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Luciano Nosetto
*
Resumen
Tras constatar las dificultades de la teoría política contemporánea al mo-
mento de lidiar con los secretos de Estado, este artículo propone un
abordaje analítico, orientado a distinguir las modalidades teológicas, téc-
nicas y morales de los secretos en política. Este análisis ofrece una tipo-
logía trimembre (misterios, arcanos y estratagemas), que permite ganar
claridad sobre la heterogénea e insidiosa presencia de los secretos en la
política contemporánea y ponderar también los límites en la búsqueda de
transparencia.
Palabras clave: Secretos de Estado – Teología política – Razón de Esta-
do – Arcana imperii – Transparencia
Secretos de Estado. Actualización
teórica y reflexiones sobre el caso
argentino.
*
Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET) con asiento en el Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, Facultad de Cien-
cias Sociales, Universidad de Buenos Aires (UBA).
Código de Referato: SP.234.XLV/18
http://dx.doi.org/10.22529/sp.2018.45.02
STUDIA POLITICÆ Número 45 invierno 2018 – pág. 33-58
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales,
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
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STUDIA POLITICÆ
Abstract
After an initial account of the difficulties of contemporary political theory
when dealing with state secrets, this article proposes an analytical
approach, aimed at distinguishing the theological, technical, and moral
varieties of political secrets. This analysis provides a three-term typology
(mysteries, arcana, and stratagems) which helps clarify the heterogeneous
and pervasive presence of secrets in contemporary politics, and ponder the
limits of the quest for transparency.
Key words: State Secrets – Political Theology – Reason of State –
Arcana Imperii – Transparency
1. Transparencia
L
A aversión a los secretos constituye una permanente de la teoría
política contemporánea. De esto, un puñado de ejemplos. A co-
mienzos de los setenta, Robert Dahl señaló que no hay democracia
sin igualdad en el acceso a la información política. Con esta premisa po-
liárquica en mente, advirtió a sus compatriotas estadounidenses que las
crecientes regulaciones vinculadas a la seguridad nacional no hacían
más que expandir el hiato informativo que separa al conjunto de la po-
blación respecto de las élites políticas (Dahl, 2006: 73). Una década
más tarde, el italiano Norberto Bobbio postuló que “la opacidad del po-
der es la negación de la democracia” (Bobbio, 2013: 32). Decía Bobbio
a principios de los ochenta que no hay democracia sin derecho a la in-
formación y que todo poder oculto destruye los pilares del gobierno de-
mocrático (Bobbio, 2003: 37). La publicidad de los actos de gobierno,
concluiría Bobbio más tarde, es lo que distingue al Estado de derecho
respecto del absolutismo (Bobbio, 1995: 106). En la misma línea se ex-
presó recientemente el brasileño Roberto Romano. En un libro de 2014,
Romano retrotrajo los secretos políticos a la antigua doctrina de la razón
de Estado y señaló que las revoluciones democráticas apuntaron preci-
samente a repudiar toda opacidad política. Sentenció Romano que “la
democracia empieza y termina con el secreto” (Romano, 2014: 181):
empieza como una revuelta contra la opacidad del poder, pero trepida
cada vez que esa opacidad contraataca.
Está en lo cierto Byung-Chul Han cuando sostiene que “ningún otro lema
domina tanto hoy el discurso público como la transparencia” (Han, 2013:
11). Resulta en cambio debatible la insistencia de Han respecto de la no-
vedad de esta exigencia. Es que las ideas avanzadas por Dahl, Bobbio y
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LUCIANO NOSETTO
Romano se encuentran ya magistralmente expuestas en los escritos de Je-
remy Bentham, Immanuel Kant o Benjamin Constant. Fueron estos ilus-
tres pensadores quienes hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX
dieron forma definitiva a la axiomática republicana que, desde entonces,
sirve para condenar los secretos políticos. El señalamiento contemporá-
neo del antagonismo entre democracia y secreto remeda así un viejo y re-
currido episodio de la teoría política.
Si esta recurrencia no ha derivado en una pesada letanía es debido al inte-
rés siempre renovado que la temática suscita. Concretamente, lo que re-
nueva este interés es el impacto producido cada vez que un secreto políti-
co es develado. Dahl escribió sus reflexiones mientras los Papeles del
Pentágono daban a conocer las operaciones secretas de Estados Unidos
en Vietnam. Bobbio escribió sus reflexiones al calor de la conmoción ge-
nerada por el descubrimiento de la nómina de miembros de la logia Pro-
paganda Due, entre los que se contaban altos funcionarios, legisladores e
incluso primeros ministros. Romano publicó su libro pocos meses des-
pués de que se conocieran las denuncias contra decenas de políticos y em-
presarios por sobornos vinculados a contrataciones de la estatal Petrobras.
Si el secreto constituye una preocupación permanente de la teoría política
es precisamente porque la dinámica política de nuestras sociedades se ve
conmovida de manera recurrente por el impacto de su revelamiento.
Que la cuestión de los secretos políticos constituya un tema siempre can-
dente conspira contra las posibilidades de un abordaje sopesado y cabal.
El lector interesado en el tema deberá exponerse inevitablemente a una
maniobra repetida en numerosos textos contemporáneos; maniobra reduc-
tible a tres movimientos: (1) postulación del axioma democrático de la
transparencia, (2) identificación de los secretos políticos con los regíme-
nes predemocráticos y (3) constatación indignada de la persistencia de
opacidades. Los secretos políticos quedan así presentados como un reper-
torio anacrónico que retorna de manera intempestiva. Estos abordajes
pueden ser muy edificantes pero, a fin de cuentas, resultan poco analíticos
y, las más de las veces, superficiales.
2. Esoterismo
Daría la impresión de que la única manera de conocer la cuestión de los
secretos políticos consiste en navegar río arriba en el curso de nuestra tra-
dición, para remontarse a los siglos XVII o XVI y dar con aquella literatu-
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ra de la modernidad temprana que se mostraba más permisiva respecto
del asunto. Con toda probabilidad, la primera obra que saldrá al encuentro
del lector será El príncipe de Maquiavelo. En su capítulo 18, ante la pre-
gunta por el carácter vinculante de las promesas, Maquiavelo argumenta
que la experiencia recomienda ser más bien astuto. Ilustra Maquiavelo
que hay dos medios de combatir: las leyes y la fuerza. Combatir con las
leyes es propio de los hombres; hacerlo con la fuerza es propio de las bes-
tias. Dado que en muchas ocasiones las leyes no bastan, es necesario sa-
ber usar la fuerza de las bestias, lo que implica saber emplear tanto la
fuerza física del león como la fuerza intelectual de la zorra. De allí que el
príncipe deba aparentar poseer todas virtudes, pero pueda también pres-
cindir de ellas cuando la necesidad lo exija. El dominio de las apariencias,
de las medias verdades y de los engaños se constituye así en un expedien-
te político tan importante como las leyes y la violencia (Machiavelli,
1995: 115-120).
Con esto, Maquiavelo se erige en fundador de la tradición realista de pen-
samiento político. Muchos fueron los discípulos que adoptaron sus ense-
ñanzas, pero no menos fueron aquellos que tomaron nota de la condena
que le valió al maestro el hecho de haber expuesto sus ideas con franque-
za. Los sucesores de Maquiavelo que comprendieron el lugar eminente
que los secretos ocupan entre las cosas políticas y que estaban en condi-
ciones de abordar la cuestión de manera sopesada y cabal, comprendieron
también la necesidad de transmitir esas enseñanzas de manera velada. En
un minucioso libro sobre los tratados relativos a los secretos de Estado del
siglo XVII, Robert Donaldson señala:
Los textos en esta tradición no solo son sobre los arcana: con mucha fre-
cuencia, son trabajos arcana, secretos o privados, ideados para preser-
varse de la vista pública. Estos textos, siguiendo a Maquiavelo, aconse-
jan a los gobernantes a disimular sus intenciones y ocultar los modos
mediante los que ejercen el poder, y los escritores de estos textos ocultan
con frecuencia la relación que ellos mismos tienen con su trabajo, sus in-
tenciones y sus fuentes (Donaldson, 1988: 86).
