La calle como lugar de
reconocimiento juvenil a las
expulsiones adultocéntricas
*
Klaudio Duarte Quapper
**
Sebastián Escobar González
***
Resumen
El siguiente texto analiza las experiencias de reconocimiento que elaboran
las y los jóvenes de sectores empobrecidos en Chile, a partir de los procesos
de expulsión que experimentan desde instituciones adultocéntricas como la
escuela y la familia. Ubicamos nuestra lectura en las resistencias juveniles,
*
Una primera versión de este artículo fue publicado en inglés en: Duarte, K. y Escobar, S.
“The street as a youth recognition place to adultcentric expulsion” En: Ricardo Campos y
Jordi Nofre (Editors) “Exploring Ibero-American Youth Street Cultures in the 21st century.
Creativity, Resistance and Transgression in the City”. Palgrave Macmillan. Londres. 2021.
Páginas 103-122.
**
Sociólogo y educador popular, académico de la Universidad de Chile; Máster en Juven-
tud y Sociedad por la Universidad de Girona; Doctor en Sociología por la Universidad Au-
tónoma de Barcelona. Coordinador académico del Núcleo de Investigación y Acción en Ju-
ventudes, del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile. Correo electrónico:
claudioduarte@uchile.cl
***
Doctorando en Educación y Sociedad de la Universidad de Lleida y Magíster en Ciencias
Sociales de la Universidad de Chile. Académico de la Facultad de Educación de la Univer-
sidad Finis Terrae e investigador del Núcleo de Investigación y Acción en Juventudes, Uni-
versidad de Chile. Correo de contacto: siescobar@uc.cl
Código de referato: SP.298.LVI/22
http://dx.doi.org/10.22529/sp.2022.56.02
STUDIA POLITICÆ Número 56 otoño 2022 pág. 13–XX
Recibido: 23/03/2022 | Aceptado: 22/04/2022
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
14 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
donde producen, mediante sus distintas agrupaciones, expresiones cultu-
rales de nuevo tipo que van ocupando los espacios públicos, en especial
la calle. Construyen así experiencias transgresoras y creativas a través de
acciones performativas, nuevos tipos de agrupación y formas de organiza-
ción, diferentes modos de ocupación de los espacios, y relaciones críticas
de género antipatriarcales. La metodología utilizada en las investigaciones
de base de este texto fue de tipo cualitativa, y combina técnicas observacio-
nales y conversacionales para la producción de información y el análisis de
contenido como vía para su conceptualización.
Palabras clave: Juventudes Reconocimiento Adultocentrismo Par-
ticipación
Abstract
The following text analyzes the experience of recognition carried out by
male and female youngsters from impoverished sectors in Chile, starting
from the expulsion processes experienced by them from adultcentric insti-
tutions such as school and family. Our reading is set from youth resistances,
based on their own groups, producing new cultural expressions, and using
public spaces, particularly the streets. They build, thus, transgressive, and
creative experiences, through performative actions, new types of groups
and ways of organization, different ways of space occupation and critical,
anti-patriarchal gender relations. A qualitative research methodology was
used for this text-based research, combining both observational and con-
versational techniques for information production, and content analysis for
its conceptualization.
Keywords: Youth – Recognition – Adultcentrism - Participation
Introducción. Estallido social en Chile
E
l 18 de octubre del 2019 se produjo un acontecimiento de importantes
consecuencias en la historia de Chile. El pueblo se volcó a las calles
en protesta contra la desigualdad y el abuso en el país, expresada es-
pecícamente en contra del gobierno del empresario derechista Sebastián
Piñera y de un aumento tarifario del transporte subterráneo, y, desde una
perspectiva global, como una crítica contra el modelo social, político y eco-
nómico imperante. La masividad alcanzada por dicha protesta puso en evi-
dencia la fragilidad de la idea de éxito neoliberal construida en los últimos 40
años durante y después de la dictadura militar de Pinochet, así como permitió
que se explicitaran las fracturas sociales existentes en el país.
Lo que para el presidente Piñera era un “oasis de paz”, más bien quedó ex
-
puesto como un “espejismo social y económico” frente al que la mayoría de
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 15
la población ha expuesto su rabia, como consecuencia de un conjunto de abu-
sos que le afectan en su cotidianidad y en sus proyecciones de vida. Los pi-
lares de la transformación neoliberal impuesta por la dictadura y gestionada
por siete gobiernos civiles en treinta años están demostrando ser incapaces
de asegurar una calidad de vida digna a amplias capas de la población: sis-
tema de pensiones, salud, educación, vivienda, empleo y recursos naturales
–entre otros ámbitos– cuentan con importantes indicadores de precarización
y han sido devastados a partir de su privatización y sometimiento a las lógi-
cas del mercado que los conciben como objetos de consumo. La crítica a este
modelo de sociedad se agudiza cuando quienes ejercen cargos de autoridad y
quienes son propietarios de los medios de producción han sido denunciados
por corrupción y abuso, situaciones que profundizan la amplia desigualdad
existente (PNUD, 2017).
Así, nos interesó observar las luchas por el reconocimiento que elaboran las
y los jóvenes de sectores empobrecidos en Chile a partir de los procesos de
expulsión que experimentan desde instituciones adultocéntricas como la es
-
cuela y la familia. Nos posicionamos desde las resistencias juveniles colecti-
vas, en las que se producen expresiones culturales de nuevo tipo que van ocu-
pando los espacios públicos, en especial la calle. De esta manera, construyen
experiencias transgresoras y creativas: acciones performativas, nuevos tipos
de agrupación y formas de organización, diferentes modos de ocupación de
los espacios y relaciones críticas de género antipatriarcales.
