comienza a desarrollar La ciencia jovial y la tesis de la muerte de Dios, que Andreas-Salomé empieza
a gestar su primera publicación, En lucha con Dios (1885), novela donde explora la incompatibilidad
entre la búsqueda personal del creyente para encontrar lo divino y una sociedad en las que sus
imposiciones han provocado la “propia desaparición-de-Dios” (p. 56). Andreas-Salomé ve en el
propio Nietzsche de la muerte de Dios a un buscador de lo divino en un mundo vacío de todo carácter
sagrado. Y en esta búsqueda estos dos espíritus libres se encuentran. Sin embargo, el intercambio
intelectual se quiebra con la insistencia de Nietzsche para casarse con ella. Andreas-Salomé lo rechaza
porque considera que el matrimonio significaría el fin de su libertad y creatividad intelectual. Y este
suceso implica el fin de su intercambio.
La segunda figura central en su itinerario de pensamiento es el poeta Rainer Maria Rilke
(1875-1926), con quien se conocen en Múnich en 1896. En la época de la belle époque, tiempo de
libertad y creatividad artística, Rilke queda impactado por esta “mujer extraordinaria”. Encontrará en
Rilke, tal como con Rée y Nietzsche, otro hermano de las ideas. Buscando superar el vínculo de
dominación-servidumbre entre hombres y mujeres, Andreas-Salomé encuentra la figura de la
hermandad como un nuevo paradigma para pensar sus vínculos. Será con este nuevo hermano que
comparte la visión de que la vida es esencialmente poesía. Es decir, la vida es una actividad creadora,
siempre afirmativa (aquí vuelve a resonar Nietzsche). Y es por aquí donde podemos trazar una nueva
vía hacia lo sagrado. Lejos de las formas institucionalizadas, ambos están a la búsqueda de un Dios
que se manifiesta sin intermediarios. Estas huellas de lo divino lo encontrarán en el pueblo ruso en
los dos viajes que hicieron juntos a la madre patria de Andreas-Salomé. Tal como sostiene Rebok-
Holz, tras “haber atravesado el desierto nihilista, tan certeramente descripto por Nietzsche, Lou y
Rilke evitaron ser cómplices en su crecimiento, ese crecimiento que aún hoy es una amenaza siempre
latente. Los hermanaba la apuesta a la poeticidad del mundo” (p. 173).
Sigmund Freud (1856-1939) y Andreas-Salomé se encuentran en 1911 en un congreso sobre
psicoanálisis en Weimar. A partir de allí la filósofa empieza a asistir a las clases de los miércoles de
Freud y comenzará a gestarse una larga relación tanto personal como intelectual. Freud encontrará
una interlocutora sagaz, aguda y muchas veces desafiante. Silvia L. de Olaso caracteriza este
encuentro como un “buen encuentro” en el sentido deleuziano-spinoziano, es decir, un vínculo que
posibilitó la afección de alegría, un aumento de la potencia (p. 196-197). En el psicoanálisis
encontrará un “retorno al sí mismo” que le producirá casi un efecto hipnótico. “Tengo la impresión
de que mi vida se hubiera encaminado al psicoanálisis desde que abandoné los botines de niña” (p.
200). Pero el “retorno al sí mismo” supone para Andreas-Salomé el reconocimiento de un trasfondo
profundo, oscuro e impersonal que se esconde detrás de cada hombre o mujer, lo que luego Freud
llamará el “Ello”. Central en la teoría de Freud, este concepto refiere a las fuerzas pulsionales del