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Mariano Bartolomé
*
Concepción Anguita Olmedo
**
Resumen
La cuestión de la destrucción parcial o total de bienes culturales en el
marco de conflictos armados goza de absoluta actualidad en el escenario
internacional contemporáneo. Esa vigencia se encuentra directamente
vinculada con la evolución de los recientes conflictos armados registra-
dos en Irak y Siria, en cuyo marco se asistió a numerosas y graves van-
dalizaciones de ese tipo de objetos; resaltan, en este caso, los daños in-
La destrucción de bienes culturales
en el marco de conflictos armados
en la agenda de la Seguridad
Internacional contemporánea
* Profesor e investigador en la Universidad del Salvador, Universidad Austral y Univer-
sidad Nacional de La Plata.
** Profesora de Relaciones Internacionales, Facultad de CC. Políticas y Sociología
(UCM). Investigadora del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI).
Código de Referato: SP.250.XLVI/18
http://dx.doi.org/10.22529/sp.2018.46.02
STUDIA POLITICÆ Número 46 primavera-verano 2018/2019 – pág. 35-67
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales,
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
46 primavera/verano 2018--2019
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STUDIA POLITICÆ
tencionados perpetrados por la organización extremista de raíz religiosa
Estado Islámico, en base a móviles culturales o económicos.
Es necesario un alto grado de cooperación internacional para impedir no
sólo la destrucción y saqueo de bienes culturales en el marco de los con-
flictos armados, sino también su comercialización, pues los beneficios
obtenidos se destinan directamente a la financiación del terrorismo. En la
actualidad, diversos lugares históricos han sido objeto del terrorismo ex-
tremista y tienen como elemento catalizador la destrucción del legado
cultural del enemigo.
A partir de una investigación documental basada en fuentes secunda-
rias e instrumentos jurídicos, el presente trabajo persigue como obje-
tivo fundamental contribuir a un mayor conocimiento y comprensión
de esta materia, mejorando así el Estado del Arte
1
del objeto de estu-
dio. A ese efecto, se revisará la evolución de la cuestión a lo largo del
tiempo, hasta fines del siglo pasado, mencionando los principales
avances reglamentarios, los episodios de este tipo más relevantes
acontecidos desde esos momentos hasta el presente, poniendo el én-
fasis en los acontecimientos recientes ocurridos en Irak y Siria, así
como las repercusiones más importantes producidas por estos dos ca-
sos en las instituciones internacionales. Por último, se consignan una
serie de conclusiones.
Palabras clave: Bienes Culturales – Conflictos Armados – Crímenes de
Guerra – Patrimonio Cultural – UNESCO
Abstract
In current international political system, partial or total destruction of
cultural goods, in the context of armed conflicts, shows high importance
and priority. These importance is directly linked with the evolution of
armed conflicts in Iraq and Syria, countries where a lot of serious attacks
to cultural goods was made in recent years. In this context jump in sight
the damages produced by Islamic State (Daesh), with cultural or
economics reasons.
This outlook demands high cooperation in the international system, to
stop the damage and destruction of cultural goods, and its illegal trade,
because revenues help to finance terrorism. In recent times, various
historical places were targets of extremist terrorism, which seeks to
destroy cultural legacies of its foes.
1
Entendemos aquí que el Estado del Arte refiere a los avances más importantes que se
han logrado con respecto al conocimiento de un tema. In extenso, permite trascender el
conocimiento acumulado sobre un objeto de estudio específico, posibilitando la genera-
ción de nuevos conocimientos y comprensiones. Y lo hace a partir de la revisión, análi-
sis crítico e interpretación de la información existente (K
ORNBLIT, 2007).
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MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
The main goal of our article is to contribute to a better knowledge and
understanding of these matter, improving its State of the Art. We will
check the evolution of the matter along the time, from the end of 19th
century to present times, and the main achievements and international
agreements. Then, we will focus our analysis on Syrian and Iraqi armed
conflicts, and the effects of both cases in international institutions.
Finally, we will point out several conclusions.
Key words: Armed Conflicts – Cultural Goods – Cultural Heritage –
UNESCO – War Crimes
1. Introducción
La destrucción parcial o total de bienes culturales en el marco de conflic-
tos armados registra antecedentes que se remontan hasta la antigüedad,
existiendo evidencias en tal sentido en Egipto y Roma (Torija López,
2015). Un caso emblemático en este sentido fue el de la biblioteca de Ale-
jandría, incendiada en el año 48 AC por orden de Julio César, calculándo-
se que en ese siniestro se perdieron para siempre cerca de cuarenta mil
volúmenes, de valor incalculable.
En la actualidad, pese a los avances registrados en materia de prevención de
esas acciones destructivas durante casi ciento cincuenta años, la cuestión
goza de absoluta vigencia. En buena medida, esto obedece a la adopción de
este modelo de conducta por parte de organizaciones terroristas de raíz reli-
giosa, y a los actos de destrucción de bienes culturales registrados en Siria e
Irak, en el marco de los conflictos armados que sufren esos países.
Sólo a los efectos de dimensionar cualitativa y cuantitativamente la des-
trucción que se registra en esas naciones del Oriente Medio, basta men-
cionar que en Siria tanto el Ministerio de Cultura como la Asociación
para la Protección de la Arqueología han estimado en torno al millar los
monumentos y yacimientos arqueológicos saqueados o dañados como
efecto de la violencia imperante (Moret, 2016; Domínguez, 2017).
El presente artículo tiene como objetivo proporcionar un panorama actua-
lizado de la importancia que registra en la agenda de la Seguridad Interna-
cional contemporánea, la destrucción y/o manipulación de bienes cultura-
les. Empleamos el concepto de agenda según lo hace Galtung (1992), en
relación a cuestiones concretas que deben ser atendidas en forma cotidia-
na por las élites, para la consecución de determinadas metas y horizontes
temporales. O dicho de otro modo, “quién decide, cómo y respecto a qué”
(Attina, 2001: 28). La Seguridad Internacional, en tanto, será entendida
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STUDIA POLITICÆ
como un área específica de las Relaciones Internacionales cuyo objeto de
estudio son las amenazas que pesan sobre los actores del tablero global, y
los efectos que genera esta situación (Bartolomé, 2016).
En el sentido de la Convención de La Haya de 1954 (vide infra), entende-
remos de esa manera a los bienes muebles o inmuebles que tengan una
gran importancia para el patrimonio cultural de los pueblos, los edificios
que los albergan y los centros donde se agrupan un número considerable
de bienes culturales. Conforme prácticas habituales, se utilizarán los con-
ceptos “bien cultural” y “patrimonio cultural” como sinónimos, pese a
que cierta bibliografía específica indica diferencias entre ambos (Frigo,
2004; Urueña Álvarez, 2004).
La estructura general del trabajo se compone de los presentes párrafos in-
troductorios, una fase de desarrollo y finalmente un espacio de conclusio-
nes. Los datos empleados serán de tipo cualitativo y los niveles de análisis
alternarán los planos descriptivo y explicativo. La fase de desarrollo se
compone de cinco partes diferenciadas. Inicialmente (i) se efectuará una
breve referencia a la evolución de la protección de los bienes culturales
en el marco de conflictos armados y su relevancia para la comunidad in-
ternacional, desde las postrimerías del siglo XIX hasta fines de la siguien-
te centuria; tomando en cuenta ese mismo lapso, luego (ii) se menciona-
rán los principales instrumentos jurídicos generados por las instituciones
internacionales; posteriormente (iii) se hará mención a los episodios de
este tipo más relevantes acontecidos desde inicios del presente siglo hasta
la eclosión de los últimos conflictos armados en Irak y Siria, que precisa-
mente serán tratados a continuación (iv); acto seguido (v) se identificarán
los efectos y repercusiones producidos por ambos casos en la comunidad
internacional. La cuarta parte, específicamente en lo que se refiere al caso
sirio, será subdividida según haya sido —o no— la organización Estado
Islámico la responsable del daño al bien cultural.
2. La protección de bienes culturales, desde la Declaración de
Bruselas al conflicto balcánico
Hemos anticipado en párrafos precedentes que la protección de bienes
culturales en el marco de conflictos armados comienza a adquirir relevan-
cia a fines del siglo XIX. La referencia apunta a una reunión celebrada en
el año 1874 en la capital de Bélgica en cuyo marco las potencias de la
época respaldaron un documento concerniente a las leyes y costumbres de
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MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
la guerra. La así llamada Declaración de Bruselas condenó en el marco
de las contiendas armadas la destrucción parcial o total, o degradación in-
tencional, de lugares de culto, monumentos históricos u obras de arte,
agregando que esas prácticas debían ser perseguidas y castigadas por la
autoridad competente.