Para este estudio utilizamos metodologías cualitativas que combinan técni
-
cas observacionales y conversacionales para la producción de información.
La primera nos permitió un acercamiento íntimo a las dinámicas juveniles en
sus colectivos y en sus cotidianidades. Esta técnica se complementa con la
segunda –por medio de entrevistas y grupos focales– para la expresión dis-
cursiva de los sentidos que atribuyen a sus modos de organización y protesta
y de las proyecciones que realizan.
El análisis de contenido fue la estrategia que usamos en la conceptualización
de la información para la elaboración de los resultados que a continuación
se presentan.
1. Estallido: demandas, resistencias y luchas por el reconocimiento
Dentro de las transformaciones demandadas está la de una participación sus
-
tantiva y genuina de la población en los asuntos que le importan. Se critica
con agudeza la forma elitista que ha ido tomando la política chilena en los
últimos treinta años, la cual ha llegado a emplear prácticas de exclusión de
16 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
la población y de baja vinculación electoral, casi como a comienzos del siglo
XX, cuando el electorado era solo masculino y letrado. En consecuencia, los
niveles de asistencia a las elecciones de autoridades locales y nacionales han
sido cada vez más bajos. Tan es así que, en la elección de alcaldes del año
2017, solo votó el 34,83 % del padrón electoral (SERVEL, 2020). Esto llevó a
que en el estallido se demandara mayor participación y scalización a la clase
política por las situaciones de corrupción evidenciadas en los últimos años.
Uno de los cambios demandados apunta directamente a la participación ciu
-
dadana, el cual puede vericarse con el proceso de elaboración de una nueva
constitución para el país, considerando que la actual fue impuesta por la dic
-
tadura militar-empresarial de Augusto Pinochet y ha servido de marco conte-
nedor del orden neoliberal que provoca la desigualdad y del modo elitista y
excluyente de hacer política. Resulta relevante que la propuesta que concitó
mayor apoyo ciudadano en las encuestas fue la que propuso que sea una
convención constitucional la que elaborara una nueva carta magna, con alta
participación de personas de la sociedad civil y con mínima o nula presencia
de representantes de partidos políticos tradicionales (Atria et al., 2020). De
esta forma, lo que vemos expresarse en estas dinámicas es la demanda por
el reconocimiento de nuevas formas de hacer política que excedan lo mera
-
mente electoral y valoren los aportes que distintas personas realizan desde
sus especícos campos de acción. En ese sentido, no es solo una cuestión de
cantidad de participantes lo que se discute, sino también las formas y senti
-
dos que dicha activación tiene.
Un cruce perverso que se produce entre el orden neoliberal señalado y esta
restricción de la participación ciudadana se observa en las dinámicas de indi
-
vidualismo y egoísmo social ampliamente instaladas en la cultura chilena de
las últimas cuatro décadas. Ya hacia nes de los noventa, se cuestionaban los
miedos sociales con que la población se acomodaba en este orden: miedo al
sí mismo, miedo a la exclusión y miedo al otro (Lechner, 1998). Este último
se fue congurando en la población desde la dictadura, pero también a partir
de la doctrina de seguridad ciudadana promovida por los gobiernos civiles
posdictadura (Ramos y Guzmán, 2000), que produjo la desarticulación de la
organización de base, la estigmatización contra quienes criticaban a los go-
biernos de turno y el fuerte retraimiento de las y los actores sociales hacia sus
esferas íntimas, despreocupándose de la acción colectiva y de las acciones de
gobierno de sus cotidianidades.
Por ello, la cuestión de lo participativo se vuelve uno de los ejes más relevan
-
tes al observar la coyuntura actual de nuestro país, en especial, lo que reere
a la participación de las y los jóvenes, quienes en este contexto venían siendo
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 17
signados desde el discurso dominante como apáticos –por no asistir a votar
y mostrar baja vinculación a partidos políticos– o como rebeldes/peligrosos,
por utilizar formas no tradicionales de activación política por fuera de la
institucionalidad. Así, uno de los asuntos que tratamos en este texto es, preci
-
samente, cómo estas nuevas formas de acción política juvenil se constituyen
en expresiones de búsqueda de aportes para la construcción de soluciones a
los problemas sociales que experimentan.
Otro de los asuntos que se han instalado en la conversación social en Chile
y en la región latinoamericana durante los últimos dos años hace referencia
a las demandas que las mujeres vienen planteando a través de diversas ex
-
presiones del movimiento feminista. Desde mayo del 2018, se conguraron
movilizaciones que cuestionaron en profundidad el orden patriarcal y capi-
talista de nuestra sociedad y pusieron en debate las violencias estructurales,
institucionales y situacionales que durante siglos han experimentado las mu-
jeres y las diversidades sexuales. Estas movilizaciones han sido lideradas
principalmente por mujeres jóvenes, lo que produjo un cambio generacional
relevante en torno a los modos y sentidos que adquieren hoy las luchas femi-
nistas (Zerán, 2018).
En el marco del estallido social de octubre del 2019, una de sus expresiones
es la protagónica activación de mujeres jóvenes que lideraron las acciones
de evasión y de ocupación de los espacios públicos, así como algunas de
las experiencias de asambleas y cabildos que se han gestado para buscar
la participación ciudadana ya señalada. De igual manera, los contenidos de
sus demandas están siendo incluidos en las exigencias nacionales, así como
la discusión por la paridad de género y la participación de las mujeres en el
proceso constituyente señalado y en la sociedad chilena.
Se suma a lo anterior la revisibilización de las demandas contra las violencias
sexuales patriarcales, que postulan que los cambios en la sociedad chilena
desbordan lo institucional y se instalan en un plano cultural y estructural.
