Acercamiento al concepto de demo-
cracia en los inicios del neolibera-
lismo regional: un ejercicio compa-
rativo a través de tres trayectorias
intelectuales1
Approach to the concept of democra-
cy at the beginnings of regional neo-
liberalism: a comparative exercise
through three intellectual trajectories
Javier Etchart*
STUDIA POLITICÆ Número 61 primavera-verano 2024 pág. 80–109
Recibido: 22/05/2023 | Aceptado: 21/09/2023
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
1 El presente artículo forma parte del trabajo nal del Seminario “¿Qué Comparar? Compa-
rando regímenes políticos y de gobierno”, perteneciente al Doctorado en Ciencias Políticas-
-UCA, docente Dr. Santiago Leiras, año 2022. Ha sido parcialmente modicado en sus as-
pectos generales y adecuado a las normas exigibles para esta revista.
* Universidad Nacional de Luján (UNLu). Departamento de Ciencias Sociales, UNLu. Ar-
gentina. Luján (B.A.) Profesor Adjunto Ordinario. Director del Área de Estado, Política y So-
ciedad del Programa de Estudios Interdisciplinarios (PROESI-UNLU). Licenciado en Cien-
cia Política, Especialista en Ciencia Política y Sociología (FLACSO); Magíster en Ciencias
Sociales y Humanidades (UNQUi), Doctorando en Ciencias Políticas (UCA). Mail: javiere-
tchart22@gmail.com// iaetchart@yahoo.com.ar - https://orcid.org/0009-0004-8948-6031
http://dx.doi.org/10.22529/sp.2024.61.04
JAVIER ETCHART 81
Resumen
El propósito del presente trabajo es analizar los cambios que el concepto
de democracia experimentó entre la primera etapa democrática –aquella
dominada por la idea de régimen político– y un segundo momento en el
que las políticas neoliberales penetraron y se extendieron por varios países
de la región. En efecto, este artículo está enfocado en responder algunos de
los siguientes interrogantes: ¿Hasta qué punto el signicado de democracia
dominante en los años 80 permaneció inalterado luego del avance del neo-
liberalismo en la región? ¿Qué trasformaciones conceptuales se dieron para
abordar los nuevos rumbos políticos que se extendieron con el avance de
esta nueva losofía? Para ello se tomarán algunas intervenciones realizadas
durante los años 90 por tres intelectuales argentinos con gran reconocimien-
to en el mundo académico, como son Guillermo O´Donnell, Carlos Strasser
y Juan Carlos Portantiero, quienes, aun con matices, formarán parte inicial
del paradigma transicional y se comprometieron con la idea de democracia
como régimen político. Sin embargo, y avanzadas las experiencias demo-
cráticas en un nuevo marco contextual, comenzarán a advertir que el avance
de los cambios estructurales y las consiguientes desigualdades sociales no
pueden permanecer ajenas en una conceptualización sobre la democracia.
Palabras clave: régimen político – democracia – neoliberalismo – intelec-
tuales – desigualdades sociales
Abstract
The purpose of this papers will be to analyze the changes that the con-
cept of democracy experienced between the rst democratic stage -the one
dominated by the idea of political regime- and a second moment, in which
neoliberal policies penetrated and spread throughout several countries in
the region. Indeed, this article is interested in answering some of the fol-
lowing questions: To what extent could the meaning of dominant democ-
racy in the 1980s remain unchanged after the advance of neoliberalism in
the region? What conceptual transformations occurred to capture the new
political directions that spread with the advance of this new philosophy?
For this, some interventions made during the 90s by three Argentine intel-
lectuals with great recognition in the academic world will be taken, such as
Guillermo O’Donnell, Carlos Strasser and Juan Carlos Portantiero, who,
even with nuances, will form an initial part of the transitional paradigm and
will nd themselves committed to the idea of democracy as a political re-
gime. However, and advanced democratic experiences in a new contextual
framework, they will begin to notice that the progress of structural changes,
and the consequent social inequalities, cannot remain alien to a conceptu-
alization of democracy.
Keywords: political regimes democracy neoliberalism intellectuals
– social inequalities
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Introducción y propósito. Marco general del problema
La emergencia de la democracia como objeto de estudio y como práctica po-
lítica se constituen una de las novedades más importantes que la región
experimentó hacia nales de los 70 y durante toda la década de los 80. Aquella
forma política se cargó de signicados y de expectativas positivas sobre el
futuro y, particularmente, comenzó a ser vista como una promesa superadora
del recurrente pasado autoritario que había dominado el escenario histórico
de la región.
Esta inédita valorización rompe con la propia historia regional, cuyos es-
tudios estuvieron orientados por otros modelos y otras preocupaciones que
focalizaban la atención en los temas del crecimiento y del desarrollo econó-
mico-social. En efecto, siguiendo a García Delgado (1994), tres son los para-
digmas que recorrieron sucesivamente las preocupaciones intelectuales en la
región durante la segunda parte del siglo XX: la modernización, la dependen-
cia y, por último, allá por los años 80, aparecerá la transición democrática.
Con toda seguridad, el horror de las dictaduras militares, sumado a la crisis
del marxismo (Giller, 2017) favorecerán la aparición de otro tipo de aproxi-
mación paradigmática que nucleará a un importante sector de intelectuales
de las ciencias sociales, quienes comenzarán a ver a la democracia como
un objeto de análisis en mismo y no como un medio instrumental para el
logro de otros objetivos considerados más densos y sustanciales, tales como
el socialismo o la propia emancipación de la humanidad.
Este contexto regional se inscribe, a su vez, en los procesos democratizadores
globales que se iniciaron con el derrocamiento de la dictadura portuguesa en
abril de 1974 y que se extendieron, en poco tiempo, hacia muchas regiones del
mundo hasta convertirse en la forma política dominante (Huntington, 1994).
En denitiva, la democracia aparecerá como una idea a estudiar, como un ob-
jeto de reexión autonomizado de otras variables –sociomateriales–, de allí
la importancia que adquirirá su determinación conceptual, tarea en la cual se
embarcaron gran parte de los intelectuales del momento1.
1 En un trabajo del año 2016 [reimp. 2018], Silvia Schwarzböck considera que esta separa-
ción entre aspectos políticos y económicos ha sido fruto de una derrota, de un proyecto po-
lítico que fracasó y que deja la vida de la derecha como la única posible, caracterizada como
algo sin épica, sin problemas, solo “matando el tiempo a lo bobo” (p. 14). El comunismo
constituía una amenaza que proponía pensar en una vida alternativa y diferente, los ideales
de un pueblo que nunca podía ser representado totalmente. Esta derrota inaugura la política
de la posdictadura, signada por un adelgazamiento de la vida democrática.
JAVIER ETCHART 83
En esta dirección, las intelligentsias regionales adoptarán una hegemónica
denición sobre la democracia asociada a régimen político, esto es, fuerte-
mente relacionada con un procedimiento para elegir de forma competitiva a
las autoridades que ocuparán los cargos gubernamentales, y para que eso se
dé, se necesitará el cumplimiento de un conjunto de requisitos y de garantías
institucionales, tal como quedaran denidas en el concepto de poliarquía de
Robert Dahl (1971/1989)2.
El término adoptado capta, exitosamente el espíritu de la época, ya que per-
mite contar con un claro instrumento conceptual que posibilita evitar los pro-
blemas del estiramiento conceptual y, a su vez, demarcar y delimitar esta
forma política de aquella otra que se pretendía dejar atrás, tal como lo eran
los formatos autoritarios (Munck, 1996).
Sin embargo, esta situación comenzaría a cambiar sobre nales de los años
80 y, muy especialmente, durante los 90, cuando las políticas cercanas al
llamado neoliberalismo comenzaron a extenderse en varios países de nues-
tra región. Efectivamente, las trasformaciones estructurales que se imple-
mentaron en varios países de América consolidaron un proceso de fuertes
desigualdades sociales, con un incremento de la desocupación, la pobreza y
la marginalidad. En el marco de estas modicaciones sociales comenzarán a
experimentarse dudas acerca de las ventajas de seguir manteniendo el con-
cepto de democracia asociado solamente a régimen político; así, importantes
sectores de la intelectualidad nacional y regional (v.g. Weffort, 1993) empe-
zarán a preguntarse si las grandes desigualdades sociales podrían convivir
con una forma democrática asociada a mero régimen competitivo electoral.