El cónclave de Bruselas continuó con la Conferencia de La Haya de 1907,
convocada a petición del zar Nicolás II para discutir el mantenimiento de
la paz mundial, la reducción del armamento existente y la resolución pací-
fica de controversias. Allí fue rubricada la Convención relativa a las Le-
yes y Costumbres de la Guerra Terrestre, que contaba con un anexo con-
sistente en un Reglamento relativo a las Leyes y Costumbres de la Guerra
Terrestre. Taxativamente, el reglamento indicaba (art. 27) que:
“En los sitios y bombardeos se tomarán todas las medidas necesarias para
favorecer, en cuanto sea posible, los edificios destinados al culto, a las
artes, a las ciencias, a la beneficencia, los monumentos históricos, los
hospitales y los lugares en donde estén asilados los enfermos y heridos, a
condición de que no se destinen para fines militares” (ICRC, 2005: 22).
La Convención supuso un claro avance en la protección de bienes cultura-
les de los efectos bélicos. Pero, como apunta una catedrática española
(Urdueña Álvarez, 2004: 253), exhibía una inconveniente limitación: sólo
era aplicable en caso de declaración formal de estado de guerra y no en
otros conflictos armados en los que no se hubiera cumplido esa formali-
dad previa.
El estallido de la Primera Guerra Mundial volvió a poner el tema sobre la
mesa, demostrando además la nula utilidad de los instrumentos firmados
en Bruselas y La Haya. La mayor cantidad de actos destructivos de patri-
monio cultural, y al mismo tiempo los que mayor trascendencia genera-
ron, tuvieron lugar en Bélgica y Francia; en esos países fueron arrasadas
ciudades completas con incalculables pérdidas de edificaciones de arqui-
tectura gótica, renacentista y barroca (Soraluce Blond, 1999). En Francia,
entre las ciudades que sufrieron los mayores daños al patrimonio cultural
se destaca Reims, aunque no pueden dejar de mencionarse los casos de
Arras y Lille (Soraluce Blond, 1999).
En Reims, su catedral de Notre Dame fue bombardeada reiteradamente
por los alemanes, la primera vez el 19 de septiembre de 1914. Ese edificio
gozaba de particular importancia para el pueblo galo, pues había sido el
lugar de coronación de los reyes de Francia desde el siglo XI hasta 1825,
cuando llegó al trono Carlos X, quien gobernó hasta su destitución un lus-
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40
STUDIA POLITICÆ
tro más tarde.
2
Aunque el poder político germano justificó los ataques
indicando que Francia empleaba la edificación como base militar, la opi-
nión pública internacional consideró a la agresión como un acto de van-
dalismo injustificable e imperdonable. La francesa fue más allá y, tenien-
do en cuenta la densidad simbólica de la catedral, la convirtió en “mártir
de guerra” (Bendito, 2017).
Con posterioridad a la llamada Gran Guerra, en el año 1922 se celebró en
la capital estadounidense la llamada Conferencia de Washington, en reali-
dad Conferencia de Limitación de Armamentos, en cuyo seno funcionó
una Comisión de Juristas que pretendía continuar los esfuerzos normati-
vos iniciados quince años antes en La Haya. Esos juristas, en relación a la
guerra aérea, dictaron la prohibición del bombardeo desde aviones a edifi-
cios e instalaciones no militares. De cumplirse, esta medida preservaría
de los efectos bélicos a edificios y monumentos con especial valor cultu-
ral; sin embargo, la destrucción del Guernica en 1937, durante la Guerra
Civil española, demostró que las expectativas de la comunidad internacio-
nal continuaban siendo excesivas.
Por cierto, la cuestión se agravó con el inicio de la Segunda Guerra
Mundial. Las dimensiones cuantitativa y cualitativa de la destrucción de
bienes culturales durante esa contienda no registran parangón histórico.
Numerosos trabajos que abordan aquellos episodios (Bilbao, 2012; Via-
na, 2015; Cereceda, 2015) se remiten a las investigaciones sobre el tema
llevadas adelante por Nicola Lambourne,
3
quien sostiene que el bombar-
deo de monumentos y otros bienes culturales en muchos casos fue una
actividad premeditada y organizada que pretendió desmoralizar a la po-
blación civil.
Esta desmoralización se entiende a partir del importante rol que desempe-
ña el patrimonio cultural en la sociedad, generando cohesión, identidad y
legitimación política; en palabras de García Canclini (1999), el patrimo-
nio cultural expresa la solidaridad que une a quienes comparten un con-
junto de bienes y prácticas que los identifica. Por otro lado, la destrucción
intencional del patrimonio cultural de una sociedad también implica un
2
La destitución de Carlos X dio lugar a un período de regencia que estuvo encabezado
por Luis Felipe I, de la dinastía Orleans, luego de lo cual se proclamó la República.
3
La obra referencial de Lambourne en estas cuestiones se titula War Damage in Wes-
tern Europe: The Destruction of Historic Monuments During the Second World War, pu-
blicada en el año 2001.
41
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
desprecio por su dignidad y su identidad, pudiendo servir de excusa para
la ejecución de atrocidades posteriores.
Según Lambourne, aunque la destrucción del patrimonio cultural durante
la Segunda Guerra Mundial afectó a todos los beligerantes, en Polonia al-
canzó a más del 40 % de los bienes declarados de interés histórico y cul-
tural. Particularmente en Varsovia que quedó reducida a escombros en un
85 %, con la desaparición de casi 800 edificios emblemáticos entre los
cuales se cuentan la Catedral de San Juan (siglo XIV), el Castillo Real de
Varsovia y la Iglesia de Santa Ana (siglo XV).
En Francia, los monumentos atacados superaron el medio millar, inclu-
yendo —nuevamente— a la catedral de Reims. Ante la inevitabilidad de
su invasión y ocupación, en París y otras ciudades se trasladaron a lugares
seguros los bienes culturales que podían ser desplazados, se retiraron las
vidrieras de catedrales y se protegieron iglesias y monumentos con sacos
de arena. En Italia, los mayores daños al patrimonio cultural incluyeron
puentes de Florencia —dinamitados por los alemanes en su retirada—, si-
tios arqueológicos en Pompeya y sobre todo el monasterio de Montecassi-
no, intensamente atacado por las fuerzas aliadas para desalojar a los ale-
manes de su interior. Por el lado británico, fue particularmente importante
la destrucción de la Catedral de Coventry por parte de la Luftwaffe en
1940, pues sus ruinas fueron utilizadas por Winston Churchill para des-
pertar el sentimiento épico de los ciudadanos.
En lo que respecta a Alemania, el daño a su patrimonio cultural fue altísi-
mo. Prácticamente todas sus grandes ciudades recibieron numerosos e in-
tensos bombardeos, una práctica iniciada por los británicos contra Hanno-
ver en 1940. Entre los casos más conocidos se cuentan el de Würzburg,
ciudad donde casi toda su parte antigua quedó destruida, incluyendo su
palacio barroco de inicios del siglo XVIII, que Napoleón consideró “la
casa campestre más bella de Europa”; actualmente sólo se conserva el
2 % del edificio original. Y el de Dresde, considerada la “Florencia del
Barroco”, que perdió casi todos sus monumentos, como las iglesias de
Santa Sofía (siglo XIV) y de Nuestra Señora (siglo XVIII).
Tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional emitió seña-
les concretas de su intención por impedir las prácticas de destrucción de
patrimonio cultural. Por un lado, como se ampliará más adelante, se san-
cionaron diferentes instrumentos jurídicos en ese sentido; por otra parte,
creció y se difundió una visión preservacionista que abogaba por la pro-
tección de los sitios “de interés” de las naciones. Esa visión se hizo parti-
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STUDIA POLITICÆ
cularmente notoria a fines de los años 50, cuando Egipto comenzó la
construcción de la represa de Asuán, cuyo embalse dejaría bajo el agua al
templo de Abu Simbel y otros importantes monumentos; más de medio
centenar de naciones aunaron esfuerzos técnicos y económicos para relo-
calizar esos monumentos en otras ubicaciones, en una iniciativa interna-
cional sin precedentes. Ese logro constituyó el antecedente de otros em-
prendimientos multilaterales igualmente exitosos en diferentes partes del
mundo, entre ellos en Venecia (Urueña Álvarez, 2004). Sin embargo, la-
mentablemente el fenómeno continuó en el marco de los conflictos arma-
dos que tuvieron lugar en diversos puntos del planeta, durante la Guerra
Fría. A modo de ejemplo, en Camboya la insurgencia armada del Khmer
Rouge desplegó una política de erradicación de la influencia religiosa en
la sociedad, en cuyo marco destruyó casi la totalidad de los más de tres
mil templos budistas existentes, así como todas las iglesias católicas cons-
truidas en el país (Varvarina, 2016).
Contra lo que puede suponerse, la situación no mejoró con el fin del con-
flicto Este-Oeste. Los casos que mayor notoriedad adquirieron correspon-
den al conflicto balcánico, específicamente en Bosnia Herzegovina y Cro-
acia. En el primer caso, destacan la destrucción del Puente Viejo (siglo
XVI) de la ciudad de Mostar en 1993, por los croatas; ese mismo año,
aconteció el bombardeo de la biblioteca y la mezquita de Ferhadija (siglo
XVI) en Sarajevo, por parte de los serbios.
4
También en Sarajevo, no
puede dejar de mencionarse la destrucción de la Biblioteca Nacional y del
Instituto de Estudios Orientales, que poseía invaluables documentos de la
época otomana de la nación.