Es así como podemos señalar que, en la base del estallido social de octubre
2019, están presentes los ecos de lo que fue la movilización feminista de
mayo del 2018 (Duarte como se citó en Miranda, 2019; Fries, 2020).
Estos tres ejes de análisis –orden neoliberal en crisis, participación nega
-
da-restringida y violencias sexuales patriarcales– hacen parte de lo que
Honneth (1997; 2011) denomina “mecanismos del menosprecio” en sus
expresiones de exclusión del acceso a derechos, la injuria discriminatoria
y la violencia del maltrato que producen indignidad, que para el autor son
contracaras del “reconocimiento”. Este último “se consolida en relaciones
de conanza (como sujeto de amor y amistad), respeto (como sujeto de dere-
18 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
chos) y la estima de sí (como sujeto de la comunidad)” (Paulín et al., 2018, p.
23-24
1
). La hipótesis de nuestro texto es que las acciones juveniles desatadas
antes y durante el estallido social chileno de octubre de 2019 se sostienen
en la transgresión y la creatividad como expresiones de resistencias en la
búsqueda del reconocimiento, en el despliegue de relaciones generacionales
conictivas en esferas institucionales como escuelas y familias. La calle se
congura, en este marco, como el lugar social alternativo para la materializa
-
ción de dichas resistencias.
En este contexto, cobran relevancia conceptos como resistencia, transgresión
y creatividad. El primero de estos propone un telón de fondo que permite
comprender la creatividad de los distintos grupos juveniles para transgredir
aquello que de manera cultural y simbólica se ha delimitado como lo na
-
tural o permitido. En este sentido, la resistencia emerge como un proceso
de constante creación y transformación, propio de un contexto en donde las
relaciones de poder se conjugan de manera dinámica. Es por eso que Fou-
cault (2002b) declaraba que donde existe poder también hay resistencia. Dar
énfasis a este concepto permite establecer relaciones de análisis entre actores
e instituciones, ya que se desarrollan, en las agrupaciones juveniles, un pen-
samiento crítico y acciones colectivas que cuestionan el poder y, en el caso
chileno, la participación política-social y el orden patriarcal y neoliberal del
funcionamiento social (Giroux, 1986).
Las resistencias que las y los jóvenes han ido construyendo durante largos
períodos de tiempo evidencian la posibilidad de tensionar y fragmentar el
poder disciplinario que instituciones como la familia y la escuela despliegan
para controlar y clasicar a las y los sujetos. Es por ello que también la crea
-
tividad ha sido parte fundamental de los movimientos sociales cuyo objetivo
es subvertir el poder de ciertos actores e instituciones. Especícamente, con-
cebimos la creatividad como expresión de la novedad, que intenta alejarse de
los patrones normativos impuestos como tradiciones naturalizadas y que no
pueden ser modicados.
Lo anterior facilita la emergencia de la transgresión como proceso propio de
los grupos juveniles que han activado la coyuntura en Chile desde el pasado
octubre. Si vamos a la raíz etimológica del concepto, encontraremos que
hace referencia al “ir más allá”, lo que coincide con lo propuesto por Fou
-
cault (1999) al exponer que consiste, justamente, en poner en evidencia los
límites, en mostrarlos de manera explícita y darle importancia al momento
preciso en que estos se tensionan (Duarte, 2012). Es el contexto actual el que
1
Cursivas en el original.
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 19
ha permitido visibilizar las acciones transgresoras de los y las jóvenes, quie-
nes han tensionado el orden de estructuras como la familia y la escuela, gene-
rando prácticas y discursos políticos al margen del orden tradicional, buscan-
do nuevas formas de integración que evidencian a su vez un momento claro
de ruptura en el orden social, donde lo valioso comienza a ser la búsqueda de
un poder social de ciudadanos comunes (Molina y Cifuentes, 2000).
La resistencia y la transgresión han generado una apertura para que las y los
jóvenes se hagan de la palabra y enfrenten los procesos de expulsión que
instituciones como la escuela y la familia han llevado a cabo de manera his
-
tórica bajo lógicas adultocéntricas y patriarcales. Esta apertura ha signicado
que las distintas agrupaciones y colectivos de jóvenes pongan en conicto las
exclusiones y estigmatizaciones que han sufrido, e incorporen en la agenda
pública la validez de sus discursos y prácticas y, sobre todo, la lucha por su
reconocimiento, cuestión que permite fortalecer su identidad individual y
colectiva, dando paso a distintos mecanismos creativos de participación y or-
ganización social que hablan de una forma de sobrevivencia al mundo hostil
en el que han crecido (Castillo, 2002; Duarte 2006).
Esto se ha visibilizado particularmente en la calle, en distintas jornadas de
protesta, marcadas por la transgresión y la creatividad que los sujetos juve
-
niles han instalado en diversos espacios públicos. La calle se ha ido consti-
tuyendo para las y los jóvenes de sectores empobrecidos en un espacio vital
para socializarse, autoformarse y conformar colectividad en pos de darse un
lugar en la sociedad (Chaves, 2010). Por ello, como mostraremos más ade
-
lante, las y los jóvenes, en resistencia a las expulsiones institucionales de
la familia y la escuela, ocupan la calle como lugar prioritario para construir
culturas juveniles trasgresoras a los órdenes neoliberales, adultocéntricos y
patriarcales.
En lo que sigue, evidenciaremos formas concretas de estos procesos de ex
-
pulsión institucional que padecen las y los jóvenes y, más adelante, analiza-
remos algunas experiencias juveniles de resistencias que se despliegan como
luchas por el reconocimiento en el espacio de la calle.
