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Diálogos Pedagógicos. XVIII, Nº 35, abril - septiembre 2020.
respondan, de forma satisfactoria, a las necesidades de la sociedad del conoci-
miento en la que están inmersos (Argos & Ezquerra, 2014), entre las que se en-
cuentra la promoción de la empleabilidad de los egresados universitarios.
Cuestionar el papel de la empleabilidad desde este escenario, con multitud de
interpretaciones y perspectivas, sitúa a la universidad como una institución que
debe reformular sus funciones y, posiblemente, su misión para con la sociedad,
con el objetivo de ofrecer procesos de formación integral orientados a la participa-
ción, el fortalecimiento personal y demás estrategias que posibiliten la adecuada
inclusión de los egresados en el cambiante contexto sociolaboral.
La empleabilidad, ¿desde o después de la universidad?
A lo largo de las últimas dos décadas, la empleabilidad se ha convertido en
una temática de especial interés para la educación superior con la publicación, a
nivel internacional, de numerosos estudios e informes (Beaumont, Gedye &
Richardson, 2016; Hillage & Pollard, 1998; Helyer & Lee, 2014; Hinchliffe & Jolly,
2011; Knight & Yorke, 2004; Oliver, 2015; Pierce, 2002; Wilson, Åkerlind, Walsh,
Stevens, Turner & Shield, 2013; Tholen, 2015). Sin embargo, con demasiada fre-
cuencia, se ha utilizado este concepto para describir las competencias y circuns-
tancias que rodean a los egresados tras finalizar sus estudios universitarios, sin
reflexionar antes sobre la conveniencia o no de desarrollar la empleabilidad du-
rante la formación, como elemento clave dentro del proceso de inserción sociolaboral
que comienza mucho antes de finalizar los estudios.
Para determinar la relevancia de trabajar la empleabilidad antes o después
de concluir la formación universitaria, es necesario -o, al menos, coherente y rigu-
roso- retomar la literatura especializada y consultar qué argumentos se defienden
desde los distintos modelos o marcos teóricos que, de una forma u otra, se han
acercado al desarrollo de la empleabilidad como constructo multidimensional des-
de el ámbito universitario. Pero, al igual que sucede a la hora de aportar una
definición unívoca sobre este concepto, cuando se trata de abordar los modelos
teóricos, resulta casi igual de complejo y diverso debido a su gran variedad y al
énfasis que cada uno de ellos pone en los distintos factores que condicionan su
desarrollo.
A partir de 1990, inmersos en la tercera ola o corriente en la conceptualización
de este término, empiezan a surgir, con mayor protagonismo, modelos de
empleabilidad asentados en la base de las competencias para el empleo. Uno de
los primeros autores en posicionarse dentro de esta tendencia fue Cotton (1993)
con su "modelo de habilidades para la empleabilidad". Dicho autor categorizó tres
tipos diferentes de competencias complementarias entre sí para considerar
empleable a un egresado: competencias básicas, de pensamiento de orden supe-
rior y afectivas. Aunque se trata de un modelo sencillo y de fácil aplicación entre
los egresados que alcanzan un empleo al finalizar sus estudios, fue cuestionado
en su momento (Gil-Villa, 1995) por limitar la empleabilidad a este conjunto de
competencias y por no contemplar otros factores influyentes como el contexto, la
C. González-Lorente, P. Martínez-Clares
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