Ilustrativo en este sentido es el caso del tratado del italiano Torquato Ac-
cetto Sobre la disimulación honesta, publicado en 1641. En su prefacio,
Accetto confiesa haberse visto obligado a mutilar dos tercios de la obra
original a efectos de su publicación. Lamenta que el lector tenga que li-
diar con un texto plagado de cicatrices pero, en su defensa, argumenta: “el
escribir sobre la disimulación ha buscado que yo disimulara” (Accetto,
1997: 8). Seguidamente, dedica los veinticuatro capítulos de su tratado a
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LUCIANO NOSETTO
movilizar antecedentes bíblicos e históricos en favor del disimulo. Hecho
esto, finaliza su texto con una recapitulación de las virtudes de la disimu-
lación. Entre ellas, reconoce la capacidad de “ordenar las repúblicas, ad-
ministrar la guerra y conservar la paz” (Accetto, 1997: 60). Es llamativo
que esta sea la primera y única vez que el texto refiere al uso político de
la disimulación. La cuestión se aclara parcialmente cuando el lector re-
cuerda que dos tercios de la obra original debieron ser prudentemente
ocultados.
Similares suspicacias despierta el caso de Gabriel Naudé, un libertino
erudito que hacia 1639 publica un libro sobre los secretos titulado Consi-
deraciones políticas sobre los golpes de Estado. El libro abre con un ex-
traño prefacio, en el que anticipa que el contenido no será del agrado de
todos, pero que se vio obligado a llevarlo a la prensa por orden de su pro-
tector, un diplomático papal que prefería leerlo impreso y no manuscrito
(Naudé, 1964: 43-44). Naudé se excusa señalando que solo se editaron
doce copias, lo que resulta extraño, siendo que con un ejemplar habría
bastado. Más extraño resulta el hecho de que, para el año 1639, el supues-
to destinatario se encontraba irremediablemente enfermo. Eso, sin contar
el hecho de que, tal como relata Donaldson (1988: 160-4), los registros de
la época dan cuenta de más de un centenar de ejemplares en circulación.
En el primer capítulo, se pregunta Naudé cómo abordar la cuestión de los
secretos. Recuerda el caso de un eximio disertante sobre caballos que, an-
tes de proceder a sus exposiciones, se ponía en cuatro patas y relinchaba
(Naudé, 1964: 76). Si el método exige que las cosas equinas sean tratadas
equinamente, debería esperarse entonces que las cosas del secreto sean
abordadas con el método respectivo.
Años más tarde Naudé fue convocado por el cardenal Richelieu para ad-
ministrar su biblioteca, función en la que fue ratificado por el sucesor del
premier francés, el cardenal Mazarino. Mazarino por su parte escribió en
1648 un Breviario de los políticos. Comienza el texto señalando que los
principios en los que se basa la filosofía de la época son dos: “simula y
disimula” (Mazarino 2007: 8). Inmediatamente, traduce estos principios
en términos menos escandalosos, sosteniendo que la máxima de simular
equivale a conocerse a uno mismo y la máxima de disimular, a conocer a
los demás. Esto abre paso a una serie de consejos relativos al autocontrol
y al gobierno de las emociones, y a las astucias que permiten conocer los
secretos de los otros. Así, un texto cuyo título menciona a los políticos y
que comienza con la audaz postulación del arte del ocultamiento, termina
ofreciendo una serie de genéricos consejos de salón, carente de toda refe-
rencia específica al gobierno político.
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STUDIA POLITICÆ
La enseñanza que estos materiales brindan en relación con los secretos
políticos es que no resulta conveniente abordar esta cuestión de manera
directa o explícita: preferible es recurrir a expedientes alusivos y esotéri-
cos. Esto agrava las dificultades de quien pretende internarse en la cues-
tión de los secretos políticos. Ya indicamos la falta de sistematicidad que
aqueja a muchos de los abordajes contemporáneos. Lo que venimos de
comentar complejiza aún más nuestro panorama. Si los partidarios de los
secretos políticos esconden sus reflexiones más profundas, los detracto-
res de los secretos políticos prescinden de toda profundización, despa-
chando el asunto desde el vamos. Unos colocan el tema en una profundi-
dad difícilmente accesible. Otros lo resuelven con una superficialidad
difícilmente instructiva.
3. Secreto
A efectos de ganar claridad sobre nuestro tema, resulta conveniente ex-
plicitar a qué remite la noción de secreto. Alfred Ernout y Antoine Mei-
llet contribuyen a rastrear la etimología del término en el verbo secerne-
re que remite a la acción de “poner a un lado” o “poner a distancia”.
Este verbo deriva a su vez de cernere, lo que abre un amplio campo se-
mántico, incluyendo nociones concretas, como las de “pasar por la cri-
ba” o tamizar, y otras más generales, como las de “distinguir entre dife-
rentes objetos”, “elegir entre diferentes opciones” e incluso “decidir”
(Ernout y Meillet, 1951: 204-5). A resultas de estas precisiones etimoló-
gicas, secreto es aquello que, al tamizar, es puesto a un lado. El carácter
deliberado de esta reserva permite distinguir el secreto voluntario del
error involuntario.
Señala Eva Horn que esta acción deliberada de “segregar” tiene un co-
rrelato sociológico inmediato en la distinción entre quienes conocen el
secreto y quienes no. El secreto constituye así una relación social que in-
cluye a unos porque excluye al resto (Horn, 2012: 110). Esta línea de re-
flexiones había sido ya explorada por Georg Simmel en un fragmento so-
bre las sociedades secretas. Allí Simmel asume la tarea de distinguir
secreto de mentira. En principio, la definición del secreto como “una res-
tricción del conocimiento que unos tienen sobre otros” o “un ocultamien-
to consciente y voluntario” obsta a la posibilidad de desmarcarlo de la
mentira. De todos modos, Simmel establece una distinción técnica: si la
mentira es un medio de ocultamiento positivo y agresivo, el secreto es en
cambio negativo y defensivo (Simmel, 1908: 262, 272).
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LUCIANO NOSETTO
La tenue distinción sugerida por Simmel tiene por antecedente la diferen-
ciación clásica entre disimulación y simulación. Si bien ambas pueden
disponerse en una escala de ficcionalización (Taranto, 2000: 655), lo cier-
to es que se trata de dos acciones distintas. Mientras la simulación consis-
te en la producción activa de artificios, la disimulación implica callar o
dejar creer. Es Accetto quien más atención prestó a la diferencia de la di-
simulación respecto de la mentira. En su intento de justificar empleos ho-
nestos del secreto, sostiene que la disimulación “no forma lo falso, sino
que da descanso a lo verdadero”. Disimular consiste en “no hacer ver las
cosas como son”. Compendia Accetto que “se simula aquello que no es,
se disimula aquello que es” (Accetto, 1997: 16, 24). Si bien estas sutiles
precisiones permiten distinguir secreto de mentira, lo cierto es que, las
más de las veces, las relaciones entre ambas prácticas resultan fluidas y
difíciles de discriminar. Esto es particularmente ostensible en la historia
política. En sus reflexiones sobre la mentira en política, Hannah Arendt
consigna:
El secreto —aquello que diplomáticamente se llama “discreción” al igual
que los arcana imperii, los misterios del gobierno— y el engaño, la deli-
berada falsedad y la mentira abierta usados como medios legítimos para
lograr objetivos políticos, han estado con nosotros desde el inicio de la
historia registrada (Arendt, 1997: 4).
