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Diálogos Pedagógicos. Año XVII, Nº 34, octubre 2019-marzo 2020.
riesgo. A menudo, el arte y la crítica legitiman discursos y producciones cuyo valor
recae en ser la mera autoexpresión de una subjetividad o una exploración que
apunta a la experimentación. Difícilmente una noción como la de riesgo tenga al-
guna cabida a la hora de la producción artística y crítica.
La crítica actual, por su parte, suele funcionar como legitimadora o destruc-
tora de ciertas obras o artistas y tiene su claro impacto en el mercado. Si bien esto
no implica algo malo en sí mismo, bien podría pensarse en qué consecuencias
tiene valorar como sociedad determinados productos y rechazar otros. La consi-
deración deweyana, en este sentido, se enfoca, principalmente, en las condiciones
que requieren la aparición de ciertas cosas que apreciamos como buenas, pero,
también, en las consecuencias que acarrean. Y este es un aspecto sobre el cual la
crítica, en general, no da adecuada cuenta.
Finalmente, la recuperación de la continuidad entre el arte y la vida no solo es,
en Dewey, una adecuada descripción del arte, sino, también, una promesa de una
vida más intensamente vivida, una vida que pueda integrar al arte como su carac-
terística fundamental. Sin duda, nuestra vida cotidiana se caracteriza más por las
experiencias rutinarias, mecánicas y pobremente significativas, es decir, vivimos
una vida que carece de una genuina cualidad estética. Pero, para Dewey, eso no
necesariamente es lo que la vida podría ser. El problema de la discontinuidad efec-
tiva entre el arte y los otros modos de actividad, como el trabajo y la vida cotidia-
na, es un problema humano con una solución humana, no algo que remita a una
esencia última e insoslayable. Dejar abierta esta posibilidad, siempre dejarla abierta,
es la función del arte, pero, también, eso lo hace una ficción, algo que no es del
todo parte de nuestro mundo, pero que contiene siempre los pedazos de nuestro
mundo, solo que en otras relaciones. Nuestra es la tarea de crear ese mundo, de
hacerlo posible. Se trata, como dijimos al principio, de indagar en qué clase de
mundo vivimos y en qué clase de mundo queremos vivir. El arte, como actividad
creativa e imaginativa, tiene allí su principal tarea. Arte y educación, finalmente,
refieren al futuro en el que el crecimiento de la criatura sea siempre posible.
Con la agudeza que caracteriza a un autor pragmatista preocupado por las
direcciones que estaba tomando la cultura humana, Dewey nos advertía de los
potentes poderes formativos y educativos del arte y, por consiguiente, de la nece-
sidad que había de una mirada crítica sobre él. Me permito, para finalizar este
trabajo, citar in extenso sus palabras, extraídas del ensayo Libertad y cultura:
No se ha acostumbrado juzgar a las artes, las Bellas Artes, como una
parte importante de las condiciones sociales que influyen en las institu-
ciones democráticas y la libertad de las personas. Aun después de haber-
se admitido la influencia del estado de la industria y de la ciencia natural,
tendemos todavía a rehusar la idea de que la literatura, la música, la
pintura, el drama o la arquitectura, tengan ninguna conexión íntima con
las bases culturales de la democracia. Hasta quienes se consideran bue-
nos demócratas, se contentan a menudo con ver los frutos de esas artes
como adornos de cultura, más bien que como cosas en cuyo disfrute to-
dos deben participar, si la democracia ha de ser una realidad. El estado
de cosas en los países totalitarios puede inducirnos a rectificar esta opi-
DOSSIER: John Dewey y la educación L. Rueda
Pág. 128-151