Teniendo en cuenta lo anterior, el propósito del trabajo será analizar los cam-
bios que el concepto de democracia experimentó entre la primera etapa de-
mocrática –aquella dominada por la idea de régimen político– y este segundo
2 La noción de hegemonía no supone un acuerdo absoluto e indiscutible por parte de toda la
intelectualidad regional. En efecto, y tomando el trabajo de Tzeiman (2020) referido al pen-
sador ecuatoriano Agustín Cueva, este proceso de corrimiento hacia estas posturas formales
sobre la democracia (como régimen político) se inscriben dentro de un criticable proceso
denominado por él como “socialdemocratización de las ciencias sociales latinoamericanas”
(p. 28). De acuerdo con Cueva, algunos sectores del pensamiento de la propia izquierda
marxista consideraron que la emergencia de las dictaduras había sido consecuencia de los
posicionamientos políticos de estos mismos sectores. En este sentido, a través de diferentes
artículos, el ecuatoriano polemizó “con aquellas posturas que proponían una reformulación
de conceptos fundamentales en la teoría política marxista”, denominándolas a estas como
deslizamientos “culturalistas”, los cuales opacaban los elementos estructurales presentes
en aquella.
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momento, en el que las políticas neoliberales se extendieron por varios países
de la región. Para ello, se tomarán algunas intervenciones realizadas durante
los años 90 por tres intelectuales argentinos con gran reconocimiento en el
mundo académico, como son Guillermo O´Donnell, Carlos Strasser y Juan
Carlos Portantiero, quienes, aun con matices, formarán parte inicial del pa-
radigma transicional y se comprometieron con la idea de democracia como
régimen político. Sin embargo, y avanzadas las experiencias democráticas
en un nuevo marco contextual, comenzarán a advertir que el avance de los
cambios estructurales y las consiguientes desigualdades sociales no pueden
permanecer ajenas en una conceptualización sobre la democracia.
Seguramente, estos fueron algunos de los interrogantes que rondaban por
la mente de mencionados –y otros– autores: ¿Hasta qué punto las grandes
diferencias sociales son compatibles con la consolidación de la democracia?
¿Puede coexistir la democracia con una fuerte desigualdad material entre
sus ciudadanos? ¿Qué tipo de democracia se conforma cuando las brechas
sociales son muy pronunciadas? Si el propósito es contar con un concepto
más completo de democracia, ¿no será necesario incorporar estos elementos
sociales?
Dicha temática general no es novedosa dentro de la teoría política y social.
En efecto, la misma conceptualización sobre la democracia pendula, por
un lado, entre quienes deenden los aspectos políticos y procedimentales
y aquellos que priorizan la incorporación de los elementos sociales en la
denición. En este sentido, el marxismo será la teoría política que ha lleva-
do dicho tema a su máxima expresión al establecer una distinción entre la
democracia formal –burguesa–, limitada y justicada en sus aspectos legales
y procedimentales, como algo diferente de otro tipo de democracia llamada
sustancial y defendida como más plena y abarcadora de mayores niveles de
igualdad social.
En suma, teniendo en cuenta el aporte de los autores mencionados, el propó-
sito pasará por analizar si el concepto de democracia, qua régimen político,
sufre alguna alteración en función de estas nuevas situaciones sociales y, en
todo caso, cómo es resuelta por cada uno de ellos.
1. Acerca de los conceptos: entre la diferenciación y la especicidad
En diferentes obras, el politólogo italiano Giovanni Sartori puso la atención
en el tema conceptual como un eje central para emprender cualquier tipo de
JAVIER ETCHART 85
investigación. La complejidad social se hace inteligible por medio de los
conceptos, los que constituyen herramientas básicas para comprender la rea-
lidad. A través de ellos, podemos ordenar y establecer relaciones sobre aque-
llos acontecimientos que, de no mediar los conceptos, se nos presentarían de
forma caótica. Incluso los propios estudios comparados no podrían desarro-
llarse si no se parten de sólidos términos.
Como sostenía el autor italiano (1984) a propósito de la cuanticación en las
ciencias sociales:
No podemos medir si no sabemos primero qué estamos midiendo. [citan-
do a Lazarsfeld y Barton] “Antes de poder graduar objetos o medirlos en
función de una variable cualquiera, debemos formar el concepto de esa
variable”.
Por lo tanto, la formación de los conceptos está antes que la cuanticación
(medición) y la condiciona. De ahí que no tenga mucho sentido construir
sistemas formalizados de relaciones bien denidas (…) mientras vagamos
en una nebulosa de conceptos cualitativos mal denidos. (pp. 280-281)
Esto lleva a reordenar la relación entre cantidad y calidad, lo cual signica
que no existe un quantum sino de algo, y de allí que no se pueda armar
“cuánto” sin denir previamente el “qué”.
Puesto en el centro de la escena la necesidad originaria de la conceptualiza-
ción, el siguiente paso es cómo hacerlo, y allí, nuevamente, Sartori tiene algo
para aportar. Con toda seguridad, el contexto de la tercera ola democratiza-
dora trajo consigo una variedad de casos que obligaron a los académicos a
precisar cada situación particular. En este sentido, podemos armar que los
conceptos se pueden ubicar a lo largo de una “escala de generalidad” que
va desde aquellas formas que intentan evitar los estiramientos conceptuales,
hacia otro extremo caracterizado por una gran diferenciación. La primera de
las mencionadas apela a la inclusión de pocas variables en la denición, tor-
nándose de esta manera en algo más preciso, amplio y general, pero también
más limitado en la capacidad diferenciadora de los casos históricos.
Este procedimiento diere del segundo, mucho más interesado en atrapar las
variaciones de cada situación; en este caso, procuran descender en la escala
incluyendo mayor cantidad de atributos denitorios. La riqueza analítica de
esta radica en el reconocimiento de las variaciones históricas que puedan darse
a lo largo del planeta, pero esta situación iría en desmedro de su capacidad de
generalización, con el riesgo de desdibujar el concepto que se quiere conocer.
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Podríamos decir entonces que este es un dilema que recorre a todo pensador
cada vez que emprende un análisis político sobre un tema, en especial con
un asunto como la democracia, luego de que esta atravesara por los regíme-
nes autoritarios durante los 80, para transitar después fuertes momentos de
desigualdad social en los años 90, situaciones estas en las que lo conceptual
se funde con signicaciones valorativas que dan una textura de gran comple-
jidad a todo esto.
Ciertamente, como grandes pensadores de las Ciencias Sociales, los tres
autores seleccionados están interesados en la producción de conceptos que
sirvan para comprender la realidad que están analizando, sin embargo, no
pueden deshacerse del contexto ideológico y social provocado por la emer-
gencia del neoliberalismo en la región. En efecto, además de contar con una
faz normativa y empírica, la teoría política también está comprometida con
un perl ideológico que sirve para justicar o interpelar las creencias domi-
nantes de su época. Así, siguiendo los aportes provenientes de la llamada his-
toria intelectual, todo escrito supone una forma de intervenir políticamente
en su propio contexto. En este sentido, al decir de Contreras Osorio (2006),
no debería pasar desapercibido que la dominante prédica neoliberal propone,
simultáneamente, conar en el mercado como organizador de las relaciones
sociales y quitar el poder a los ciudadanos para limitar seriamente su capaci-
dad de acción. En este sentido, el neoliberalismo:
Buscó despolitizar a la sociedad y, en general, desarticular las fuerzas so-
ciales y políticas que podían ser un obstáculo para el funcionamiento del
mercado (...) la reforma conservadora del Estado no favoreció las políticas
de distribución de poder en la sociedad. Por el contrario, disminuyó los
espacios de participación, transformó las decisiones políticas en decisio-
nes técnicas y disoció así los aspectos políticos de los problemas sociales.
(Contreras Osorio, 2006, p. 25)
Como se irá mostrando, sobre este trasfondo ideológico, ninguno de los tres
autores permanecerá ajeno a la necesidad de revisar el concepto de democra-
cia con el cual se identicaron en los años 80; cada uno de ellos hará un gran
esfuerzo para equilibrar los aspectos conceptuales –necesarios dentro de la
disciplina–, sin perder de vista los compromisos con los valores de la equi-
dad social. Será en este marco donde se podrán observar algunas diferencias
entre los tres, las cuales podrían sintetizarse en el siguiente dilema: cómo
mantener la idea de régimen político, pero sin permanecer solamente en él.
JAVIER ETCHART 87
2. El marco especíco del problema en Guillermo O´Donnell. Poliarquía
y régimen político en la base de su caracterización inicial
Tal como lo hemos mencionado al inicio del trabajo, la democracia como
forma política fue cargándose de signicaciones positivas en clara disidencia
respecto a las formas autoritarias. A partir de aquí, comenzará a valorizarse
otro tipo de lenguaje político dominado por temas como el “Estado de De-
recho, el respeto por los derechos humanos, la recuperación de las garantías
constitucionales y el ejercicio del derecho a elegir a nuestros representantes
mediante elecciones periódicas” (Reano y Smola, 2013, p. 39).