En Croacia, en tanto, adquirió particular relevancia el caso de Dubro-
vnik, ciudad medieval que fue bombardeada durante seis meses por el
Ejército Popular Yugoslavo (JNA), con un saldo de más del 65 % de sus
edificios históricos dañados y sus museos saqueados; tal fue la destruc-
ción, que en el año 1992 más de un centenar de ganadores del Premio
Nobel publicaron un llamamiento en el conocido periódico New York Ti-
mes, instando a la comunidad internacional a detener el asedio serbio
(Cereceda, 2015).
4
El bombardeo y destrucción de la biblioteca de Sarajevo, que albergaba manuscri-
tos milenarios, y la destrucción de patrimonio cultural bosnio fueron utilizados para
probar la complicidad del presidente serbio, Slobodan Milosevic, en el genocidio
cultural y la destrucción deliberada del patrimonio cultural de un pueblo por razones
ideológicas.
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MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
La destrucción de bienes culturales no es privativa de un grupo o una
religión. En ese mismo año, 1992, era destruida por un enaltecido grupo
de extremistas hindúes la mezquita Babri de Ayohdhya, en el estado de
Uttar Pradesh, que fue construida en 1528 por el primer emperador
mongol del país, siendo una de las más grandes del Estado, levantándo-
se en su lugar un templo hindú dedicado al dios Shri Ram (Corral Her-
nádez, 2015).
3. Las respuestas de la comunidad internacional
La Segunda Guerra Mundial, con su zaga de manipulación y destrucción
de bienes culturales, impulsó la sanción de importantes avances normati-
vos contra estas prácticas por parte de la comunidad internacional. Un
primer avance fue la Convención de Ginebra de agosto de 1949 y sus pro-
tocolos adicionales de junio de 1977. Estos instrumentos jurídicos pros-
criben la destrucción y la apropiación de bienes culturales, así como su
empleo con fines militares o su destrucción como objeto de represalias
que no puedan justificarse por la necesidad bélica.
Específicamente, el artículo 53 de su Protocolo I prohíbe en forma explí-
cita la comisión de actos de hostilidad dirigidos contra los monumentos
históricos, obras de arte o lugares de culto que constituyen el patrimonio
cultural o espiritual de los pueblos. También veda su empleo en apoyo del
esfuerzo militar; o su uso como blanco de represalias.
Con ese antecedente, en 1954 la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) impulsó la Conven-
ción de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de
Conflicto Armado. En su primer artículo define como bienes culturales,
independientemente de su origen y propietario, a: (a) los bienes, muebles
o inmuebles, que tengan una gran importancia para el patrimonio cultural
de los pueblos, tales como los monumentos de arquitectura, de arte o de
historia, religiosos o seculares, los campos arqueológicos, los grupos de
construcciones que por su conjunto ofrezcan un gran interés histórico o
artístico, las obras de arte, manuscritos, libros y otros objetos de interés
histórico, artístico o arqueológico, así como las colecciones científicas y
las colecciones importantes de libros, de archivos o de reproducciones de
los bienes antes definidos; (b) los edificios cuyo destino principal y efec-
tivo sea conservar o exponer los bienes culturales muebles definidos en el
apartado (a), tales como los museos, las grandes bibliotecas, los depósitos
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STUDIA POLITICÆ
de archivos, así como los refugios destinados a proteger en caso de con-
flicto armado los bienes culturales muebles definidos en el apartado (a); y
(c) los centros que comprendan un número considerable de bienes cultu-
rales definidos en los apartados (a) y (b), que se denominarán “centros
monumentales”.
Este convenio protege y salvaguarda bienes culturales, al tiempo que
prohíbe su uso con fines bélicos y previene su exportación y comerciali-
zación, exigiendo su retorno al Estado de origen. También prohíbe el pi-
llaje, el robo y el vandalismo amparados en la necesidad militar. Ade-
más, subsanando una notoria limitación de la Conferencia del año 1907,
es aplicable en caso de guerra declarada o de cualquier otro conflicto ar-
mado que pueda surgir entre dos o más Estados, aun cuando alguno de
ellos no reconozca esa situación (UNESCO, 1954).
Como bien indican dos especialistas españoles, en un trabajo que explora
los vínculos entre bienes culturales e instrumento militar, la Convención
le asigna un papel fundamental a las Fuerzas Armadas involucradas en el
conflicto, en la protección y salvaguarda de los tales bienes durante toda
su duración. Su texto aboga por la aplicación en tiempo de paz, en los re-
glamentos y ordenanzas militares, de las medidas necesarias para inculcar
en el personal el respeto a los bienes culturales; al mismo tiempo, invita a
establecer en tiempo de paz servicios o personal especializado en el seno
de las unidades militares cuya misión sea velar por el respeto a esos bie-
nes culturales (Rodríguez Temiño y González Acuña, 2013).
La UNESCO protagonizó nuevos avances en esta materia en los años
1970 y 1972. En el primer caso estableció la llamada Convención sobre
Tráfico Ilícito de Bienes Culturales,
5
cuyos Estados signatarios se com-
prometen a implementar diferentes medidas preventivas de esa actividad
ilegal, entre ellas la conformación de inventarios, la confección de certi-
ficados de exportación, la aplicación de medidas de control y aprobación
de los negociantes de bienes culturales, la implementación de campañas
de información, etc. Al mismo tiempo, contempla el decomiso y restitu-
ción de bienes culturales, ahí, robados luego de la entrada en vigor de la
Convención entre Estados Partes (UNESCO, 1970).
El segundo avance consistió en la elaboración y aprobación de la Conven-
ción para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. Su
5
Su nombre oficial es Convención sobre las Medidas que deben adoptarse para prohi-
bir e impedir la Importación, Exportación y la Transferencia de Propiedad Ilícita de los
Bienes Culturales.
45
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
objetivo es identificar parte de los bienes inestimables e irreemplazables
de las naciones, definidos como aquellos cuya desaparición representaría
una pérdida invaluable para la humanidad entera. La novedad radicó en
llevar el concepto “patrimonio cultural” al plano mundial, entendiendo
que existen bienes que presentan un interés excepcional que exige su con-
servación porque son únicos e irreemplazables, cualquiera que sea el país
al que pertenezcan, porque el deterioro o la desaparición de los mismos
constituye un empobrecimiento del patrimonio de todos los pueblos del
mundo (Urueña Álvarez, 2004).
Sin lugar a dudas, el resultado más conocido de esa Convención es la
constitución del Programa Patrimonio de la Humanidad, administrado por
un Comité del mismo nombre, compuesto por 21 Estados miembros elegi-
dos por un período determinado por la Asamblea General. El Programa
maneja la Lista del Patrimonio Mundial, integrada por sitios dotados de
una gran riqueza natural y cultural, entendidos como pertenecientes a toda
la Humanidad. Hoy la lista contiene más de ochocientos bienes culturales,
diseminados en todas las regiones del globo.
Como se ha dicho en pasajes precedentes, tras el fin de la confrontación
Este-Oeste estallaron múltiples conflictos armados en diferentes partes
del mundo, destacándose en ese contexto el conflicto balcánico, en cuyo
marco tuvieron lugar numerosas y profundas agresiones al patrimonio cul-
tural de las partes enfrentadas. Para establecer la violación de las leyes o
usos de la guerra en ese sangriento evento y castigar a los responsables se
conformó la Corte Penal Internacional para la ex Yugoslavia. Su Estatuto,
en el art. 3, incluye dentro de las violaciones de los usos de la guerra sus-
ceptibles de ser juzgadas a:
“la destrucción arbitraria de ciudades, la apropiación o destrucción de
instituciones consagradas al culto religioso, la beneficencia, la educación
o a las artes y las ciencias, monumentos históricos u obras de arte y cien-
tíficas o los daños deliberados a éstos, así como el pillaje de bienes pú-
blicos o privados”.
Además, en 1997 se alcanzó un importante logro en materia de coopera-
ción internacional contra el comercio ilegal de bienes culturales: el Getty
Institute, dependiente de la institución filantrópica J. Paul Getty Trust,
6
6
El J. Paul Getty Trust es la institución filantrópica artística más acaudalada del mun-
do, creada por el empresario petrolero del mismo nombre a mediados del siglo XX. Su
sede central se encuentra en Los Ángeles, donde opera el museo Getty Center. Por me-
46 primavera/verano 2018--2019
46
STUDIA POLITICÆ
creó el Object ID, una norma estandarizada internacional para la identifi-
cación de objetos culturales que incluye fotografía y una descripción deta-
llada (Thornes, 1999). Esa norma fue adoptada por diferentes agentes que
colaboraron en su desarrollo: museos, organismos multilaterales vincula-
dos con la cultura y con la cooperación policial, anticuarios, curadores, ta-
sadores y compañías aseguradoras. Entre las entidades participantes des-
tacan la UNESCO, INTERPOL, la Organización Mundial de Aduanas
(WCO), el Consejo Internacional de Museos (ICOM), la Oficina Federal
de Investigaciones (FBI) estadounidense y la Confederación Internacional
de Asociaciones de Distribuidores de Arte y Antigüedades (CINOA). De
hecho, INTERPOL integró la norma Object ID a su base de datos de
obras de artes robadas.
