donde la contingencia real
de la vida no tiene lugar: ha sido abstraída.
5 Cfr. Fernández Nadal. E. y G. Silnik (2012, pp.70-76).
6 Cfr. Fernández Nadal, E. (2003, pp.21-40).
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ISSN 2469-0775 - pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 22-32
Agosto 2016 – Córdoba
Efectivamente, sin su abstracción, sería
imposible contar con regularidades, hacer
previsiones, establecer un orden.
El proceso de institucionalización supone el
surgimiento y despliegue de relaciones
abstractas, en las que las formas concretas y
directas de producción de valores de uso y de
relación personal se ausentan, se esfuman y son
reemplazadas por vínculos impersonales entre
individuos formalmente iguales: propietarios de
mercancías equivalentes u ocupantes de
determinados roles o lugares sociales. Esta
abstracción institucional obtura la corporalidad
mortal y necesitada, y produce un mundo de
relaciones formales donde el cuerpo, la
contingencia y la muerte no cuentan. En
consecuencia, se produce la paradoja de que los
sujetos solo pueden tratarse entre a través de
dispositivos abstractos, que median esas
relaciones y que los objetivizan en el acto. Hay
una inadecuación entre el lenguaje, las teorías y
las instituciones, por una parte, y el sujeto, por
otra. En todas esas mediaciones, hay un
tratamiento del sujeto como objeto, que no
corresponde a la sujetividad del sujeto; éste,
como tal, es trascendente a todas sus
objetivaciones, pero sólo resulta aprehensible a
través de ellas y siempre de un modo
inadecuado e imperfecto.
La razón de todo ello se encuentra en que la
condición humana es en misma paradójica,
como se aprecia si se enfoca la tensa relación
entre parcialidad y totalidad que la atraviesa. Las
instituciones y los demás dispositivos abstractos
creados por el ser humano son consecuencia,
por una parte, del carácter parcial, fragmentario
y acotado de las relaciones humanas y de la
experiencia directa que podemos tener con el
mundo circundante y, por otra, de la posibilidad
de que disponemos de trascender esa
experiencia inmediata a través de procesos de
abstracción, que dan lugar a totalidades
abstractas, con alcance general: conceptos,
lenguaje, filosofía, ciencias, códigos, leyes, esto
es todo el mundo abstracto de lo que en
términos generales llamamos “instituciones”.
En tal sentido, esas construcciones abstractas
las instituciones tal como las hemos definido−
representan una marca de la finitud y,
simultáneamente, expresan el anhelo de
infinitud de nuestra existencia.
Como seres finitos, tenemos experiencia
sólo de una parte del mundo y de un momento
del tiempo, pero podemos inferir que ese
momento es una secuencia de otros, y esa parte
se integra a otras, formando una totalidad, que
no es accesible a nosotros a través de la
experiencia; en palabras de Hinkelammert es
una “totalidad ausente”. Del contraste de
nuestra experiencia inmediata con esa totalidad
ausente, inaccesible empíricamente, surge la
conciencia de nuestra finitud. Pero, justo
porque sabemos de nuestra finitud, es que
somos seres infinitos: en consecuencia, se trata
de una infinitud atravesada por la finitud.
Es conocida la imagen deljunco pensante”
a la que apela Blas Pascal para expresar lo arriba
señalado:
El hombre no es más que un junco, el más
débil de la naturaleza; pero es un junco
pensante. No es necesario que el universo
entero se arme para aplastarlo: un vapor,
una gota de agua basta para matarlo. Pero,
aun cuando el universo lo aniquilara, el
hombre sería todavía más noble que lo
que lo mata, porque él sabe que muere y
conoce la ventaja que el universo tiene
sobre él; el universo no sabe nada. Toda
nuestra dignidad consiste, pues, en el
pensamiento (Pascal, 1971, I, p.215).
En efecto, el sabernos finitos nos diferencia
de los demás seres vivos, que son finitos y
mortales como nosotros, pero que no lo saben.
