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EDITORIAL
En 2017 y según la información expuesta por el Programa de Recopilación
de Datos sobre Conûictos de la Universidad de Uppsala (UCDP), podemos
afirmar que los conflictos armados de base estatal han disminuido. Sin em-
bargo, los conflictos armados liderados por actores violentos no estatales
han aumentado, especialmente durante la última década. Dichos conflictos
no son producto de intereses incompatibles e irreconciliables entre Estados,
ni de confrontaciones entre facciones nacionales claramente definidas que
se disputan el poder al interior del Estado. El conflicto que domina el esce-
nario actual es la manifestación de un proceso de fragmentación política y
social, usualmente acompañada por procesos de desintegración estatal. En
términos generales, presentan identidades nacionales, etnias y/o concep-
ciones religiosas enfrentadas al interior de un mismo territorio, persecucio-
nes de minorías, genocidios y migraciones masivas. El número, letalidad y
complejidad de estos se han incrementado y prolongado violentamente en
Medio Oriente, África y Asia Meridional hasta constituirse en fuentes de
inestabilidad regional e internacional. El año pasado se registró un nuevo
máximo de conflictos de base no estatal activos, con el consiguiente au-
mento de víctimas fatales.
En contraste con los patrones históricos, los conflictos contemporáneos
tienden a desarrollarse y concentrarse en las zonas urbanas. Como resulta-
do de ello, la población civil es la más afectada por esta violencia física,
psíquica, estructural y cultural de carácter organizado, así como por diver-
sas modalidades criminales engendradas en su seno y que también atentan
contra la supervivencia de aquella. Según el Alto Comisionado de Nacio-
nes Unidas para los Refugiados (ACNUR, 2017), al finalizar el año 2016
había más de 65 millones de personas desplazadas forzosamente en todo el
mundo a consecuencia de la persecución, los conflictos, la violencia o las
violaciones de Derechos Humanos.
Sin embargo, las migraciones internacionales no se producen únicamente
como consecuencia de conflictos. También existen migrantes voluntarios
que se movilizan más allá de sus fronteras nacionales en busca de mejores
oportunidades y condiciones de vida, en un mundo en el que las desigual-
dades e injusticias crecen cada día. Acordamos que la pobreza y las des-
igualdades no son causa de la violencia, pero tal como afirma Kaldor (La
sociedad civil global, 2001), su persistencia global es un argumento e in-
centivo para ella.
Este volumen de la revista StudiaPoliticae, Grupos en conflicto y territorio,
procura ofrecer al lector una serie de artículos que ayudarán a esclarecer