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La violencia en la construcción social y subjetiva de la masculinidad
Violence in the Social and Subjective Construction of Masculinity Gabriela María Di Renzo 1
Resumen
Los datos estadísticos informan que los hombres están más involucrados en los delitos violentos que las mujeres y, si bien no todos los varones son violentos, el estu- dio de las masculinidades proporciona una comprensión de la problemática. Los Men´s Studies como un campo disciplinar especializado, constituyen un tema fundamental en las investigaciones de los estudios de género. Estos estudios desmantelan la visión del hombre como universal y lo contextualizan en función de las culturas y de los grupos humanos. Desde el orden patriarcal, en cuanto estructura de las relaciones de poder, la violencia surge como una de las tantas formas de sostener la jerarquía que configura el orden patriarcal o como mecanismo de su restauración. Esto da cuenta que el ejercicio de la violencia forma parte de la construcción social y subjetiva de la masculinidad. Dentro de las diferentes formas de vivir la masculinidad, la llamada hegemónica es la que visibiliza más claramente estas relaciones ocultas de poder generadoras de perceptibles e imperceptibles prácticas violentas. En contextos específicos los hombres pueden tener más recursos que otros, de manera que para comprender la violencia se hace necesario considerar las prácticas no sólo de género sino de raza, clase, nacionalidad, etc. como po- siciones en los que la masculinidad hegemónica se despliega. Desde el punto de vista de la perspectiva subjetiva, cuando el poder rige el mundo psíquico, se encubren carencias y vulnerabilidades, como una presencia inquietante en el sujeto generadora de malestar y síntomas. En este contexto hacerse hombre implica privilegios demasiados costosos y falsas ganancias.
Palabras clave: masculinidades, violencia, género, poder.
Abstract
Statistical data report that men are more involved in violent crime than women, and while not all men are violent, the study of masculinities provides insight into the
1 Universidad Católica de Córdoba-Unidad Asociada a CONICET. Doctora en Teología, Psicóloga y Doctora en Investigación Gerontológica. Profesora invitada en la Universidad Católica de Córdoba, Argentina. Investiga - dora responsable en el grupo de investigación: «Teologías hechas por mujeres. Epistemología (eco)feminista, interseccionalidad y enfoques metódicos teológico-prácticos». gmdirenzo@gmail.com. ORCID: http://orcid. org/0000- 0002-1894-30
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problem. Men’s Studies, as a specialized disciplinary field, is a key theme in gender stu- dies research. These studies dismantle the view of men as universal and contextualize them in terms of cultures and human groups. From the patriarchal order, as a structure of power relations, violence emerges as one of the many ways of sustaining the hierarchy that configures the patriarchal order or as a mechanism for its restoration. This shows that the exercise of violence is part of the social and subjective construction of masculini- ty. Among the different ways of living masculinity, the so-called hegemonic masculinity is the one that most clearly makes visible these hidden power relations that generate perceptible and imperceptible violent practices. In specific contexts, men may have more resources than others, so that in order to understand violence it is necessary to consider practices not only of gender but also of race, class, nationality, etc. as positions in which hegemonic masculinity is deployed. From the point of view of the subjective perspective, when power rules the psychic world, deficiencies and vulnerabilities are concealed, as a disturbing presence in the subject that generates discomfort and symptoms. In this con- text, becoming a man implies too costly privileges and false gains.
Keywords: masculinities, violence, gender, power.
Introducción
La sociedad en la que vivimos reconoce una violencia endémica y los datos es- tadísticos indican, de manera constante que los hombres están significativamente más involucrados en delitos violentos en comparación con las mujeres. Si bien no todos los varones son violentos, el estudio de las masculinidades posibilita una comprensión de la problemática. Existen diferentes perspectivas teóricas en relación al estudio de la mas- culinidad, pero el camino más productivo es analizarlo desde las relaciones de género. Visibilizando el orden patriarcal, en cuanto estructura de relaciones de poder, así como la raza o la clase, se vuelve necesario estudiar a los que detentan este poder que son tam- bién los hombres. Por lo tanto la violencia emerge como una de las formas de sostener la jerarquía que configura el orden patriarcal o como mecanismo de su restauración. En función de estas consideraciones, en la primer parte del trabajo se analizará la problemá- tica de la construcción de las masculinidades y en particular la masculinidad hegemónica. En la segunda se abordará el tema de la violencia desde las aproximaciones sociales y la psicoanalítica.
1. Estudios sobre masculinidades
El estudio sobre las masculinidades como un campo disciplinar especializado, constituye un tema de gran interés social debido a las transformaciones en las relaciones de género en muchas sociedades actuales. Los llamados Men’s Studies inicialmente se desarrollaron en países anglosajones en los inicios de 1980 y estuvieron precedidos por décadas de trabajos académicos feministas especialmente en lo que respecta al género, como uno de los fundamentos primordiales que estructuran la vida social, al análisis de la invisibilidad del género varón en las ciencias sociales y a los cuestionamientos de
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los movimientos feministas acerca de los privilegios masculinos2. Los estudios de mas- culinidades han adquirido una posición destacada como un término fundamental en la investigación de los estudios de género3. Lo novedoso del campo de las masculinidades es que no hace referencia a los varones en cuanto a sus roles considerados varoniles (héroes, militares, científicos, artistas, etc.) sino en cuanto a ellos como tales, es decir que no se trata de una literatura de varones sino sobre ellos, como actores genéricos y las formas en que experimentan su masculinidad tanto en su vida privada como pública.
