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Diálogos Pedagógicos. Año XVI, Nº 32, octubre 2018-marzo 2019.
démica (López Noguero, 2005; Monereo, 2013; Urosa, 2004), los cuales no nece-
sariamente demostraban dominio de la evaluación del aprendizaje y los principios
éticos
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que este proceso implica. Así pues, se pone énfasis en la necesidad de
conocimiento en torno a la evaluación del aprendizaje y al mejoramiento de su
práctica (Cebrián, 2008; de la Calle, 2004; Lucarelli, 2008; Moreno, 2009; Muñiz &
Fonseca-Pedrero, 2008; Sánchez & Mayor, 2006). En un proceso de evaluación
adecuado se utilizan diversas técnicas para tratar de evidenciar el dominio de
contenidos específicos (i.e., un proceso de assessment) (Álvarez, 2008; Mueller,
2005) y, a su vez, tratar de dirigir el pensamiento de los estudiantes hacia niveles
altos en los dominios cognoscitivos (McMillan, 2014; Vera Vélez, 2002; Verdejo &
Medina, 2009); lo que finalmente conduce a emitir un juicio acerca del aprendizaje
del estudiante.
En consecuencia, las exigencias que han advenido al contexto educativo uni-
versitario, ya sean como producto de las nuevas concepciones del proceso de
enseñanza centrado en el aprendizaje del estudiante o por las normativas de
educación superior, principalmente se relacionan con las demandas de la sociedad
acerca de la calidad en la enseñanza. Estas se observan más en los aspectos que
se relacionan con el uso de nuevas metodologías para enseñar, con el rol que el
profesor debe ejercer, con la evaluación continua y con el seguimiento individualizado
del progreso de los estudiantes (Caballero, 2013; Gairín, 2011; Monedero, 2007;
Perales et. al., 2014; Stankeviciene, 2007; Vizcarro, 2009). En relación con esto,
Aciego, Martín y García (2003), Concepción, Fernández y González (2014) y López,
González y de León (2014) encontraron a través de sus estudios que los profeso-
res necesitan formación en torno a la metodología didáctica que enfatice en los
procesos de planificación, ejecución y evaluación, propiciando, a su vez, estrate-
gias didácticas para contenidos específicos. También, requieren formación acerca
de la utilización de los recursos tecnológicos y de la aplicación de estrategias para
la motivación y el desarrollo cognoscitivo. Sin embargo, Sales (2006) determinó
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De acuerdo con Verdejo & Medina (2009), la evaluación del aprendizaje, como área profesional,
requiere la utilización de diferentes técnicas que, al utilizarse en otras disciplinas académicas, deman-
dan de una serie de principios éticos que son relativos a su utilización y efecto con los seres humanos.
Estas autoras indican que, por relevancia de estos asuntos, se ha legislado en torno a su aplicabilidad
y para garantizar un proceso ético. Tales principios éticos son los siguientes: la beneficencia implica
que las experiencias evaluadoras deben realizarse en beneficio para los estudiantes y su aprendizaje
(e.g., evaluar solo en torno temas discutidos en clase). La no maleficencia pone énfasis en la utilización
de técnicas que no impliquen un riesgo físico o psicológico, más allá de los que se confrontan en la vida
cotidiana (e.g., no igualar o simplificar la complejidad del aprendizaje a la puntuación que se obtenga).
La autonomía encierra el conocimiento de antemano de los procesos evaluativos a los que se somete-
rán los estudiantes (e.g., criterios para la evaluación, porcentajes que representarán las diferentes
tareas de ejecución). La justicia implica el ofrecimiento, con equidad, de diferentes oportunidades a los
estudiantes para demostrar el aprendizaje y la aplicación del mismo (e.g., no demostrar tratos
preferenciales, no estigmatizar). La privacidad requiere la utilización adecuada de la información perso-
nal, en la que se incluyen los resultados de las evaluaciones, de manera que no se divulgue nada que
no sea de dominio público (e.g., publicación de listas de notas, inmersión de estudiantes en tareas
propias del profesor). La integridad abarca la rectitud, la honradez y la veracidad en todo lo que
concierne el trabajo docente, especialmente en la evaluación del aprendizaje (e.g., demostrar consis-
tencia, respeto y rectitud como docente). Todos estos principios éticos deben facilitar el funciona-
miento adecuado de la actividad docente poniendo énfasis en el estudiante y su aprendizaje.
J. P. Vázquez Pérez
Pág. 1-29