Culminando esta reseña, la Corte Penal Internacional (CPI) vigente desde
el año 2002 es competente para juzgar a individuos por crímenes de gue-
rra, incluyendo en esa categoría los ataques intencionales en contra de
monumentos religiosos e históricos, centros de enseñanza, de arte, de
ciencia y de acción caritativa u hospitales, que no sean objetivos milita-
res, en caso de conflictos armados internacionales y no internacionales.
3. La evolución de la cuestión hasta la eclosión de los conflictos
de Irak y Siria
En el presente siglo han continuado las prácticas de destrucción de bienes
culturales, con un rasgo novedoso: la incidencia de consideraciones reli-
giosas en el discurso justificatorio de los responsables de esos actos. La
lista se inició a comienzos de 2001, cuando los taliban que entonces con-
trolaban Afganistán causaron espanto con una campaña orquestada contra
todo lo que no encajara en su visión salafista del Islam.
7
En este marco,
dos imponentes estatuas de Buda construidas en el siglo VI DC en la roca
de un acantilado sito en la localidad de Bamiyan, fueron consideradas
dio de institutos propios de investigación y conservación, otorga becas que se centran en
las artes visuales en todas sus dimensiones. En la actualidad, la institución es considera-
da el ente no gubernamental de mayor poder económico dentro del mundo del arte.
7
(Del árabe “salaf”, antecesor) Según el renombrado especialista Gilles Kepel, refie-
re a un movimiento aparecido en el sunnismo en la segunda mitad del siglo XIX, que
predica un retorno a los usos, costumbres y preceptos religiosos primigenios de la fe
islámica.
47
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
símbolos paganos y consecuentemente dinamitadas. Conviene consignar
que en aquellos momentos otro bien cultural afgano de excepcional valor
corrió severos riesgos de destrucción a manos de los taliban: el minarete
de Jam de 65 metros de altura, construido en el siglo XII por el Imperio
Gúrida, una civilización de origen persa. Aunque esa tragedia finalmente
no aconteció, el área arqueológica circundante sí quedó a merced de los
saqueadores, quienes la arrasaron.
La invasión a Irak por parte de Estados Unidos en el año 2003, en el mar-
co de la llamada “Guerra Global contra el Terrorismo”, produjo en ese
país nuevas y numerosas afectaciones de bienes culturales. Es cierto que
estas prácticas ilegales se venían realizando regularmente (sobre todo en
el sur del país) durante la última década, tras la primera Guerra del Golfo
y la implementación del embargo por parte de las Naciones Unidas, pero
su frecuencia e intensidad crecieron de manera explosiva. Cabe recordar,
en este punto, la extraordinaria riqueza cultural de Irak, país ubicado en
una zona que fue cuna de civilizaciones, donde se instalaron distintos
pueblos y se desarrollaron diferentes culturas a lo largo de cuarenta si-
glos. Elocuentemente lo expresó en su momento un director del Ministe-
rio de Turismo y Arqueología local: “Irak flota sobre dos mares, uno es
petróleo y el otro son antigüedades” (Zavis, 2008).
En este contexto destaca el saqueo y destrucción del Museo Nacional en
Bagdad, donde se hallaban ricos testimonios de los orígenes y evolución
de la civilización, desde la invención de la escritura hasta las primeras
ciudades. La vandalización fue protagonizada por turbas enardecidas
ante la mirada de las tropas estadounidenses, que mantuvieron una acti-
tud absolutamente pasiva. Sobre esa extraña posición, un famoso perio-
dista británico que visitó la zona no duda en describir dramáticamente lo
sucedido:
“El trágico destino del Museo Nacional en Bagdad en abril de 2003 fue
como si tropas federales hubieran invadido Nueva York, saqueado la
policía y anunciado a toda la comunidad criminal que el (Museo) Me-
tropolitano estaba a su disposición. Al comandante de tanques en el lu-
gar le fue ordenado específicamente no proteger el museo, durante las
dos semanas siguientes a la invasión. Incluso los nazis protegieron el
Louvre”
8
(Jenkins, 2007).
8
El comentario refiere al Museo del Louvre, en París, y la ocupación militar alemana
de esa ciudad durante la Segunda Guerra Mundial.
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48
STUDIA POLITICÆ
La postura adoptada por las tropas estadounidenses en esa ocasión gene-
ró una fuerte reprobación internacional. Rechazo éste que se exacerbó a
partir de la reacción a las críticas por parte de la Casa Blanca: Donald
Rumsfeld, Secretario de Estado, le quitó importancia a la cuestión ale-
gando simplemente que “son cosas que pasan”, agregando que no había
que exagerar la gravedad de “alguna persona saliendo de algún edificio
con un jarrón” (Rodríguez Temiño y González Acuña, 2013: 17).
Nunca ha llegado a saberse con exactitud el alcance de aquellos actos
vandálicos, en parte, debido a la pérdida de archivos e inventarios. Se es-
tima que fueron sustraídas o dañadas intencionalmente unas 15 mil pie-
zas, incluyendo sellos, tablillas, collares y esfinges de alto valor simbóli-
co; de ese enorme patrimonio, casi dos terceras partes se pudieron
recuperar en el siguiente decenio —aunque no siempre en el estado origi-
nal— y constituyeron la base de la reapertura del museo (Espinosa,
2014).
Otros luctuosos episodios se registraron en la antiquísima ciudad sumeria
de Umm al-Aqarib, donde se intensificaron fuertemente los saqueos que
ya se registraban desde la década anterior. En Isin y Shurnpak, ciudades
de la Baja Mesopotamia cuyos orígenes se remontan hasta el año 2000
AC, fueron saqueados y destruidos castillos, minaretes y mezquitas. Tam-
poco puede dejar de mencionarse la destrucción en 2005, en el marco de
un ataque insurgente contra una posición de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN), de los muros y la torre Malwiya de la Gran
Mezquita de Samarra, construida en el siglo IX al norte de Bagdad.
Un párrafo aparte merece lo ocurrido en la histórica y mundialmente fa-
mosa ciudad de Babilonia. Allí se instalaron los cuarteles centrales de la
compañía militar privada Halliburton, contratista de las fuerzas estado-
unidenses. En zonas de altísimo valor arqueológico se construyó una
enorme base donde los suelos fueron aplastados por vehículos blindados,
removidos para llenar bolsas de arena, o compactados para constituir pla-
taformas de aterrizaje de helicópteros o estacionamientos. Antiguos pues-
tos logísticos (caravasares) en las rutas de los comerciantes nómades fue-
ron empleados como arsenales y la Puerta de Ishtar (una de las ocho
entradas monumentales a la vieja Babilonia), del siglo VI AC, fue dañada
(Jenkins, 2007).
A partir del año 2012, en Mali, país mediterráneo del Sahel africano,
pudo vislumbrarse lo que poco después acontecería en Irak y Siria. El
grupo extremista islámico Ansar al-Din tomó el control de la ciudad de
49
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
Tombuctú, fundada en el siglo XI DC. Allí destruyó deliberadamente
mausoleos sufíes dedicados a santones, considerados heréticos por los sa-
lafistas, pese a ser calificados como Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO. También fue devastada la mezquita Sidi Yahia, en especial una
puerta de madera labrada de gran importancia para el misticismo sufí, se-
gún el cual debía permanecer cerrada hasta el fin de los tiempos. Hubo
quien trazó un paralelismo entre esta situación y las referidas estatuas de
Buda de Bamiyan, concluyendo que Tombuctú se había transformado en
la capital de un Afganistán del Sahel (Valenzuela, 2012).
La mencionada CPI, en los términos de su Estatuto de Roma, tipificó
como crimen de guerra la destrucción de los bienes culturales en Tombuc-
tú y su titular justificó esa calificación en que la destrucción de la memo-
ria y herencia colectivas puede entenderse como “un asalto a la dignidad
e identidad; a las raíces históricas y religiosas” (Ferrer, 2016). En conse-
cuencia, uno de los responsables identificados, por aquellos momentos
funcionario gubernamental de su país, fue capturado años más tarde, de-
portado a Holanda, juzgado y hallado responsable de la destrucción de la
mezquita Sidi Yahia.
Libia y Yemen padecieron situaciones similares, a manos de organizacio-
nes extremistas de raíz islámica. En Libia resalta la destrucción de sendos
mausoleos, ambos en el año 2012: por un lado, el mausoleo del teólogo
sufí Abd as-Salam al-Asmar, del siglo XVI, el más importante del país;
por otra parte el mausoleo del sabio Al-Shaab al-Dahmani, violentando su
tumba, clásico lugar de peregrinación para musulmanes-sufíes.
Por su parte, en Yemen se destaca la destrucción de la ciudad de Sanaa,
con más de veinticinco siglos de historia, que debe su importancia a las
rutas comerciales que pasaban por sus cercanías, a partir del siglo I DC.