1.1 Perspectivas
Las problemáticas de las masculinidades se abordan desde varios campos de cono- cimiento y perspectivas teóricas, generando conceptualizaciones que involucran aspectos relacionados con el ser hombre, el deber ser y las acciones. R.W. Connell entiende la masculinidad dentro del marco del género como modalidad de estructurar la práctica social en una cultura específica. En este punto acuerdan la mayoría de las definiciones pero adoptan estrategias diferentes al momento de caracterizar el tipo de persona que se considera masculina. R. W. Connell distingue cuatro enfoques para conceptualizar la masculinidad y la producción de la identidad4. Las definiciones esencialistas toman un rasgo que define lo esencial de la masculinidad y le incorporan una serie de atributos de
2 Cf. Mara Viveros Vigoya, De quebradores y cumplidores: Sobre hombres, masculinidades y relaciones de géne - ro en Colombia (Universidad Nacional de Colombia, 2002), 35. En relación al análisis de la historia de las mas - culinidades, véase: John Tosh, «The History of Masculinity: An Outdated Concept?», en What is Masculinity? Historical Dynamics from Antiquity to the Contemporary World, ed. por John H. Arnold y Sean Brady (Basings - toke: Palgrave Macmillan, 2011), 17-34. Kimmel cita entre los primeros teóricos enfocados en el análisis de la relación de la masculinidad y el poder a: Raewyn W. Connell, Gender and Power: Society, the Person and Sexual Politics (Cambridge: Polity Press, 2014), Jeff Hearn, The Gender of Oppression. Men, Masculinity, and the Cri - tique of Marxism (Basingstoke: Palgrave Macmillan, 1987) y Arthur Brittan, Masculinity and Power (Winnipeg: Wiley-Blackwell, 1991), cf. Michael Kimmel, “La producción teórica sobre la masculinidad: nuevos aportes”. Fin de siglo, género y cambio civilizatorio, Ediciones de las mujeres 17 (1992): 129-138.
3 En relación a la producción en el ámbito español, véase: Nerea Aresti, “La historia de las masculinidades, la otra cara de la historia de género”, Ayer 117 (2020): 333-347. En el ámbito latinoamericano se pueden citar a: Norma Fuller, Masculinidades: Cambios y Permanencias. Varones de Cuzco, Iquitos y Lima (Lima: Pontificia Universidad Católica de Lima, 2001), Susan Paulson, Masculinidades en movimiento: Transformación territo- rial y sistemas de género (Buenos Aires: Teseo, 2013), Leonardo F. Garcia, Nuevas masculinidades: discursos y prácticas de resistencia al patriarcado (Quito: Flacso Ecuador, 2015) y Teresa Valdés y José Olavarría, eds., Masculinidad y equidad de género en América Latina (Santiago de Chile: Isis internacional, 1998). En relación a la construcción histórica de las masculinidades estadounidenses y británicas véase: Michael Kimmel, The History of Men: Essays in the History of American and British Masculinities (New York: State University of New York Press, 2005).
4 Raewyn W. Connell, «La organización social de la masculinidad», en Masculinidad/Es. Poder y crisis, ed. por Teresa Valdés y José Olavarría (Santiago de Chile: Flacso Chile, 1997), 31-48. Desde una perspectiva sociopolíti - ca K. Clatterbaugh divide los estudios de masculinidades en: conservadores, profeministas, los planteados por los movimiento defensores de los hombres, por los enfoques socialistas, los mitopoéticos y los de grupos espe - cíficos, cf. Kenneth Clatterbaugh, “”Men and Masculinity”: A guide to Selected Journals, Magazines, and News - letters from the Men’s Movement”, Serials Review 20 (1994): 25-30. Cf. también otras perspectivas en Nelson Minello Martini, “Masculinidad/es. Un concepto en construcción”, Nueva Antropología 18 (2002): 11-30.
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la vida de los hombres5. La debilidad del enfoque es la existencia misma de una condición esencial además de que su elección es bastante arbitraria. Las definiciones positivistas parten de considerar lo que los hombres realmente son. Esta perspectiva es la base de las escalas psicológicas sobre masculinidad y femineidad, y de los estudios etnográficos al describir el patrón de comportamiento de los hombres en una cultura determinada6 . La autora realiza tres críticas a este enfoque. La primera es que no hay una descripción sin un punto de vista. Las descripciones que parecen neutrales en realidad parten de una construcción de género. En segundo lugar, describir comportamientos como femeninos o masculinos supone de antemano el uso de las categorías hombres y mujeres, y por lo tanto las atribuciones de género. Finalmente, considerar la masculinidad a partir de un análisis empírico, es analizar actitudes o comportamientos sin tener en cuenta quienes la realizan. Esto resulta fundamental para los estudios de género. En este sentido lo mas- culino y lo femenino van más allá de las diferencias de sexo. Las definiciones normativas reconociendo las diferencias inter e intragénero definen a la masculinidad como aquello que los hombres deberían ser. Es decir que la masculinidad es considerada como una norma social para la vida de los hombres. Connell sostiene que no existe una adecuación total a la norma y las personas se acercan a ella en diferentes grados. Otra dificultad re- side en la imposibilidad de considerar la identidad a partir de los roles, de aquí que los teóricos de los roles tiendan a posturas esencialistas. Por último, los enfoques semióticos, siguiendo la lingüística estructural, parten de un sistema de diferencia simbólica como lugares en la que la masculinidad es definida como no-femineidad7. Esta perspectiva es usada en los estudios culturales, y escapa al esencialismo y a las paradojas positivistas y normativas.