Este será el clima de época dentro del cual el politólogo Guillermo O´Don-
nell actuó, participó y se alimentó para su desarrollo.
Dándole un sentido más denido al tema propuesto, en los comienzos de la
recuperación democrática, el autor defendía el paradigma de la transición,
postulando, para ello, una concepción politicista de la democracia que fo-
calizaba la atención en el régimen político, en el entendimiento de que una
denición mínima ganaba en potencia metodológica comparativa para dife-
renciarla de los formatos autoritarios. Esta será la concepción dominante de
la democracia política o, siguiendo la caracterización de Robert Dahl (1989),
la “poliarquía”, denida por una serie de atributos limitados a los aspectos
electorales, a la que deberíamos sumarle una serie de derechos constitutivos
–civiles y políticos– necesarios para que la competencia electoral se pueda
llevar adelante.
Para retomar lo comentado acerca de los conceptos, opta por mantener una
denición con pocos, pero claros atributos, con el objetivo de evitar, de esta
forma, el riesgo del estiramiento y garantizando así la aplicación a una gran
cantidad de casos. Con clara conciencia de la decisión adoptada, O´Donnell
(1997) reconoce que esta concepción deja de lado otros aspectos –por ejem-
plo, los estructurales e incluso aquellos relacionados con las instituciones
formales de gobierno– pero justica esos “silencios” sosteniendo que:
El horror (…) de la represión sufrida, así como el recuerdo del error come-
tido por los que despreciaban la democracia política porque querían saltar
sin mediaciones a un sistema revolucionario, nos pareció a todos los au-
tores de esa primera ola de escritos sobre la transición, razón suciente
para el enfoque –admito– procesualista y politicista que dimos a nuestros
estudios. (p. 19)
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Con lo dicho, en una clara postura sobre la utilización de los conceptos, con-
sidera que esta denición de poliarquía permite establecer una clara línea
divisoria para separar los casos en los que se establecen elecciones limpias,
transparentes y respetuosas de las libertades civiles y políticas, de aquellas
otras situaciones en que estas cuestiones se encuentran ausentes.
En denitiva, O´Donnell se expide, inicialmente, por un tipo de denición
ascendente en la escala de generalidad, con la incorporación de pocos, pero
claros atributos en su denición, procurando así evitar el estiramiento con-
ceptual.
Sin embargo, esta decisión elimina la incorporación de otros aspectos, como
los económicos y los sociales, y aquí podemos preguntarnos hasta qué punto
aquella determinación favorece una comprensión profunda e integral de los
procesos democráticos que comienzan a consolidarse en la región durante
los años 90.
2.1. Las cuestiones conceptuales, entre la “poliarquía” y el reconocimiento
de los aspectos sociales
El contexto histórico y académico mencionado anteriormente comenzará
a experimentar una serie de cambios. En efecto, ya durante los 90, se ex-
pandieron en la región las recetas socioeconómicas derivadas del llamado
Consenso de Washington3 y sostenidas por una losofía de naturaleza neo-
liberal. La implementación de estas medidas generó un escenario donde el
3 Se trata de un conjunto de recomendaciones sobre política económica elaboradas en 1989
por el británico John Williamson, cuyo propósito fue orientar a los países de la región
sobre el rumbo económico que debían adoptar para salir de las situaciones de crisis que
atravesaban.
El llamado CW estaba formado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco
Mundial (BM) y el Tesoro de Estados Unidos. De acuerdo a lo diagnosticado por ellos, eran
dos las causas fundamentales que habían provocado la crisis de Latinoamérica: por un lado,
el proteccionismo y el excesivo intervencionismo del Estado y, por el otro, la incapacidad
de los gobiernos para controlar el décit público. Denida las causas que llevaron a las
crisis, el CW formuló un conjunto de recomendaciones (10 puntos en total), que incluso
podrían agruparse en dos: las que procuran la estabilización macroeconómica y aquellas
que pretenden producir una reforma estructural del modelo económico y social. Entre otras,
abarcaban medidas como las de mantener una fuerte disciplina scal, priorizar el recorte
del gasto por sobre el incremento del ingreso del sector público, realizar una reforma im-
positiva orientada a disminuir la evasión impositiva, liberalizar el comercio exterior y el
sistema nanciero, reformar la intervención del Estado o diseñar una política de atracción
de inversiones externas apoyando explícitamente a las inversiones directas.
JAVIER ETCHART 89
fuerte deterioro social interpeló a las mismas formas políticas democráticas
pensadas hasta estos momentos. En este sentido y bajo este marco contex-
tual, ¿podría un autor tan agudo como O´Donnell desconocer que la paupe-
rización social y las malas condiciones de vida afectarían a los resultados
democráticos?; con indicadores socioeconómicos tan negativos como los
exhibidos por aquel entonces en América Latina, ¿podrían consolidarse las
nuevas democracias regionales?; y por último, como cuestión clave, ¿existe
en el autor alguna revisión respecto a su concepción democrática originaria?
Estos serán algunos de los interrogantes que intentaremos resolver en este y
el siguiente apartado.
Entre sus diversas intervenciones, llegó a sostener que “la situación social
en América Latina es un escándalo” (1999, p. 69), lo cual supone un reco-
nocimiento de la importancia que los elementos socioeconómicos tienen en
los procesos regionales. En esta dirección, durante los años 90, O´Donnell
desarrolló dos escritos especícos (1998 y 1999) dedicados a estos temas,
en los que se pone de maniesto una clara línea crítica de las experiencias
neoliberales que se estaban desplegando en la región. En efecto, en esos tra-
bajos se destacan el crecimiento de la pobreza, el aumento estiramiento de
las desigualdades y la consolidación de un patrón social caracterizado por el
dualismo, esto es, “la coexistencia de dos mundos separados dentro de las
fronteras de un mismo país” (1999, p. 77), el de los ricos y de ciertos sectores
medios y obreros integrados y, por otro lado, el mundo de los desposeídos, el
de los pobres y marginados.
Lo importante es el reconocimiento de que estas situaciones impactan sobre la
democracia y que, básicamente, afectan a uno de sus componentes centrales:
la ciudadanía. Efectivamente, para O´Donnell (1998), el ejercicio pleno de
aquella supone un poder público, un estado de derecho, un sistema normativo
guiado por criterios universales dispuestos a garantizar derechos ciudadanos;
sin embargo, aquel ejercicio no podrá desplegarse si las personas no gozan de
“ciertos prerrequisitos sociales y económicos”. De este modo, sin la presen-
cia de derechos que brinden “seguridad material y educación”, las democra-
cias se resentirán ante la presencia de grandes sectores que carecerán de una
ciudadanía efectiva. Citando al autor, “una vez que los derechos políticos se
universalizan, un mínimo de seguridad material y conocimientos constituyen
las condiciones necesarias para la ciudadanía efectiva” (p. 63). Tal es la im-
portancia que le asigna al tema. Incluso en otro de los artículos citados, llega
a armar que “sin una ciudadanía efectiva, cabe dudar de que esos regímenes
sean “democráticos” en algún sentido de la palabra” (1998, p. 68).
90 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
2.2. La revisión de la concepción democrática de O´Donnell
A partir de las consideraciones anteriores, se puede observar que la dimen-
sión política electoral es clave en la denición de la democracia. Sin em-
bargo, el autor da un paso más al reconocer la importancia de los aspectos
sociales para el mejoramiento y consolidación de la democracia (1998, p.
83). Esta cuestión supone pensar que O´Donnell ha modicado su concep-
ción originaria de democracia ampliándola hacia aspectos sociomateriales,
aunque esto requiere de una precisión que obliga volver a pensar el objetivo
y el alcance de sus intervenciones durante este período. Efectivamente, en
una entrevista del año 1995, en el desarrollo pleno de las políticas neolibera-
les, O´Donnell estaba ampliando su marco teórico en un intento de captar la
complejidad de las situaciones sociales y políticas por las que atravesaba la
región. Consultado sobre las cuestiones conceptuales de la democracia, pone
el tono con el que cree que debe ser tratado este tema:
Estoy de acuerdo con él [habla de Juan Linz] en que no conviene introducir
en la denición de democracia factores de desigualdad socioeconómica ( )
Creo que no conviene porque es preferible tener conceptos diferentes para
poder compararlos y “jugar” con ellos. Si mezclo todo en un concepto, éste
se transforma nalmente en un instrumento muy “tosco”. (p. 171)
Estas cuestiones que, a priori, aparecen como contradictorias, obligan a un
breve análisis nal para tratar de comprender las consideraciones que se ha-
llan en un autor tan no como O´Donnell. Para ello, debemos centrar la aten-
ción en los aspectos conceptuales y su importancia para captar la realidad.
