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LUCIANO NOSETTO
Una sociedad decente no irá a la guerra sin justa causa. Pero lo que haga
durante la guerra dependerá en cierta medida de lo que el enemigo la
obligue a hacer; y es posible que se trate de un enemigo absolutamente
inescrupuloso y salvaje. Los límites no pueden definirse por adelantado,
no pueden asignarse límites a represalias que podrían volverse justas.
Pero la guerra proyecta su sombra sobre la paz. La ciudad más justa no
puede sobrevivir sin “inteligencia”, esto es, sin espionaje. El espionaje es
imposible sin la suspensión de ciertas reglas de derecho natural. Pero las
sociedades no solo son amenazadas desde fuera. Las consideraciones
aplicables a los enemigos extranjeros bien podrían aplicarse a los ele-
mentos subversivos al interior de la sociedad (Strauss, 2013: 202).
En su restitución del derecho natural clásico, Strauss no se priva de enfa-
tizar la actualidad de las reflexiones premodernas. Apenas si es necesario
mencionar que estos fragmentos straussianos fueron publicados durante la
Guerra Fría. La legitimidad del espionaje constituye un problema que an-
tecede en mucho al siglo XX y que proyecta su sombra hasta nuestra ac-
tualidad. Horn afirma que las tareas de recolección, acopio y análisis de
información secreta constituyen una práctica tan antigua como la guerra.
Esta “ciencia del enemigo” puede rastrearse ya en las enseñanzas de Sun
Tzu sobre el arte bélico (Horn, 2003: 63). Sin ir tan lejos, digamos que,
en la temprana modernidad, la emergencia del orden interestatal dará lu-
gar a una sistematización del acopio de información política, económica y
militar, que recibirá el nombre de “estadística” (Foucault, 2004b: 281). La
necesidad del celoso resguardo de esta información, tanto como la de ob-
tener información sobre otros Estados, renovará el interés por las técnicas
de escritura secreta. Sénellart cuenta entonces que, desde mediados del si-
glo XVII, el oficio de secretario aludirá al manejo de la técnica de escritu-
ra cifrada. El secretario es precisamente aquel capaz de cifrar y descifrar
los secretos de Estado (Sénellart, 1995: 255). Ahora bien, según informa
Sergio Bova, el primer servicio secreto propiamente moderno es organiza-
do por Napoleón, mientras que la mayoría de las restantes agencias nacio-
nales de inteligencia se conformarán durante las guerras mundiales. Estas
agencias estarán encargadas tanto de recopilar información política, mili-
tar y económica sobre otros Estados, como de impedir la actividad de es-
pionaje extranjera en el territorio nacional (Bova, 1998: 1442-3). Si, du-
rante la postguerra, los servicios de inteligencia del bloque occidental se
concentrarán en conjurar la amenaza comunista, con el fin de la Guerra
Fría, se orientarán a prevenir nuevas amenazas globales, identificadas con
los delitos complejos, el terrorismo y los atentados contra el orden consti-
tucional (Horn 2003: 70 y ss.).