R. W. Connell deja de lado las aproximaciones que se centran en un objeto (la naturaleza, la conducta, la norma) y considera que es necesario abordar los procesos y las relaciones por los que se construye el género. Entendiendo el género como una forma de ordenamiento de la práctica social caracteriza la masculinidad como “la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y mujeres se comprometen con esa posición de género, y los efectos de esas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en las culturas”8. Acentuando esta aproximación social Kimmel considera
5 Como ejemplo en la antropología, véase Goldberg para quien la agresividad del varón es la base de su domi - nación. El hombre por su agresividad es elegido para ejercer el control y el poder en una comunidad y de aquí que el patriarcado sea universal, cf. Steven Goldberg, La inevitabilidad del patriarcado (Madrid: Alianza, 1974), 31-32. Véase también Moore y Gillett quienes plantean una perspectiva esencialista de los arquetipos de Rey, Guerrero, Mago y Amante, cf. Robert Moore y Douglas Gillette, La nueva masculinidad. Rey, Guerrero, Mago, Amante (Barcelona: Paidós, 1993).
6 Así, Gilmore observa que en casi todas las culturas emerge la idea de que la verdadera virilidad responde a un “estado precario o artificial que los muchachos deben conquistar con mucha dificultad”, David D. Gilmore, Hacerse hombre: Concepciones culturales de la masculinidad (Barcelona: Paidós, 1994), 22. Para el autor, en casi todas las sociedades los ideales de virilidad exigen continuamente a los varones actuar como “hombres de verdad”. Esto significa “embarazar a una mujer, proteger a los que dependen de él y mantener a la familia”, 217. Su perspectiva oscila entre el positivismo y la teoría normativa.
7 Los trabajos que utilizan el psicoanálisis lacaniano son ejemplo de ello.
8 Connell, «La organización social de la masculinidad», 35.
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la masculinidad como un conjunto de significados siempre cambiantes en función de la relaciones con nosotros y con los demás. En este sentido no es estática ni atemporal sino histórica y contextual9 .
1.2 Masculinidad hegemónica
En la década de los ochenta gran parte de las académicas feministas cambiaron su enfoque teórico del concepto de patriarcado al de género. R. W. Connell fue una de las primeras en utilizar las teorías feministas de género para conceptualizar la masculinidad hegemónica10. Ésta se difundió ampliamente en los ámbitos académicos y fue aplicada a diversos contextos culturales y prácticos11. Así, Connell (2003) define a la masculinidad hegemónica como
la configuración de práctica del género que incorpora la respuesta aceptada, en un momento específico, al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se considera que garantiza) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres12 .
La masculinidad no es una posición fija sino que se establece dentro de la estruc- tura de relaciones de género y por lo tanto va más allá de la corporalidad biológica. De todas maneras refiere al colectivo de los hombres:
Si bien es cierto que las formas en que se configura el poder y las variantes en que lo ejercen los hombres no son de carácter universal, sino local, contextual y específico a un tiempo y espacio determinado, también es cierto que existe una constante, si no universal, sí al menos mayoritaria, que posiciona a los hombres con mayores privilegios y recursos materiales y simbólicos que les permite ejercer control sobre las mujeres y otros hombres13 .
La masculinidad hegemónica tampoco concentra un tipo de personalidad carac- terística sino que se trata de una posición que surge de un modelo en las relaciones de
9 Michael Kimmel, «Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina», en Masculinidad y equidad de género en América Latina, ed. por Teresa Valdés y José Olavarría (Santiago de Chile: Isis interna - cional, 1998), 49-61.
10 Para comprender la historia del concepto de masculinidad hegemónica en el pensamiento feminista, véase James W. Messerschmidt, Hegemonic Masculinity: Formulation, Reformulation, and Amplification (Lanham: Rowman & littlefield, 2018), cap. 1. Acerca de las críticas del concepto y su posterior replanteo, ver: Raewyn W. Connell y James W. Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”, Revista del La- boratorio Iberoamericano para el Estudio Sociohistórico de las Sexualidades 6 (2021): 32-62.
11 Acerca de los orígenes teóricos del concepto pueden citarse como fuentes básicas las teorías feministas del patriarcado, los trabajos de Gramsci, conceptos centrales generados a partir del movimiento de liberación gay, los estudios sobre psicología social y la sociología del rol sexual masculino, el psicoanálisis y trabajos de campo e investigaciones empíricas, cf. Connell y Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”.
12 Raewyn W. Connell, Masculinidades (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2003), 117.
13 Gloria Careaga y Salvador Cruz Sierra, coords., Debates sobre Masculinidades, Poder, Desarrollo, Políticas Públicas y Ciudadanía (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2006), 11.