Ciertamente, como buen weberiano, considera que la teoría avanza de mane-
ra correcta en la medida en que se pueda contar con conceptos sólidos, acep-
tados y comprobables, los cuales favorecerán la comparación y, por ende, su
extensión más allá del caso particular –la capacidad de migrar–. En el fondo,
el autor está interesado en lograr un instrumento que evite el estiramiento
conceptual, permitiendo así abarcar varios casos de estudio en una deni-
ción, pero, al mismo tiempo, y por todo lo mencionado previamente, reco-
noce que un concepto de este tipo impide incorporar las diferentes variantes
existentes, que en nuestra región presentaban particularidades propias, obli-
gándolo a su vez a reconocerlas e incluirlas en una teoría más abarcativa que
enriquezca el estudio de estas realidades.
Esta es la tensión presente en el autor. La democracia asociada a mero régi-
men político electoral le parece importante, pero también insuciente, y por
eso aboga por una concepción más amplia de aquella. Será en este marco
JAVIER ETCHART 91
de ideas donde comenzará a hablar de la “calidad” democrática (1999, p.
85), i.e., sobre los grados en que esta se presenta o puede darse en la propia
realidad social.
En este punto, O´Donnell genera una innovación conceptual al cambiar el
“concepto abarcante” (Collier y Levitsky, 1995), desplazando la atención
desde el régimen hacia el Estado democrático. Esto implica, entonces, su-
perar la mera instancia electoral competitiva para localizar la atención en la
capacidad de los Estados para garantizar no solo los derechos políticos, sino
también los civiles y los sociales en todo su territorio, lo que supone ampliar
el concepto clave de ciudadanía inscripto en toda teoría democrática.
En denitiva, la idea de calidad democrática más la inclusión del concepto
abarcante permite al autor mantener un criterio claro, básico y preciso sobre
la democracia que evite el riesgo de estiramiento conceptual, y, como sostie-
nen los autores mencionados anteriormente, al mismo tiempo, “realizar una
descripción más diferenciada” que posibilite una mayor comprensión de las
articulaciones que se dan entre las cuestiones sociales y políticas en nuestra
región.
3. Carlos Strasser y el concepto de democracia
La inclusión de este autor queda justicada por tres razones:
1- Es uno de los académicos más prolíferos a lo largo del proceso de demo-
cratización iniciado en 1983; esto lo convierte en una referencia inevitable
para comprender el concepto de democracia durante el período denido en
este trabajo.
2- A través de un escrito especíco (1999), problematiza la relación entre
democracia y desigualdad durante el desarrollo del neoliberalismo.
3- Incorpora una novedosa y temprana –aunque no siempre tan resaltada– so-
lución al problema del concepto sobre la democracia, como una combinación
entre régimen, gobierno y Estado que se anticipa a aquella resolución dada
por O´Donnell cuando este se refería al concepto “abarcante”.
3.1. La democracia entre el régimen y las condiciones materiales para su
existencia
Los escritos de Strasser sobre democracia y la importancia de esta en la vida
de un país deben ser localizados con anterioridad al año 1983, en una etapa
donde esta forma política no formaba parte de un objetivo histórico, ni cons-
92 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
tituía un eje de reexión de los intelectuales de época. En aquellos trabajos
iniciales, se percibe la importancia de la democracia como forma antagónica
de los modos autoritarios. La preocupación central que se maniesta en sus
escritos (especialmente en el primero de ellos, del año 1976)4 es la imposibi-
lidad de la participación política, ya que esta no solo proveerá de legitimidad
a un régimen político, sino que, también incorpora a aquellos miembros de
la sociedad que no estaban integrados activamente a un cuerpo político y que
eran considerados como un idiotes, esto es, agentes que tenían impedida su
capacidad para ejercer un papel en su espacio político –la polis–. Esta idea
contiene en Strasser (1986) una actitud denunciatoria, en el sentido de que el
retraimiento hacia el ámbito privado rompe con la moral política (en clave
republicana de acción), ya que impide concretar “la más plena realización
del ser humano y su responsabilidad” (p.47), comportamientos que solo se
concretarían en el escenario público por medio de la participación dentro del
mismo. Justamente, será imposible llevar adelante estos objetivos axioló-
gicos de participación y de acción, en tanto y en cuanto el régimen político
vigente impida esa posibilidad.
Esta consideración es la que lo conduce a defender una forma política dia-
metralmente opuesta a ella, cuya fórmula quedará asociada a un régimen
político democrático.
A lo largo de sus escritos, puede percibirse la importancia otorgada a la
democracia como forma política alternativa al autoritarismo. Derivada de
esta idea, aparecerá la preocupación por lograr su instauración primero, y
su estabilidad a largo plazo después. Esto lo lleva –en clave weberiana– a
ahondar su preocupación por la legitimidad con la que todo ordenamiento
sociopolítico debe contar; y será en este punto donde el autor retomará su
interés por analizar los temas desde la losofía y la teoría política. En tér-
minos más desaantes, será aquí donde recuperará –positivamente– el pen-
samiento de John Locke, sacándolo de la crítica académica en la que había
caído el liberalismo en general y el lockeano en particular5. Enlaza el tema
4 Gran parte de los trabajos de su primera época, aquellos que van desde 1976 a 1985, se
encuentran compilados en Strasser (1986).
5 El artículo de referencia aquí critica la perspectiva que ha desacreditado al liberalismo
(cita para ello a un clásico texto de MacPherson acerca de la “Teoría política del individua-
lismo posesivo”): “…Cienticismo y militantismo (…) han hecho estragos en la educación
de las últimas cuantas generaciones de “cientícos sociales”, en América Latina (…) el
resultado es que la disciplina no se conoce y los clásicos parece que no tuvieran otra impor-
tancia que la arqueológica” (1986, pp. 56-57).
JAVIER ETCHART 93
del liberalismo en relación con la democracia y allí cita la idea del Estado
instituido por pactos recíprocos, cuya nalidad radica en proteger “derechos
civiles” anteriores a esa creación y asegurar la justicia. Esta es la razón por la
cual la democracia, qua régimen, tiene una formalidad política que no debe
desconocerse, tiene reglas y normas que deben ser tenidas en cuenta para
la adopción de las decisiones estatales, como así también para el control de
todo lo actuado. Por ello, el régimen –democrático– comprende los procedi-
mientos en la selección del personal político que administrará los asuntos del
Estado. Estas ideas son las que conducen al autor a revalorizar el sentido de
una democracia formal y procedimental, y a ubicarlo dentro del paradigma
transicional dominante en la época.
Sin embargo, de forma similar a O´Donnell, la experiencia regional del neo-
liberalismo, con sus secuelas de desigualdad, no pasaron desapercibidas para
el autor, quien en 1999 edita un libro referido especícamente al tema. Allí
expresa cómo la democracia ha ido imponiéndose a escala mundial, aunque,
simultáneamente, también la ha hecho la desigualdad:
La democracia no es un régimen cualquiera de gobierno sino la mejor de
las formas políticas comparadas que pueda tomar el estado (sic); la des-
igualdad, una afrenta o un estigma de la condición social. Y ahora ambas
vienen juntas. Mayor desigualdad social en tiempos de mayor igualdad po-
lítica, ¿se trata de una paradoja? (Strasser, 1999, p. 11)
A lo largo del libro, resuelve el dilema expresando que no se trata de ningu-
na contradicción, sino de una relación con la que el mundo actual, lamen-
tablemente, deberá convivir. Como reconoce el propio autor (1990), estas
condiciones materiales no son inocuas respecto al impacto que generan en el
régimen político.
Para que esta forma de gobierno [la democracia] pueda en efecto existir,
deben cumplirse antes o paralelamente ciertos prerrequisitos, o “condicio-
nes de posibilidad” (…) Generalmente, la referencia es al orden econó-
mico y social, a la igualdad de condiciones y oportunidades de la gente.
(p. 23)
Estas condiciones de posibilidad vuelven a ser consideradas de igual forma
en el texto citado de 1999 (p. 34), donde reitera el mismo punto acerca de la
necesidad de contar con condiciones económicas, “con igualdad social su-
ciente” y una extendida igualdad de oportunidades.
