5
* Docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Universi-
dad Nacional de San Martín (UNSAM). Investigadora adjunta del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
** Docente de grado en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becaria doctoral del
Instituto de Altos Estudios Sociales / Universidad Nacional de San Martín - Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (IDAES/UNSAM - CONICET).
Ana Soledad Montero
*
Mariana Cané
**
Resumen
Desde el campo disciplinar de las ciencias sociales se ha producido una
multiplicidad de estudios vinculados a la “crisis del 2001”, cuyas inter-
pretaciones han colaborado con los procesos de sedimentación de senti-
dos en torno a qué características e implicancias ella comportó. Procura-
remos, entonces, recomponer un mapa de dichas claves de lectura no
solo por el interés que despierta la crisis como proceso complejo, sino
Claves de lectura sobre la crisis
argentina del año 2001.
La encrucijada de las
ciencias sociales
Código de Referato: SP.230.XLIII/17
http://dx.doi.org/10.22529/sp.2018.43.01
STUDIA POLITICÆ Número 43 primavera-verano 2017/2018 – pág. 5-34
Publicada por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales,
de la Universidad Católica de Córdoba, Córdoba, República Argentina.
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6
STUDIA POLITICÆ
1
En diciembre de 2001 y durante la presidencia de Adolfo Rodríguez Saá, el país se de-
claró en default (por unos 81.200 millones de dólares). Durante las presidencias de Nés-
también porque allí se pueden rastrear elementos que ayuden a echar luz
sobre las formas en que se estudiaron posteriormente los gobiernos
kirchneristas e incluso el triunfo del PRO/Cambiemos en las elecciones
presidenciales de 2015.
Palabras clave: Crisis del 2001 – Claves de lectura – Ciencias socia-
les – Kirchnerismo – PRO/Cambiemos
Abstract
From the social sciences disciplinary field a multiplicity of studies
related to the “crisis of 2001” were produced, whose interpretations have
collaborated with the processes of sedimentation of meanings around the
features and implications of that crisis. In this paper, we’ll try to
recompose a map of those reading keys, not only because of the interest
in the crisis as a complex process, but also because there may help
tracing elements that allow to shed light on the ways in which
kirchnerista government were studied and also the triumph of PRO/
Cambiemos in the presidential elections in 2015.
Key words: 2001 crisis – Reading keys – Social sciences – Kirchneris-
mo – PRO/Cambiemos
Introducción
P
OR su complejidad, profundidad y multidimensionalidad, los sucesos
que suelen englobarse bajo la denominación de “crisis del 2001” en
Argentina supusieron un desafío teórico y metodológico para todos aque-
llos que los han abordado como objeto de investigación desde las ciencias socia-
les. Como señala Scillamá, las formas en que desde ese campo se abordó, narró,
pensó y aprehendió lo que se conoce como “crisis del 2001” “contribuyeron a fi-
jar un sentido de tales acontecimientos” (2007: 313), o, mejor, un conjunto de
sentidos posibles sobre la crisis que, sin embargo, no agotan su complejidad, por
lo que dejan indefectiblemente un “lugar ciego” que escapa al análisis.
Este texto parte del supuesto de que los ecos de los procesos que se dieron
en Argentina entre los años 2000 y 2002 alcanzan la escena política, social
y económica del presente en más de un aspecto. La preeminencia económi-
ca —pero sobre todo política— que el actual gobierno de Mauricio Macri le
imprimió a la negociación con los denominados “fondos buitre”
1
por la
7
deuda originada en aquellos años (afrontada en los años 2005 y 2012, y
definida recientemente por un miembro del gabinete como “la salida defi-
nitiva del default
2
) es solo un ejemplo. Pero, desde nuestro punto de vis-
ta, aquellos procesos constituyeron la superficie de emergencia no solo de
la identidad kirchnerista (que signó la escena política entre 2003 y 2015 y
que aún hoy protagoniza la disputa por los espacios de poder político),
sino también del PRO y de la actual coalición gobernante Cambiemos
(Vommaro, Morresi y Belloti, 2015)
3
, y allí reside, en gran parte, la rele-
vancia de volver sobre este objeto. En este sentido, indagar sobre las dis-
tintas formas en que las ciencias sociales
4
argentinas abordaron y signifi-
caron el haz de sucesos que tuvieron lugar en Argentina entre 2000 y
2002 puede aportar elementos para echar luz sobre la sedimentación de
sentidos en torno a la “crisis del 2001”, pero también sobre las lentes con
las que se observaron los gobiernos kirchneristas e incluso el triunfo del
PRO/Cambiemos en las elecciones presidenciales de 2015, más aun te-
niendo en cuenta que, para algunos autores, aún atravesamos el período
poscrisis (Pérez, 2013a: 63).
En este trabajo nos proponemos realizar una revisión crítica de la biblio-
grafía que, desde el campo de la sociología política, la teoría política o la
ciencia política, abordó la “crisis del 2001”: ¿de qué modos se definió la
crisis desde las ciencias sociales?, ¿qué consideran los distintos autores que
entró en crisis?, ¿qué alcance temporal le atribuyen?, ¿qué diagnóstico pro-
ponen acerca de sus posibles causas y antecedentes?, ¿qué tipo de “sujeto”
identifican como protagonista de la crisis?, ¿cómo definen el “punto de in-
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
tor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner se logró (el primero con un 76 % de ad-
hesión, que la segunda elevó al 93 %) renegociar la deuda derivada de aquella situación.