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género. De aquí que Connell considere la multiplicidad de las masculinidades. En rela- ción a la hegemonía, utiliza las ideas de Antonio Gramsci para analizar de qué manera un grupo o un modelo de masculinidad puede exigir y sostener una posición dominante en la sociedad mediante la interacción entre la fuerza y el consenso de las personas involu- cradas. La hegemonía presupone un proceso, una cierta correspondencia dinámica entre los modelos culturales y los poderes institucionales, colectivos o individuales. Destaca que la principal característica es “el éxito en el reclamo de la autoridad, más que la violen- cia directa (aunque la violencia a menudo apuntala o sostiene la autoridad)”14. Además la hegemonía supone relaciones de dominación y subordinación que se estructuran en el contexto de las relaciones de género, y que se forman y se transforman con el tiempo. El concepto de masculinidad hegemónica no dicotomiza las experiencias de muje-
res y varones porque en él subyace un abordaje relacional que da cuenta de cierta dinámi- ca en el proceso social. Es decir la masculinidad existe sólo en contraste con la feminei- dad15. No se trata de un modelo fijo y transhistórico sino que se presenta permeable a los diferentes contextos históricos, sociales y culturales. Aquí también se debe considerar que a un nivel social más amplio se construyen definiciones de masculinidades hegemónicas idealizadas y admiradas que no siempre corresponden a la vida real de los hombres en una sociedad determinada. De todos modos estas construcciones actúan como modelos que expresan, y a la vez depositan, fantasías y deseos sociales, en los que se significa un ordenamiento de género a un nivel social general16 .
A nivel más local los patrones de masculinidad hegemónica se van construyendo en las interacciones sociales de diferentes grupos o instituciones como la familia, la es- cuela o el lugar de trabajo. Se trata siempre de prácticas sociales construidas a partir de determinados modelos sociales. Los discursos y prácticas que sostiene la masculinidad hegemónica, en la que se incluye la violencia, se van construyendo de manera compleja, en parte por medio de diferentes interacciones significativas como maestros, padres, po- líticos, etc. y representaciones que habitan en la cultura17. Sin embargo, la subcultura pa- triarcal compuesta en lo real o en lo imaginario por redes sociales de hombres, se presenta como uno de los medios de socialización más importantes18. En ningún caso se trata de un estándar definido porque estos modelos pueden están presenten y también cuestiona- dos. De todos modos, si la hegemonía es efectiva, existe la probabilidad de solapamiento
14 Connell, Masculinidades, 117.
15 El concepto de masculinidad como tal es un producto histórico de aproximadamente un siglo de antigüedad. Esta polaridad femenino-masculino no existía antes del S. XVII. Las mujeres eran consideradas incompletas e inferiores, pero del mismo tipo, y no fueron vistos como cualitativamente diferentes. Cf. Connell, «La organi - zación social de la masculinidad», 32.
16 Connell y Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”, 41.
17 Connell, Masculinidades, 58-64.
18 Walter S. Dekeseredy y Martin D. Schwartz, «Masculinities and Interpersonal Violence», en Handbook of studies on menand masculinities, ed. por Michael S. Kimmel, Jeff Hearn, y Raewyn W. Connell (Thousand Oaks: Sage Publications, 2005), 353-366.
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o de confusión entre la masculinidad hegemónica y otros grupos de masculinidades19 . Considerar la masculinidad no implica considerar un cierto tipo de hombre, sino
más bien una posición que se asume en una práctica discursiva que por cierto está in- crustada en las historias personales, institucionales, familiares, etc. y que se visibiliza en la historia. De aquí que, si bien el concepto de masculinidad hegemónica parte de una concepción multidimensional del género, de todas maneras se debe tener en cuenta que las relaciones de género también son construidas por prácticas no discursivas como el trabajo doméstico, la violencia, prácticas cotidianas, etc. La superioridad de los hombres y la subordinación de las mujeres requieren ser sostenidas por medio de prácticas visibles y otras imperceptibles que acrediten tanto el dominio de los varones como la marginali- zación o el descrédito de otros grupos subordinados y marginalizados20 .
Desde un punto de vista empírico las masculinidades hegemónicas pueden ser consideradas desde tres niveles: local, regional y global. El local comprende las masculi- nidades construidas en el ambiente familiar y las organizaciones o comunidades cercanas. El regional comprende el nivel de la cultura o de un país o región, y el global las masculi- nidades construidas en los ámbitos trasnacionales como la política mundial y los medios de comunicación trasnacionales21 .
El nivel global presiona los niveles regionales y locales. El nivel regional aporta un material cultural en cuanto modelo de masculinidades que puede ser actualizado, altera- do o cuestionado por medio de prácticas e interacciones a nivel local. Su contenido es- pecífico varía con el tiempo y las diferentes comunidades. También los niveles regionales y locales suministran materiales culturales adaptados o reelaborados en niveles globales. Estos niveles ponen en evidencia la importancia de conocer los ámbitos en los que actúa la masculinidad hegemónica y la multiplicidad de masculinidades, éstas pueden diferir entre si y también superponerse unas a otras. Puesto que hablar de masculinidad hege- mónica implica contar con el consentimiento y participación de grupos subalternos, es importante considerar que las masculinidades hegemónicas son construidas y sostenidas en interacción con las prácticas de género de las mujeres y de otros grupos subalternos22 .