2. Procesos de expulsión desde instituciones adultocéntricas: la escuela
y la familia
En el contexto del capitalismo neoliberal señalado, se conjugan diversos
procesos sociales como consecuencia de su reproducción estructural e ins
-
titucional. Uno de esos procesos, observado desde las realidades juveniles
20 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
en sectores empobrecidos, se vincula con la tensión que acontece como re-
sultado de las fuertes incoherencias entre las promesas sociales circulantes y
las precarias condiciones que las y los jóvenes experimentan para concretar
dichas ofertas (PNUD, 2017). Esta falta de coherencia se constituye en un
dolor social para las personas jóvenes, que lo sufren como una expulsión
institucional.
Dicha expulsión corresponde conceptualmente a una fuerza centrípeta que se
desarrolla a través de procesos que debilitan, para estos jóvenes, las capaci
-
dades de constituirse en sujetos/as. En este texto, hacemos foco analítico en
dos instituciones de reproducción social, en tanto en ellas se conguran, en
el momento juvenil del ciclo de vida, intensos procesos socializadores que
inciden de forma potente en sus experiencias. Por una parte, a través de la in-
capacidad de la escuela y la familia de contener a estudiantes e hijos/as para
acompañarlos solidariamente en sus procesos; por el contrario, les imponen
una fuerte carga de normas y “tareas para el desarrollo” que imposibilitan un
diálogo adecuado y fructífero. Por otra parte, se les niegan las condiciones
y posibilidades de hacerse parte y de tomar parte de los procesos que les
involucran, lo que enfatiza relaciones de orden más bien autoritario que no
les permite participar y crecer en autonomía. De esta forma, dicha expulsión
social de carácter institucional reproduce los procesos de no reconocimiento
y neutraliza las posibilidades de ejercicio de poder en las personas jóvenes, y
las expulsa de su historia presente para ubicarlas en un futuro inexistente –la
escuela y su discurso vocacional/profesional para mañana–, o para situarlas
como dependientes –la familia y su chantaje que mezcla nutrición y afectos–.
Las instituciones escolares se han desplegado desde prácticas hegemónicas
que quedan en evidencia cuando el Estado prescribe y legitima ciertas cate
-
gorías de pensamiento que se aplican en el cotidiano de la vida de las y los
sujetos por medio de, por ejemplo, los planes, programas y distintos docu-
mentos curriculares que se mandatan (Beltrán, 2000). La escuela ha sido ana-
lizada como un lugar en donde existen diversos conictos y contradicciones,
y en el cual se reproducen relaciones sociales de dominio que develan un
nivel macro de la estructura social, junto con la reproducción de relaciones
patriarcales y adultocéntricas (Garnham, 2016). En complemento y en un
nivel de análisis micro del contexto educativo, hay miradas críticas desde la
noción de autoridad o poder que permiten también visibilizar esta problemá-
tica de expulsión. Neut (2019) muestra, a partir de sus discursos, cómo los
estudiantes secundarios perciben el ejercicio de la autoridad pedagógica, que
describen como excesivamente asimétrico. Así, concebimos a las comunida-
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 21
des educativas como instituciones con valores que no han sido modicados
para contener y desarrollar las distintas posibilidades que el mundo globali
-
zado y neoliberal ha ofrecido a los y las jóvenes.
En este contexto, se producen diversas tensiones entre las culturas juveniles
y la cultura escolar (Urresti, 1999; Tenti, 2000), como expresión de una cri
-
sis de sentido para la escuela, con grandes distancias entre lo que la cultura
escolar dictamina y espera, y aquello que los y las jóvenes construyen fuera
del espacio escolar con sus semejantes o en relación con personas adultas.
Al producirse esta sura, no está la posibilidad de generar espacios de par
-
ticipación fructíferos en función de las propias experiencias juveniles que
los y las estudiantes poseen (Núñez y Litichever, 2016). Dicha sura es la
que percibimos como productora de la expulsión de las y los jóvenes en su
cotidianidad educativa, en tanto se les niegan las condiciones para asumirse
como actores relevantes en su proceso educativo y, más bien, se les minimiza
a construirse como receptores pasivos de dicho proceso.
En las familias, en tanto, se establecen relaciones de dependencia de diverso
tipo. Su estructura de roles impone unas asimetrías en las que las personas
adultas, en tanto mayores, cuentan con la aceptación social para decidir e im
-
poner decisiones a las personas consideradas menores. Por una parte, porque
proveen y protegen, lo que les habilita para establecer relaciones de chantaje
afectivo al cual niños, niñas y jóvenes –y también adultos/as mayores– deben
subordinarse; y, por otra parte, porque se naturaliza que este orden es la base
de la sociedad, y que, además, se trata de un orden inmodicable (Duarte,
2018).
Proveer y proteger, dos tareas asignadas al grupo familiar en el capitalismo,
han sido signicadas como el deber mínimo que padres y madres tienen que
cumplir, aunque ese mismo sistema capitalista niegue o diculte las condi
-
ciones para ello, en especial a los sectores más precarizados de nuestras so-
ciedades (Jelin, 2010). Proveer y proteger, que etimológicamente se corres-
ponde con la idea del pater –padre–: que nutre y cuida (Meillasoux, 1982),
no parecen cuestionables en sí mismas como acciones de cuidado hacia otras
personas. Sin embargo, en un contexto adultocéntrico, dichas acciones son
concebidas como la base que fundamenta la dependencia de las personas me-
nores en edad o minorizadas socialmente –por ejemplo, las personas adultas
mayores–.
Esta dependencia se expresa, principalmente, en que las personas mayores
pueden decidir y controlar las vidas –las aspiraciones– de quienes son sus
22 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
hijas, hijos u otros roles minorizados, a partir de imponerles sus expectativas
de lo que deben ser en la vida. Esta dependencia cuenta con alta legitimidad
al interior de la familia, y es construida y consolidada también con discursos
desde fuera de ella: de la institución escolar, de las políticas públicas, de la
legislación, de los medios de comunicación, de las religiones, entre otras.