La lucha entre facciones rivales, apoyadas por actores externos como Ara-
bia Saudí e Irán, redujo a escombros buena parte de su antiquísimo barrio
Al-Qasimi, depositario de una herencia arquitectónica única heredada de
la combinación de artes y estilos procedentes de Asia, África y Medio
Oriente; sobre todo, de sus más de seis mil casas de varios pisos, ricamen-
te ornamentadas, y su centenar de mezquitas.
Lo cierto es que la principal agresión contra el patrimonio cultural yeme-
ní en Sanaa obedeció a un bombardeo aéreo desatado por Arabia Saudí
contra la milicia Huthi y la facción del Ejército fiel al expresidente Ali
Abdalá Saleh. Sobre este episodio, la Directora General de la UNESCO,
Irina Bokova, manifestó: “Estoy profundamente consternada por la pér-
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50
STUDIA POLITICÆ
dida de vidas humanas y los daños infligidos a una de las joyas más anti-
guas del paisaje urbano islámico (...) Este patrimonio encarna el alma
del pueblo yemení, es un símbolo de su historia y su conocimiento mile-
narios y pertenece a toda la humanidad” (UNESCO, 2015b).
4. El caso de Estado Islámico, en Irak y Siria
Tanto Irak como Siria se encuentran inmersos en sendos conflictos arma-
dos, que si bien comenzaron como guerras civiles han derivado a crisis de
carácter global, con un saldo de centenares de miles de muertos y millo-
nes de refugiados. En el primer caso, como consecuencia de la desestabi-
lización de un precario y complejo equilibrio interno de liderazgos autori-
tarios, fuerzas políticas de escasa implantación local, facciones tribales,
grupos étnicos y expresiones religiosas, tras la invasión militar estadouni-
dense del año 2003, que ha evidenciado que es más fácil derrocar un régi-
men que reemplazarlo por otro sostenible (Arteaga, 2013). En el segundo,
como derivación de los choques violentos que en 2011 enfrentaron al go-
bernante Bachar al-Assad con movimientos opositores apoyados por Esta-
dos Unidos, quien deseaba derribar al régimen pero se encontró con la
oposición de una Rusia que pretendía hacer valer su relación histórica con
los países de Oriente Medio y continuar con su presencia e influencia en
la región (Milosevich-Juaristi, 2017).
El caos y la debilidad de estos países han permitido la irrupción de la
organización autodenominada Estado Islámico, también llamada
Daesh,
9
constituido el 29 de junio de 2014 cuando fue oficialmente
anunciada su existencia por Abu Bakr al-Baghdadi, su líder y autopro-
clamado califa. Cabe recordar, en este punto, que la idea del Califato re-
mite a la sociedad árabe que Mahoma edificó en el siglo VII y se expan-
dió durante épocas posteriores hasta llegar al siglo XIX, cuando el título
de califa fue empleado por última vez por Abdulmecid-I, entre 1823 y
1861. Con la disolución del Imperio Otomano y la constitución de la
Turquía moderna en 1924, por obra de Atartuk, esa denominación fue
extinguida.
9
Para evitar que esta proliferación semántica conduzca a confusiones, conviene aclarar
que Daesh etimológicamente significa lo mismo que ISIS (al-Dawla al-Islamiya al-Iraq
al-Sham), en lengua árabe su pronunciación semeja a “algo que aplastar o pisotear”, una
acepción peyorativa que ofende a los miembros del grupo.
51
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
Daesh convirtió en campos de batalla a algunas ciudades importantes de
esa región por el patrimonio cultural que contenían, reduciéndolas a es-
combros. En este sentido, practicó una destrucción sistemática de los bie-
nes culturales de ambos Estados, a una escala sin precedentes. Tanto es
así, que se habla de la mayor destrucción física en el mundo islámico des-
de las invasiones de los mongoles en el siglo XIII (Mac Eoin, 2014), o los
peores daños al patrimonio que ha sufrido el mundo desde la II Guerra
Mundial (Altares, 2015). Para los extremistas, acabar con el patrimonio
de la Humanidad es, sin duda, un elemento más de la propaganda ideoló-
gica contra su enemigo y, sobre todo, el deseo de acabar con el recuerdo
de todo aquello que desde un punto de vista religioso es contrario a su
Califato. El caso paradigmático en este sentido, que gozó de la mayor co-
bertura mediática y en consecuencia fue el más difundido en Occidente,
fue el de Palmira, localidad siria de origen romano conocida en otras épo-
cas como la “Venecia del Desierto”. Situada en una zona de alto valor es-
tratégico por su cercanía con pozos de gas natural, Palmira fue tomada
por Daesh en mayo del 2015 y rebautizada Tadmur, convirtiéndola en
base de operaciones. El mero hecho de la toma del sitio por parte de esta
organización terrorista fue catalogado como un “cataclismo cultural”
(Sánchez Cordero, 2016).
Allí, en los meses subsiguientes, la organización voló prácticamente todas
las ruinas arqueológicas, destacándose por su importancia los templos
Baal Shamin y Bel, el Arco del Triunfo y el Tetrápilo. El primero de ellos
estaba dedicado al dios semita del mismo nombre, llevaba dos mil años
en pie y desde hace tres décadas formaba parte del Patrimonio de la Hu-
manidad. El segundo, de igual antigüedad, era el edificio más importante
y mejor conservado del conjunto arqueológico de la ciudad, considerado
una síntesis de los estilos arquitectónicos típicos del antiguo Medio
Oriente y del mundo grecorromano. Daesh utilizó sus ruinas como empla-
zamiento de artillería. El Arco fue construido en el siglo II DC bajo man-
dato del emperador romano Septimio Severo, para celebrar sus victorias
militares sobre los partos. Finalmente, el Tetrápilo se construyó en la épo-
ca de Diocleciano, al final del siglo III AC, asumiendo la forma de un
cuadrado con cuatro columnas, una en cada esquina.
Además, en esa localidad, Daesh decapitó a Khaled al-Asaad, un arqueó-
logo octogenario que trabajaba como experto en el Departamento de Anti-
güedades y Museos de Siria. Su asesinato ocurrió luego de torturarlo para
obtener información sobre tesoros del lugar que habían sido escondidos
para salvarlos de la destrucción.
46 primavera/verano 2018--2019
52
STUDIA POLITICÆ
En Irak se registraron situaciones similares al del país vecino. Fue objeto
del saqueo y destrucción Hatra, una ciudad milenaria cuyos orígenes se
remontan al Imperio Parto —del cual fue capital—, con un alto valor ar-
queológico gracias a sus templos de estilo grecorromano, sus fortificacio-
nes provistas de torres y sus estatuas. Daesh destruyó sus sitios arqueoló-
gicos para luego utilizarlos como arsenales y campos de entrenamiento.
Pero la devastación de estos vestigios culturales no fue su única acción,
pues conociendo el valor que algunos de estos restos tendrían en el mer-
cado negro no dudó en buscar antigüedades y reliquias valiosas para trafi-
car con ellas ilegalmente, obteniendo así ingentes cantidades de dinero
que reinvirtió en sus actos de terror (Brodie, 2015).
También Nínive, la capital del Imperio Asirio erigida en el siglo VIII AC
en las riberas del río Tigris, en honor a la diosa Ishtar, vio destruida la
mayor parte de sus murallas (empleándose a tal efecto maquinaria pesa-
da), así como varias de sus monumentales puertas de acceso, entre ellas
las de Mashki y Nergal. Esta última contaba además con varias estatuas
aladas, que fueron pulverizadas empleando taladros neumáticos.
En cuanto a Mosul, Daesh habría organizado allí unidades especiales de-
nominadas Kata‘ib-Taswiyya (batallones de liquidación), destinadas a
identificar los bienes culturales a expoliar o destruir, y llevarlo a cabo
(Mac Eoin, 2014). Así, a partir de junio de 2014 en el museo que funcio-
naba en su casco urbano, se destruyeron con mazas numerosas reliquias
que datan de la era del Imperio Asirio —que ocupó el norte de la antigua
Mesopotamia entre los siglos VIII AC y VI AC—, así como más de cien
mil manuscritos históricos. Tiempo después, también fueron destruidos el
mausoleo del profeta Set (Nabi Shiyt), tercer hijo de Adán y Eva; y las
mezquitas chiítas Al-Qubba Husseiniya y Younis, esta última del siglo
VIII AC y famosa por contener la tumba del profeta Jonás, una figura co-
nocida en las tradiciones de los tres monoteísmos por haber sido engulli-
do por una ballena.
La ocupación de Mosul por los seguidores de Daesh se prolongó durante
tres años, período a cuyo término fue destruida con explosivos la mezqui-
ta Al-Nuri, famosa por su minarete erigido en el siglo XII e inclinado ha-
cia un lado, característica que le valió los apodos de Al-Hadba (el joroba-
do) o “Torre de Pisa iraquí”.
10
Cabe destacar que fue desde esta mezquita
10
El minarete Al-Hadba era un monumento simbólico de la ciudad de Mosul y apare-
cía en los billetes de 10.000 dinares iraquíes.
53
que Abu Bakr al-Baghdadi, líder de la organización salafista, proclamó la
vigencia del Califato, poco después de conquistar la ciudad.