94 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
Bien parecería, entonces, que Strasser modica la idea de régimen político
hasta abarcar las cuestiones sociomateriales dentro de una denición más
amplia de democracia. Sin embargo, ese paso es claramente pensado y re-
suelto por él, quien, en otra cita, pone el tono con el cual analiza el tema:
Hay quienes se revuelven frente a una denición de democracia como
régimen, esto es, como “mero régimen”, “mera democracia política”. La
piensan más sustantiva, más plena, abracando a la sociedad ( ); la demo-
cracia, en tanto régimen, y no más, sería un empobrecimiento de la idea,
una ingenuidad. Yo creo que esta gente tiene dicultades en conceptualizar.
No entiende que la realización del régimen democrático pide de suyo el
principio de su posibilidad (1990, p. 9)
La referencia general hacia la que dirige sus observaciones críticas apuntan
hacia aquellas teorizaciones estructuralistas –marxistas– para las cuales no
existe democracia sino cuando la sociedad lo sea; por tanto, para esa corriente,
la democracia como forma política ingresa derivativamente desde las condi-
ciones sociales. El riesgo observado por Strasser (1990) radica en que “quien
quiere la democracia política está también queriendo la democracia social,
pero quienes quieren a esta última no necesitan a la otra y la olvidan” (p. 9).
En suma, para el autor existe una relación entre el régimen político y las
condiciones sociales para que aquel pueda darse. Precisamente, al darle im-
portancia al papel jugado por la ciudadanía en el establecimiento del orden
político, comprende que el ejercicio de esta sería muy difícil de darse sin esas
condiciones, y eso es lo que lo lleva a internalizar la necesidad de contemplar
la importancia del tema. Sin embargo, concluye diciendo que esos prerrequi-
sitos constituyen “condiciones necesarias, no sucientes” (p. 23).
3.2. La democracia como un régimen de gobierno del Estado
Las relaciones establecidas en el punto anterior pudieron ser pensadas por
Strasser debido a que este dene la democracia de una manera combinada,
proponiendo una articulación de conceptos que le dan una mayor compleji-
dad a su teorización respecto a la desarrollada –al menos inicialmente– por
O´Donnell. Es decir, no necesita deslizarse hacia un concepto abarcativo,
sino que ya desde sus primeros escritos6 dene la democracia como “un -
6 En la compilación citada de 1986, incorpora una serie de trabajos anteriores a esa fecha
en los que ya queda patentizada su denición de democracia como una combinación de los
tres términos referenciados. Véase pp.15-33.
JAVIER ETCHART 95
gimen de gobierno del Estado”, con lo cual incorpora en su denición tres
términos analíticamente diferenciables, pero que no pueden ser pensados por
separado, sino que la fórmula enlaza y “entrelaza a cada uno con cada otro”.
Esto implicaría sostener que la democracia no puede ser vista solamente
como régimen, ni como gobierno, ni como Estado, sino que, a través de una
lógica articulatoria más compleja, posibilita contemplar múltiples relacio-
nes y, con ello, captar variaciones dentro del propio concepto. Por lo tanto,
el Estado (tema clave en el concepto abarcativo de O´Donnell) se instala,
en Strasser, desde el comienzo de su propia conceptualización sobre la de-
mocracia. En consecuencia, no se puede pensar en un régimen político sin
incluir al Estado, ya que el régimen dene las normas generales que marcan
quiénes acceden y cómo ejercen la administración de los asuntos de algún
tipo de Estado.
De lo anterior, se desprende la necesidad de no pensar la democracia limitada
a un régimen, sino que debe ser concebida dentro de un “orden estatal-social
mayor” que contiene a un régimen, pero no se agota en él.
Esas son las razones por las cuales Strasser considera que la democracia ac-
tual no es una simple democracia. La piensa dentro de un marco general más
amplio y, justamente, esa amplitud es la que permite “jugar” con el concepto
observando diferencias entre las distintas experiencias históricas que puedan
presentarse en la realidad. Esta última cuestión le permite diferenciar entre
el concepto, “la democracia” en cuanto a tal, con todas las articulaciones
planteadas, y “lo democrático” como un proceso en el que dicho concepto se
despliega históricamente (1995).
4. Portantiero y la democracia como orden político necesario. Potencia-
lidades y limitaciones de esa visión
Juan Carlos Portantiero jugó un papel importante en el país durante la prime-
ra etapa democrática. Junto con otro destacado intelectual, Emilio de Ípola,
apoyaron al gobierno del presidente Alfonsín y se convirtieron en potentes
voces públicas que abogaron por la democracia. La inclusión de este autor en
el trabajo se vincula a la novedad que signicó la prédica en favor de aquella
forma política por parte de un intelectual proveniente de un campo ideológi-
co –el marxismo– que no tenía la democracia como el objeto central de sus
estudios y de sus reexiones.
Al igual que O´Donnell y Strasser, también aquí nos encontramos con un
autor que defendió la necesidad de la instauración democrática, aunque, a
96 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
diferencia de aquellos, la precisión conceptual es más escurridiza, ya que no
aborda el tema con ese grado de atención, sino que lo que entiende por ella
debe ser reconstruido a lo largo de sus diferentes intervenciones académicas.
4.1. El encuentro entre socialismo y la democracia
Excede el marco de este trabajo desarrollar toda la trayectoria del autor, que
lo llevó desde el marxismo hasta la vinculación con el liberalismo político y
su posterior encuentro con la democracia. Solo se harán algunas referencias
que permitan comprender lo que Norbert Lechner (1988) denominó como
el pasaje de “la Revolución a la democracia”. Efectivamente, las certezas
marxistas anteriores a las últimas intervenciones militares en el cono sur ha-
bían llegado a un diagnóstico a partir del cual se armó la imposibilidad
de un desarrollo económico capitalista en la periferia, así como también se
concluyó que la única alternativa aceptable para trasformar a estos Estados
“fascistas” era a través de procesos revolucionarios (Barros, 1986). Siguien-
do al autor, en este escenario, y más allá de las disputas entre la izquierda
revolucionaria naciente en la región y los partidos comunistas prosoviéticos,
“existía muy poco espacio para integrar seriamente la democracia en la teoría
y en la práctica de izquierda” (p.34); en todo caso, aquella aparecía como una
trampa burguesa, un mero instrumento o solo un momento táctico hacia el n
verdadero –el socialismo–.
Bajo estas consideraciones teóricas, es interesante preguntarse ¿cómo fue
posible que emergiera la democracia política como una opción a ser tenido
en cuenta? Y en todo caso, ¿qué tipo de democracia era aquella en la que
estaban pensando?
Para simplicar –de manera extrema y riesgosa– este proceso, diremos que7:
a- Primero se produce un distanciamiento con las interpretaciones más eco-
nomicistas de Marx, que solo ven al poder político como una relación ins-
trumentalista, como un mero reejo de las cuestiones económicas. Aquí,
Portantiero (1988)8 observa el riesgo dualista de separar entre el “ser y la
7 Este proceso de rupturas con el marxismo clásico y el encuentro con Gramsci ha sido
ampliamente analizado por varios autores, algunos de los cuales ya fueron citados en este
ensayo –Giller, Reano, Barros, el propio Portantiero, al cual podrían agregarse, Baldoni
(2008), Burgos (2004), Casco (2008), Lesgart (2003) o Martínez Mazzola (2015).
8 El texto de 1988 recoge una gran cantidad de artículos escritos previamente por el autor.
En el caso de la cita, se trata de una intervención publicada originariamente en el año 1981,
titulada “Sociedad civil, Estado y sistema político” (pp. 105-120).
JAVIER ETCHART 97
conciencia” y, en su lugar, encuentra una idea más profunda, descrita por
el propio Marx, quien intentaba “construir la unidad de ambas” (p.107), sin
escisiones, ni separaciones.
b- La ruptura mencionada es mediada por la incorporación de las lecturas de
Antonio Gramsci, quien otorga la base para comprender una situación más
compleja –y, posiblemente, más realista– entre sociedad civil y sociedad po-
lítica, separación que “nunca fue orgánica, sino analítica”.
c- Derivado de lo anterior, aparecerá un espacio donde lo político puede ser
pensado como una categoría propia o, al menos, no derivada de las cuestio-
nes materiales.
d- En este marco, como consecuencia de las fuertes represiones y persecu-
ciones a los sectores populares, se insertarán interrogantes vinculados a la
necesidad de garantizar ciertos derechos y libertades civiles elementales.
e- Los interrogantes mencionados favorecerán la emergencia de alguna no-
ción –más o menos precisa– de un formato político que se diferencie de los
esquemas autoritarios.
