
22 STUDIA POLITICÆ Nº 56 otoño 2022
hijas, hijos u otros roles minorizados, a partir de imponerles sus expectativas
de lo que deben ser en la vida. Esta dependencia cuenta con alta legitimidad
al interior de la familia, y es construida y consolidada también con discursos
desde fuera de ella: de la institución escolar, de las políticas públicas, de la
legislación, de los medios de comunicación, de las religiones, entre otras.
Para llevarla adelante, se construyen un conjunto de discursos que se colman
de “deber ser” y valoraciones morales para sostener este orden impuesto.
Un asunto que reportan investigaciones con jóvenes es el fenómeno que
acompaña la pubertad y la búsqueda de referencias en semejantes fuera del
espacio familiar, y ya no tanto en personas de la familia de origen, lo que
constituye un proceso de conicto y tensión. Esto es provocado por la fuer
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te inconsistencia que perciben entre este discurso del deber ser social y su
moralidad fundadora, y lo que la experiencia concreta va evidenciando en
las personas adultas que no cumplen esos preceptos que ellas mismas pre
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gonan (Chaves, 2010; Villarroel, 2019). Esta inconsistencia entre el decir y
el hacer, que se visualiza en padres, madres, docentes, autoridades políticas,
entre otras personas adultas, hace que el espacio de la calle y la amistad sea
mucho más atractivo que el espacio doméstico de la propia familia. De esta
forma, concebimos dicha inconsistencia como parte de la fuerza centrípeta
que expulsa jóvenes a la calle.
Junto a lo anterior, en los sectores empobrecidos, esta expulsión se refuer
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za con un condicionante de orden estructural. Los espacios domésticos no
permiten a las y los jóvenes contar con unos mínimos de habitabilidad para
desplegar sus deseos de forma óptima: descanso, escuchar música, intimidad
sexual, recibir amistades, entre otros. Por ello, salir a la calle termina sien-
do la forma que utilizan para resolver esta carencia de habitabilidad digna
(Duarte, 2000). Esto lo observamos en especial en los varones, que en sec-
tores empobrecidos aún cuentan con el privilegio masculino de ausentarse
de lo doméstico, a diferencia de las mujeres, que siguen en gran medida
recluidas en ese ámbito.
Esta salida a la calle la concebimos como otra consecuencia de la expulsión
social que experimentan las y los jóvenes. Por ello, el argumento del instinto
gregario para explicar la grupalidad juvenil y las culturas juveniles en la calle
nos parece que naturaliza una práctica social que está más bien condicionada
por las búsquedas de semejanzas con otros y otras –amistad, apoyo, deseos
comunes, búsquedas colectivas, etc.– y el alejamiento de un espacio familiar
doméstico que empieza a estorbar: no poseen espacios en sus casas y no exis
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ten condiciones ambientales-afectivas para permanecer en ellas, por lo que la
calle es su principal espacio de socialización (Duarte, 2000; Reguillo, 2003).