Lo instructivo en este caso es que, más allá de la ceñida relación identifi-
cada entre estos términos, Arendt preserva la distinción conceptual entre
el secreto y el engaño, al tiempo que explicita diferentes formas de secre-
to, aludidas con los términos discreción, arcano y misterio. Una vía de
profundización en la cuestión del secreto es, precisamente, la de proceder
analíticamente, distinguiendo sus diversas modalidades o configuracio-
nes. Mientras sigamos tratando al secreto como un fenómeno masivo y
compacto, quedaremos confinados a un estadio externo, presto a extrapo-
laciones superficiales y a reacciones moralizantes.
En esta vía de indagación analítica no abundan precursores. Si bien pue-
den reconocerse los recientes esfuerzos de Eva Horn, Pierre Rosanvallon
y Laurence Quill en la materia, ha sido Michel Sénellart quien abordó la
cuestión del secreto político de manera más analítica, a un tiempo pano-
rámica y profunda. En línea con los desarrollos de Michel Foucault so-
bre la gubernamentalidad, Sénellart publicó en 1995 el libro Las artes
de gobernar. Allí se propuso contribuir a una genealogía del Estado mo-
derno a partir de la observación de las transformaciones en la reflexión
sobre el arte de gobierno. En este marco, Sénellart ofrece una tipología
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de los secretos políticos, integrada por tres términos (Sénellart, 1995:
249-259).
El primer tipo de secretos viene definido por la noción de misterio, pre-
sente en las doctrinas tardomedievales relativas al carácter mágico-reli-
gioso de la autoridad. En este marco, se despliegan reflexiones de im-
pronta teológica sobre el carácter inescrutable del poder monárquico.
El segundo tipo de secretos remite a la noción de arcano, desplegada en
las doctrinas de la razón de Estado en la primera modernidad. En este
caso, se trata de reflexiones que apuntan a la dimensión técnica del ejer-
cicio del poder, intentando elaborar los secretos del arte gubernamental.
El tercer tipo de secretos remite a nociones como estratagema o maquina-
ción; y da cuenta de las astucias y engaños que definen el juego político
entre partidos y facciones. Esta acepción de secreto, presente en la litera-
tura ilustrada, encontrará su contrapunto en la exigencia de publicidad
como clave de la legitimidad republicana.
Partiendo de la estructura provista por Sénellart, abordaremos seguida-
mente estas diversas configuraciones del secreto político. En línea con el
método estratégico elaborado por Foucault, interesa aproximarnos a las
diferentes formas que el secreto adquiere a lo largo de la historia, pero no
como una sucesión de etapas discretas (baja edad media, temprana mo-
dernidad, Ilustración), en la que cada bloque desplaza al anterior y lo con-
fina al pasado (Horn, 2012: 105), sino como tres conjuntos de prácticas
heterogéneas que pueden coexistir y solaparse (Foucault, 2004a: 44). Este
abordaje nos permitirá reconstruir la densidad histórica de la reflexión po-
lítica sobre los secretos, manteniendo una viva preocupación por nuestra
actualidad.
4. Misterio
En 1953, el historiador Ernst Kantorowicz da a conocer un ensayo sobre
los secretos políticos. Allí se ocupa de identificar el origen religioso y, en
particular, el “sabor cristiano” del concepto absolutista de secretos de Es-
tado. Ilustra su punto recordando que, a inicios del siglo XVII, el monarca
inglés Jacobo I se refería a la prerrogativa real en términos de “la reveren-
cia mística que pertenece a quienes se sientan en el trono de Dios”. En el
decir del monarca, “es ateo y constituye una blasfemia discutir lo que
puede hacer Dios... Del mismo modo, es presunción y gran desdén en un
súbdito discutir lo que puede hacer un rey” (Kantorowicz, 1959: 37, 41-
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LUCIANO NOSETTO
42). Con esto Kantorowicz da cuenta de una de las manifestaciones más
resonantes de los secretos de Estado. Se trata de aquel halo místico y cul-
tual, entre mágico y religioso, que rodea a la autoridad política y se mani-
fiesta en insignias y ceremonias. Se trata de una concepción mística de la
prerrogativa real, que el súbdito no puede conocer ni debe indagar. Impo-
sibilidad cognoscitiva y piadosa humildad se combinan para cerrar las
puertas del secreto así comprendido (Bobbio, 2013: 71; Han, 2013: 25;
Horn, 2012: 108; Sénellart, 1995: 249). De este modo, la primera mani-
festación de los secretos políticos remite al ámbito religioso. Kantorowicz
incluso sugiere que “secretos de Estado” y “teología política” pueden te-
nerse por sinónimos (Kantorowicz, 1959: 39).
Más adelante, Kantorowicz integrará estas reflexiones a su estudio sobre
la doctrina tardomedieval de los dos cuerpos del rey. Esta doctrina identi-
fica en el monarca la coincidencia de un cuerpo natural (sometido al paso
del tiempo, las dolencias y la muerte) y un cuerpo político (intangible e
inmortal, que coincide con el cuerpo del gobierno). Mientras el cuerpo
natural del monarca puede perecer, el cuerpo inmortal del gobierno se
desplaza de un sucesor a otro. En esta doctrina de un cuerpo mortal que
aloja un cuerpo místico, Kantorowicz señala el componente cristológico
activo en el derecho público inglés de la baja edad media (Kantorowicz,
1985: 19-34).
Recientemente Fabián Ludueña Romandini contribuyó a profundizar la
vinculación de los secretos de Estado con la cristología. Recordando las
ocasiones en que Jesús recurría a la disimulación, sostiene que “todo ‘se-
creto de Estado’ tiene su raíz teológica en el complejo juego por medio
del cual el Ungido se mueve a la vez entre el carácter público de la reve-
lación gloriosa y el secreto de su verdadero poder” (Ludueña Romandini,
2010: 133).
También Giorgio Agamben ha retomado la noción de misterio, para aso-
ciarla a la teología económica, esto es, la tratadística teológica sobre el
ser trino de Dios y su gobierno del mundo. En este marco, Agamben pro-
vee una genealogía del misterio político que tiene uno de sus episodios
más sugerentes en los tratados relativos al funcionariado de los ángeles.
Para Agamben, la angeología constituye un antecedente de las reflexiones
sobre la administración burocrática. Es que los ángeles participan de la
gloria de Dios al tiempo que reciben encargos con los que contribuyen al
gobierno divino del mundo. Agamben subraya entonces la profunda im-
bricación teológica entre las reflexiones en torno a la gloria misteriosa de
Dios y al gobierno ministerial del mundo. Aquí, las nociones de “miste-
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rio” y “ministerio” se confunden hasta resultar indiscernibles. Sobre este
antecedente teológico, resalta Agamben la importancia que, para la políti-
ca occidental, tiene la gloria, entendida como aquella “zona incierta en la
que se mueven aclamaciones, ceremonias, liturgia e insignias” (Agamben,
2008: 95, 265, 331).