Para llevarla adelante, se construyen un conjunto de discursos que se colman
de “deber ser” y valoraciones morales para sostener este orden impuesto.
Un asunto que reportan investigaciones con jóvenes es el fenómeno que
acompaña la pubertad y la búsqueda de referencias en semejantes fuera del
espacio familiar, y ya no tanto en personas de la familia de origen, lo que
constituye un proceso de conicto y tensión. Esto es provocado por la fuer
-
te inconsistencia que perciben entre este discurso del deber ser social y su
moralidad fundadora, y lo que la experiencia concreta va evidenciando en
las personas adultas que no cumplen esos preceptos que ellas mismas pre
-
gonan (Chaves, 2010; Villarroel, 2019). Esta inconsistencia entre el decir y
el hacer, que se visualiza en padres, madres, docentes, autoridades políticas,
entre otras personas adultas, hace que el espacio de la calle y la amistad sea
mucho más atractivo que el espacio doméstico de la propia familia. De esta
forma, concebimos dicha inconsistencia como parte de la fuerza centrípeta
que expulsa jóvenes a la calle.
Junto a lo anterior, en los sectores empobrecidos, esta expulsión se refuer
-
za con un condicionante de orden estructural. Los espacios domésticos no
permiten a las y los jóvenes contar con unos mínimos de habitabilidad para
desplegar sus deseos de forma óptima: descanso, escuchar música, intimidad
sexual, recibir amistades, entre otros. Por ello, salir a la calle termina sien-
do la forma que utilizan para resolver esta carencia de habitabilidad digna
(Duarte, 2000). Esto lo observamos en especial en los varones, que en sec-
tores empobrecidos aún cuentan con el privilegio masculino de ausentarse
de lo doméstico, a diferencia de las mujeres, que siguen en gran medida
recluidas en ese ámbito.
Esta salida a la calle la concebimos como otra consecuencia de la expulsión
social que experimentan las y los jóvenes. Por ello, el argumento del instinto
gregario para explicar la grupalidad juvenil y las culturas juveniles en la calle
nos parece que naturaliza una práctica social que está más bien condicionada
por las búsquedas de semejanzas con otros y otras –amistad, apoyo, deseos
comunes, búsquedas colectivas, etc.– y el alejamiento de un espacio familiar
doméstico que empieza a estorbar: no poseen espacios en sus casas y no exis
-
ten condiciones ambientales-afectivas para permanecer en ellas, por lo que la
calle es su principal espacio de socialización (Duarte, 2000; Reguillo, 2003).
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 23
Las distintas expresiones en la calle, como respuesta al menosprecio que evi-
dencian los mecanismos de expulsión antes analizados, lo concebimos como
prácticas de reconocimiento que las y los jóvenes producen por la vía de la
trasgresión y la creatividad. Ambas, como antes dijimos, condensan las re-
sistencias juveniles al contexto neoliberal, adultocéntrico y patriarcal. Sobre
lo que ocurre en la calle profundizaremos a continuación.
3. Transgresión y creatividad juvenil en la calle
Tal como ya adelantamos, concebimos la transgresión como ir más allá de los
límites y normas que intentan imponer ciertos órdenes sociales, asumiendo la
creatividad como las expresividades que permiten ese desplazamiento de
-
mites, instalando la novedad como fórmula de acción que, además, puede ser
considerada como un aporte propiamente generacional que resiste a la expul-
sión social en la escuela y en la familia, en el marco de las luchas juveniles
por el reconocimiento. A efectos de este texto y a partir de lo observado en el
contexto de movilización chileno, hemos categorizado cuatro transgresiones:
la que se produce en la participación política por la vía de la performatividad,
la referida a nuevas formas de agrupación, la que surge desde la ocupación
de espacios públicos y las que consideran los cuestionamientos al orden pa-
triarcal y adultocéntrico.
a. Participación política vía performatividad
Una primera trasgresión que convoca a jóvenes a reunirse y a ocupar la calle
ha sido la performance, como una emergencia contingente y de acontecer
corporizado en un contexto histórico-cultural y con un posicionamiento en
el espacio público (Figueroa-Grenett, 2018). Este incorporar lo signicamos
analíticamente como “pasar por el cuerpo”, “poner el cuerpo en la lucha”,
lo cual lleva a que lo performático posea un necesario cuestionamiento a la
normatividad patriarcal y adultocéntrica, entendido como:
La repetida puesta en acto de normas sociales en –y a través de– la vida
del cuerpo, haciendo hincapié en las normas genéricas que producen a los
sujetos que pueden, bajo ciertas condiciones, encontrar maneras de resistir
o resignicar esas normas. (Sabsay, 2011, p. 13)
Esta performatividad se constituye así en una toma de posición, de vincula-
ción con el acontecer de su sociedad, que se radicaliza buscando disputar los
sentidos vinculados al dominio.
24 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
Se trata de un tipo de participación político-social que hace que el cuerpo se
considere como un insumo principal al momento de expresar algún tipo de
sentimiento cuestionador del orden. Un ejemplo del estallido social ocurrido
en Chile desde octubre 2019, como una crítica radical al orden patriarcal, es
lo contenido en la creación del Colectivo Lastesis
2
y su performance “Un
violador en tu camino”. En ella, el cuerpo pasa a ser un lugar y medio para
expresar subjetividades, visibilizando demandas, tensiones y dinámicas que
las mujeres jóvenes sufren en el cotidiano de las dinámicas de género (Figue-
roa-Grenett, 2018). Esto se repite en el caso de jóvenes raperos, disidencias
sexuales, punks u otras grupalidades juveniles que utilizan la performance, la
ocupación de la calle y el espacio público para manifestar, con otros modos
creativos, su descontento. Otro ejemplo, de carácter mixto en términos de
género, es el aporte del Colectivo Salvaje Capucha
3
y la banda Arauco Rock
4
,
que han sintetizado sus aportes originales para construir una performance
crítica a la desigualdad en el país y contra la represión policial.