La conciencia de la mortalidad, el saber de la
finitud es una traza inherente a la condición
humana, propia y específica de la única especie
en el planeta que es infinitud atravesada de
finitud. Sabernos finitos nos devela nuestra
debilidad, nuestra mortalidad, que nos iguala en
un sentido con todos los demás seres. Sin
embargo, al mismo tiempo nos diferencia, pues
hace de la muerte humana un fenómeno
particular, no compartido con ninguna otra
especie: una muerte que, por ser sabida desde
que se toma conciencia de la finitud de la
condición humana, se configura como una
experiencia existencial intransferible más allá de
la humanidad misma. Todos los animales son
finitos y mueren, pero sólo el animal humano
sabe de su condición mortal, y por eso su
muerte, imaginada, proyectada, negada incluso,
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es una experiencia existencial específica,
distintiva.
Probablemente inspirado en la reflexión
pascaliana ya citada, Hinkelammert sostiene la
misma imbricación de infinitud y finitud en la
condición humana, con estos términos:
Decir solamente que el ser humano es
finito, es falso. Es infinito atravesado por
la finitud. La finitud significa que la
infinitud como totalidad está presente por
su ausencia. Podemos decir que somos
finitos por el hecho de que concluimos
esa finitud de nuestra experiencia. Pero si
fuéramos solamente finitos y nada más,
no podríamos saber que somos finitos. Al
poder saberlo, somos infinitos atravesados
por la finitud: por la ausencia presente de
la infinitud (2007, p.188).
El no acceso a la totalidad es índice de la
finitud, pues es una totalidad ausente para
nosotros. Sin embargo su ausencia está presente
en la medida que la pensamos como el marco
general de la experiencia directa; en tal sentido
es índice de infinitud.
Las instituciones son el resultado en el que
cuaja esa conjunción paradójica de finitud e
infinitud, parcialidad y totalidad. Su creación es
una respuesta compensatoria de la finitud que
atraviesa la existencia humana, y
simultáneamente son expresión de la infinitud
como anhelo de totalidad de esa existencia.
Como resultado de la paradójica condición
humana, hay en las instituciones una radical
ambigüedad: necesarias para el desarrollo de las
infinitas potencialidades humanas, siempre
encierran, al mismo tiempo, un peligro: el de la
muerte. Sin ellas no es posible el despliegue de
la vida humana más allá de las relaciones
fragmentarias directas en una comunidad
mínima, de tipo familiar o tribal. Pero, por su
propia lógica, tienden a amenazar la vida. Esto
sucede porque, una vez creadas, se objetivan y
separan de sus creadores, se autonomizan y
terminan por gobernarlos en función de
intereses sistémicos. Así devenidas en
“fetiches”, obligan a cumplir normas, coartan la
libertad, imponen sacrificios, posponen la
realización del goce y la satisfacción de
necesidades; esto es: administran la vida a través
de amenazas y castigos. Administran la vida
administrando la muerte.
Manuel Cuervo Sola, señala con claridad la
raigambre corporal última que explica la
función administradora de la muerte de las
instituciones:
La operatividad de estas sanciones
descansa justamente en la condición finita
de la corporalidad humana: si fuésemos
seres incorpóreos e infinitos la amenaza
de sanción no tendría ningún efecto en
nuestro accionar. El temor al castigo
opera sobre nuestra condición finita, por
ello para Hinkelammert las instituciones
son siempre, en última instancia
administración de la muerte; pues en toda
amenaza está sugerida la posibilidad de la
muerte (Cuervo Sola, 2016, p.192).
7
En definitiva, las mediaciones institucionales
creadas por el ser humano socavan la vida, de
cuyo suelo y para cuyo desarrollo y protección
han surgido. Vehículos para el despliegue de
una vida mejor posible, son también vehículos
de negación de la vida, de sacrificios, de
sanciones y de muerte.
El desarrollo de la vida y la administración
de la muerte: las instituciones
Todo este proceso de institucionalidad de las
relaciones humanas es, para Hinkelammert,
inevitable, pues resulta de la finitud humana, al
tiempo que expresa su infinitud. Pero su
inevitabilidad no significa que sus
consecuencias sean neutras para la vida. Por el
contrario, se trata de un proceso ciertamente
amenazador, que no debe ser librado nunca a su
propia lógica. En efecto, las instituciones
creadas para permitir el desarrollo humano,
tienden a independizarse del hombre, a
someterlo e, incluso, se convierten
irremediablemente en poderes que amenazan
7 He tenido muy en cuenta, para la redacción de esta
parte del artículo, la Tesis de Doctorado en Ciencias
Sociales con Mención en Ciencia Política, aún inédita, de
Manuel Cuervo Sola (2016), “Sujeto, ontología política y
Estado: elementos para una teoría política en clave
emancipatoria a partir de Alain Badiou, Ernesto Laclau y
Franz Hinkelammert”, defendida en la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional
de Cuyo en marzo pasado, y aprobada con la calificación
máxima (sobresaliente, cum laude).