Si bien el caso de Palmira fue el más conocido, un mes antes Daesh ha-
bía sumado a la larga lista de destrucción de bienes culturales el palacio
de Nimrod, en Irak, justo después de los acontecimientos del Museo de
Mosul y del yacimiento de Hatra. Nimrod, ciudad fundada en el siglo
XIII AC, fue capital de Asiria durante el reinado de Asurnasirpal II y está
mencionada en el Antiguo Testamento con el nombre de Calah. En febre-
ro de 2015, todo su legado cultural fue destruido de manera sistemática,
llegándose incluso a utilizar tractores en esa tarea. Entre los objetos des-
truidos se incluyen piezas del Imperio Asirio, incluyendo —como en Ní-
nive— toros alados que aún permanecían en el lugar al no haberlos podi-
do poner a salvo.
Cabe consignar que la destrucción del patrimonio arqueológico de Ni-
mrod alcanzó una repercusión tal que fue comparada con la demolición
de los budas de Bamiyan en Afganistán, ya referida en otro pasaje del pre-
sente trabajo. Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, expresó:
“Este nuevo ataque contra el pueblo iraquí es una prueba más de que la
limpieza cultural de que es objeto Irak no se detiene ante nada ni ante
nadie (…) no podemos permanecer en silencio. La destrucción delibera-
da del patrimonio cultural constituye un crimen de guerra” (Espinosa,
2015).
Las edificaciones religiosas han ocupado un lugar de importancia entre
los bienes culturales sobre los cuales Daesh descargó su violencia. Así,
además de lo ya consignado en relación a Mosul, en la ciudad septentrio-
nal iraquí Tal Afar fueron destruidas las mezquitas chiítas Jawad Hussei-
niya y Saadbin Aqeel Husseiniya; en Ba’werah, al norte de Mosul, fue re-
ducida a escombros la iglesia católica caldea Markoukas (San Jorge), del
siglo X DC, mientras igual suerte corrió el monasterio San Elian, sito en
al-Qaryatain y edificado en el siglo V DC. También fueron destruidas par-
cialmente en Dura-Europos, asentamiento griego en suelo sirio cercano a
la frontera con Irak, la iglesia cristiana más antigua del mundo y una sina-
goga, comercializando sus reliquias para obtener dinero.
Las razones que subyacen a esta conducta son diversas, aunque compati-
bles entre sí. Por un lado, existen fines propagandísticos, interpretando a
los actos de destrucción como símbolo de la victoria alcanzada. Un se-
gundo motivo es la generación de temor, disuadiendo y suprimiendo ac-
ciones de la oposición. En tercer término, se evidencia el intento de impo-
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
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STUDIA POLITICÆ
ner un nuevo orden que desplace de manera absoluta al anterior, desde
cero, borrando sistemáticamente sus vestigios culturales y su identidad.
Aun puede identificarse una cuarta causa, de naturaleza económica: la
venta de piezas arqueológicas y libros antiguos en el mercado negro,
como forma de financiación de la lucha armada y otras actividades de la
entidad.
En esta lógica, por ejemplo, se estima que los artículos robados solo en
al-Nabuk le han podido proporcionar a Daesh hasta 36 millones de dóla-
res. La asociación para la Protección de la Arqueología Siria ha informa-
do que al menos 900 monumentos o yacimientos arqueológicos han sido
saqueados o destruidos. La Comisión de Comercio Internacional de Esta-
dos Unidos denunció que las importaciones de bienes antiguos de Irak se
multiplicaron por cuatro entre 2010 y 2014, hasta alcanzar aproximada-
mente 3,5 millones de dólares. En este sentido, entre las piezas más soli-
citadas están las antiguas tabletas cuneiformes, los sellos de cilindro, las
vasijas, las monedas, el cristal y, sobre todo, los mosaicos (Schori Liang,
2015). Si bien diferentes autores consideran que la venta de “antigüeda-
des de sangre” le proporcionó cuantiosas divisas a Daesh, también es
cierto que puede que no haya sido esa la realidad y la organización sólo
haya obtenido entre un 10 % y un 20 % de la venta o de los impuestos
que cobró a quienes excavan y venden. Sin embargo, no cabe duda de que
sea una cantidad u otra el problema fue de enorme gravedad.
Desde cierta perspectiva, las dos últimas causas señaladas anteriormente
están interconectadas. En lo que se ha denominado “marketing de la
pena”, la difusión mediática de los actos de destrucción incrementa la co-
tización de los bienes ofrecidos en los mercados ilegales internacionales,
a los ojos de personas o instituciones que eventualmente los adquirirían
para preservarlas (Fisk, 2015; Wu, 2016). Por otro lado, como se han ocu-
pado en señalar numerosos especialistas en la cuestión, los actos de des-
trucción suelen apuntar a la eliminación de evidencias de un saqueo pre-
vio (Fisk, 2015).
5. Otros responsables de la destrucción de bienes culturales en Siria
El expolio de bienes culturales en lugares en conflicto no es algo coetá-
neo. Los yacimientos arqueológicos y el patrimonio cultural de Oriente
Medio han resultado sistemáticamente dañados o destruidos, y no necesa-
riamente por algunas de las partes del conflicto. En muchas ocasiones, el
55
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
empobrecimiento de algunas ciudades ha conducido a sus habitantes al
robo y venta de antigüedades como único medio de subsistencia, especial-
mente para comprar alimentos pero también armas. El saqueo de los yaci-
mientos arqueológicos y los museos de Afganistán ya era muy habitual
antes de que los taliban llegasen al poder a mediados de la década de los
noventa (Brodie, 2015). Como se mencionó en pasajes anteriores, lo mis-
mo acontecía en Irak antes de la llegada de las tropas estadounidenses.
En ese sentido, resulta un grave error suponer que el único responsable de
la destrucción y saqueo de bienes culturales sirios es Daesh. Por el con-
trario, ya en el año 2014, cuando apenas comenzaba la irrupción de ese
grupo, Ban Ki-Moon, Secretario General de la ONU, declaraba:
Mientras el pueblo de Siria sigue soportando un sufrimiento humano in-
calculable, el patrimonio cultural de su país se está haciendo trizas (...)
los lugares Patrimonio de la Humanidad han sufrido daños considerables
y, a veces, irreversibles. Los sitios arqueológicos están siendo sistemáti-
camente saqueados y el tráfico ilícito de bienes culturales ha alcanzado
niveles sin precedentes (Ordax, 2016).
En el caso de Siria, esas actividades también alcanzan al propio gobierno
de Damasco, así como a actores externos que estuvieron involucrados en
la contienda. Entre ellos se pueden mencionar también los diferentes gru-
pos armados nucleados en el opositor Ejército Sirio Libre (ESL), brazo
militar del Consejo Nacional Sirio; el Frente Islámico, coalición de varios
grupos salafistas menores; el Frente Al-Nusra
11
y los kurdos.
En este contexto, algunas voces le han asignado al gobierno y a las Fuer-
zas Armadas la mayor carga de culpabilidad. Esa perspectiva subraya que
las instituciones militares y de seguridad no sólo fueron cómplices de los
traficantes de antigüedades, sino que también participaron en forma direc-
ta en ese comercio ilegal, sacando los objetos del país a través del Líbano,
donde Siria goza de gran influencia (Torres Duarte, 2016). Incluso en Pal-
mira, dos años antes de la llegada de Daesh, soldados del régimen de Al-
Assad desvalijaban a la par que los habitantes locales esculturas funera-
rias. De ahí que se haya considerado hipócrita la postura oficial del Poder
Ejecutivo sirio sobre este sitio, haciendo del mismo “una vitrina y un
asunto político” (Torres Duarte, 2017).
11
El Frente al-Nusraó Jabhat Fateh al-Shamó Jabhat al-Nusra es la organización consi-
derada el brazo de Al Qaeda en Siria y en Líbano.
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El régimen de Al-Assad es señalado como el gran responsable —aunque
no el único— de los bienes culturales destruidos en la ciudad de Alepo ya
en el año 2012. Las acusaciones subrayaron el empleo intensivo de artille-
ría en los combates librados por aquellos momentos e incluyen —entre
otros monumentos— al mercado (souk) histórico de al-Madina, el mayor
mercado cubierto del mundo, con una longitud aproximada de 13 kilóme-
tros, que a su turno contenía numerosos mercados menores originarios del
siglo XIV; varios caravasares
12
y escuelas coránicas (madrassas) cons-
truidas entre los siglos XII y XVIII.
Junto con el mercado, el otro gran bien cultural destruido en Alepo fue la
Gran Mezquita, famosa por albergar los restos del profeta Zacarías, cons-
truida por el califa Walid I en el siglo VIII sobre los restos de un templo
romano y de una iglesia bizantina. Particularmente su minarete de 45 me-
tros de altura, agregado en el siglo XII, fue destruido en el marco de com-
bates donde las Fuerzas Armadas y los grupos rebeldes se acusan mutua-
mente del hecho.
