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Diálogos Pedagógicos. XXII, Nº 43, abril-septiembre 2024.
que trasciende cualquier explicación
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. Según Marcel, esto lo comprende especial-
mente el pensador existencial, para el cual los interrogantes que dinamizan su
reflexión no son ajenos a su misma vida, sino que se encuentra personalmente
involucrado en ellos (Blázquez Carmona, 1988, p. 110)
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. En este sentido, solo es
posible un verdadero diálogo y una verdadera educación, donde hay apertura
personal a lo universal, que es el espíritu, y el espíritu es amor (Marcel, 1955b, p.
13). Algo imposible en el marco de una masificación tecnocrática:
Las masas son lo humano degradado, son un estado degradado de lo
humano. No tratemos de persuadirnos de que una educación de las masas
es posible: hay ahí una contradicción en los términos. Sólo el individuo, o
más exactamente la persona, es educable. Fuera de eso no cabe sino un
amaestramiento. (Marcel, 1955b, p. 13)
Por otro lado, el arte del diálogo exige, para nuestro autor, no solo una delica-
da capacidad de escucha, sino también la apertura suficiente para generar la con-
fianza y la intimidad necesarias (Cañas Fernández, 1998, p. 125). El diálogo, como
dinámica intersubjetiva, exige, para Marcel, la apertura a la imprevisibilidad propia
del encuentro personal, lleno de sorpresas reveladoras (Marcel, 2012, p. 87). Ade-
más, en la medida en que se vive en plenitud la intersubjetividad, se revela y se
muestra (no se demuestra) la existencia personal, la cual eclosiona, rompe el ca-
pullo y hace presente la atracción profunda que ejerce en nosotros ese "mundo
bienaventurado de la creencia, en el que el ser y el pensamiento forman una
unidad" (Marcel, 2012, p. 68). Vemos así que el diálogo vivido como
intersubjetividad, según Marcel, nos constituye y plenifica nuestra identidad per-
sonal. Y, de este modo, se comprende con más claridad la íntima relación, en el
pensamiento marceliano, entre la comunión misteriosa que nos fundamenta y la
apertura creyente a la trascendencia:
No creemos verdaderamente sino en lo que amamos; ahora bien, amar a
un ser es tener con ese ser ligaduras vitales; el hombre que no cree en
nada, el hombre que no ama nada, es en realidad el hombre sin ligaduras.
Pero tal hombre no puede existir. La existencia sin ligaduras no es pensable,
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Para Marcel (1956, pp. 68-69), la originalidad más profunda del hombre consiste, precisamente, no
solo en poder "preguntar por la naturaleza de las cosas", sino también en "interrogarse sobre su propia
esencia", situándose así "más allá de las respuestas inevitablemente parciales en que podría concluir
esta interrogación". De este modo, nuestro autor, sin discutir los resultados logrados por las ciencias
particulares, afirma: "Sólo debemos reconocer que, si sabemos más cosas sobre el hombre, estamos
cada vez menos claros sobre su esencia. Hasta me preguntaría si esta profusión de conocimientos
particulares en definitiva no es cegadora. Con ello quiero decir que parece excluir la posibilidad de esa
respuesta una y simple, en suma, de esa luz a la que algo en nosotros aspira invenciblemente".
Análogamente, agregamos, podríamos decir lo mismo del abordaje reflexivo del acontecimiento edu-
cativo.
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"El verdadero problema metafísico es ¿qué soy yo?, que […] es la pregunta radical hacia la que remiten
todas las demás preguntas posibles. ¿Y no es acaso la pregunta por el ser que soy, la más socrática
de todas? ¿y no es ésta la que convierte en preguntas todas las demás preguntas posibles? ¿y no es
la que convierte la vida en pregunta?" (Cantero Tovar, 2015, p. 101).
A. N. Rodríguez
Pág. 166-186