El porcentaje restante constituye lo que se conoce como “fondos buitre”, es decir, acree-
dores que habiendo adquirido los títulos de deuda a precios mínimos en la coyuntura
crítica de principio de siglo pugnan en distintas instancias judiciales por obtener el pago
completo de lo prestado, con sus respectivos intereses.
2
Referimos al Ministro de Hacienda Prat Gay (en varios periódicos en papel y online:
El Cronista.com del día 21/04/16, Clarín 14/04/16, Página/12 (online) 19/04/16).
3
La alianza electoral Cambiemos es un conglomerado de fuerzas políticas (PRO, UCR,
ARI) constituido al fragor de las elecciones presidenciales del año 2015. El rol que en
esta alianza adoptó la UCR tampoco puede deslindarse del proceso de su debilitamiento
como consecuencia de la crisis de marras (T
ORRE, 2003).
4
De nuestra investigación excluimos los trabajos realizados desde el campo de la eco-
nomía o la sociología económica (B
OYER y NEFFA, 2004; CASTELLANI y SZKOLNIK, 2011;
G
AGGERO, 2012; NEMIÑA, 2014).
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8
STUDIA POLITICÆ
flexión” o el momento crítico? y, por último ¿qué interpretaciones propo-
nen acerca de la “salida” de la crisis? Es este último punto el que constitu-
ye, en efecto, el horizonte de nuestras indagaciones: ¿qué interpretaciones
ofrecen las ciencias sociales sobre los vínculos entre la “crisis del 2001” y
la “salida” del 2003? Dicho de otro modo ¿qué hizo el kirchnerismo con
las esquirlas de la crisis?
El punto de partida de nuestro trabajo es que la “crisis del 2001” es un ob-
jeto de análisis complejo sobre el que existen múltiples lecturas que le atri-
buyen distintas dimensiones explicativas y lo inscriben en distintas narrati-
vas. Como veremos en los próximos apartados, proponemos clasificar las
lecturas existentes en tres grupos
5
: por un lado, aquellas cuya perspectiva
explicativa se centra en las identidades sociales y en su relación crítica con
respecto al Estado (§1.1); por otro lado, aquellas lecturas enfocadas en la
ruptura del orden institucional (§1.2). Pero junto a estas, se puede detectar
un tercer grupo de lecturas que, sin desechar de plano algunos elementos
de análisis presentes en las dos primeras, pone la mirada en la constitución
de las identidades políticas (§1.3). Luego de analizar estas tres narrativas
sobre la crisis, en el último apartado (§2), presentamos las conclusiones del
trabajo.
5
Es significativo al respecto el aporte de MORA SCILLAMÁ (2007), quien trabaja espe-
cíficamente sobre la forma en que se abordaron las jornadas de 19 y 20 de diciembre
de 2001 desde el campo disciplinar de la ciencia política, el cual sitúa en un mapa
compuesto por tres tipos de lecturas (la que observa la política desde arriba, la que
pone foco en lo social desde abajo y la que apunta al engarce o la juntura de ambos
niveles, cuyo referente es el trabajo de D
ENIS MERKLEN (2005) Pobres ciudadanos). Si
bien compartimos algunos elementos de su análisis, estableceremos algunos contra-
puntos con la clasificación que propone, sobre todo en relación al tercer tipo de lectu-
ra. S
VAMPA (2013), por su parte, sostiene que es posible identificar tres interpretacio-
nes político-académicas “que apuntaron a retener o apresar el sentido de lo ocurrido el
19 y 20 de diciembre de 2001: estas se centran en los conceptos de crisis, Argentinazo
y acontecimiento” (2013: 23). En N
OVARO, CHERNY y FEIERHERD (2010) se repasan las
interpretaciones académicas de la crisis en su relación con el funcionamiento del siste-
ma presidencialista: si algunas lecturas ven en la crisis del 2001 un exponente para-
digmático de las debilidades de todo sistema presidencialista otras muestran, en cam-
bio, que la crisis da cuenta de una considerable fortaleza y capacidad de adaptación de
los presidencialismos. B
ONVECCHI (2006), por último, propone una caracterización de
las intervenciones sociológicas y politológicas sobre la crisis según estas propongan
explicaciones deterministas o contingentes: desde las perspectivas más “instituciona-
listas” hasta aquellas centradas en los actores, lo que estas explicaciones muestran es
una permanente oscilación entre el determinismo y la contingencia que, o bien “dilu-
yen el acontecimiento” (2006: 530) o bien se concentran exclusivamente en la coyun-
tura.