Al asumir estas largas parábolas históricas, no se debe perder de vista la
profunda innovación implicada en la traducción política de estos concep-
tos teológicos. Es que, al tomar en préstamo los conceptos teológicos, los
monarcas de la baja edad media procedían a una usurpación o profana-
ción de lo espiritual mucho más que a una piadosa subordinación ante la
autoridad eclesiástica. Roberto Espósito sugiere que los episodios de ma-
yor despliegue de la teología política coinciden con los momentos de dis-
tanciamiento entre el poder secular y la autoridad espiritual. A distancia
de la hipótesis weberiana de la desmagificación, la secularización se defi-
ne como un proceso inédito de espiritualización del poder político (Espo-
sito, 2013: 56-57). El caso de los reyes taumaturgos estudiado por Marc
Bloch ilustra cabalmente este proceso: la atribución de poderes curativos
a los reyes de Francia e Inglaterra comienza en el siglo XI, en coinciden-
cia con la querella de las investiduras (Bloch, 2006: 93 y ss.), es decir, en
el marco de las primeras manifestaciones de la secularización (Böcken-
förde, 2013: 94). Bloch documenta que la práctica real de curación de es-
crófulas mediante la imposición de manos así como la curación de la epi-
lepsia mediante anillos manipulados por el rey sobrevivirán a las guerras
de religión e incluso a las revoluciones, continuando hasta bien entrado el
siglo XIX (Bloch, 2006: 475 y ss.).
Es entonces en el marco de la secularización que surge una problematiza-
ción sistemática sobre el carácter misterioso del poder político. En un
contexto de conmoción del orden medieval, la legitimidad del poder mo-
nárquico resulta galvanizada por la postulación de una dimensión mística
de la autoridad, tomada en préstamo de la organización eclesiástica. Estas
consideraciones pueden resultar en un principio extrañas a la dinámica
política contemporánea. Ahora bien, la cuestión teológica de los misterios
del poder comienza a volverse más familiar si recordamos, de la mano del
historiador Rudolf Sohm, que la organización de la Iglesia cristiana se
funda en el don de la gracia conferido por el Espíritu Santo, don que ad-
quiere el nombre de carisma (Sohm, 1923: 26-28). Resulta entonces de
una actualidad innegable afirmar que uno de los secretos más inefables de
la política es el del fenómeno del carisma: aquel atributo difícilmente ob-
jetivable que traba entre dirigidos y dirigente una relación de confianza y
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LUCIANO NOSETTO
entrega. El misterio de la política deriva entonces del carácter en definiti-
va inefable que informa el vínculo de la representación. En esta línea,
sostiene Agamben:
La función de las aclamaciones y la Gloria, en la forma moderna de la
opinión pública y del consenso, está todavía en el centro de los dispositi-
vos políticos de las democracias contemporáneas. Si los media son tan
importantes en las democracias modernas no se debe, en efecto, sólo a
que ellos permiten el control y el gobierno de la opinión pública, sino
también y sobre todo a que administran y otorgan la Gloria, aquel aspec-
to aclamativo y doxológico del poder que en la modernidad parecía haber
desaparecido (Agamben, 2008: 13).
Los designios en virtud de los cuales ciertos líderes reciben la gracia del
pueblo y concitan la adhesión carismática siguen resultando hoy día un
misterio. Los intentos contemporáneos de develar este misterio, tradu-
ciéndolo en asesoría de imagen y mercadotecnia, se ven recurrentemente
frustrados por una opinión pública renuente a avenirse a las previsiones
de los especialistas y las certidumbres de los sondeos. Es sugerente que,
en su célebre impugnación de las encuestas de opinión, Pierre Bourdieu
haya comparado el carácter elusivo de la opinión pública con la inescruta-
bilidad de los designios de Dios. Sostiene Bourdieu que el poder político
se ha apoyado siempre en repertorios secretos: “el equivalente de ‘Dios
está de nuestra parte’ es hoy en día ‘la opinión pública está de nuestra
parte’” (Bourdieu, 2000: 222-223). Puede que la precariedad epistemoló-
gica de los estudios de opinión se explique en el carácter misterioso de su
objeto.
5. Arcano
En 1566, Jean Bodin da a conocer su Método para la fácil comprensión
de la historia. Una década antes de la publicación de sus libros sobre la
república, Bodin siente la necesidad de contribuir a la comprensión de los
Estados y de los cambios que estos atraviesan. Tras ponderar el legado de
los filósofos e historiadores de la antigüedad, lamenta Bodin que esa tra-
dición fuera discontinuada por mil doscientos años de barbarie. Si bien
señala que Maquiavelo fue el primero en restaurar la reflexión sobre el
gobierno, lo cierto es que Bodin no deja de añorar un abordaje más siste-
mático sobre los cambios políticos y, en particular, sobre aquellos disposi-
tivos en condiciones de capearlos. Con esto refiere a aquellas previsiones
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políticas que Aristóteles llamaba “sophismata” y Tácito, “arcana imperii
(Bodin, 1969: 154-155). Apelando a la autoridad de la tradición clásica,
Bodin pretende aplacar las sospechas de maquiavelismo, despejando el
camino para una reflexión sobre las técnicas de gobierno. En particular, el
renovado interés que la primera modernidad manifiesta por la obra de Tá-
cito abrirá un rico campo de reflexiones sobre los arcanos del poder. Con
la noción de arcana imperii, Tácito refería a aquellos arreglos institucio-
nales de la Roma imperial que debían permanecer en secreto para la esta-
bilidad del imperio (Tácito, 1979: 149-150; 2015: 5). La rehabilitación
bodiniana de la noción romana de arcanum (esto es, de aquello que debe
ser preservado en un arca o cofre) conectará entonces con las exigencias
de la novedosa doctrina de la Razón de Estado.
Un siglo más tarde, Daniel Priezac, consejero del Estado francés, escribe
un texto sobre los arcanos del poder, que tiene el mérito de reproducir
varios de los argumentos circulantes en torno al tema. Allí Priezac define
la Razón de Estado como el “conocimiento de los medios apropiados
para fundar un Estado, conservarlo en su forma primera y lograr nuevos
crecimientos en grandeza, dignidad y reputación” (Priezac, 1666: 205).
Curiosamente, ese texto lleva por título “De los secretos de la domina-
ción o de la Razón de Estado”. Al tomar ambos términos como equiva-
lentes, Priezac refleja el estado del arte de su época sobre los secretos
políticos, identificados con aquellas máximas del obrar político que ga-
rantizan la fundación, conservación y fortalecimiento de los Estados. Ar-
gumenta Priezac que, si la jurisprudencia, la matemática, la guerra o la
pintura tienen sus propios secretos del oficio, no debería resultar llamati-
vo que la política también tenga los suyos. Así, se recupera un postulado
de amplia circulación en la tratadística de la época, que afirma la autono-
mía de la técnica política respecto de la moral y la religión (Schmitt,
2007: 45).
Estas máximas del buen obrar político reciben su tratamiento más siste-
mático en la obra del alemán Arnold Clapmar, De arcani rerum publica-
rum, editada en 1605. Allí, se distinguen dos tipos de secretos, los arca-
na imperii y los arcana dominationis. Los primeros apuntan a la defensa
del Estado y la preservación del régimen político; los segundos, a la pro-
tección personal de los gobernantes. Siendo que los tipos de régimen son
tres (monarquía, aristocracia y democracia), los arcana imperii dependen
del tipo de régimen que se busque preservar y de la parte de la ciudad de
la que provengan las amenazas. Por ejemplo, a efectos de conservar un
régimen monárquico, es necesario conjurar las amenazas provenientes de
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LUCIANO NOSETTO
los grandes tanto como las del pueblo. Para ello, conviene por un lado
evitar aquellas decisiones que produzcan la humillación de los nobles
tanto como impedir que cualquiera de ellos gane demasiada reputación y
notoriedad. De igual modo, debe evitarse que el pueblo experimente la
servidumbre, convocándolo por ejemplo a participar en instancias no
vinculantes (Donaldson, 1988: 128 y ss.; Senellart, 1995: 259-261; Sch-
mitt, 2007: 46-49).
Estas reglas del buen obrar político adquieren una configuración espe-
cialmente dramática en aquellas situaciones en las que la existencia del
Estado se encuentra bajo amenaza. En casos de extrema necesidad, las
máximas de Estado indican que la preservación del bien común no pue-
de ser entorpecida por las leyes. Naudé postula que, en estos casos, la
necesidad de defenderse justifica un obrar repentino, severo e incluso
cruel. A esta máxima del obrar político en casos de extrema necesidad
refiere Naudé cuando habla de “golpes de Estado” (Naudé, 1964: 112;
Meinecke, 1997: 201).