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matar o directamente matan. Este fenómeno,
que Hinkelammert, siguiendo a Marx, llama
“fetichismo”
8
, es inherente a todas las
instituciones, pero son las dos macro-
instituciones por antonomasia −el mercado y el
Estado− las que develan prototípicamente esa
extraña dialéctica donde el movimiento que
surge habilitar el despliegue de la vida se
entreteje con la permanente amenaza de la
muerte.
En el caso del mercado, cabe señalar que,
para Hinkelammert, su emergencia no es un
hecho histórico contingente, sino que arraiga en
la condición humana misma. Sin él no sería
posible trascender el mundo limitado de la
experiencia inmediata que supone una división
social del trabajo de tipo tribal, donde la
asignación de recursos y de tareas puede ser
coordinada con un criterio de transparencia,
mediante una planificación consciente, que
asegure a priori la satisfacción de las necesidades
de todos. La institución mercado permite el
desarrollo de una sociedad compleja, en la que
se establecen relaciones abstractas entre los
individuos, y surgen y se despliegan infinidad de
potencialidades; pero introduce una
coordinación del trabajo automática, a través de
las reglas abstractas de la oferta y la demanda,
que se imponen de forma a posteriori y a
espaldas de los productores directos. De allí que
la relación entre mercado y muerte esté opacada
e invisibilizada: la vida y la muerte parecen ser
distribuidas arbitrariamente por la naturaleza
misma, sin que tenga algo que ver en esa
distribución la responsabilidad humana. Lo
cierto es que, al hacerse abstracción de las
necesidades (de la corporalidad mortal y
necesitada de los seres humanos), se deja
librada al mercado la decisión acerca de quién
vivirá y quién no vivirá, quién permanecerá
integrado al circuito natural de la vida humana y
quién será excluido y condenado a muerte.
Entonces, la institución mercado, a través de la
ley de la oferta y la demanda, se cobra sus
deudas en vidas. El “dejar hacer, dejar pasar”
como ley del mercado es también un “dejar
morir”.
En el caso del Estado, su papel de
administrador de la muerte es mucho más
8 Cfr. Marx, K (1866, I, pp.36-47) y Hinkelammert, F.
(1977, pp.9-64).
evidente. Lo que define al Estado, como señaló
Weber y es admitido universalmente, es el
ejercicio del monopolio de la violencia legítima,
que, para resultar operativo descansa
necesariamente en la coerción y la amenaza de
castigo. Sabemos además que, en el límite, el
mayor castigo posible es la muerte. Frente al
modo pasivo de administrar la muerte propio
del mercado (“dejar morir”), el método estatal
de cumplir esa administración es activo, posee
la facultad de dar muerte. Toda su autoridad se
sostiene en su capacidad y legitimidad para
“hacer morir”. Dice Hinkelammert: “El poder
económico deja morir, el poder político ejecuta.
Ambos matan, pero con métodos diferentes”
(2007, p.82). Y Cuervo Sola agrega:
[…] entre el hacer morir estatal y el dejar
morir mercantil no hay contradicción. Por
el contrario, estas dos lógicas de
administración de la muerte se acoplan
perfectamente y su trabajo conjunto logra
brindar una sólida consistencia a las
formaciones sociales por medio de la
coerción y los constreñimientos que
ejercen sobre los impulsos vitales de los
seres humanos (Cuervo Sola, 2016, p.193
y ss.).
En ese juego de ambas lógicas, el Estado, en
tanto su método de administración de la muerte
implica la posibilidad efectiva de ejecución,
siempre es la garantía última de la obediencia y
sujeción al orden.
Aunque en menor medida, lo mismo sucede
con todas las instituciones y objetivaciones de la
actividad humana. La ciencia, la técnica, el
lenguaje, la escuela, la universidad, la empresa,
los aparatos estatales, el hospital, el sindicato,
los códigos legales, etc., todos ellos son
conjuntos de dispositivos abstractos, que
favorecen el desarrollo humano, al tiempo que
coartan la vida, la restringen, la ordenan y la
socaban.
