STROMATA / Año LXXX / No 1 / enero - junio 2024
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- Dios no es Ignacio, pero no puede ser tal Dios (de amor, criador, etc.) sin Ignacio.
- O bien: Dios no puede ser tal sin Ignacio, pero Dios no es Ignacio.
También en Dios hay una relación con la diferencia, o bien, un auto-diferenciarse, un
separarse (ausentarse) es decir, un decir “no”. Ese “no”, es el respeto infinito de Dios por el tiempo
del otro y, más aun, es la afirmación del tiempo del otro en cuanto tal. Hay allí un dejar ser, o
bien, un dejarse. Ese auto-diferenciarse en favor del otro, ese auto-limitarse engendra tiempo en
el que cabe la posibilidad de Ignacio de descubrirse “otro”, “sí mismo”. Dios da y santifica el
tiempo del otro. Ello propicia además la posibilidad de la auto-diferenciación de la criatura
humana en cuento tal. Este no-y-sí de Dios en Cristo reaparece en la caída, en la formación, en la
decisión y en el nuevo comienzo de Ignacio. Intentaremos vislumbrar aquí algo de ese sí-y-no de
Dios en relación a cada uno de los momentos del discernimiento ignaciano.
A la vez, siguiendo la segunda negación, se da en Dios el misterio de un “no” y un “sí”
de respectividad esencial en el que se manifiesta el anhelo de estar y reinar en y con el otro. La
profundidad de la diferencia es absoluta, pero también lo es el anhelo de comunión y encuentro.
Es el drama de Dios y el drama del hombre, que insume tiempo, comunicación y libertad. Este
“no” de la diferencia y el “sí” de la respectividad esencial se vincula con cada momento del
discernimiento de Ignacio: con su caída, sus instancias de aprendizaje, su salto y el nuevo
comienzo vía acatamiento reverencial. Intentaremos, pues, desplegar esta doble relación de Dios
con tales momentos, a saber, con el no de su diferencia absoluta y el sí de su anhelo de
respectividad.
Comencemos por la caída de Ignacio preguntándonos: ¿cómo es que Dios se relaciona
con esa caída? Es decir, ¿cómo se relaciona con su avidez de consolación, su pretensión de
controlar el tiempo, sus identificaciones exageradas? Por una parte, Dios deja que ello suceda
una, dos, tres veces. En este dejar hay un “no” de Dios, un replegarse por así decir. Deja, entonces,
que la criatura se encuentre con su límite, esto es, que tenga la experiencia de lo inconducente y
del desencuentro. Porque en ello se evidencia también el “sí” de la respectividad que requiere y
llama a la criatura a inaugurar un tiempo de aprendizaje. Ese “sí” es ya la posibilidad de un freno
a la incesante repetición de la caída. Es decir, Dios no deja sola a la criatura en su caída, no la
abandona, sino que ciñéndose a sus movimientos, conociendo internamente su necesidad de amor,
se dispone a servirle con una fineza y respeto extraordinarios. Aquí se vislumbra el afecto de Dios
comunicado y expresado a Ignacio en mociones de consolación evidentes. Respectividad y afecto
que, a su vez, no consiente con el desorden afectivo y las orientaciones de mal que también habitan
en Ignacio, haciendo patente con su silencio la señal de desolación y de mal espíritu. Esta, por
decir así, primera acción de Dios propicia en Ignacio (que a su vez dice no y sí) el paso de la caída
a la instancia formativa. Algo así como un enlace entre un momento y otro; o bien, la gracia de
Dios sin la cual es imposible auto-levantarse de las propias dinámicas de pecado. Paso para un