1.3 Relaciones entre las masculinidades
La distribución social del poder no solo se verifica entre varones y mujeres sino entre los mismos hombres, de aquí que R. Connell estudia las jerarquías específicas que se estructura entre los mismos varones en función de su participación con la masculini- dad hegemónica. Ella identifica, además de la hegemónica, tres tipos de masculinidades: subordinada, cómplice y marginal.
19 Connell y Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”, 41.
20 Connell y Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”, 43 y 45.
21 En relación al alcance global de las cuestiones de género y la diversidad en todo el mundo, cf. Raewyn W. Connell y Rebecca Pearse, Género: Desde una perspectiva global (Valencia: Publicaciones de la Universitat de València, 2018), ebook.
22 Connell y Messerschmidt, “Masculinidad hegemónica. Repensando el concepto”, 50-51.
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Las masculinidades subordinadas refieren a la dominación que ejerce un grupo de hombres sobre otros. En muchas sociedades se da el caso de la dominación de los hom- bres heterosexuales sobre los homosexuales por constituir éstos el depósito de todo lo que desechan simbólicamente. El círculo se amplía a los niños y a algunos hombres. Puesto que no todos los hombres cumplen con los estándares de la masculinidad hegemónica, se encuentran las masculinidades cómplices que son las que acompañan a la hegemónica y aprovechan sus beneficios. Para la autora la hegemonía, la subordinación y la complici- dad, son relaciones internas dentro del orden del género. Por último, las masculinidades marginadas reflejan la intersección del género con estructuras de poder como la raza o la clase. Connell habla de marginación en relación a la autoridad hegemónica que sostiene un grupo sobre otro23. Por lo tanto, aunque los hombres se benefician de la masculinidad hegemónica, los que se alejan de esta tipo de masculinidad a menudo son víctimas de violencia, exclusión e injusticias que se agravan cuando se intersectan con la raza, clase social o nacionalidad24 .
2. Masculinidades Violentas
Como ya se ha señalado, feminidad y masculinidad emergen en contextos de poder cuyo ejercicio implica la existencia de desigualdades y subordinación a la supre- macía patriarcal. Esto da cuenta que el ejercicio del poder y la violencia forman parte de la construcción social y subjetiva de la masculinidad. Ser varón está asociado con alguna forma de violencia, de manera que se legitiman prácticas y valores, que buscan reafirmar la virilidad. Estos procesos se encuentran naturalizados, legitimados e invisibilizados. Bourdieu analiza la masculinidad desde la matriz arraigada del patriarcado que se produce y reproduce en las prácticas sociales y representaciones de la experiencia cotidia- na. Para el autor la dominación masculina parece estar “en el orden de las cosas”, en el mundo social, en los cuerpos y en los hábitos de las personas, “como algo que es normal y natural, hasta el punto de ser inevitable”25. La fuerza del orden social que retroalimenta la dominación masculina se constituye como tal en cuanto prescinde de justificación, es decir que no necesita legitimarse a partir de otros discursos. “Funciona como una in- mensa máquina simbólica”26 que ordena las estructuras de significación para lo femenino y lo masculino: la vida pública y privada, la distribución de las actividades, los espacios y los tiempos. Para Bourdieu la dominación masculina constituye el paradigma de la práctica de la violencia simbólica a largo de la historia de las interacciones sociales. Llama violencia simbólica a la “violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias
23 Connell, Masculinidades, 118-122, 158-161.
24 Connell y Pearse, Género: Desde una perspectiva global, 67-68.
25 Pierre Bourdieu, La Dominación Masculina (Barcelona: Editorial Anagrama, 2000), 21.
26 Bourdieu, La Dominación Masculina, 22. Para el autor la violencia simbólica conlleva una cierta complicidad por parte de los dominados: “Las mismas mujeres aplican a cualquier realidad y, en especial, a las relaciones de poder en las que están atrapadas, unos esquemas mentales que son el producto de la asimilación de estas relaciones de poder”, cf. Bourdieu, La Dominación Masculina, 49.
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víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del recono- cimiento o, en último término, del sentimiento”27 .
Es ampliamente reconocido que Michael Kaufman aborda una tríada de mani- festaciones de la violencia masculina: la violencia de los hombres contra las mujeres, la violencia de los hombres contra otros hombres y a la interiorización de la violencia; es de- cir, la violencia de un hombre contra sí mismo. La articulación de los tres mecanismos es necesaria para que se mantenga no sólo la jerarquía de los hombres sobre las mujeres, sino también para reproducir las escalas de superioridad de algunos hombres sobre otros28 . Dialogando con los discursos psicoanalíticos y los planteos de Lévi–Strauss en relación al parentesco y las alianzas, Rita Segato analiza la relación entre los sistemas de estatus y de contrato de las sociedades patriarcales, como uno de las estructuras elemen- tales de la violencia de género. Para la autora el sistema de contrato implica una relación simétrica, de pares, entre hombres que requiere, a su vez, una relación jerárquica con la mujer a la que subordina y a partir de la cual el hombre puede ejercer su dominio y lucir su prestigio. “Esa exacción garantiza el tributo de sumisión, domesticidad, moralidad y honor que reproduce el orden de estatus, en el cual el hombre debe ejercer su dominio y lucir su prestigio ante sus pares”29. Este proceso origina una economía simbólica como entramado sexual, afectivo, laboral en el que se asienta la capacidad de competición entre iguales tal cual exige el mundo de la masculinidad. Justamente la subjetividad masculina reside, para Segato, en esta capacidad de dominar y exhibir prestigio30. De esta manera “los hombres son honrados por la actividad (en última instancia, la actividad violenta); y se les deshonra por la pasividad (o pacifismo), lo que los hace vulnerables a la acusación de ser no hombres (“un debilucho, un pelele y un cobarde”)”31 .