Esto implica que la democracia comenzará a ser visualizada como un ob-
jetivo a desarrollar. Sin embargo, lo más interesante para estos sectores del
pensamiento estará dado por analizar el tipo de democracia en la cual esta-
ban pensando y, básicamente, cómo mantener los ideales socialistas bajo un
formato, considerado hasta entonces, cercano a los posicionamientos “bur-
gueses”.
En denitiva, para Portantiero y otros más, la clave pasaba por conciliar una
conguración de democracia política, sin perder los ideales socialistas, y será
desde allí desde donde deberá ser analizada la conceptualización de la demo-
cracia.
En otras de sus ponencias (1988)9, el autor formula una frase que constituye
una toma de posición importante sobre sus posturas democráticas; de aquí en
adelante se refuerza una línea de ruptura con planteos anteriores: La demo-
cracia es un acto de voluntad política, una producción hecha por la sociedad
desde las masas populares…” (p. 147, bastardillas del original). Con esta
9 Como en la cita anterior, el artículo es escrito en 1981 y compilado en el texto de referen-
cia de 1988 (pp. 147-158). En este caso se trata de una ponencia discutida en dos seminarios
celebrados por FLACSO, uno en Caracas durante el mes de mayo y el siguiente en Costa
Rica durante noviembre.
98 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
armación intenta demarcarse de aquella interpretación que asocia capita-
lismo con liberalismo y que se plasma con un tipo de democracia (formal)
sostenida por una clase social –la burguesía–. Efectivamente, existe una ima-
gen según la cual la relación del liberalismo con el capitalismo termina con-
sagrando una democracia limitada, dominada y hegemonizada por un sector
social, la burguesía, la cual genera un orden político restringido en donde
“ese fragmento social recompone su unidad en el estado (sic), combatiendo
en un doble frente, contra el antiguo régimen expresado por el absolutismo
y contra las nuevas “clases peligrosas” de la sociedad mercantil…” (p. 148).
Esta imagen de democracia asociada a burguesía es la que incomoda a Por-
tantiero. Por qué defender una forma política exclusiva de un sector y ge-
neradora de desigualdades; si esto fuera todo, no hay razones para su sos-
tenimiento, en particular, para aquellos que derivan sus posiciones desde
posturas socialmente más profundas, como las sostenidas por este grupo de
intelectuales. Esa ha sido, históricamente, la razón por la cual, al formalismo
democrático se opone una idea de democracia real o sustancial, esto es, aque-
lla que aboga por la igualdad, desligándose de las formas, y que es la que está
en la base de los planteos socialistas.
Sin embargo, da un paso más al sostener que lo anterior crea un “falso pro-
blema”, ya que, si bien reconoce la importancia de un proceso que busque
una mayor igualdad social, lo entiende como una condición necesaria, pero
no como una garantía suciente para lograr la democracia. Y allí es donde
insertará un espacio de autonomía en “el proceso de producción de la demo-
cracia, la que desborda la determinación por las relaciones de propiedad”, lo
cual lo llevó a producir una armación muy fuerte: la “democracia siempre
es necesariamente formal”.
Su realización remite al conicto, como creatividad y transformación, y
en ese sentido la democracia es una voluntad permanente de realización
colectiva, una lucha sin pausas a través de la cual los hombres proyectan su
voluntad de controlar su vida. (p. 150)
Esta armación es la que permite recomponer –y comprender mejor– su
frase inicial acerca de que “la democracia es un acto de voluntad política”
(p.147), la cual no puede quedar asociada con la burguesía liberal, ni con la
historia del capitalismo (“la democracia no es un invento del capitalismo”
[p. 147], arma con claridad), por lo tanto, son las luchas populares previas
al capitalismo, así como aquellas otras que se dieron para lograr primero los
derechos políticos y, más tarde, los derechos sociales, los que permitieron
JAVIER ETCHART 99
seguir profundizando en la propia democracia. Podríamos decir que su idea
termina quedando vinculada con algunas valoraciones típicas del socialismo,
como la idea del autogobierno colectivo y con una sólida noción de libertad
positiva.
Esta temprana mirada inicial marca un derrotero interesante en donde el au-
tor no renegará de la llamada democracia formal o mínima, pero, al mismo
tiempo, no cree que agote todo lo que esta puede llegar a signicar, sino que
su compromiso valorativo y su idea de democracia como una acción colec-
tiva de las masas por la autoliberación lo llevarán a pensarla como algo más
que un régimen político.
4.2. La democracia efectiva. ¿Qué concepto de democracia?
Lo anterior va marcando la recepción de la democracia por parte del grupo
al que pertenecía Portantiero, aunque todavía localizado en una etapa previa
a la instauración efectiva en 1983. Ahora, el propósito será describir algunos
elementos conceptuales, pero con el presente democrático real.
En el libro mencionado del año 1988, sostenía la idea de la democracia como
la producción de un orden político. Podría pensarse que introducir un valor
de naturaleza conservadora –el orden– servía para diferenciarse de aquella
etapa nacional cargada de anarquía y violencia. De cualquier forma, ese pos-
tulado no podría signicar la vuelta a un pasado ordenador de tintes autorita-
rios, como tampoco a un orden en donde la sociedad se reconciliaría consigo
misma en un tiempo futuro liberada de todo tipo de contradicciones sociales,
tal como lo postulaba el socialismo ortodoxo, del que ya se había apartado.
La idea de orden mencionada por Portantiero ya no quedaba postulada como
el n de los conictos, sino que allí se abre un espacio para la política enten-
dida como producción dinámica y abierta a las relaciones de fuerzas sociales,
un campo determinado por la acción de los actores sociales. La noción de
conicto que emerge ahora –Gramsci mediante– es aquella vinculada con el
reconocimiento de una existencia pluralista en la sociedad. Así, el conicto,
el pluralismo y la contingencia del orden social contrastaban con aquellas
ideas más ortodoxas de lógicas dicotómicas, como pueblo-antipueblo, o la
más clásica de burguesía-proletariado, entendidas como construcciones obje-
tivas y estructuralmente determinadas por factores económicos que dejaban
poco margen de acción a los sujetos sociales.
Pero abrir estos escenarios genera algunos interrogantes: ¿Cómo lograr
orden ante este dinamismo político? ¿Cómo reconstruir y encaminar este
100 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
pluralismo para que la sociedad no estalle o, al menos, para que no se vea
arrastrada por conictos que podrían desarticularla denitivamente? Será en
la respuesta a estas cuestiones donde se enlazará la nueva perspectiva demo-
crática. Efectivamente, el llamado formalismo institucional comienza a ser
pensado como una necesidad para prevenir los posibles desbordes derivados
de las diferencias entre las miradas de los actores sociales; lo institucional va
perdiendo sus rasgos de complemento superestructural y vacío para comen-
zar a ser visto como un espacio de encuentro en el procesamiento –pacíco–
de los conictos.
Sin embargo, la apertura a este reconocimiento institucional-democrático
también obligaba a pensar cómo debería cerrarse la idea de una democracia
que, al mismo tiempo, pudiera ser compatible con los compromisos trans-
formadores típicos del socialismo, ideología con la que Portantiero seguía
identicándose.
Para cerrar este tema, debería resaltarse la importancia dada a la acción par-
ticipativa de los sujetos en los espacios públicos y sociales, los cuales no
pueden quedar reducidos a minorías incontrolables, ya que, de ser así, estas
impondrían sus propias agendas políticas. Este comentario constituye una
crítica a los planteos de un procedimentalismo de cuño liberal que circulaban
en nuestro país, que restringían a la ciudadanía al acto electoral. En reali-
dad, lo que advierte –como hecho novedoso– es la posibilidad de separar
las formas económicas del liberalismo (liberismo) de las formas políticas y
culturales de este (liberalismo político). De esta manera, ese liberalismo no
era despreciado ni descartado como punto de arranque para comprender la
realidad social, pero como contrapartida, tampoco podía agotarla ya que eso
implicaría una renuncia a otros valores sociales que habían acompañado gran
parte de sus trayectorias intelectuales.
Posiblemente, al ser este liberalismo un aspecto más novedoso para los pen-
sadores provenientes del socialismo, los obliga a precisar sus alcances y sus
limitaciones, y eso lo termina vinculando con aquella idea mencionada por
Portantiero acerca del orden democrático, como un orden complejo y abierto:
Pero sabemos ya que la democracia, sin adjetivos, es, a la vez, un espacio
institucional (lo que supone un acuerdo sobre sus reglas de constitución) y
un lugar de disenso. Es un imaginario en el cual las diferencias pueden ser
ordenadas, pero no diluidas. (1988, p. 11)
Aquí aparece con claridad esa idea –weberiana– que piensa a la sociedad
como producto de la acción política de los propios hombres; por tanto, se
JAVIER ETCHART 101
aleja de cualquier noción sobre un orden social reicado que entienda la
historia como el despliegue de leyes universales ya determinadas (Baldoni,
2008), con independencia de las prácticas que moldean lo que allí ocurre.