En su justificación de la necesidad de suspender el derecho en casos de
ingente amenaza, Naudé argumenta que “es lícito ser zorro con el zorro”
(Naudé, 1964: 126). Este recurso a la fuerza de las bestias tiene por ante-
cedente ostensible la obra de Maquiavelo. Tal como se ocupa en demos-
trarlo Donaldson, la incidencia de Maquiavelo en los tratados sobre los
arcanos resulta difícilmente ocultable. Sin embargo, los tratadistas se em-
peñan en distinguir los secretos de Estado respecto de los consejos ma-
quiavélicos, que son tenidos como meros expedientes de la tiranía y con-
finados en la llamada “cattiva ragione di Stato” (Donaldson, 1988: 121).
Así y todo, estos tratadistas experimentan no pocas dificultades al mo-
mento de distinguir las máximas legítimas de los excesos tiránicos. Es
que, en definitiva, los secretos de Estado remiten a un saber práctico,
que pertenece al dominio de la prudencia y que, por ende, resulta re-
nuente a toda sistematización racional (Naudé, 1964: 83; Priezac, 1666:
242). Siglos más tarde, Schmitt seguirá señalando la imposibilidad de
determinar normativamente cuándo se está ante un extremus necessitas
cassus y qué medidas pueden resultar necesarias para conjurarlo (Sch-
mitt, 2001: 23-24).
Resulta paradójico que el principal proponente contemporáneo de la teo-
logía política no haya visto en los arcana imperii más que una pura ra-
cionalidad técnica, carente de todo componente religioso. Precisamente,
Schmitt inscribe los secretos de Estado al interior de una técnica política
que emerge con el agotamiento de la teología. Sostiene Schmitt que “el
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STUDIA POLITICÆ
concepto de arcanum político y diplomático, incluso donde significa se-
cretos de Estado, no tiene ni más ni menos de místico que el concepto
moderno de secreto industrial y secreto comercial” (Schmitt, 2007: 45).
Esta interpretación ha sido resistida por Kantorowicz (1959: 41), Do-
naldson (1988: x) y Agamben (2007: 199), aduciendo que los arcana
imperii de la temprana modernidad deben inscribirse al interior de una
concepción teológica general. Ambas comprensiones del secreto (la téc-
nica y la teológica) corren el riesgo de resultar igualmente unilaterales.
En el caso de Schmitt, su énfasis en la naturaleza técnica de los secretos
de Estado le permite abordar cabalmente los arcana imperii, pero con
ello pierde de vista la dimensión mágico-religiosa del poder, presente en
la liturgia y el ceremonial. En el caso de los proponentes de la compren-
sión teológica, el esfuerzo por reducir los arcana imperii a un expedien-
te del dispositivo teológico obliga a ignorar la deuda explícita que los
tratadistas de los secretos de Estado reconocen respecto de la antigüedad
griega y romana y, en particular, respecto de Tácito. Es cierto que mu-
chos de los arcana imperii abordan cuestiones teológicas, pero aquí la
religión se ha vuelto un instrumento más a disposición de la técnica po-
lítica. En esta línea, serán recurrentes las máximas que sugieran gran-
jearse el apoyo popular simulando tener contacto con los dioses o poseer
dones sagrados (Machiavelli, 2004: 88-201; Priezac, 1666: 212; Naudé,
1964: 161, 195). En todo caso, el mejor modo de superar esta doble uni-
lateralidad es el de asumir la heterogeneidad entre la racionalidad teoló-
gica de los misterios y la racionalidad técnica de los arcanos, evitando la
tentación de reducir una a la otra y explorando más bien sus enlaza-
mientos contingentes.
De admitir esta heterogeneidad, debemos asumir que “hablar de los ar-
cana no es entonces perpetuar una visión teológica del poder, sino al
contrario volver a la problemática antigua de la ciencia del gobierno, re-
primida por siglos de teología” (Sénellart, 1995: 248). No solo Tácito da
testimonio de esta problemática antigua. Leo Strauss da cuenta de que el
problema del secreto está igualmente presente en las obras de Platón y
Aristóteles. En la restitución straussiana, la ciudad justa no solo debe
responder a las exigencias de la justicia, sino que también debe respon-
der a las exigencias derivadas de ser una ciudad. La necesidad de prote-
ger la ciudad ante adversarios y enemigos define lo que Strauss llama
“moralidad ciudadana” y exige, entre otras cosas, que la república cuen-
te con guardianes que, al modo de los perros, sepan distinguir amigos de
enemigos (Strauss, 2013: 192-193). En su reposición del derecho natural
aristotélico, afirma Strauss:
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LUCIANO NOSETTO
Una sociedad decente no irá a la guerra sin justa causa. Pero lo que haga
durante la guerra dependerá en cierta medida de lo que el enemigo la
obligue a hacer; y es posible que se trate de un enemigo absolutamente
inescrupuloso y salvaje. Los límites no pueden definirse por adelantado,
no pueden asignarse límites a represalias que podrían volverse justas.
Pero la guerra proyecta su sombra sobre la paz. La ciudad más justa no
puede sobrevivir sin “inteligencia”, esto es, sin espionaje. El espionaje es
imposible sin la suspensión de ciertas reglas de derecho natural. Pero las
sociedades no solo son amenazadas desde fuera. Las consideraciones
aplicables a los enemigos extranjeros bien podrían aplicarse a los ele-
mentos subversivos al interior de la sociedad (Strauss, 2013: 202).
En su restitución del derecho natural clásico, Strauss no se priva de enfa-
tizar la actualidad de las reflexiones premodernas. Apenas si es necesario
mencionar que estos fragmentos straussianos fueron publicados durante la
Guerra Fría. La legitimidad del espionaje constituye un problema que an-
tecede en mucho al siglo XX y que proyecta su sombra hasta nuestra ac-
tualidad. Horn afirma que las tareas de recolección, acopio y análisis de
información secreta constituyen una práctica tan antigua como la guerra.
Esta “ciencia del enemigo” puede rastrearse ya en las enseñanzas de Sun
Tzu sobre el arte bélico (Horn, 2003: 63). Sin ir tan lejos, digamos que,
en la temprana modernidad, la emergencia del orden interestatal dará lu-
gar a una sistematización del acopio de información política, económica y
militar, que recibirá el nombre de “estadística” (Foucault, 2004b: 281). La
necesidad del celoso resguardo de esta información, tanto como la de ob-
tener información sobre otros Estados, renovará el interés por las técnicas
de escritura secreta. Sénellart cuenta entonces que, desde mediados del si-
glo XVII, el oficio de secretario aludirá al manejo de la técnica de escritu-
ra cifrada. El secretario es precisamente aquel capaz de cifrar y descifrar
los secretos de Estado (Sénellart, 1995: 255). Ahora bien, según informa
Sergio Bova, el primer servicio secreto propiamente moderno es organiza-
do por Napoleón, mientras que la mayoría de las restantes agencias nacio-
nales de inteligencia se conformarán durante las guerras mundiales. Estas
agencias estarán encargadas tanto de recopilar información política, mili-
tar y económica sobre otros Estados, como de impedir la actividad de es-
pionaje extranjera en el territorio nacional (Bova, 1998: 1442-3). Si, du-
rante la postguerra, los servicios de inteligencia del bloque occidental se
concentrarán en conjurar la amenaza comunista, con el fin de la Guerra
Fría, se orientarán a prevenir nuevas amenazas globales, identificadas con
los delitos complejos, el terrorismo y los atentados contra el orden consti-
tucional (Horn 2003: 70 y ss.).