En una cultura patriarcal, este sistema de intercambio simbólico fundamenta una violencia permanente debido al mandato moral y moralizador de reducir a la mujer a una posición subordinada por todos los medios posibles; por un lado por medio de diferentes tipos de violencia, por el otro manteniendo la violencia estructural del orden social y eco- nómico, ordenando prácticas, representaciones e ideologías, que coloca a las mujeres en una posición en desventaja32. Segato habla de violencia moral para referirse “al conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los
27 Bourdieu, La Dominación Masculina, 12.
28 Michael Kaufman, “Las siete P’s de la violencia de los hombres”, Documentación de apoyo fundación Mujeres (1999): 1-6, http://www.michaelkaufman.com.
29 Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia: Ensayo sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2003), 144-145.
30 Segato, Las estructuras elementales de la violencia, 145.
31 James Gilligan, «Culture, Gender, and Violence: “We Are Not Women”», en Men’s Lives, 8a ed., ed. por Mi - chael S. Kimmel y Michael A. Messner (Boston: Allyn & Bacon, 2010), 551-558, 554 (la trad. es mía).
32 Segato, Las estructuras elementales de la violencia, 145, 254.
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estatus relativos entre los términos de género”33. Cuando esta violencia moral presenta fallas, o cuando simplemente se ve amenazada, entran en juego todos los otros tipos de violencia con la finalidad de reedificar el orden, de perpetuar la posición social que le corresponde a cada sujeto dentro de la jerarquía del orden patriarcal.
2.1 Violencia e interseccionalidad
Los estudios de Messerschmidt en relación a la masculinidad y la violencia se ba- san en parte en los modelos teóricos desarrollados por R. Connell y hace uso de la pers- pectiva de interseccionalidad y constitución mutua34. Para el autor el género es un logro situado, social e interaccional que surge de las prácticas sociales en entornos específicos y sirve en una relación recíproca, de esta manera se “hace” género de manera situacional35 . Según la Teoría de la Acción Estructurada del autor, este proceso no se desarrolla en un vacío, sino que está influenciado por las limitaciones estructurales que se experimentan36 . En la medida en que se hace el género se reproducen y también pueden cambiar estas estructuras sociales. Los hombres y las relaciones de poder se posicionan de manera di- ferente en función de la raza, clase y orientación sexual que estructuran en parte la vida social. Estos no son absolutos y de acuerdo a cada entorno y grupo humano particular uno de los ejes puede ser más significativo que otro en la ordenación de prácticas y repre- sentaciones sobre la masculinidad37 .
En contextos específicos algunos hombres pueden tener más poder y recursos que otros según la posición de clase, raza, edad o género. Messerschmidt sitúa la violencia en el contexto de estos ejes. De acuerdo con estas premisas, comprender la violencia implica considerar que opera por medio de complejas prácticas de género, raza, clase en entornos
33 Segato, Las estructuras elementales de la violencia, 107.
34 Esta y otras perspectivas de análisis en relación a la violencia masculina se pueden ver en: Keith Pringle, «Violence», en International Encyclopedia of Men and Masculinities, ed. por Michael Flood, Judith Kegan Gar - diner, Bob Pease y Keith Pringle (New York: Routledge, 2007), 612-616.
35 James W. Messerschmidt, «Men, Masculinities, and Crime», en Handbook of studies on men and masculin - ities, ed. por Michael S. Kimmel, Jeff Hearn y Raewyn W. Connell (Thousand Oaks: Sage Publications, 2005), 196-212, 197.
36 Cf. James W. Messerschmidt, Crime as Structured Action: Gender, Race, Class, and Crime in the Making (Thousand Oaks: Sage Publications, 1997).
37 A modo de ejemplo, Hirsch y Katchan analizan dos grupos de hombres en su investigación: uno compuesto por trabajadores agrícolas judíos sionistas en Palestina y otro integrado por hombres en las fuerzas armadas israelíes, en ambos casos, se entrelazan cuestiones de etnicidad y nacionalidad, cf. Dafna Hirsch y Grosswirth Kachtan, “Is “Hegemonic Masculinity” Hegemonic as Masculinity? Two Israeli Case Studies”, Men and Mas- culinities (2017): 1-22. Barber examina los roles desempeñados por los hombres, en cuanto a clase, género, raza y sexualidad, en el contexto del cuidado de su cabello en una peluquería del sur de California, cf. Kristen Barber, “The Well-Coiffed Man: Class, Race, and Heterosexual Masculinity in the Hair Salon”, Gender & Society 22 (2008): 455-476, doi: 10.1177/0891243208321168. Por su parte Hoang realiza sus estudios etnográficos en bares en Vietnam destacando la sexualidad, nacionalidad y clase, cf. Kimberly Kay Hoang, Dealing in Desire Asian Ascendancy, Western Decline, and the Hidden Currencies of Global Sex Work (Oakland: University of California Press, 2015). Cf. James W. Messerschmidt, Hegemonic Masculinity: Formulation, Reformulation, and Amplification, 98-102.