También en el año 2012, en el marco de los combates librados con el re-
belde Ejército Sirio Libre (ESL) por el control de la ciudad de Maarat al-
Neman,
13
estratégicamente situada entre Damasco y Alepo, las tropas gu-
bernamentales bombardearon y destruyeron parte del museo local, que
albergaba los mosaicos más celebrados de la antigüedad.
Luego de un lustro de combates en Alepo, que transcurrieron entre el
mencionado año 2012 y la recuperación de la totalidad de la ciudad por
parte del gobierno, en diciembre de 2016, la UNESCO concluyó que
aproximadamente el 60 % de la ciudad vieja registraba graves daños,
mientras otro 30 % estaba en ruinas. En palabras de la ya mencionada Iri-
na Bokova, titular de esa agencia de la ONU, “la destrucción de una de
las más grandes y antiguas ciudades del mundo es una tragedia para to-
dos los sirios y para toda la humanidad” (Ruiz Marull, 2017).
La fortaleza cruzada conocida como Crac de los Caballeros (Crac des
Chevaliers), construida en los siglos XII y XIII y que fuera la mayor forti-
12
Un caravasar es un antiguo tipo de edificación surgido a lo largo de los principales
caminos donde las caravanas que hacían largos viajes de muchas jornadas podían per-
noctar, incluyendo sus animales.
13
Esos combates, que culminaron con la conquista rebelde de la ciudad, son referidos
normalmente como “primera batalla de Maarat al-Neman”. Una segunda batalla con ese
nombre se libró en marzo de 2016, en este caso entre fuerzas leales, por un lado, y por
otro las organizaciones rebeldes nucleadas en el Frente al-Nusra.
57
MARIANO BARTOLOMÉ - CONCEPCIÓN ANGUITA OLMEDO
ficación militar cristiana en Tierra Santa, situada en la provincia de
Homs, fue parcialmente destruida en julio de 2013 tras recibir en una de
sus torres el impacto de una bomba o proyectil lanzado desde el aire; este
último dato permite asignar la responsabilidad a las fuerzas militares gu-
bernamentales.
En el sur del país la ciudad de Maalula, donde todavía existía una pobla-
ción católica que hablaba arameo (la lengua de Jesucristo),
14
también su-
frió los estragos del conflicto armado. A partir de septiembre de 2013 y
hasta mediados del año siguiente, los enfrentamientos entre el ejército si-
rio y el grupo libanés Hezbollah, por un lado, y el Frente al-Nusra por
otro, provocaron la destrucción de numerosos bienes culturales. Entre
ellos destacan los monasterios Santa Tecla y Mar Sarkis (San Sergio), este
último construido en el siglo IV sobre los restos de un templo pagano,
donde los salafistas de Al-Nusra habrían robado casi todas las reliquias
transportables con fines de comercialización ilegal.
Bosra, es ciudad antiguamente capital de la provincia romana de Arabia,
alcanzó su apogeo tras el surgimiento del Islam, al situarse como ruta de
paso hacia La Meca. Sus construcciones más importantes son el teatro
romano construido en el siglo II, la ciudadela y varias mezquitas. En la
navidad del año 2015, enfrentamientos entre fuerzas gubernamentales y
rebeldes ocasionaron importantes daños al patrimonio cultural, en espe-
cial al edificio bizantino conocido como Palacio de Trajano; la Catedral
de San Sergio, del siglo III; y varias mezquitas, entre ellas la Mebrak al-
Naqah, donde se dice que se depositó el primer Corán. Más allá de la in-
aceptable conducta de las organizaciones rebeldes, que han utilizado mo-
numentos históricos con fines bélicos, las fuerzas leales al gobierno
central han sido igualmente criticadas por bombardear a los insurgentes
con barriles de trinitrotolueno (TNT) de media tonelada de peso lanzados
desde helicópteros, ocasionando grandes daños materiales (Cheikhmous,
2014).
También se incluye dentro de los actores del conflicto sirio con responsa-
bilidad en la destrucción de bienes culturales a los rusos aliados de Al-
Assad. Según relata en una entrevista Annie Sartre-Fauriat, miembro del
grupo de expertos de la UNESCO sobre Siria, tras el pillaje cometido por
los salafistas en Palmira los rusos tomaron a cargo su reconstrucción de
14
Malula es junto a Jabadin y Bakah una de las tres aldeas en las que aún se habla el
arameo en Siria, pero es la única que seguía siendo mayoritariamente cristiana.
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STUDIA POLITICÆ
manera inconsulta con especialistas de otras nacionalidades, siendo que
nunca habían trabajado sobre el sitio ni poseían ningún archivo arqueoló-
gico. La iniciativa de Rusia configuró, en la visión de la experta, una ope-
ración de propaganda política en la cual “el sitio de Palmira es tomado
como rehén por gente que no se preocupa por su autenticidad ni su histo-
ria” (Torres Duarte, 2017).
No sólo los lugares protegidos por la UNESCO han sufrido ataques y
destrucción. La ONU consideró tempranamente en el año 2014 que cerca
de 18 áreas culturales y arquitectónicas, más de 300 monumentos y casi
450 edificios históricos de Siria habían sido objeto de ataques; por otro
lado, 24 de los monumentos más importantes del país habían sido des-
truidos, 104 sufrieron daños graves, otros 83 padecieron daños leves y 77
poblaciones habrían resultado dañadas (UNITAR, 2014). Respecto a los
museos, apenas el de Damasco se habría salvado de los saqueos, no así
los de Homs, Hama, el Qala’atJabar de Raqqa, Apamea, Deirez-Zor,
Idlib o el Maarat al-Numan. Si bien antes de la guerra el turismo suponía
un 12 % de los ingresos del país y el robo, tráfico o posesión ilícita de
reliquias estaba penado con quince años de prisión, luego se tornó extre-
madamente difícil proteger el patrimonio cultural nacional debido a la
violencia y a la falta de documentación de las antigüedades, lo que impo-
sibilitó su control y recuperación (Corral Hernádez, 2015).
6. Repercusiones de los casos sirio e iraquí en la comunidad
internacional
La vandalización sistemática de bienes culturales iraquíes y sirios por par-
te de Daesh, alegando razones religiosas; su tráfico y comercialización
ilegales o la destrucción parcial o total de esos bienes como efecto colate-
ral de combates entre esa organización u otras y las fuerzas estatales si-
rias, confirmaron rápidamente una insuficiente aplicación internacional
de la Convención de La Haya de 1954 (Kila, 2014). A pesar de la vigencia
del deber legal, y más allá de las razones que pudieran esgrimirse, lo cier-
to es que los bienes culturales en cuestión no gozaron de la protección ne-
cesaria.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) acusó recibo de la situa-
ción, tanto en el marco de su Asamblea General como en el Consejo de
Seguridad. El primero de esos órganos adoptó el 28 de mayo de 2015 la
Resolución 69/281 para proteger y preservar el patrimonio cultural de
59
Irak, cuyo texto insta a los Estados a tomar medidas que verifiquen la pro-
cedencia lícita de todos los bienes culturales que se comercien en sus te-
rritorios. En su punto 2, el documento rechaza que los ataques contra el
patrimonio cultural de un país sean empleados como medio táctico en la
guerra para sembrar el miedo y el odio, avivar el conflicto e imponer
ideologías extremistas y violentas; paralelamente, en su punto 9 reclama
los esfuerzos estatales en identificar, conservar y devolver esos bienes
cuando sean traficados en los mercados ilegales. Jan Eliasson, Vicesecre-
tario General de la ONU, sostuvo en esos momentos: “La destrucción del
patrimonio cultural es una manifestación sin sentido de extremismo vio-
lento que intenta destruir el presente, el pasado y el futuro de la civiliza-
ción” (ONU, 2015a).
El Consejo de Seguridad, por su parte, fue el responsable de dos iniciati-
vas importantes en esta cuestión. La primera tuvo lugar en febrero de
2015 cuando emitió la Resolución 2199, centrada en el financiamiento
del terrorismo, dirigida principalmente a Daesh, Al-Qaeda y otros actores
no estatales con participación en ese conflicto armado. Su texto reafirma
que el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones constituye una de
las amenazas más graves para la paz y la seguridad internacionales, para
luego condenar cualquier participación en actividades comerciales direc-
tas o indirectas con los grupos mencionados o actores asociados, que con-
tribuyan a su financiamiento. Específicamente en sus puntos 18 y 19, el
documento alude en forma explícita a la comercialización ilegal de bienes
culturales (ONU, 2015b).
Dos años más tarde de esa Resolución, en marzo de 2017, el Consejo
emitió una segunda, la 2347. A los debates públicos previos, concebidos
para ilustrar a los miembros del Consejo, fue invitada a participar en cali-
dad de informante la titular de la UNESCO. Bokova confirmó que la des-
trucción deliberada del patrimonio se ha convertido en una estrategia de
limpieza cultural y constituye un crimen de guerra; desde esa perspectiva,
“agregó, defender el patrimonio cultural no sólo es un asunto cultural,
sino también un imperativo de seguridad” (UNESCO, 2017).