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Bobbio señala que este poder invisible resulta en el mejor de los casos un
mal necesario: “Nadie osa poner en tela de juicio la compatibilidad del
Estado democrático con la utilización de servicios secretos” pero “la opa-
cidad del poder es la negación de la democracia” (Bobbio 2013: 32). Pre-
cisamente, el cono de sombra en que se mueven los servicios de inteligen-
cia ha favorecido la persecución política e ideológica, la comisión de
diversos delitos e incluso la violación de derechos elementales (Sagar
2013: 36-50). De allí que conserve actualidad la clásica pregunta de “quit
custodiet custodes” (Bobbio 1995: 101).
6. Estratagema
En 1795, Immanuel Kant publica sus célebres reflexiones sobre la paz
perpetua. Allí argumenta que una paz definitiva entre los pueblos exigiría
una confederación planetaria de Estados republicanos que respeten el de-
recho de la hospitalidad. Dicho esto, Kant se ve en la necesidad de contra-
rrestar los argumentos que relativizan la factibilidad de sus postulados,
sosteniendo la divergencia entre máximas políticas y deberes morales.
Tras rechazar lo que él considera sofismas políticos (“fac et excusa”; “si
fecisti, nega”; “divide et impera”), Kant dedica el último apéndice de su
ensayo a argumentar en favor de la armonía entre política y moral. Con-
cretamente, la fórmula de derecho público acorde con una política moral
sostiene: “Las acciones referentes al derecho de otros hombres, cuya
máxima no admite publicidad, son injustas” (Kant 2008: 197). Así, toda
máxima del actuar político que deba mantenerse en secreto para resultar
eficaz resulta lesiva de la justicia. Con esta exigencia, se alcanza uno de
los puntos más elevados de la Ilustración política, para la cual toda dispo-
sición secreta equivale a una estratagema injusta. Kant realiza entonces
una contribución decisiva a un modo de comprender los secretos políticos
desde una perspectiva que pone en el centro criterios morales. Desde este
punto de mira, los secretos políticos no son misterios del poder ni máxi-
mas del obrar prudente, sino maquinaciones que permiten avanzar inten-
ciones injustas resguardadas de toda publicidad.
Rosanvallon da cuenta de un movimiento propio de la modernidad, con-
sistente en la expansión de este criterio de publicidad como clave de legi-
timidad republicana. Sobre la base de la reconstrucción provista por Ro-
sanvallon, es posible identificar tres etapas históricas, definidas por la
progresiva expansión de los alcances de la publicidad (Rosanvallon 2015:
196-221).
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LUCIANO NOSETTO
La primera de ellas está vinculada al control parlamentario de las decisio-
nes del monarca, lo que implica el acceso a la información pública de par-
te de los legisladores. Sin perder de vista la importancia del movimiento
parlamentario inglés, Rosanvallon se detiene en las innovaciones admi-
nistrativas introducidas en el siglo XVIII por Jackes Necker, ministro de
Luis XVI. Entre ellas, destaca la publicación del presupuesto del Estado y
de la situación de la deuda pública (Rosanvallon 2015: 199-200). Esta in-
novación debe inscribirse al interior de una presión sistemática de parte
de los representantes estamentales por acceder a la información sobre el
gobierno. Ahora bien, la primera etapa de este movimiento de publicidad
debe remontarse a los escritos de los monarcómacos de fines del siglo
XVI y comienzos del XVII (Schmitt 2007: 50; 2008: 77-88). Estos escri-
tos sostienen que el monarca ocupa su cargo en virtud de un pacto con los
estamentos. Los representantes estamentales se reservan el poder legisla-
tivo, mientras que el rey se encarga de la ejecución de las leyes. Ahora
bien, en la ejecución de las leyes, el rey debe someterse a la supervisión y
consejo de parte del legislativo. La inobservancia de estos términos con-
vierte al monarca en un tirano y justifica incluso la resistencia violenta.
Para Johannes Althusius, por caso, el magistrado supremo es solo un ad-
ministrador designado por el pueblo a través del eforato. Si bien Althusius
recupera las máximas de discreción política de la época, sostiene que las
decisiones del rey deben someterse al eforato, que tiene el deber de acon-
sejar, advertir, corregir y aprobar sus disposiciones (Althusius 1990: 208-
210, 227, 356-359). En la misma línea discurren las Vindiciae contra
tyrannos, que incluso asignan al Senado la potestad de declarar la guerra
y concluir tratados con potencias extranjeras (Brutus 2008: 91-97). Fuera
de la literatura monarcómaca, pero no por ello carente de vehemencia,
Spinoza sostendría tiempo más tarde que el secreto de Estado constituye
la excusa con que los déspotas conducen a sus ciudadanos a la esclavitud:
Es preferible que el enemigo conozca los designios honestos de un ho-
nesto, a que permanezcan ocultos para los ciudadanos los malos desig-
nios de un déspota (…) Los que pueden tratar secretamente los asuntos
de un Estado lo tienen absolutamente en su poder, y en tiempos de paz
tienden celadas a los ciudadanos como las tienden al enemigo en tiempos
de guerra (Spinoza, 2004: 88).
A contrapelo del postulado spinoziano, este fuerte impulso al conoci-
miento parlamentario de los asuntos de Estado se detendrá ante las cues-
tiones relativas al ius belli. Las advertencias de Thomas Hobbes respecto
del peligro que implica ventilar asuntos de política exterior en grandes
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asambleas serán repetidas con frecuencia en teoría política moderna (Ho-
bbes, 1993: 96-97; Bentham, 2002: 89; Constant, 1970: 81; Tocqueville,
2000: 219). Resultan especialmente significativas en esta línea las adver-
tencias de John Jay respecto de la necesidad de llevar las negociaciones
de tratados con “un sigilo perfecto y una diligencia muy grande” (Jay,
2012: 274). Para el federalista, solo corresponde informar al Senado y
solicitar su aprobación una vez concluidas las negociaciones.
Iguales reservas respecto de la “diplomacia parlamentaria” trasmitió Max
Weber hacia fines de la Gran Guerra. En sus escritos políticos, asevera
que “la publicidad de la administración impuesta por el control efectivo
por parte del parlamento es lo que hay que postular como condición pre-
via de toda labor parlamentaria fructífera y de toda educación política”.
Sin embargo, este postulado debe someterse a razonables limitaciones.
En este sentido, relata que el experimento alemán de erigir una comisión
parlamentaria que entendiera sobre asuntos de guerra generó efectos pro-
fundamente nocivos: “Que cientos de personas estuvieran al tanto de
asuntos militares y diplomáticos confidenciales (por ejemplo el problema
de la guerra submarina) fue un mal peligroso. Como consecuencia tal in-
formación se filtró hasta la prensa” (Weber, 1984: 110).
En suma, la visibilidad de los actos de gobierno ante los ojos del parla-
mento constituye uno de los principios de publicidad orientado a reducir
los secretos políticos al mínimo indispensable. La mayoría de quienes
avanzan esta exigencia sostiene que solo las cuestiones relativas a la
política exterior pueden legítimamente sustraerse del escrutinio parla-
mentario.
La segunda manifestación de este acorralamiento contemporáneo del se-
creto consiste en la publicidad de las sesiones parlamentarias. En esta lí-
nea, Rosanvallon se apoya en las reflexiones redactadas por Jeremy Ben-
tham en 1791 sobre las tácticas parlamentarias. Si bien reconoce que
pueden existir materias sensibles que requieran discreción, Bentham
considera que estas cuestiones excepcionales no deberían impedir el co-
nocimiento público de los debates legislativos. Justifica su propuesta
sosteniendo que la publicidad de las sesiones parlamentarias permite
contener a los legisladores dentro de sus obligaciones, evita que la opaci-
dad concite la desconfianza del pueblo, instruye a los ciudadanos para
ser mejores electores y permite también que aquellos especializados en
diversas temáticas puedan brindar información de primera mano sobre
las cuestiones bajo análisis. Agrega Bentham que las sesiones legislati-
vas muchas veces constituyen verdaderas piezas teatrales, que pueden
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proveer entretenimiento y diversión al público (Bentham 2002: 83-90).