Aquí emerge una tensión, dado que, desde la perspectiva adultocéntrica, los
cuerpos de jóvenes, niñas y niños han de ser controlados por las personas
adultas, ya sea en el contexto familiar, educacional o comunitario (Duarte,
2018). La escuela ha sido cuestionada en su despliegue de control, que supo
-
ne el manejo no solo de mentes y voluntades, sino también de sus respectivos
cuerpos (Foucault, 2002a). Esto se complementa con la obsesión del mundo
adulto con el hecho de que las y los jóvenes tengan un proyecto de vida que
se traslade también a que tengan un proyecto corporal homogéneo, donde
existen ciertos límites que no deben ser transgredidos (Unás y Cortez, 2019).
Así, las performances juveniles ponen en juego la disputa por el aparecer
corporal, por “cómo quiero ser visto” y por “cómo quiero que me conside
-
ren” las demás personas. Se ponen los cuerpos en estas performances: torsos
desnudos de mujeres que desafían la norma patriarcal, travestismo que ex-
plicitan la no aceptación de los límites binarios de las identidades sexuales,
rostros vendados para reiterar el repudio a la violación como acción cotidiana
abierta y sutil en contextos machistas y adultistas. Y esta expresividad se
2
Colectivo interdisciplinario de mujeres que emerge en Valparaíso, Chile, y que tiene como
objetivo llevar a cabo actos performáticos en los que ponen en juego distintos elementos de
la teoría feminista. https://www.instagram.com/lastesis/?hl=es-la
3
Capucha: elemento de tela que se usa para cubrir el rostro en las protestas.
4
Ver https://www.eldesconcierto.cl/babel/entrevistas/salvaje-capucha-nuestra-performan-
ce-es-como-una-catarsis-de-descarga-colectiva-con-la-gente-saltando-gritando-y-pifean-
do-a-los-pacos/
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 25
lleva a la calle, se saca de lo íntimo para mostrar y romper el silencio y el
encubrimiento, para incomodar el orden impuesto. Mayormente son mujeres
quienes han abierto estas expresividades, porque han sido ellas quienes más
han sufrido el desprecio que se ha instalado en sus cuerpos.
b. Formas de organización en grupalidades juveniles
Esta transgresión ha quedado de maniesto en investigaciones en que jóvenes
estudiantes problematizan y tensionan las maneras en las que se distribuye el
poder y se establecen relaciones de asimetría o simetría con sus semejantes al
interior de sus colectivos y demás formas de agrupación (Hernández, 2019;
Escobar, 2019).
Resulta interesante que, en las experiencias juveniles de organización y parti
-
cipación, el ejercicio de poder sea clave para cambiar su concepción de statu
quo que se reeja en la autoridad y que tiene como nalidad mantener un
orden social asimétrico (Arias y Soto, 2017). En este sentido, la expulsión de
los jóvenes desde los espacios de poder tradicional como la escuela y la fa-
milia los lleva a crear formas de socialización entre semejantes, en las que el
ejercicio de poder tiende a distribuirse de manera horizontal y con un vínculo
evidentemente comunitario (Westendarp, 2016), lo que deja en evidencia así
la sura con las formas de decidir y los liderazgos.
Mira, lo que pasa es que no hay jerarquía, lo que pasa que todas las decisio-
nes las tomamos en conjunto. (Joven estudiante varón, colectivo educación
no sexista)
Siempre hay una toma de decisiones, cachái, si hablamos de líderes un
día este hueón, otro día este otro hueón, y otro día yo, siempre es distinto.
(Joven estudiante secundario varón, colectivo rapero)
De esta forma, se intenta construir formas alternativas de ejercicio de poder
en una orgánica que tiende a la horizontalidad por la vía de las asambleas,
de los liderazgos rotativos y colectivizados, por las vocerías más que las
dirigencias.
En nuestro análisis, lo concebimos como apuestas juveniles epocales que les
permiten distinguirse de ciertas experiencias pretéritas y abrir nuevas formas
creativas de agrupación y acción política. Estas experiencias se distancian y
tensionan con sus experiencias previas y actuales en sus familias y escuelas,
toda vez que en ambas instituciones la verticalidad y restricción de poder
para participar y decidir es característica naturalizada. De igual manera, lo
26 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
concebimos como una tendencia, como un aprendizaje que requiere todavía
más experiencia y más reexión autoproducida desde las y los propios
-
venes para valorar lo realizado y otorgarle contenidos que transgreden las
formas adultocéntricas y patriarcales de imponer ideas y procesos y de no
considerarlos actores en tiempo presente. En esta tendencia, un aporte que
se está desplegando desde las dinámicas juveniles reere a retomar antiguas
prácticas políticas y llenarlas de creatividad actualizándolas por medio de
una impronta generacional. Ejemplo de ello son “las vocerías”, como forma
de reelaborar la idea vertical y unipersonal del liderazgo, las cuales abren la
posibilidad de que emerjan los liderazgos como acción colectiva y la voz del
grupo como responsabilidad compartida. En la calle, la palabra circula y se
valora a contracorriente del verticalismo escolar y familiar, y la red se teje
hacia la horizontalidad. Insistimos que esta apreciación es a una tendencia en
la que restan más esfuerzos autoreexivos por parte de las y los jóvenes que
les permitan seguir ganando legitimidad en su accionar.