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sociales singulares como recursos para lograr la masculinidad. Los diferentes delitos en diferentes contextos emergen como medios de construcción de masculinidad y de distin- ción de masculinidades entre sí.
2.2 Violencia sustentada por mecanismos subjetivos
Desde una aproximación psicoanalítica, hablar de masculinidad implica atravesar el terreno de lo imaginario que asocia al varón con dominio, privilegio y poder que de- tentan los varones por derecho natural o divino, y de lo que carece lo femenino en el mar- co de relaciones de desigualdad. Al igual que los planteos culturales analizados en el pun- to anterior, cuando preguntamos qué significa ser hombre, desde el psicoanálisis emerge una respuesta que “no termina de llegar, un referente que no termina de encontrarse. En medio de lo más evidente hay un vacío, preguntar por el significado de la masculinidad lo hace presente”38. Esta es la vacuidad que aporta psicoanálisis: no hay un saber en lo real acerca de la posición del sujeto en relación a la diferencias entre los sexos. Como ya se examinó, no hay una esencia de lo masculino o femenino, no existe el hombre univer- sal como referencia. Esto lo define en parte el rol del hablante y del psicoanálisis. El del sujeto hablante es suplir esa ausencia otorgando un sentido al significante masculino o fe- menino que le son asignados a través de representaciones y prácticas sociales y culturales. Esta suplencia nunca es completa, siempre queda un resto que escapa a la significación y que constituye la falta en el sujeto. El sujeto tapa la carencia con insignias de poder (excesos, riesgos, cuerpo etc.)39. Se trata sólo de un modo de evadirlo, enmascararlo o intentar cubrirlo. Aquí entra en juego la violencia. En cuanto al rol del psicoanálisis, no sólo es develar y descifrar el peso que este encubrimiento, que esta ficción tiene para el sujeto, sino reconocer los procesos subjetivos que intervienen para que esto ocurra40. Se mencionarán algunos de ellos.
1. La violencia como modo de protección de la integridad narcisista. Cuando el poder se convierte en objeto que rige el mundo psíquico se vive en una pose narcisista. La arrogancia esconde a sujetos que se sostienen precariamente de ilusiones ligadas al poder empelando una gran cantidad de energía solo para sostener precariamente su autoesti- ma. “Estas personas viven temerosas de ser menos si no aparentan tener algún poder, así sea éste espurio, ilusorio, abusivo o delictivo. En el fondo esta es una posición de sumi- sión infantil a una amenaza imaginaria de castigo para quien no cumpla el mandato”41 .
38 Antonio Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia en el Revés de la Masculinidad”, Revista Venezolana de Estudios de la Mujer 19 (2014): 123-147, 125.
39 Véase el artículo de Salguero y Alvarado en su trabajo etnográfico con pescadores en Mazatlán, México, en el que analizan los atributos de género asociados a ser hombre: fuerte, audaz, valiente, responsable, insensible, “que todo lo puede”, cf. Alejandra Salguero Velázquez y Ramón, Ismael Alvarado, «¡Ese sí es un hombre es de trabajo! Identidades masculinas en camaroneros de Mazatlán», en Difícil ser hombre: Nuevas masculinidades latinoamericanas, ed. por Norma Fuller (Lima: Pontificia Universidad Católica de Perú, Fondo Editorial, 2018), 72, ebook,
40 Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia”, 128.
41 Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia”, 133-134.
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Como sostiene Kimmel si una de las perspectivas de la masculinidad hegemónica es la aprobación homosocial, entonces el miedo es la emoción que más sobresale. La masculi- nidad debe pasar la mirada homosocial que actúa como “policía de género” custodiando sus fronteras, perpetuando su estructura jerárquica y también generando costos muy alto de dolor y sufrimiento42 .
