47 - otoño 2019
68 STUDIA POLITICÆ
cional, unida a las diversas crisis que han asolado a España, dieron un
vuelco al mercado de trabajo. En este contexto, los distintos gobiernos
que ha tenido España han seguido una tónica de reformas laborales, cuyo
objetivo principal ha sido mitigar el desempleo. Sin embargo, para lograr
este objetivo, los gobiernos han optado por flexibilizar el mercado y dar
lugar a un mercado segmentado por la temporalidad laboral, la malas con-
diciones laborales y la pérdida de derechos sociales, que se han ido agra-
vando conforme se ha mundializado más la economía, hasta llegar al pun-
to en el que nos encontramos en la actualidad que es, posiblemente, el
peor momento de la historia del trabajo en España. Frente a la estabilidad
y seguridad laboral, características de los años setenta y ochenta, nos en-
contramos en la actualidad con que la norma es la precariedad laboral y el
desempleo masificado, a lo que se unen mayores exigencias en el merca-
do laboral y la necesidad de formación educativa, debido a la competitivi-
dad internacional. Además, hay que señalar que la educación, respecto al
trabajo, encierra una paradoja pues, como señala Ulrich Beck:
“Por una parte, los títulos educativos son cada vez menos suficientes para
garantizar la existencia profesional, y por tanto son desvalorizados. Por
otra parte, esos mismos títulos se vuelven más necesarios para poder par-
ticipar en la lucha por los escasos puestos de trabajo, y por tanto son re-
valorizados” (Beck, 2010: 127).
Por otro lado, es importante señalar que los efectos perversos de estas
transformaciones no han tenido el mismo impacto para todos los indivi-
duos: los jóvenes (sin experiencia), las personas mayores de cuarenta y
cinco años (que ya no están “capacitadas”) y las mujeres, son los más per-
judicados, a las que se añaden, en menor medida, las personas sin estudios.
Todo esto se relaciona con el declive sindical. En otro tiempo los sindica-
tos hacían de puente para conseguir mayores derechos laborales o para
frenar su pérdida, sin embargo, hoy en día, esto no es así. Los sindicatos
ya no cuentan con el apoyo de los trabajadores, quizá porque se han que-
dado obsoletos en un sistema postindustrial, quizá porque se han apoltro-
nado en sus puestos (esta es la opción con la que más comulgan los entre-
vistados). En cualquier caso, los sindicatos deberían adaptarse a las
nuevas formas del trabajo, pero sin que esto suponga un declive en la ne-
gociación colectiva (Supiot, 1999) o intentar renovarse para llegar a sec-
tores más amplios de la sociedad.
Por último, hay que señalar que, si bien el mundo del trabajo ha sufrido
grandes transformaciones, hay una cosa que no ha cambiado, o que ha