La institucionalización impone reglas […]
Pero como, dada la contingencia del
mundo, estas reglas no se cumplen
espontáneamente, la institución
presupone el ejercicio del poder. Este
poder tiene que imponerse, lo que hace,
en última instancia por la amenaza de
muerte […] Por tanto, la institución
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resulta ser administración de la muerte en
función del orden (Hinkelammert, 2007,
p.76).
¿Cuál es la razón de esa tendencia
contradictoria a desarrollar y al mismo tiempo a
socavar la vida?
En el mundo abstracto de las instituciones
todo funciona a la perfección, según cálculos
matemáticos rigurosamente establecidos, con
una sola condición: que se haga abstracción de
la muerte. En efecto, para que un
funcionamiento tal se verifique, es necesario
poner entre paréntesis la contingencia de la
realidad y la finitud de la vida: no considerar
que podemos morir en cualquier momento, que
cualquier dispositivo puede de repente fallar,
que un error humano o un desastre natural
puede terminar de golpe con cualquier
proyecto. Solo a condición de abstraer la
muerte como lo no previsible que empero
acontece, es que es posible levantar ese edificio
racional. Por tanto, el desarrollo de la
racionalidad instrumental es resultado de esa
operación de abstracción de la muerte.
Ahora bien, que haya sido abstraída no
significa que haya sido superada por la vía de su
eliminación. Al contrario, al igual que sucede
con lo inconsciente que es reprimido de la
estructura psíquica consciente, la muerte
abstraída vuelve, retorna como el síntoma. Se
expresa entonces como imposibilidad de una
comunicación plena, transparente, total, que
debe resignarse constantemente a favor de
vínculos acotados y encauzados a través de las
mediaciones producidas a ese fin. Vuelve
también en forma de la falta que clama por
plenitud, de anhelos de expresión, de
reconocimiento, de exigencias de satisfacción o
de encuentro con el otro, que no pueden ser
contenidas en los marcos de la abstracción.
También la finitud y la muerte vuelven como
“efectos indirectos” de la acción directa, no
calculados ni previstos por la racionalidad
medio-fin, que surgen “a espaldas de los
sujetos”, sin que estos se lo propongan, y que
afectan el entorno natural y social de la acción
directa, socavando las posibilidades de esta
misma, y haciendo valer el peso de la
contingencia que está al acecho.
Cuando esto último acontece, todo el
edificio de la racionalidad instrumental se
tambalea, poniendo de relieve los límites de
toda construcción abstracta, su inconsistencia
fundamental, su dependencia cabal respecto de
designios no predecibles ni calculables, que, si
irrumpen, terminan con todos los cálculos y
previsiones racionales.
El mundo abstracto abstrae la muerte y es
resultado de esa abstracción misma. Es un
mundo de relaciones matemáticas, de cálculos
exactos y de progreso infinito, donde toda la
dimensión concreta de la vida es ignorada,
empezando por el carácter corporal, vulnerable
y finito de todas sus formas, que las hace
básicamente interdependientes entre ellas e
integrantes de una totalidad compleja. Es un
mundo donde la dimensión vida-muerte ha sido
suprimida, negada, obliterada.
En efecto, decidimos suspender su presencia
y construir una escena como si no existiera. Esta
operación es una racionalización. Nuestra
condición corporal y finita, nuestras
necesidades biológicas, psicológicas y sociales, y
la muerte misma son “racionalizadas”. Dentro
de la construcción racional edificada sobre su
negación, no tienen cabida: son lo “irracional”
excluido. Como si la corporalidad concreta no
fuera una dimensión insustituible e
irrenunciable, el mundo abstracto se sustrae a
ella y se desentiende de ella.
En abierta contrastación con ese
mecanismo, la experiencia cotidiana nos enseña
que la dimensión vida-muerte siempre está
presente, y que, por eso, la muerte y la
contingencia están siempre al acecho; que lo no
previsto sucede aunque no se lo desee ni se lo
espere. Sabemos que los cálculos suelen fallar,
las instituciones perfectas suelen
descomponerse y las aspiraciones de perfección
pueden estrellarse, y que lo hacen
periódicamente en el suelo de la imperfección e
imprevisibilidad radicales de la existencia. Por
algo dice un refrán popular: “si quieres hacer
reír a Dios, cuéntale tus planes”.
