
MATÍAS ILIVITZKY 15
tal forma que podamos verlo y comprenderlo sin parcialidad ni prejuicio (…)
la sola experiencia instaura un contacto demasiado estrecho” (Arendt, 2005a,
p. 45). En este caso puntual de análisis, es de gran utilidad para permitirle a
quien narra lo sucedido “alejarse” metafóricamente de aquellos actores con
los que simpatiza o se identica, de manera que pueda incorporar así más
visiones, incluso aquellas con las que no concuerda o que directamente re-
chaza o reprueba. En consecuencia, no es necesario apelar a un valor como la
“objetividad”, que pretendería ubicarse por sobre los sujetos implicados. Tal
precisión metodológica es contraria a las exhortaciones arendtianas en favor
del establecimiento de un mundo común entre los hombres, es decir, ni por
debajo, ni sobre ellos, a la manera de un dominio despótico o tiránico.
Como se ocupa de recordar al describir la losofía de su director de tesis,
Karl Jaspers, Arendt es contraria al establecimiento automático o infunda
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do de principios suprasubjetivos que contradicen la politicidad humana: “la
razón puede convertirse en un vínculo universal porque ni está enteramen-
te dentro de, ni necesariamente por encima de los hombres, sino (...) entre
ellos (Arendt, 2005b, p. 534). Al ser el discurso de las ciencias sociales uno
razonado, es decir, sustentado en los principios de la racionalidad básica de
la humanidad, no puede pretender, a riesgo de imposibilitar su posterior co
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municación, ubicarse en un idílico topos uranos epistémico vía el recurso a
lo “objetivo”: “Al historiador no le es dado (...) tomar partido por ninguna
de las facciones en el mundo y, a la vez, su punto de mira nunca puede estar
situado fuera del mundo, en tanto también pertenece a él” (Martínez, 1994,
p. 112). De esta manera, es lo imparcial, entendido como aquello que se
compone de cuantiosos puntos de vista, a lo que Arendt dice nalmente que
debe aspirarse al narrar un evento histórico. La imparcialidad, al incorporar
en pleno la autocomprensión de los agentes (Amiel, 2007, p. 15) es, por
ende, la única manera de hacer justicia a la pluralidad (Arendt, 2004, p. 200),
ese rasgo intrínseco de las comunidades humanas que faculta el origen y el
desenvolvimiento de la acción política. Para Amiel (2007), esto conforma
una proposición sofística, debido a que “no hay un punto de vista verdadero,
objetivo, una Idea, ni un proceso, que nos permita elevarnos por encima del
mundo de la apariencia y de las opiniones” (p. 13). No obstante, la presenta
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ción de una “Arendt sosta” no parece hacer justicia a su empeño marcada-
mente plural. Si la calicación de esa escuela losóca presocrática responde
a presentar y raticar, por medio de la retórica, las verdades que el especta-
dor, el interlocutor o quien contrata al maestro desea escuchar (Kitto, 1962,
p. 230-232), la teoría arendtiana dista con mucho de presentar rasgos análo
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