Si bien la publicidad de la actividad parlamentaria está hoy ampliamente
reconocida, se admite excepcionalmente la posibilidad de celebrar re-
uniones de comisión y sesiones secretas (Bobbio 2013: 58).
Finalmente, la tercera etapa de este progreso en la publicidad consiste en
la posibilidad de los ciudadanos de tomar conocimiento por sí mismos del
funcionamiento de las instituciones públicas. Si el primer movimiento
consiste en abrir el gobierno al parlamento y, el segundo, en abrir el parla-
mento a la opinión pública, esta tercera etapa apunta a abrir el gobierno a
la opinión pública sin la intermediación del parlamento. El antecedente
más resonante en este sentido es provisto por Benjamin Constant en 1815,
al impugnar la inmunidad de los ministros. Constant denuncia los intentos
de los funcionarios de gobierno de eludir su responsabilidad pretextando
supuestos secretos de Estado. Al respecto, ejemplifica: “Cuando un minis-
tro ha hecho prender y encarcelar ilegalmente a un ciudadano, es natural
que sus defensores atribuyan tal atentado a razones secretas que sólo el
ministro conoce y que no puede revelar sin comprometer la seguridad pú-
blica” (Constant, 1970: 76). Ante esto, sostiene que, por más que se apele
a supuestas exigencias de la seguridad pública, lo cierto es que solo hay
seguridad pública cuando se respetan las garantías individuales. De este
modo, los secretos de Estado quedan caracterizados como un lastre de sis-
temas arbitrarios que deben ser superados.
En la misma línea, François Guizot sugiere que la publicidad constituye la
característica más esencial de un gobierno representativo. Si el gobierno
representativo tiene por principio la búsqueda de la razón, la verdad y la
justicia, no hay mejor forma de prevenir el error y el abuso que sometien-
do las deliberaciones del gobierno al escrutinio popular. En 1861, Guizot
postula que la publicidad tiene por objetivo convocar a ciudadanos y fun-
cionarios por igual a buscar la razón y la justicia, que son fuente y regla
de la soberanía legítima. Concluye Guizot que “de publicidad está hecho
el vínculo de una sociedad con su gobierno” (Guizot 2002: 69).
Ahora bien, las estratagemas que se cultivan a espaldas del público no
son privativas de los primeros mandatarios y sus ministros. Entrado el si-
glo XX, Weber señala los peligros del poder de las burocracias, indicando
que “la mayor fuerza del funcionariado consiste en convertir el saber rela-
tivo a su servicio en un saber secreto, por medio del concepto de secreto
profesional” (Weber 1984: 106-7). Al retener información del servicio pú-
blico bajo la excusa de constituir secretos profesionales, las burocracias
logran amplificar su poder en detrimento de las dirigencias tanto como de
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los ciudadanos. Desde esta perspectiva, se acusa el riesgo de una “reapa-
rición de los arcana imperii bajo la forma del gobierno de los técnicos o
tecnocracia” (Bobbio 1997: 104).
En suma, la equivalencia entre secreto y estratagema motiva una crecien-
te exigencia de publicidad, que implica transparentar los actos de gobier-
no, la actividad legislativa y la información a disposición de las burocra-
cias. En esta línea se inscribe la agenda contemporánea de gobierno
abierto y acceso a la información pública, favorecida hoy por las nuevas
tecnologías de información y comunicación (Rosanvallon 2015: 224).
7. Discreción
En sus investigaciones sociológicas, postula Simmel que el secreto pue-
de afectar el ser, el tener o el hacer (Simmel, 1908: 282). No es seguro
que Sénellart conociera esta tripartición simmeliana cuando, un siglo
más tarde, propuso distinguir tres modalidades esenciales del secreto,
“respectivamente del orden del ser, del tener y del hacer: el secreto como
cualidad de quien actúa, como saber necesario para la acción y como
condición de su éxito” (Sénellart, 2003: 48). Precisamente, las considera-
ciones que venimos de presentar pueden identificarse con estas modali-
dades.
El misterio, modalidad teológica del secreto, consiste en aquellos atribu-
tos inefables que hacen al ser de la autoridad. El arcano, modalidad téc-
nica del secreto, apunta a aquellos conocimientos que deben tenerse a
resguardo del gran número. Finalmente, la estratagema, variante inmoral
del secreto, consiste en aquellas acciones que garantizan su éxito sustra-
yéndose de la publicidad. Horn recupera también esta tripartición, para
inscribirla en una serie de “culturas del secreto” que se suceden cronoló-
gicamente, cada una en reemplazo de la anterior (Horn, 2012: 110-112).
El esfuerzo que venimos de desplegar estuvo orientado a explorar estas
tres modalidades intentando mostrar cómo, lejos de abolirse unas a otras,
las tres persisten en su heterogeneidad hasta el presente. Para concluir,
reflexionaremos más de cerca sobre la actualidad de cada una de estas
modalidades.
A primera vista, sostener que los secretos políticos contemporáneos son
tributarios de una dimensión teológica resulta poco convincente. Sin em-
bargo, nuestra reposición de los atributos misteriosos de la autoridad
gana plena actualidad en cuanto pensamos en el fenómeno del liderazgo
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LUCIANO NOSETTO
carismático y en el singular magnetismo que ciertos representantes con-
citan. Este misterio ha intentado ser develado mediante los estudios de
opinión y la aplicación de la mercadotecnia a las campañas electorales.
Sin embargo, la capacidad de los sondeos de prever los resultados electo-
rales ha sido sistemáticamente puesta en duda. Recientemente, la deci-
sión británica de salirse de la Unión Europea y el triunfo electoral de
Donald Trump renovaron la desconfianza en la promesa de los estudios
de opinión de despejar los misterios de la política.
Hay quienes sostienen, sin embargo, que allí donde las encuestas de opi-
nión fallaron, lo que triunfó fue la mercadotecnia. En este sentido, se ar-
gumenta que las opciones ganadoras son aquellas que saben servirse de
técnicas sofisticadas de relevamiento de preferencias, que permiten adap-
tar la comunicación política a las variaciones en la opinión. A los ya ru-
dimentarios focus groups se sumaron recientemente las estrategias basa-
das en el big data, esto es, en los enormes volúmenes de información
personal que son registrados electrónicamente a partir de las búsquedas
en internet, las compras con tarjeta, los registros del GPS del celular, et-
cétera. Según relatan Grassegger y Krogerus (2017), esta información es
procesada en base a técnicas psicométricas, que permiten establecer per-
files psicológicos individuales y generar avisos de campaña adecuados a
cada destinatario. De este modo, la definición de perfiles demográficos
genéricos es reemplazada por el establecimiento psicométrico del perfil
de cada elector, generando una verdadera microfísica de la comunicación
política. El big data promete así despejar de manera definitiva el miste-
rio de la representación política, dando con la fórmula telemática de pro-
ducción de carisma. Queda ver si estas promesas alcanzan cumplimiento.
Por lo pronto, quienes explican que Trump ganó las elecciones gracias al
empleo del big data encuentran dificultades para explicar el porqué de la
derrota de su adversaria, siendo que ella también recurrió a igual méto-
do. Pareciera que el gigantesco panóptico que nos es contemporáneo, in-
édito en su escala y penetración, no termina de echar luz sobre aquel
cono de sombra que constituye el misterio de la política.