c. Ocupación de espacios públicos
En esta transgresión, pareciera ser que el poder del dominio adulto se con
-
fronta, para dar paso a la propia organización que las y los jóvenes reali-
zan. En este sentido, observamos que el hecho de reunirse en cierto espacio
público con semejantes brinda una sensación de empoderamiento (Pérez,
2018). Esto no resulta azaroso si además tenemos en cuenta que la disputa
por el cuerpo y el acto performático antes mencionado se lleva a cabo en
instancias donde los y las jóvenes irrumpen en espacios públicos tensio-
nando los límites institucionales que imponen la escuela y lo doméstico
familiar. En la primera, como ya señalamos, se predenen por fuera de los
intereses propiamente juveniles los mecanismos de disciplinamiento que se
instalan en sus cuerpos; y en lo doméstico familiar, tanto en las dinámicas
relacionales como en las condiciones de habitabilidad se reducen las con-
diciones de despliegue de las y los jóvenes. Por ello, su principal espacio
público es la calle, en tanto en ella pueden desplegarse sin las ataduras y
restricciones mencionadas.
Así, la calle se transforma en un lugar donde se ejercen relaciones de po
-
der, situaciones de conicto, conuencia y comunicación, entre otras, en “un
campo en donde la experiencia humana es la esencia de la constitución de
lo público” (Guzmán et al., 2017, p. 74). Las y los jóvenes se apropian de
distintos espacios públicos para aparecer como cuerpos politizados y con
capacidad de socialización, organización y poder.
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 27
Nosotros nos organizamos por WhatsApp para juntarnos en la plaza o en
el GAM
5
, ahí tenemos nuestras reuniones y organizamos las actividades o
performances que queremos hacer. (Joven estudiante mujer, colectivo de
educación no sexista)
En cualquier lado [nos juntamos], una plaza, en el forestal
6
o una cancha
pa rapear y que nadie nos moleste. (Joven estudiante varón, colectivo ra-
pero)
Lo anterior cobra absoluta relevancia, dado que permite establecer ciertas
relaciones, por ejemplo, entre el cuerpo como dispositivo y la ocupación del
propio espacio público. Esto, se operacionaliza al tener en cuenta que aque-
llos cuerpos politizados se congregan en la calle, como por ejemplo puede
ser una plaza. Es allí donde la calle y el cuerpo emergen como el medio para
reclamar por condiciones económicas, sociales o políticas que constituyen el
horizonte de una vida más digna. Con esto, la calle se convierte en un facili
-
tador de la transgresión y permite establecer formas de solidaridad social que
se expresan con alegría o tristeza (Butler, 2017).
En un contexto patriarcal, la calle es el lugar primordial para la demostra
-
ción de las masculinidades, es el sitio de la conquista, de la imposición de la
fuerza. En uno de transgresión, las actuales expresividades juveniles tienden
a reconstruir ese espacio dotándolo de una apertura que posibilite a todas y
todos hacerse parte en ella y apropiársela para el despliegue de sus manifes-
taciones. Esta apertura es conictiva, porque los privilegios de las masculini-
dades dominantes no ceden necesariamente su poder y lo que consideran su
lugar “natural”. Por ello, la ocupación del espacio público es, en los mundos
juveniles y en el contexto del estallido social chileno, una disputa también
intrageneracional en que las mujeres fuerzan el corrimiento de los límites del
sexismo.
Lo que observamos en las dinámicas juveniles es que se establece una conti
-
nuidad entre lo doméstico familiar y escolar –lo institucional– con lo público
de la calle –lo parainstitucional–, que convergen en acciones de transforma-
ción antipatriarcal y antiadultocéntricas.
5
Centro Cultural Gabriela Mistral es un lugar donde se llevan a cabo distintas actividades
artísticas, posee bibliotecas y es un espacio de libre tránsito que usualmente ha sido utiliza-
do por jóvenes para reunirse y realizar actividades.
6
Parque central de la capital.
28 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
d. Tensionar las discriminaciones de género y el adultocéntricas
Una cuarta transgresión, que se sigue de lo anterior, tiene que ver con el
énfasis que han puesto jóvenes estudiantes en las últimas movilizaciones
(2018-2019), ya sean de enseñanza media o de educación superior, al pole
-
mizar contra los órdenes de género y de generación en sus planteamientos
(Escobar, 2018).
El ambiente político y cultural que produjeron las movilizaciones feministas
juveniles en el año 2018 en Chile abrió profundos cuestionamientos a las
violencias de género invisibilizadas y naturalizadas durante siglos en nuestra
historia. A partir de ahí, este contenido ha estado presente de forma recu
-
rrente y hace que las luchas juveniles adquieran una impronta epocal muy
relevante, ya que están insistiendo en la urgencia de incorporar las demandas
feministas, de las diversidades sexuales, de varones antipatriarcales y otras
expresiones en sus luchas.
Es que ya no aceptamos que se promuevan luchas sin la consigna feminista.
El cambio será feminista o no será. (Mujer, Colectivo Feminista)
Si los varones aprendemos de estas movidas de las mujeres, eso nos ayuda-
a enfrentar nuestro machismo, sexismo y ser mejores personas. (Varón,
colectivo de hombres antipatriarcales)
De esta forma, las críticas al patriarcado y a sus violencias machistas, sexista,
sexofóbicas y a la heteronorma se constituyeron, en parte, desde los planteos
de los grupos juveniles en las movilizaciones recientes. No sin polémicas,
porque, como ya planteamos, los mecanismos que los jóvenes varones tienen
incorporados y que están normalizados en el interior de sus agrupaciones
son difíciles de enfrentar. En ese sentido, se han observado obstáculos au-
toproducidos en las experiencias juveniles, que buscan mantener privilegios
masculinos y sostener como imposible de modicar los patrones de discri-
minación patriarcal.