2. El valor fálico del poder. El falo en cuanto valor simbólico representa en el inconsciente las desigualdades asumidas en la cultura en la que lo femenino posee lugar inferior y subordinado43. El falo es un determinante que orden y diferencia a los seres masculinos y femeninos bajo el criterio de poseerlo o de estar castrado. Desde el mundo psíquico el poder adquiere un valor fálico que tracciona a los hombres a poseerlo y rete- nerlo a toda costa por temor imaginario a ser castrado, afeminado44. De esta manera un hombre viril es un hombre con poder, en el poder, y de poder; pero, por sobre todo, no es como las mujeres. Esta noción de antifemeneidad se encuentra en el corazón de lo que significa ser hombre y evidencia que éste se define más por lo que no es que por lo que es. 3. En muchas subjetividades masculinas el valor del poder está unida con una
figura paterna, que habita en el inconsciente, y que naturaliza y sustenta las relaciones de poder. Se trata de una imagen paterna derivada de una asignación arbitraria de la figura materna al cuidado y la paterna al ejercicio de la autoridad. Este padre todopoderoso es también una figura con permiso. Se trata de la figura de un padre todopoderoso con el permiso imaginario para el exceso, la desmesura; un varón que aspira a gozar de todos los privilegios. “El sujeto le otorga omnipotencia imaginaria, tanto por medio de la idealiza- ción amorosa como por el de la amenaza terrorífica”45. Varones y mujeres rinden culto y se subordinan a este padre poderoso e idealizado que carece de falta. Su figura se revive continuamente en sus múltiples sustitutos que poseen como rasgo común el poder: jefe, líder político, religioso etc.46. Muchos varones se identifican con este patriarca poderoso en la construcción de su subjetividad. Por otro lado la cultura y la historia promueven ideales en los que los varones son los llamados a usar la violencia en cualquiera de sus
42 Kimmel, “Homofobia, temor, vergüenza”. Cf. Matías De Stéfano Barbero, Masculinidades (Im)posibles: Vio- lencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad (Buenos Aires: Galerna, 2021), cap.10, ebook.
43 En este sentido vale el análisis de Bourdieu acerca del falo como construcción social: “no es el falo (o su ausencia) el fundamento de esta visión [las diferencias visibles entre el cuerpo femenino y masculino], sino que esta visión del mundo, al estar organizada de acuerdo con la división en géneros relacionales, masculino y femenino, puede instituir el falo, constituido en símbolo de la virilidad, del pundonor (nif) propiamente mas - culino”, La dominación Masculina, 37.
44 En su trabajo etnográfico en Nueva Guinea, Godolier destaca que según los mitos del pueblo Baruya, el poder que los hombres poseen actualmente en su origen fue propiedad de las mujeres. Ellos consiguieron ese poder robándoles las flautas, cf. Maurice Godolier, El enigma del don (Barcelona: Paidós, 1998), 179-189. Rita Segato hace la distinción entre la mujer que es el falo y, como afirma Lacan, el hombre que tiene el falo. Para la autora, “los baruya revelan en su mito, textualizan, lo que la versión lacaniana encubre: la violencia que pre - cede y origina el simbólico y la transgresión masculina”, cf. Segato, Las estructuras elementales de la violencia , 101. Para la autora, la violencia de los varones y el temor de que le arrebaten sus poderes estaría en el origen de toda violencia que se ejerce contra las mujeres.
45 Cf. Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia”, 135.
46 Cf. Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia”, 135.
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formas para rescatar o salvar de peligros o calamidades a las mismas comunidades. Estas figuras emergen como ideales a seguir y la violencia implicadas en ella como algo esencial concerniente en la vida de todos los varones. De tal manera que rechazar esta violencia los haría no hombres, afeminados47. De aquí que Kimmel afirme que “la violencia es el indicador más evidente de la virilidad”48 .
Conclusión
Los estudios de masculinidad contribuyen, por un lado, a desmantelar la visión del hombre como universal al contextualizarlo en función de las culturas y los grupos humanos. Por otro lado la perspectiva de masculinidad hegemónica revela las relaciones ocultas de poder generadoras de perceptibles e imperceptibles prácticas violentas.
En este contexto hacerse hombre implica privilegios demasiados costosos y falsas ganancias. Cuando el poder rige el mundo psíquico se carga el peso de la máscara que se teme perder y que encubre carencias, vulnerabilidad y la necesidad de ser amado por otros. Lo que fue rechazado en el sujeto queda en el inconsciente, sigue siendo parte de él pero convertido en una presencia inquietante que se manifiesta en el sujeto en síntomas, señales del proceso encubierto. Como sostiene Bourdieu: “El privilegio masculino no deja de ser una trampa y encuentra su contrapartida en la tensión y la contención perma- nentes, a veces llevadas al absurdo, que impone en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad”49 .
Ahora bien, no todos los hombres construyen su subjetividad de esta manera. Cada hombre tiene la posibilidad de identificar en su propia historia los significantes que han dado sentido a su masculinidad y de reconocer los procesos inconscientes que la han forjado. Existen múltiples maneras de vivir la masculinidad, y la violencia es una, la más arraigada, de las múltiples formas de hacer género. Las llamadas nuevas masculinidades emergen como colectivos de hombres en búsqueda de nuevas formas de masculinidad, menos dañinas, y más justas50. Ahora bien, esto impone también la búsqueda de una nueva cultura, liberadora de estructuras sociales de poder, y de nuevas relaciones de gé- nero más igualitarias en todos los órdenes sociales.
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47 Cf. Pignatiello Megliola, “El Tejido Subjetivo de la Violencia”, 136.
48 Cf. Kimmel, “Homofobia, temor, vergüenza”, 57.
49 Cf. Bourdieu, La Dominación Masculina, 68.
50 Cf. Patricia Cerdeñosa Iglesias, Leire Darretxe Urrutxi y Nekane Beloki Arizti, “Masculinidades alternativas: un modelo para alcanzar la transformación desde la educación social”, Ciencia y Educación 5 (2021): 147-158, doi.org/10.22206/cyed.2021.v5i1. También: Leonardo F. Garcia, Nuevas masculinidades: discursos y prácticas de resistencia al patriarcado .
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