Cuando lo irracional –que ha sido
racionalizado para ser contenido dentro de la
lógica del cálculo y la previsión– sucede, rompe
ese dique y se expresa como razón mítica. Los
mitos buscan suplir la insuficiencia de la
racionalidad instrumental para dar cuenta de la
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realidad como totalidad compleja, no reductible
al cálculo medio-fin. En tal sentido, razón
mítica no es opuesta a razón instrumental; son
más bien dos dimensiones complementarias de
la razón. La razón mítica desarrolla la
percepción de la vida humana bajo el punto de
vista vida-muerte que es excluido de la
racionalidad instrumental, y proporciona
respuestas mágicas que sirven para que nos
orientemos frente a las amenazas que se ciernen
sobre nosotros.
Esa orientación, empero, no tiene un sentido
unívoco: los mitos pueden cumplir una función
transformadora de la realidad, poniendo en
evidencia la dimensión de infinitud y
trascendencia de la vida humana, pero también
pueden cumplir una función justificadora del
aplastamiento del sujeto por parte del mundo
abstracto que él mismo ha creado. Tampoco
tienen necesariamente una orientación religiosa,
los hay de índole profana, tal como lo prueban
los mitos surgidos en el marco de la
Modernidad, no sólo más allá de la racionalidad
instrumental, sino incluso (y sobre todo) dentro
de ella, más precisamente dentro de las ciencias
(llamadas “empíricas”) modernas: “equilibrio
general”, “interés general”, “neutralidad
valorativa”, “progreso científico”, “desarrollo
económico-social”, etc. Todos estos son mitos
modernos profanos, puestos al servicio de la
sacralización de instituciones inmanentes
absolutizadas y divinizadas, que aplastan toda
posibilidad de emancipación hoy. Todos derivan
del gran mito de la Modernidad: el del progreso
indefinido, producto de la secularización del
mito pre-moderno de la reconciliación plena del
hombre con Dios en el cielo trascendente, más
allá de esta vida, y su reemplazo por las utopías
modernas, nuevo cielo trascendental,
construido por abstracción y proyectado al
futuro como sociedades de funcionamiento
perfecto.
9
Someter a crítica todos estos mitos
modernos, poner en evidencia su carácter
teológico profano es para Hinkelammert una
función fundamental del pensamiento crítico.
La tendencia a trascender la finitud a partir
del desarrollo de la racionalidad instrumental
por la vía de la creación de un mundo
9 Cf. Hinkelammert, F. (1984; 2002b); también puede
verse: Fernández Nadal, E. (2004, p.733 y ss.).
institucional abstracto es inherente al ser
humano, tanto como lo es la tendencia de ese
mundo a independizarse y volverse contra la
vida (de la que ha hecho abstracción). El
mundo real empírico está sujeto a las leyes de la
necesidad: somos seres corporales, cuyas
necesidades exigen satisfacción. El mundo
abstracto institucional (“cuasi-empírico” lo
llama Hinkelammert) está sujeto a las leyes de la
inevitabilidad: surge sin que podamos evitarlo,
como efecto no intencional de la acción
humana. Como responde a una lógica
puramente abstracta, subordina a la vida y a las
necesidades humanas, y tiende por su propia
inercia a negarlas y reprimirlas. Su inevitabilidad
significa que no puede abolirse; su tendencia a
aplastar la vida significa que debe ser
permanentemente interpelado y subordinado a
las necesidades humanas, a la corporalidad
humana y natural, sometida y olvidada en la raíz
misma de la institucionalidad.