Por lo tanto, si las sociedades no implican “consensos sustantivos” y si, a su
vez, se conguran por la acción que despliegan múltiples actores sociales,
la idea del “orden democrático” pregonado por él aparece como un dilema a
resolver. Efectivamente, si existe un reconocimiento a la imposibilidad de un
consenso total, este supone el establecimiento de algunos acuerdos capaces
de sostener esos propios disensos. Así, quedaría postulado el consenso entre
los actores para mantener el disenso, lo cual remite al orden político-cultural
acerca de las reglas de juego que servirían de soporte para sostener el propio
juego democrático. Es aquí donde De Ípola y Portantiero (1984)10 instalan
la idea de un pacto procesual, no sustancial, como un conjunto denido de
reglas acordadas que permitirían la convivencia de proyectos y opciones po-
líticas diferentes. La democracia entendida como una esfera política autó-
noma, como una “utopía” que incorpora conictos y tensiones, pero que no
desconoce la importancia de las reglas para procesarlos.
Aquí los autores explicitan el tipo de acuerdos que supone un pacto democrá-
tico, muestran que una democracia debe basarse en un acuerdo sobre reglas
que posibilitan el procesamiento de las diferencias existentes en una socie-
dad, aquellas normas que regulan el juego y que se constituyen como con-
dición de posibilidad para que aquél pueda darse. Se trata de un conjunto de
reglas procesuales y sustanciales, como garantía para mantener el pluralismo
y la dinámica política. Más especícamente sostienen:
Pensamos que es justamente aquí donde cabe rescatar la idea de pacto de-
mocrático, esto es, de un compromiso que, respetando la especicidad de
los movimientos sociales, delimite un marco global compartido dentro del
10 Debería mencionarse también una ponencia del mismo año, aunque de autoría exclusi-
va de Portantiero, donde aborda los mismos temas y propone las mismas soluciones. Se
trata de un trabajo de noviembre de 1984 (publicado también en Portantiero, 1988): “La
consolidación de las democracias en sociedades conictivas”. Claramente expresa ideas
similares a aquello que escribió junto a De Ípola. Así, preguntándose acerca de escenarios
posibles para lo que vendrá, se aleja de intentar propuestas sobre “modelos utópicos de una
sociedad perfecta, transparente, nalmente cerrada, sino modelos de conicto y de reglas
para procesarlos. En una palabra: para imaginar un espacio institucional capaz de contener
a las tensiones que producen los cambios y que estos realimentan” (p. 159). Es clara la línea
demarcatoria respecto a ideas que otrora manejara la izquierda más tradicional (cambios
abruptos, propuestas inalcanzables, etc.) para, en su lugar, pensar en alternativas que per-
mitan procesar el conicto dentro de un marco institucional democrático.
102 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
cual los conictos puedan desenvolverse sin desembocar en la anarquía y
las diferencias coexistan sin disolverse. (p. 16)
Para que esto sea posible, será necesario que los participantes asuman este
pacto como algo propio y, por ello, reconocen que debe estar asentado en una
ética común basada en el respeto al otro, en la protección de su autonomía
para denir sus nes, en la autolimitación de las pretensiones de los actores
sociales –¿virtud republicana?–, valores estos que se plasmarán en un con-
junto de reglas que harán posible la concreción de esos diálogos, generán-
dose así un movimiento dialéctico intenso, pero al mismo tiempo complejo,
entre la cultura política y el marco institucional efectivo.
Por último, para cerrar esta parte, la mirada estructuralista de los autores los
conduce a pensar en algo más; concretamente, problematizan un punto inte-
resante sobre las posibilidades de estabilidad de esos acuerdos regulativos.
En este caso, la referencia alude a que esas reglas se insertan en un marco so-
cial y, por tanto, están atravesados por algo más que un mero acuerdo externo
a las valoraciones y a las distancias normativas que existen en toda sociedad.
Esto signicaría armar que la viabilidad política de cualquier pacto será
precaria si no se toman en cuenta los factores condicionantes y, para ello,
como ejemplo se menciona el impacto que tendría el pago del servicio de la
deuda externa, a la que considera como una bomba de tiempo.
4.3. La democracia recongurada a la luz del neoliberalismo
Pasados los años, los “fracasos” del alfonsinismo –hiperinación y leyes del
perdón– generan una desilusión en los sectores que oportunamente apoyaron
a aquel gobierno. En este sentido, Portantiero realizó un balance teórico so-
bre la perspectiva política que él mismo alentó a desarrollar oportunamente.
El tono propositivo y más optimista que mantuvo hasta 1987 disminuye a
partir de ese momento para dar paso a un replanteo de aquella perspectiva
politicista que había caracterizado sus escritos hasta esa temporalidad.
En efecto, en 1993 toma forma un paper clave editado por la revista Socie-
dad de la UBA, al que luego se le agregarán algunos artículos publicados
en la revista La Ciudad Futura11. A través de ellos, el autor revisa el camino
andado hasta entonces. Analiza los motivos por los cuales esas expectativas
no lograron concretarse. Más allá de la responsabilidad política de los acto-
res del momento, esa exploración lo condujo a criticar el énfasis puesto en
11 Gran parte de ellos están compilados en un breve texto El tiempo de la política (2000).
JAVIER ETCHART 103
la perspectiva politicista e institucionalista que dominaba la visión de las
dirigencias, que fue acompañada por gran parte de la intelectualidad de en-
tonces. El rasgo dominante estaba dado por la “convicción acerca de que la
reconstrucción postautoritaria era exclusivamente un hecho político institu-
cional” (1993, p. 19) que debía acompañarse con una nueva cultura política
de tintes democráticos donde la economía solo constituía un mero subpro-
ducto de aquella. La queja o, quizás mejor, el lamento de Portantiero estaba
referido a que este enfoque no incluyó –con igual peso– un planteo sobre “la
reorganización de la economía”, esto es, no se logró advertir la importancia
de una relación más estructural entre el régimen de acumulación económica
y la política.
“…[A]demás de una reestructuración de la esfera política requería una re-
organización de la economía, porque lo que había colapsado junto con las
dictaduras era un modo de regulación de las relaciones entre estado (sic)
y economía y lo que había que reconstruir era un modelo de sociedad –de
acumulación económica y de integración social– y no sólo un modelo ins-
titucional en el sentido político-jurídico”. (1993, p. 20)
El problema hiperinacionario lo ve como un síntoma de un tipo de relación
entre la economía y la política que viene a “ilustrar el carácter de la crisis
como crisis estatal (dándole al calicativo un sentido gramsciano)” (p. 21),
es decir, integral. Precisamente, esa incapacidad para avanzar en un planteo
más amplio fue la que condujo al país a un caos económico que terminará
con una crisis del orden político y que abrirá las puertas al segundo ciclo
democratizador, caracterizado por el ajuste y la concentración del poder. En
esta nueva etapa, la lógica economicista se impondrá a la política y, en clave
sociológica, se producirá un pasaje desde un ciudadano activo y movilizado
a otro dominado por la idea del consumo y la apatía política.
Bajo estas consideraciones generales, puede percibirse la incomodidad del
autor para limitar la idea de democracia a un planteo institucional-político.
En esta etapa de dominio neoliberal, piensa en un tipo de democracia que
sea capaz de constituirse en una alternativa política a aquella losofía y, para
ello, la imagina trabajando en dos frentes:
a- Por un lado, atacando su proyecto económico desde un abordaje estruc-
tural. Esto supone una discusión que pasa por replantear no solo la relación
entre Estado y sociedad, sino otra más especíca y fuertemente arraigada en
la tradición ideológica de la cual proviene; concretamente, señala su interés
por seguir pensando la compleja articulación entre “Estado y capitalismo”.
104 STUDIA POLITICÆ Nº 61 primavera-verano 2024
En esta dirección, sostenía la necesidad de reformar el Estado, pero el cami-
no de la modernización conservadora y su proyecto privatizador no son los
únicos posibles. Con igual sentido, también se aleja de las salidas histórica-
mente ya ensayadas de los populismos y los desarrollismos, ya que, en un
escenario mundial de mayor integración, esas lógicas internistas no logran
captar los desafíos requeridos para el futuro. Además, en Argentina, “capita-
lismo asistido y Estado prebendalista son una misma cara de la crisis (…) un
capitalismo sin riesgos que ha vivido (y vive aún, pese a la retórica vigente)
de la mano del privilegio, mientras todos los consumos sociales agonizan”
(2000, p. 132).
