
94 STUDIA POLITICÆ Nº 57 invierno 2022
En este sentido, el guion abierto, exible y las preguntas que movilizaron
el tiempo y el espacio, más allá de la pandemia, me permitieron trascender
sentidos nostálgicos (Dussel et al., 2020), parciales y fragmentarios de la co-
tidianeidad, con el propósito de acercarme a los modos en que estos/as suje-
tos piensan, hacen, sienten y dividen el mundo social que habitan (Bourdieu
et al., 2013). Sin olvidar, claro, que esto sucede en el marco de relaciones
sociales que condicionan y habilitan diversos repertorios de estrategias que
(re)producen su vida en un contexto de crisis sanitaria.
Entiendo la práctica discursiva como una práctica social a partir de la cual las
y los sujetos asignan diversos sentidos a la realidad que habitan (Bourdieu
et al., 2013, Di Leo, 2020). Así, los discursos, en tanto prácticas sociales, se
inscriben en contextos sociales, culturales, económicos y en relaciones de
poder especícas, es decir, se relacionan con los esquemas fundamentales de
la división del mundo social (Martín Criado, 1998). Por ello, al suscribir a la
idea del proceso de entrevista como una relación social, retomo la perspec
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tiva de Bourdieu (2015b), quien señala que no es posible analizarlas sin re-
poner sus condiciones sociales de producción: ¿quién/es habla/n?, ¿a quién/
es se dirige/n?, ¿qué se juega en ese discurso?, ¿qué valor social cree/n que
tiene lo que dice/n?, ¿cómo piensa/n que será receptado su discurso?, ¿qué
lectura hacen de la situación de entrevista?, ¿qué cree/n que es lo decible y lo
no decible en esa instancia? Estos interrogantes me permitieron estar alerta
frente a la “ilusión de transparencia” (Bourdieu et al., 2013) que, en general,
sugieren tales discursos y relatos y, además, practicar un constante ejercicio
de ruptura epistemológica (nunca acabado) que me permitiera tensionar los
prejuicios o prenociones no solo de mis interlocutores, sino también los pro-
pios.
Ahora bien, entrevistar en pandemia se redujo a la posibilidad de vernos so
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lamente a través de las pantallas –salvo en llamadas telefónicas, donde solo
pudimos oírnos–. Encontrarnos a través de estas supercies, sumado a las
imágenes distorsionadas o audios entrecortados por las conexiones a internet
que iban y venían, requirió estar alertas a algunas cuestiones que en la pre-
sencialidad no eran necesarias.
El recorte que produce la pantalla obturó un elemento central para el análisis
sociológico: el cuerpo, los gestos, los movimientos, es decir, la hexis corpo
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ral (Bourdieu, 2015a). Esta situación se constituyó en un límite concreto al
que le opuse algunas estrategias: la central fue armar un registro de campo
(Guber, 2020) en el que anoté el trabajo detrás de escena de cada entrevista;
cada audio o mensaje intercambiado a través de WhatsApp para concertar o