La Resolución 2347 es la que se centra exclusivamente en el patrimonio
cultural. Ratifica la severa amenaza a la paz y seguridad internacionales
que configura en la actualidad el terrorismo, más allá de sus formatos y
expresiones; condena la destrucción ilícita del patrimonio cultural, así
como el saqueo y el contrabando de bienes culturales en caso de conflicto
armado, en particular por parte de grupos terroristas; condena también
esas prácticas por parte de Daesh y grupos asociados a Al-Qaeda, indican-
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do que pueden constituir crimen de guerra, en determinadas circunstan-
cias y con arreglo al Derecho Internacional. En tal sentido, invita a los
Estados miembros a incrementar la cooperación entre sí y con el organis-
mo, incluyendo los ámbitos policial y judicial, como así también prohibir
el comercio transfronterizo de bienes culturales cuando su procedencia no
esté claramente documentada. También los exhorta a prestar cooperación
en investigaciones, enjuiciamientos, incautaciones, decomisos, devolucio-
nes, restituciones o repatriaciones, en relación con bienes culturales que
hayan sido objeto de tráfico, exportación o importación, robo, saqueo, ex-
cavación o comercio ilícitos (ONU, 2017).
Como puede constatarse, mientras la Resolución 2199 no apela al concep-
to “crimen de guerra”, la Resolución 2347 sí lo hace. El punto de ruptura
se ubica poco después de la aprobación del primero de esos instrumentos,
a principios de marzo del año 2015, cuando Ban Ki-Moon, Secretario Ge-
neral de la ONU, se refirió en esos términos a la mencionada destrucción
de la ciudad de Hatra por parte del grupo extremista, agregando que los
culpables debían ser llevados ante la justicia (ONU, 2015c; Sánchez Cor-
dero, 2016).
En el lapso abarcado por ambas resoluciones, de relevancia histórica, la
UNESCO implementó dos iniciativas de importancia. La primera de ellas,
lanzada en marzo de 2015 en la Universidad de Bagdad, se denomina
“Unite4Heritage” y consiste en la protección y resguardo de patrimonio
bajo amenaza de saqueo o destrucción. A tal efecto, retomando una inicia-
tiva de la Convención de 1954, se propicia la creación de unidades de ex-
pertos independientes (historiadores, restauradores, arqueólogos, etc.) y
policías (inicialmente italianos). Según expresó en ese lanzamiento la ti-
tular del organismo, entre las labores que se espera que esta fuerza des-
empeñe, figuran la evaluación de los daños y riesgos del patrimonio cul-
tural y natural; el diseño de planes operativos para tomar medidas de
salvaguardia urgente; la asistencia para trasladar bienes culturales móvi-
les (como colecciones de museos) que estén en riesgo hacia lugares segu-
ros; la lucha contra el tráfico ilícito de objetos, que prevengan e impidan
los intentos de saqueo y destrucción similares a los registrados en Medio
Oriente, y con posterioridad al delito contribuyan a restaurar el patrimo-
nio (UNESCO, 2015a).
15
15
En la Convención de 1954 ya se pedía el establecimiento de unidades especiales de
las Fuerzas Armadas encargadas de la protección de los bienes culturales.
61
La otra iniciativa vio la luz pocos días antes de la emisión de la segunda
de las resoluciones mencionadas. En esos momentos la UNESCO puso
en marcha un fondo especial para salvaguardar el patrimonio cultural y
los bienes históricos en peligro debido a su ubicación en zonas de con-
flicto. En concreto, los recursos financieros se orientarán a la prevención
de la destrucción de monumentos, la restauración de piezas y antigüeda-
des dañadas y el combate al tráfico ilegal de bienes culturales. Donacio-
nes públicas
16
y privadas permitieron que el capital inicial del fondo sea
de US$ 75 millones, cuya ejecución será supervisada por una entidad
constituida a tal efecto, la Alianza Internacional para la Protección del
Patrimonio Cultural en Zonas de Conflicto (ALIPH), con sede en Gine-
bra. A mediano plazo, es intención de la Alianza crear una red de zonas
seguras para el almacenamiento temporal de propiedades históricas ame-
nazadas.
7. Algunas conclusiones
El daño o destrucción de bienes culturales en el marco de conflictos ar-
mados reconoce antecedentes concretos en la antigüedad y es una práctica
que nunca ha cesado, aunque los esfuerzos de la comunidad internacional
por generar e implementar instrumentos normativos que lo impidan recién
surgen hace menos de ciento cincuenta años, a contar desde el cónclave
celebrado en Bruselas en 1874. La dinámica internacional demostró que
esos esfuerzos han sido en buena medida estériles. Han transcurrido ya
muchos años desde que los primeros museos iraquíes fueron saqueados o
destruidos y, sin embargo, pese a las actuaciones de actores externos de
diverso tipo, estas situaciones se siguen produciendo en aquellos lugares
donde los conflictos armados continúan activos. De esta forma, el daño o
destrucción de bienes culturales en el marco de conflictos armados inte-
gra la agenda de la Seguridad Internacional contemporánea, según se la
ha conceptualizado en pasajes iniciales del presente trabajo. En conjunto,
todo esto muestra la debilidad de toda la estructura normativa construida
en esta cuestión por la sociedad internacional, a lo largo de casi setenta
años (en referencia a la Convención de Ginebra de 1949), en especial la
Convención de 1954 de la UNESCO.
16
Cabe destacar que de los citados US$ 75 millones, la enorme mayoría fue aportada
por apenas tres países: Francia con US$ 30 millones, Arabia Saudita con US$ 20 millo-
nes y Emiratos Árabes con otros US$ 15 millones.
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Si bien la destrucción del Patrimonio Cultural de la Humanidad puede ser
considerado un elemento más de la propaganda como acción contra el
enemigo, no deja de ser significativo que algunas de esas reliquias acaben
en el mercado negro, enriqueciendo tanto a las organizaciones combatien-
tes, que utilizan sus fondos para financiar sus actos terroristas, como a
particulares, principalmente en destinos occidentales.
En este sentido, Daesh se ha apropiado de yacimientos arqueológicos
como vía de obtención de divisas. La conducta de esta organización extre-
mista y salafista no puede explicarse únicamente en clave religiosa, pues
incursiona en el plano de la criminalidad transnacional organizada, espe-
cíficamente el tráfico ilegal de obras de arte.
No obstante, no sólo los grupos terroristas, sino también el gobierno, mili-
cias rebeldes, las Fuerzas Armadas sirias y la propia población civil que
vive en una situación de máxima dureza, han destruido, esquilmado, roba-
do y vendido el patrimonio cultural de los territorios históricos. Muchas
son las razones, pero la consecuencia en todos los casos es la misma, la
pérdida de los bienes de la Humanidad.
Tras la esperada paz, Siria, y también Irak, tendrán que afrontar no sólo la
reconstrucción de su entramado político, social y económico, sino tam-
bién la recuperación de los activos culturales perdidos, destruidos o ven-
didos durante los años de conflicto. No será tarea fácil y para ello, sin
duda, se deberá contar con la cooperación de toda la comunidad interna-
cional. Accesoriamente, esa recuperación podría tener un efecto positivo
en el restablecimiento de las relaciones entre partes anteriormente belige-
rantes y sobre la reconciliación de esas sociedades devastadas por el fla-
gelo bélico.
Precisamente en lo que hace a la comunidad internacional, tiene por de-
lante el enorme desafío de articular respuestas efectivas frente a eventua-
les casos similares que se presenten en el futuro. De cara a este escenario,
pueden identificarse tres elementos que permiten cierto grado de optimis-
mo. En primer lugar, el creciente involucramiento de la UNESCO en la
cuestión, en particular bajo la dirección de Irina Bokova, quien ha asumi-
do un activo rol en la denuncia de actos de “limpieza cultural”, exigiendo
a las instituciones internacionales la adopción de medidas eficaces en ese
sentido. A futuro, las acciones del organismo tendrán una capital impor-
tancia tanto en su ejercicio del rol de “informador” al Consejo de Seguri-
dad, como en la aplicación de la Unite4Heritage; el éxito en este empren-
dimiento, empero, estará sujeto a el respaldo político y a los aportes
económicos de las naciones partes.
63
El segundo pilar de esa tríada está constituido por la sanción de las Res
2199 y 2347 por parte del CSNU. Como ya se ha indicado, la primera
permite tipificar al robo y tráfico de bienes culturales como una grave
amenaza a la paz y la seguridad internacionales, mientras la segunda in-
troduce explícitamente el concepto “crimen de guerra” en lo relativo al
saqueo, destrucción y contrabando de patrimonio cultural, en caso de
conflicto armado. Cerrando este esquema y en consonancia con este se-
gundo pilar, el tercero apunta a la interpretación concreta por parte de la
Corte Penal Internacional del daño o destrucción de bienes culturales
como un crimen de guerra, en relación a Mali. En este punto, las dimen-
siones cuantitativas y cualitativas del daño al patrimonio cultural regis-
trado en Siria e Irak, perpetrado por Daesh y otros actores, podría derivar
en un mayor interés por enjuiciar a los perpetradores de este tipo de crí-
menes de guerra.
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