
RICARDO HURTADO SIMÓ 181
negros hunde sus raíces en motivos sociales, políticos y, sobre todo, económicos. Y aun en
el caso de que la desigualdad legal desapareciese, las diferencias entre las costumbres y el
odio recíproco seguirían siendo una barrera difícil de superar. Así, la abolición de la escla-
vitud en los estados del norte pretendía aumentar la rentabilidad económica de los blancos,
no la integración. ¿De qué vale la libertad si se carece de recursos económicos, educación o
propiedades? Tocqueville describe el esclavismo como un sistema detestable moralmente y
ruinoso desde el punto de vista económico, por lo que es precisa la emancipación inmediata
y un periodo de transición en el que los esclavos liberados trabajarían temporalmente para
sus antiguos amos, que serían indemnizados, bajo la tutela del Estado, como se observa en
su Rapport sur l´esclavage, sobre la esclavitud en las colonias francesas. Heredero de los
valores ilustrados y de los principios sobre los que giró la Revolución de 1789, Tocqueville
arma con rotundidad que Francia, “el país democrático por excelencia”, tiene el deber de
emancipar a todos sus esclavos, deber que dio sus primeros pasos en organizaciones como
la Sociedad de los Amigos de los Negros, fundada en París en 1788.
La tercera parte de la obra muestra las desavenencias de Tocqueville con su amigo Arthur
de Gobineau (1816-1882), considerado uno de los padres de la teoría de la superioridad
de la raza aria. El capítulo arranca contextualizando el concepto de raza en el siglo XIX,
mostrando el enfrentamiento entre los monogenistas, que consideraban que hay una sola
raza y que las diferencias se deben al clima, y los poligenistas, que sostenían que desde el
comienzo de los tiempos existieron varias razas humanas. El racismo nace desde el mo-
mento en que se arma que las razas son grupos permanentes y con diferencias físicas,
morales y mentales entre sí. El libro se hace eco de las investigaciones y estudios en torno a
la posición de Tocqueville al respecto para sostener que carece de fundamento defender que
fue un racista biológico; era un monogenista heredero de la tradición cristiana y los valores
ilustrados que creía en la existencia de una única especie humana, y que las diferencias
estaban basadas en el contexto y las circunstancias. Este posicionamiento se observa en su
correspondencia con Gobineau, autor del Essai sur l´inégalité des races humaines, donde
defendía que la mezcla de razas llevaba a la decadencia de la civilización europea. Sin
romper la amistad que les une, Tocqueville no aceptará las pretendidas ideas cientícas de
aquel, ni su dogmatismo fatalista y pesimista.
El capítulo cuarto aborda con objetividad y enorme erudición la piedra de toque de los
reproches a Tocqueville: la colonización de Argelia. Villaverde Rico ubica al lector ante
el contexto en el que se produce el conicto, mostrando la compleja situación de Francia,
una potencia en horas bajas inmersa en una intervención militar de imprevisibles conse-
cuencias. Sumergiéndose en los escritos políticos, discursos, informes, correspondencia y
artículos de prensa de Tocqueville, el libro muestra cómo sus opiniones se ubican dentro de
la corriente mayoritaria, que englobaba a liberales, republicanos o socialistas, empapada del
orgullo nacional francés y que cristaliza en un consenso político a favor de la colonización
de Argelia. El autor de La Democracia en América tiene muy presente la situación de los
indios y los esclavos negros, y en un primer momento conaba en la posibilidad de una fu-
sión de franceses y norteafricanos que respetase la identidad, leyes y costumbres de los au-
tóctonos. Sin embargo, el libro que reseñamos indica que Tocqueville, en esta cuestión tan
espinosa, estaba movido por un eurocentrismo muy frecuente en los círculos progresistas
del siglo XIX; cree que la presencia francesa en Argelia puede servir para civilizar e ilustrar
a los nuevos súbditos de Francia, un colonialismo altruista y benefactor. Pero sus viajes
a esa tierra le hicieron toparse con una realidad bien distinta, con diferencias insalvables
entre ambos pueblos. Citando a Villaverde Rico, “terminó así rindiéndose a la evidencia de
que un pueblo seminómada y tribal nunca se adaptaría a la dominación francesa, de que los
intentos de atraer a los nativos eran inútiles, de que incluso la convivencia entre ellos era