Este misterioso velo de la autoridad intenta ser descorrido por otros me-
dios. Precisamente, muchos esfuerzos de los medios masivos se orientan
a exponer detalles de la intimidad de los mandatarios. Embanderados en
un supuesto espíritu republicano, que se propone mostrar al poder desnu-
do, cierta prensa cultiva la obsesión respecto de la intimidad de los hom-
bres y mujeres de Estado, como si procuraran encontrar en el cuerpo na-
tural de la autoridad el secreto del cuerpo político. Uno de los casos más
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resonantes tuvo lugar el día posterior a la muerte de Ricardo Balbín,
cuando la revista Gente publicó una fotografía que lo mostraba incons-
ciente, entubado y postrado en la cama del hospital. El posterior fallo
condenatorio de la Corte Suprema logró aplacar solo en parte la trucu-
lencia mediática disfrazada de republicanismo: no más recordar las espe-
culaciones respecto del funeral de Néstor Kirchner o las recurrentes insi-
nuaciones de la revista Noticias respecto de la intimidad de su sucesora.
La legítima preocupación republicana por evitar estratagemas difícilmen-
te justifique la exhibición morbosa del cuerpo natural del poder.
Si el misterio del poder conserva su actualidad, otro tanto puede decirse
sobre los arcanos. Es cierto que las democracias contemporáneas han ex-
pandido el principio de publicidad a los ámbitos más variados de la vida
política. Sin embargo, las cuestiones de seguridad nacional siguen justifi-
cando la existencia de servicios secretos. Siguiendo a Gilles Deleuze y
Félix Guattari, Horn caracteriza a los aparatos de inteligencia como má-
quinas de guerra incrustadas al interior de la máquina estatal (Horn,
2003: 65). El problema, naturalmente, consiste en el establecimiento de
los límites legítimos de su accionar. En el caso de los servicios de inteli-
gencia argentinos, las tareas de persecución política e ideológica estuvie-
ron presentes desde su misma creación. Bajo el posterior influjo de la
doctrina de seguridad nacional, se explicitaría la afectación de estos apa-
ratos “a materias de comunismo y otros extremismos” (Decreto 2985/
1961) anticipando el luctuoso protagonismo que la secretaría de inteli-
gencia asumiría durante la represión ilegal de los años setenta. Ya en de-
mocracia, se establecerá la distinción entre asuntos de seguridad interna
y defensa exterior. En este marco, se adoptará una agenda de nuevas
amenazas, identificadas con delitos complejos como el narcotráfico, con
el terrorismo y con los atentados contra el orden constitucional (Boimva-
ser, 2000; CELS 2016; Young, 2006). Progresivas delimitaciones y preci-
siones no han logrado impedir que la secretaría de inteligencia se dedica-
ra a la persecución política e ideológica, la extorsión de adversarios, el
encubrimiento de crímenes y el pago de sobornos. El CELS consigna que
“los gobiernos democráticos pueden beneficiarse de este esquema en el
corto plazo, pero luego pierden la capacidad de manejar las estructuras
de seguridad e inteligencia y de impedir que estas adquieran autonomía”
(CELS 2016: 167). Durante el año 2016, el reestablecimiento de los fon-
dos reservados y la delegación de las escuchas telefónicas a la Agencia
Federal de Inteligencia dan cuenta de que el problema de los arcanos y,
en particular, la pregunta de quién custodia a los custodios conservan in-
gente actualidad.
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LUCIANO NOSETTO
Rahul Sagar aborda esta pregunta, presentando las alternativas de control
disponibles (ejecutivo, legislativo, judicial y mediático) y evaluando sus
problemas respectivos. Si el control por el ejecutivo puede dar lugar a la
instrumentalización política del aparato de inteligencia, el control parla-
mentario presenta el inconveniente de la propensión a las filtraciones,
debido tanto a la dinámica agonal del juego interpartidario como a la po-
sibilidad de indisciplina al interior de cada bloque. Por su parte, el poder
judicial carece de entrenamiento y equipamiento para tratar asuntos relati-
vos a secretos de Estado. Finalmente, el control por la prensa presenta el
problema del sesgo: tanto quienes filtran los documentos como quienes
están en condiciones de procesar esos ingentes volúmenes de información
y seleccionar qué publicar, tienen el poder de apuntar las denuncias en
una u otra dirección. Aquello que se presenta como expresión de la des-
obediencia civil y la libertad de prensa vehiculiza las más de las veces se-
lectivas operaciones políticas (Sagar, 2013: 3-6, 49-50).
Si las modalidades del misterio y el arcano conservan actualidad, lo mis-
mo sucede con las estratagemas. Contra ellas se despliegan las propuestas
de gobierno abierto y acceso a la información pública (Iazzetta, 2014: 69-
71). Cabe preguntarse aquí si todo secreto público equivale a una maqui-
nación de sus portadores, o si no debería pensarse en la posibilidad de
una legítima discreción respecto de ciertos asuntos. En este punto, resulta
instructivo reseñar el caso de Vaca Muerta. En 2013, la petrolera estatal
YPF firmó un acuerdo con la privada Chevron para la exploración y ex-
plotación de ese yacimiento gasífero. Ese acuerdo contenía cláusulas se-
cretas que fueron severamente criticadas por la oposición. Entre los más
duros impugnadores, se contaba la diputada Laura Alonso, ex directora
del capítulo argentino de Transparencia Internacional. Al comenzar la
presidencia de Mauricio Macri, la diputada asumió la titularidad de la
Oficina Anticorrupción. Tras leer aquellas cláusulas secretas, cambió su
posición, avalando a partir de entonces su confidencialidad. Dos son las
explicaciones posibles para este cambio: o bien la funcionaria abandonó
sus principios, o bien el desempeño de su nueva función la llevó a com-
prender que existen límites razonables a la transparencia.
¿En qué podrían consistir estos límites? La primera clave debe buscarse
en una institución central de la democracia contemporánea: el voto secre-
to. A través de este resguardo, se pretende preservar a los individuos de la
presión de partidos y corporaciones. En igual sentido operan las exigen-
cias de confidencialidad relativas a la información personal recabada por
las diferentes reparticiones públicas (fiscales, laborales, bancarias, etcéte-
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ra). Estas limitaciones son compatibles con el énfasis contemporáneo en
la privacidad de los individuos: todos estamos prestos a admitir que, salvo
justificadas excepciones, el poder público no debe ventilar datos relativos
a la intimidad de los ciudadanos.
Yendo más allá, es posible también considerar la razonabilidad de secre-
tos que no solo apunten a resguardar a los individuos. De esto, un puñado
de ejemplos. Mantener en secreto las ofertas presentadas en una licitación
pública hasta el acto de apertura simultánea de los sobres apunta a evitar
la ventaja desleal que podría obtener alguno de los potenciales contratis-
tas. Mantener en secreto las inspecciones previstas a empresas denuncia-
das por fraude laboral es condición esencial de la política de regulariza-
ción del trabajo informal. Igualmente, mantener en secreto los formularios
con que será evaluado el desempeño escolar de los alumnos es condición
de una evaluación ecuánime de la calidad educativa de todos los distritos
y jurisdicciones. Estos casos dan testimonio de limitaciones razonables al
principio de publicidad que, más que apañar estratagemas, apuntan a des-
montarlos. La insistencia en la necesidad de precaverse de los abusos del
poder público no debe hacernos perder de vista la necesidad de establecer
recaudos para evitar también los abusos de corporaciones y poderes inter-
medios.
En definitiva, mantener una perspectiva analítica sobre los secretos políti-
cos puede alertarnos respecto de los abusos derivados de la persistencia
de opacidades tanto como de los abusos derivados de los excesos de
transparencia.
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