Sin embargo, las generaciones jóvenes, en especial las mujeres jóvenes, han
insistido con frutos. Durante el estallido del 2019, aproximadamente en la
cuarta semana de movilizaciones, el Colectivo Lastesis, que ya hemos men
-
cionado, a través de su performance “Un violador en tu camino”, tensionó el
debate nacional para que se incluyeran con fuerza los contenidos de género y
demandas feministas en la lucha antineoliberal. Esta propuesta, que leemos
como trasgresión al copamiento machista patriarcal que tenía hasta ese mo-
mento la movilización, lo observamos como una muestra de la lucha por la
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 29
modicación de lo discriminatorio que la misma activación social reproduce.
Esa transgresión dio muestra de creatividad a través del canto y la expresión
corporal masiva, para transmitir un discurso político crítico de profundidad.
De forma complementaria, a diferencia de las anteriores, las actuales genera
-
ciones dan cuenta de la existencia de la matriz adultocéntrica, que identican
como un mecanismo de dominio donde son construidos como minoridad y,
por ende, con menos posibilidades de ejercer poder (Duarte, 2015). Con esto,
las y los jóvenes, en sus espacios de acción política con sus semejantes, han
comenzado a socializar y articular asertivamente ideas en las que reexio
-
nan sobre las formas de dominación que el mundo adulto –con instituciones
como la familia y la escuela– ejercen hacia ellos y ellas, de manera ilegítima
y naturalizada.
Otra cosa que yo he notado es que los adultos están superdesinformados en
el sentido de que lo mismo del adultocentrismo, piensan que se las saben
todas y no te dejan opinar y te dicen “no pos si tú eres chico, no me vas a
venir a enseñar”... Es denigrante, como que te invalidan, te censuran y se
desinforman porque están como cerrados en su mundo, como son indivi-
dualistas su preocupación es la pega, la casa, la plata. (Joven estudiante
mujer)
Nosotros, como colectivo, estamos por abortar el adultocentrismo, que es
una manera de discriminar a otros solo por ser más chicos o tener menos
edad. (Joven estudiante mujer)
Así, la expulsión de las y los jóvenes desde instituciones adultocéntricas
como la escuela o la familia les ha llevado a movilizarse hacia la calle para
encontrarse con semejantes y elaborar sus propios procesos de socialización,
los cuales están permeados por procesos de politización y donde, además,
queda en evidencia la organización que deviene en una lucha por el reconoci-
miento (Paulín et al., 2018) en que logran cruzar propuestas antipatriarcales
con propuestas antiadultocéntricas.
Reexiones nales
En este texto, hemos analizado experiencias juveniles de expulsión adulto
-
céntrica en instituciones como la escuela y la familia, considerando sus ac-
ciones de resistencia, creatividad y transgresión. Esta capacidad de agencia
de las y los jóvenes se ha volcado a la calle de una manera consistente, a tra-
vés de jornadas de protesta y activaciones de corte performático, develándola
30 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
como un lugar no institucional, propio de las formas de hacer política desde
las juventudes. Esto cobra relevancia, dado que la calle es posicionada y re
-
congurada como un espacio de resistencia a la rigidez y discriminación/nor-
malización que la escuela y la familia proyectan e imponen, permitiendo que
estas acciones que impactan a jóvenes salgan de la esfera privada/doméstica
y se tomen la esfera pública mediante distintas demandas y conictos. Con
esto, aquella idea enquistada culturalmente que posiciona a la calle como un
lugar negativo, de causas y personas perdidas, tiende a quebrarse para vol
-
verse un lugar de posibilidades para una vida más digna y justa.
Además, la resistencia a la expulsión adultocéntrica institucional contra las y
los jóvenes ha permitido develar también mecanismos transgresores y creati
-
vos, los cuales se han transformado en modos de buscar reconocimiento, por
medio del respeto, aceptación, autoestima y compañerismo. Esto último no
resulta azaroso si tenemos en cuenta que estos elementos son fundamentales
para hacer frente y resistir a las formas de exclusión que llevan a cabo tanto
la familia como la escuela.
Así, lo que emerge es una búsqueda por el reconocimiento que transita entre
el plano institucional y estructural. Respecto de lo primero, lo que se des
-
pliega es el rompimiento de la rigidez adultocéntrica y patriarcal, tanto de
la familia como de la escuela, promoviendo espacios como la calle para ese
autoreconocimiento. En lo que respecta al plano estructural, lo que hemos
observado es que las experiencias y discursos juveniles nos permiten ver el
desafío de transformar los modos en que se desarrolla la sociedad chilena
actual, cuestionando formas y espacios en los que esta opera. Ante las pre-
guntas críticas que se levantan producto del estallido social de octubre 2019,
emerge el reto de considerar, en la conguración de procesos de cambio, los
aportes que estas activaciones juveniles están haciendo, de manera que ellas
pasen de ser formas de resistencia a guías culturales para nuevas formas de
sociabilidad.
Finalmente, creemos importante que la investigación sobre experiencias
adultocéntricas, patriarcales o de otros modos de exclusión y violencia de
-
ben permitir repensar y reelaborar las miradas que se tienen sobre las rela-
ciones sociales en espacios parainstitucionales como la calle, aprovechando
las novedosas conguraciones generacionales para formar nuevas relaciones
sociales que permitan el reconocimiento por parte de distintos actores, donde
la violencia simbólica y el verticalismo puedan superarse por nuevas formas
de organización, comunicación y relación.
KLAUDIO DUARTE QUAPPER Y SEBASTIÁN ESCOBAR GONZÁLEZ 31
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