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Diálogos Pedagógicos. Año XVI, Nº 32, octubre 2018-marzo 2019.
No todos los cisnes son blancos
Se trata de poner en juego estas premisas en función de los recientes avan-
ces en psicolingüística, neurociencias y ciencias cognitivas, ya que en la literatura
actual la definición de conciencia fonológica (CF) difiere de la noción aportada por
Sánchez en "i", que la define solo haciendo referencia al aspecto sonoro del len-
guaje. En efecto, Stanislas Dehaene (2009) considera que la CF es la competencia
que posee una persona para descomponer unidades léxicas en átomos o fonemas
que pueden recombinarse y lo harán para crear nuevas palabras. En esta misma
línea, Werker y Yeung (2005) señala que la CF permite establecer estructuras de
segmentos en la representación de las palabras en el lexicón mental; estas es-
tructuras de segmentos se corresponden con la medida en que se puede romper
la forma de la palabra en partes más pequeñas, determinadas por la información
fonológica que está especificada en la representación de dicha palabra.
Lo enunciado previamente pone en duda, al menos, la afirmación de Sánchez
acerca de la imposibilidad de los sordos para alfabetizarse, porque reduce el pro-
ceso a la relación grafía-sonido. Bajo una noción cognitiva de la CF, los niños oyen-
tes no siguen el camino sugerido por Sánchez, es decir asociar meramente las
grafías a los sonidos, sino que construyen representaciones mentales acerca de
los criterios fonológicos subyacentes en el proceso de iniciación a la lengua escri-
ta, en la medida en que son sistemáticamente instruidos en su uso.
En la misma línea y en lo que respecta a la premisa "ii" de la argumentación de
Sánchez (2009), Anne Castles y Max Coltheart (2004) critican la causalidad que se
mantiene entre CF y alfabetización, y ejemplifican su afirmación con la siguiente
tarea: si le pedimos a una serie de niños que nos digan la cantidad de fonemas
presentes en las palabras inglesas rich y pitch, estos responderán señalando que
la primera tiene 3 y la segunda 4, cuando ambas tienen 4 fonemas. Ehri y Wilce
(1980) consideran que esto se debe a la influencia que tiene el código escrito en la
forma de percibir los fonemas. Stuart (1990) brinda otro ejemplo en el que se
puede observar el mismo fenómeno, cuando se le pide a un niño que suprima el
sonido n de la palabra bind y este produce erróneamente la palabra bid por bide.
Se podría pensar que la relación entre fonemas y grafemas es de una interacción
recíproca dependiente de la instrucción lectora, lo que a su vez se contrapone a la
premisa expuesta en "ii".
Asimismo, es controvertido afirmar la proposición presentada en "iii" que pro-
pone que la CF de las personas sordas sería el conocimiento de la identidad
morfosintáctica de las señas. Esta discusión está en pugna en la literatura actual
y se pueden identificar a priori dos hipótesis ampliamente investigadas y con evi-
dencia empírica que las respaldan. La primera es la llamada hipótesis de la simili-
tud cualitativa (QSH, por su sigla en inglés) defendida por Paul, Wang y Williams
(2013) que sostiene que sin importar que la lengua oral sea primera o segunda
lengua, las personas sordas procesan la información fonológica por etapas, come-
ten errores y usan estrategias similares a las observadas en individuos oyentes.
Para sostener esto, los autores se basan en que la información perceptiva visual
(visemas y patrones articulatorios y motores) brinda la información cualitativamente
suficiente para, a partir de las oposiciones en la forma de las palabras almacena-
das en el lexicón, reorganizarlas y reestructurarlas en base a las diferencias
fonológicas (Metsala, 1999; Metsala & Walley, 1998; Werker & Curtin, 2005).
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