Revista Pelícano Vol. 1. Las formas de la memoria
pelicano.ucc.edu.ar – Pp. 94 – 100
Agosto 2015 – Córdoba
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En la UCA pasó una buena parte de su vida;
ahí energizó teorías, reflexiones de larga data,
ahí vivificó compromisos, ahí debía encontrar
su muerte, sin ceremonias ni despedidas,
porque todavía él está ahí en cada color y en
cada aire respirado por esa comunidad
universitaria, inspirando a las nuevas
generaciones de jesuitas y laicos, para no cejar
en construir una universidad distinta, orientada
al cambio social y a la liberación de las mayorías
empobrecidas y excluidas, o como él las
denominaba, las “mayorías populares”
(Ellacuría, 1999 [1982], p. 204)
.
Para Ellacuría, la universidad no era un
campo de batalla, un lugar para campañas
políticas, una retaguardia para la acción de los
políticos, pero tampoco era un espacio apolítico
y neutral, organizado únicamente para formar
profesionales, según las demandas del mercado
laboral. La UCA era un espacio para la crítica
de la realidad social e histórica, pero también de
elaboración de propuestas concretas y viables
para el logro de una nueva vida. Era un espacio
para ejercer una crítica con el fin de introducir
racionalidad en el proceso socio-político
,
teniendo como objetivo la transformación de la
sociedad, de la polis y de los ciudadanos, en la
búsqueda del logro de una vida buena, al mejor
estilo de la labor socrática, que tanto admiraba.
Cf. I. Ellacuría (1999 [1982]). “Universidad, derechos
humanos y mayorías populares”. En Autor, Escritos
universitarios. San Salvador: UCA. En este artículo,
Ellacuría ofrece una definición de lo que él entiende por
mayorías populares: 1) aquellas auténticas mayorías de la
humanidad, que viven en niveles por debajo de la
satisfacción de las necesidades básicas fundamentales; 2)
que, por lo tanto, son aquellas mayorías que no llevan un
nivel material de vida que les permita un desarrollo
humano suficiente y que no gozan equitativamente de los
recursos que hoy dispone la humanidad; 3) que su
condición de desposeídas no obedece a leyes naturales o
a desidia personal o grupal, sino a ordenamientos sociales
históricos, que las han situado en esa posición privativa
de lo que les es debido.
La injusticia lleva consigo una carga de irracionalidad, y
la irracionalidad es un dato primario de sociedades
divididas y contrapuestas como la nuestra, caracterizadas
por la desigualdad, la pobreza y la exclusión de grandes
segmentos de población. Por esa razón, al ser la
universidad una institución cuya finalidad es introducir en
el cuerpo social el máximo de racionalidad, la situación
de nuestros países exige su intervención, justamente, por
su radical situación de irracionalidad.
Cf.: I. Ellacuría (2001 [1976]). “Filosofía, ¿para qué?”.
La universidad, el pensamiento, el saber y la
cultura eran para Ellacuría la forma de
comprender y abrir nuevas perspectivas de
futuro fundadas en la inteligencia, en resultados
de la investigación socio-histórica, en el
desarrollo de las ciencias, de las técnicas, de la
teología, de la filosofía y su interminable
búsqueda de la verdad, para la plena
humanización y felicidad de los seres humanos
en una sociedad concreta. Por eso insistió,
desde los años 70, en constituir una universidad
al servicio de la sociedad, acompañando a los
pobres y sus luchas en sus reivindicaciones más
sentidas, buscando iluminar los caminos que
deberían transitar para que pudieran lograr su
liberación definitiva.
Se debe construir una cultura liberadora –
decía Ellacuría– para no dejar “la historia de un
pueblo en las manos exclusivas de los
cultivadores políticos del pueblo, de los
cultivadores que buscan el poder
(supuestamente) para el pueblo, ya no digamos
de cultivadores de otro corte político”
(Ellacuría, 1999 [1975], p. 60). La cultura de la
universidad debe ser una cultura que rompa
todo vínculo de dominación, “una cultura que
avance hacia una liberación siempre mayor,
pero una cultura realmente vivida en cada paso
del proceso” (Ellacuría, 1999 [1975], p. 60).
En esta línea, Ellacuría era infatigable,
siempre actuando, siempre animando a sus
estudiantes, a sus colegas y colaboradores para
comprender la realidad nacional y actuar desde
la universidad, sin que ésta perdiera su
especificidad. “La UCA debería ser la mejor
universidad del mundo en el conocimiento de la
realidad salvadoreña”, decía con humildad,
humor y convicción. Criticaba a las
universidades que se convirtieron en corredores
y salas de partidos políticos o de organizaciones
político-militares desde donde se organizaban
manifestaciones y protestas callejeras, en las que
su vida cotidiana era la mera reproducción
acrítica de ideologías y de panfletos. Pero
también criticó a las universidades que se
centraban en sí mismas, pretendiendo
En Autor, Escritos filosóficos. Tomo 3. San Salvador: UCA.
pp. 116ss.
Cf. I. Ellacuría, (1991 [1980]). “Universidad y política”.
En Autor, Escritos políticos, Tomo 1. San Salvador: UCA.
pp. 17-45.