Se ve con claridad la dicultad planteada, en donde cierto desarrollo del
Estado constituye parte del problema, pero ninguna solución puede pensarse
sin contar con el Estado; precisamente, será en este marco en donde realizará
algunas consideraciones –a manera de propuestas– que aspiran a “una salida
progresista de la crisis”. En el plano de las políticas públicas y con el afán
de buscar una alternativa a la polarización entre planteos privatizadores o es-
tatalistas, postula políticas “tendientes a democratizar tanto el Estado como
la sociedad” (p. 133). De esta manera, considera necesario conformar espa-
cios para la organización autónoma de la sociedad, lo que supone pensar en
formatos cercanos a la autogestión, a los armados en forma de cooperativas,
que pueden coexistir con otras formas de propiedad (estatal o privadas). Lo
que Portantiero busca con esto es recuperar un postulado caro a la izquier-
da; especícamente, la autogestión supone participación, diálogo, implica un
proceso donde los objetivos comunes de ese colectivo se deben anteponer
a los intereses privados. Se trataría, en denitiva, de la conformación de un
espacio público no-estatal que profundizaría líneas de participación política
y de consolidación de lazos solidarios que servirían para superar tanto el
individualismo liberal, como el prebendalismo y el clientelismo típico del
populismo estatal.
b- Por otro lado, interpela la ética individualista derivada del neoliberalismo.
Para ello, toma como referencia a Hanna Arendt y la importancia que esta
le otorgaba al espacio público como lugar de encuentro de las “acciones”
realizadas por los iguales. Sin embargo, en sentido contrario, Portantiero ob-
serva que la política consagrada desde el advenimiento del neoliberalismo
vive tiempos de oscuridad. La manifestación de esta crisis es “parte de la
disolución del espacio público generada por el deterioro social y reforzada
por la barbarie de una ideología que premia a todos los valores de la inso-
lidaridad” (p. 7). La crisis económica arrastró a los partidos políticos como
instituciones de representación de la sociedad, pero también, el n del mo-
JAVIER ETCHART 105
delo Estado-céntrico desarticuló a la propia sociedad, de tal forma que esa
fragmentación conguró una segmentación de intereses sociales difíciles de
articular a través de los propios partidos, lo cual refuerza el malestar de la po-
blación con esta institución clave de las democracias. Las “reconstrucciones”
de una unidad simbólica se realizan a través de los medios de comunicación,
de allí la queja amarga del autor al sostener que “el único espacio público
es hoy el creado por la pantalla de televisión” o “los media, quienes crean
una comunidad ilusoria” (p.135). En todo caso, estas situaciones de malestar
podrían terminar, peligrosamente, en procesos capitalizados por “los funda-
mentalismos y los personalismos de distinto signo”.
Todo el desarrollo de esta etapa dominada por el neoliberalismo termina en
una propuesta en la que la democracia no puede ser pensada, sino en el marco
de un profundo replanteo entre Estado, régimen de acumulación y participa-
ción política.
Últimas consideraciones
Este trabajo partió de la importancia otorgada por los intelectuales a los con-
ceptos como vehículo necesario para comprender la realidad política. A tra-
vés de ellos, la complejidad social se torna pasible de ser entendida, ya que
permite dotar de sentidos a ciertas palabras, así como también se facilita la
articulación de términos que adquieren una signicación que avanza más allá
del sentido común.
Como todo concepto social, está teñido de valoraciones que atraviesan al
propio académico que emprende esa tarea. Particularmente, esto ocurre con
la idea de democracia, que recoge toda una historia de siglos, pero que, a su
vez, carga en nuestra región con un pasado en el que dicho concepto no tiene
un gran desarrollo entre el mundo intelectual. Podría decirse que allí radica la
novedad y el desafío: cómo conceptualizar la democracia, qué elementos de
su historia se recuperan para denirla en el presente, y cómo lograr un cierto
consenso en el campo de los intelectuales que facilite un diálogo productivo
entre ellos12.
12 Aquí debe volver a mencionarse –véase “Introducción”, cita 3– que la noción de este
consenso sobre la democracia está referida a un ideal que no puede generalizarse a todos
los participantes de aquel entonces. En sentido contrario y como todo concepto político, ha
sido objeto de polémicas y desacuerdos, tales como los que estaban presentes en las inter-
venciones del pensador ecuatoriano Agustín Cueva (véase Tzeiman, 2020).
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Para darle sentido a lo anterior, se tomaron tres autores fuertemente referen-
ciados durante la temporalidad escogida; incluso comparten la característica
de focalizar la atención en la democracia como forma política opuesta a los
autoritarismos dominantes en la región. Precisamente, fueron los horrores de
estos últimos los que allanaron el camino para la emergencia de un término
que se opusiera a aquella idea. De esta forma, la noción de régimen político
se transformó en el concepto clave diferenciar ambas formas políticas.
Este camino es desarrollado y encabezado claramente por O´Donnell y –con
pequeños matices– también por Strasser. El caso de Portantiero presenta al-
guna diferencia, toma las libertades políticas y civiles que se hallan en la no-
ción de régimen político, pero no agota su idea de democracia solamente allí.
El punto importante de este trabajo radicó en observar cómo las condiciones
contextuales pueden penetrar en un concepto e, incluso, alterarlo. Especí-
camente, nos preguntamos si la expansión de las políticas neoliberales en la
región modicó el concepto de democracia sostenido, hasta esos momentos,
en la idea de régimen político y, en caso de hacerlo, cómo fueron incorpora-
das en estos autores.
A partir del desarrollo realizado en el trabajo, queda claro que para ninguno
de ellos pasaron desapercibidas estas transformaciones; más aún, cada uno
de los autores realizaron publicaciones especícas atendiendo a la problemá-
tica de la desigualdad y al impacto que esta puede generar en los procesos de
consolidación democrática en el largo plazo.
Hemos mencionado cómo en O´Donnell hay un deslizamiento desde el régi-
men hacia el Estado, mientras que en Strasser, ese concepto abarcante existe
desde el mismo momento en que dene la propia democracia (es un “régi-
men de gobierno del Estado”). Ese desplazamiento les permite descender en
la escala de generalidad propuesta por Sartori, incrementando la diferencia-
ción y, por ende, eso mismo les permite encontrar variaciones en los casos
históricos que se van dando con el desarrollo de la propia democracia13.
Esta situación es importante, porque sin perder de vista la necesidad de man-
tener un núcleo duro conceptual –el régimen– la incorporación del Estado les
permite observar otras situaciones y, con ello, ganar en potencia explicativa.
13 Incluso esto abre las puertas para diferenciaciones en escalas subnacionales. En este
caso, podría citarse el clásico trabajo de O´Donnell (1993) sobre la coloración de las demo-
cracias de acuerdo a la penetración y la ecacia del Estado como garante de los derechos
ciudadanos.
JAVIER ETCHART 107
El caso de Portantiero tiene algunas diferencias con los anteriores. Incluso
en términos metodológicos, no se percibe un compromiso tan extremo con la
determinación de un concepto rígido, tal como estaba en los otros autores. En
efecto, no acepta la radicalidad con la que se hace referencia a la noción de
régimen político, al que adopta solo como marco general para el despliegue
de las acciones políticas de los agentes sociales. Asimismo, sus fuertes com-
promisos ideológicos con el socialismo le impiden aceptar una denición de
democracia que excluya las condiciones sociomateriales con las que se debe
contar para el ejercicio de una ciudadanía plena.
Si bien las intervenciones “tocquevilleanas” (Collier y Levitsky) de Portan-
tiero permiten una discusión más amplia y enriquecida sobre la democracia,
contienen una imprecisión que atentaría contra su propia determinación em-
pírica: ¿cuánta desigualdad sería la aceptable para hablar de democracia?
¿Cuál sería el umbral económico a partir del cual ya no puede ser conside-
rada como tal?
Estas dicultades habían sido tenidas en cuenta por O´Donnell y fueron las
que lo llevaron a ampliar su idea de régimen, pero sin desplazarse hacia otros
temas que podrían atentar fuertemente contra cualquier posibilidad de man-
tener los estudios comparativos.
En suma, los autores nos permitieron observar la dicultad que tiene cual-
quier proceso de conceptualización, el cual supone también un ejercicio de
valorización y de signicación de la realidad, de allí la inevitabilidad de las
controversias que acompañan y que seguirán acompañando a todos aquellos
que incursionen por este camino.
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