Capitalismo global = crisis globales. La
necesidad de una alternativa
Todo el proceso arriba descripto es, para
Hinkelammert, conditio humana. Por lo tanto, no
es nuevo, ha estado presente siempre en la
historia de la humanidad. La infinitud transida
de finitud de lo humano siempre se ha
manifestado como capacidad de abstracción y
creación de mediaciones institucionales, que
una vez objetivadas se rigen por lógicas
autónomas. Pero es en el marco del sistema
capitalista global actual, con el desarrollo
científico tecnológico alcanzado, que esa
destructividad alcanza un carácter crítico: la
depredación irreversible de la naturaleza, la
pauperización de masas crecientes de población
y la deshumanización del otro en el marco de la
convivencia social, son hoy situaciones
gravísimas,
10
en las cuales se evidencia que la
objetivación de los seres humanos y de la
10 Son “las tres crisis globales” que señala
Hinkelammert, de las cuales sostiene que la peor es la
tercera, pues sólo sobre la base de una convivencia
humana sana, donde reina el reconocimiento entre los
seres humanos como sujetos de derechos y de dignidad,
sería posible revertir las dos primeras: “Vivimos una
crisis de la convivencia, que está subvirtiendo todas
nuestras relaciones sociales y que, en sus consecuencias,
nos hace imposible enfrentar las grandes amenazas para
la supervivencia de la propia humanidad (crisis de
exclusión, crisis del medio ambiente)” (2007, p.157 y s.).
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naturaleza ha avanzado hasta la negación total
de la dignidad de los sujetos vivos, lo que nos
hace vislumbrar un panorama catastrófico para
la humanidad y el planeta tierra.
Ya no es posible dejar librado al tratamiento
objetivo y objetivante de las instituciones el
futuro de la humanidad. El universo creado por
la racionalidad instrumental debe ser
subordinado a las necesidades de la
reproducción de la vida. Deben ser
abandonados los mitos secularizados de
“progreso”, “desarrollo” y “crecimiento”, que
nos están conduciendo hacia una catástrofe,
anunciada ya, a esta altura de los tiempos, con
toda evidencia y notoriedad. Es necesario
volver sobre la base material en la que descansa
el mundo abstracto e instrumental que nos
domina.
No son viables más dilaciones; es necesario
recuperar para la reflexión científica y filosófica
el significado del lema hinkelammertiano:
“asesinato es suicidio”. Matar o dejar morir al
otro social y/o a la naturaleza es socavar las
bases de la vida humana misma, esto es,
producir, a la larga o a la corta, el suicidio
colectivo. Hay una interdependencia de los
seres humanos entre ellos y con la naturaleza.
Ni la naturaleza ni el otro social son meros
objetos que yacen frente a nosotros, sino que
constituyen la condición de posibilidad de la
vida. Esta se asienta en la preservación de las
dos fuentes originarles de toda riqueza: la
naturaleza como reservorio vital y el hombre
como fuerza de trabajo capaz de transformarla.
Precisamente, esas dos fuentes que la
producción capitalista, cuando cree estar
produciendo riqueza, no hace más que socavar.
De este modo, la vida como criterio de
racionalidad, en la medida en que lleva a
plantear la exigencia de satisfacción de las
necesidades de todos, conduce también a
cuestionar las relaciones capitalistas de
producción, en el campo económico.
Contra el predominio de esas relaciones
sobre la vida, Hinkelammert postula una forma
de organización de la sociedad que admita un
criterio de delimitación entre planificación y
mercado. Esta perspectiva abre un abanico
amplio de sociedades posibles, y sólo excluye
aquellas formas de institucionalidad que, por su
carácter sacralizado, ponen en peligro el circuito
natural de la vida humana y conducen hacia el
suicidio colectivo de la humanidad.
La mundialización del capital mercantil,
industrial y financiero, es la expresión extrema
de la totalización del mercado y de la correlativa
funcionalización del Estado al papel de garante
de esa totalización. Ambas macro-instituciones
legitiman al extremo sus respectivos papeles de
“dejar morir” y hacer morir”, preparando
deliberadamente una encerrona trágica para la
vida humana y la naturaleza. Por eso el
establecimiento de la reproducción de la vida
como criterio de delimitación entre plan y
mercado y de regulación de la convivencia
social es un principio que apunta en una
dirección completamente opuesta al desarrollo
de la estrategia de acumulación capitalista
actual. De allí las dificultades que implica; sin
embargo no existe ninguna posibilidad de
sobrevivencia de la humanidad más allá de ese
principio. Sólo un consenso generalizado en
torno a la necesidad de limitar la lógica
abstracta de las instituciones fetichizadas por las
exigencias de la racionalidad reproductiva, un
consenso basado en la afirmación de la vida de
todos y todas, en todas sus dimensiones, puede
obligar a un cambio de dirección en el rumbo
acelerado hacia la autodestrucción.
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