9
1. Tres claves de lectura de la crisis
1.1. La crisis como expresión de la sociedad contra el Estado
Existe un conjunto de estudios que evaluaron la crisis de diciembre del
2001 como la expresión de un quiebre en los patrones de subjetivación so-
cial, que tendría su origen más profundo en las mutaciones del sistema ca-
pitalista global y que se expresaría en la emergencia de nuevas formas de
organización del trabajo y de la producción, en inéditos métodos de lucha
política y acción colectiva, y en una crítica profunda al Estado-Nación. Los
estudios centrados en el surgimiento, desarrollo y cambios en la sociedad
civil (movimientos sociales, asambleas barriales, protestas ciudadanas) se
encuadran en esta perspectiva.
Parte de estos abordajes centraron su mirada en los eventos de diciembre
de 2001, donde creyeron ver el germen de una nueva “Comuna de París”
de la mano de una “multitud” viva, heterogénea y creativa, fuertemente
cuestionadora de los modelos “nacional-populares” de organización social
y política y capaz de actuar en la escena pública en forma colectiva y au-
tónoma (revista Acontecimiento, 2003; revista Confines, 2003; Colectivo
Situaciones, 2002; Grupo 12, 2002; Lewkowicz, 2002; Negri, 2003; Negri
y Cocco 2003). Negri (2003) y Negri y Cocco (2003) enmarcaron las mo-
vilizaciones del 2001 en Argentina en un contexto más amplio de crisis-
superación del Estado-Nación y de surgimiento del Imperio, en tanto cam-
bio general en las relaciones de clases entre los países en el contexto de
un mercado global. Allí, donde los reacomodamientos de las relaciones
capital-trabajo (surgimiento del “trabajo inmaterial”) revelan todo su po-
tencial y la globalización es concebida como “un espacio abierto a un nue-
vo tipo de luchas” (Negri y Cocco, 2003: 54), emerge la multitud como
una novedosa forma de subjetividad, como un “movimiento de movimien-
tos”, amplio, múltiple y globalizado, que pone en jaque los “tradicionales”
análisis en términos de clase. Desde esta óptica, las asambleas barriales,
los piquetes de desocupados, las fábricas gestionadas por los propios tra-
bajadores, las economías solidarias del trueque, los ahorristas golpeando
las puertas de los bancos, aquellos que salían —cacerola en mano— a las
esquinas de su barrio, y —sobre todo— su convergencia en las masivas
movilizaciones del 19 y 20 de diciembre, responden a una dinámica de
protestas que no puede pensarse sino como pluralidad, como existencia de
los muchos —en-tanto— muchos que no constituyen un Uno. La naturale-
za de esta multitud no puede ser otra que la de un conjunto de singularida-
des inconmensurables; estas son pura inmanencia y, por lo tanto, imposi-
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
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STUDIA POLITICÆ
bles de ser representadas. Allí no hay un pueblo como resultado de una
articulación hegemónica (Laclau, 2005), porque ello implicaría una cierta
pérdida para las singularidades que conforman la multitud; daño que deri-
varía de la inscripción de un “significado suplementario” (Arditi, 2007:
14) dado por lo que las múltiples singularidades tienen en común, y que
habilitaría la expansión de la lógica de la equivalencia por sobre la de la
diferencia, desvirtuando su potencial y productividad política. Para esta
corriente “poshegemónica”,
6
en la Argentina de diciembre de 2001 “hubo
un unísono sin equivalencia y protesta e invención política sin contra-he-
gemonía” (Arditi, 2007: 15).
La crisis es definida, entonces, como un “éxodo” y “ruptura” (Negri y
Cocco, 2003: 56-57) a nivel local del sistema capitalista y del pensamien-
to único neoliberal (proceso de largo alcance y a nivel global); en su pun-
to más álgido (19-20 de diciembre de 2001) se hizo evidente, por un lado,
el trastocamiento de ciertas formas de subjetivación (las tradicionales de
clase) y, por el otro, su contracara, la apertura a la innovación política, so-
cial y económica. La nueva forma de subjetivación política, la multitud
cooperante, fue, según esta narrativa, la protagonista de esta crisis y reve-
ló su capacidad productiva política al oponerse al Estado capitalista argen-
tino.
En un sentido semejante, análisis como los del Colectivo Situaciones
(2002) dan cuenta de una “profunda transformación” en la lucha político-
social, que dio lugar a un nuevo “protagonismo social” en el marco de las
mutaciones del papel tradicional del Estado y de la crisis de la sociedad es-
tatal-disciplinaria. Desde este enfoque, el movimiento insurreccional del
2001 fue protagonizado —también— por la multitud, que no sería ya un
sujeto histórico en sentido clásico, ni el “pueblo-agente” de la soberanía,
sino una potencia autoafirmativa, expresiva, autónoma, territorial e irrepre-
sentable, inscripta en una “soberanía estallada”: “el no de la pueblada fue
una afirmación en el sentido más profundo: hay una positividad inscripta
en la forma misma que asumió la negación insurreccional. Que la multitud
haya actuado como única autora significa que la potencia del no radica,
precisamente, en que no deviene poder estatal [...]. Las energías del movi-
miento son, a su manera, constituyentes” (2002: 55). Esta narrativa inscribe
a la crisis en el proceso argentino de transición a la democracia iniciado en
los años ochenta, en tanto entiende que los sucesos que comportó “rompie-
6
Arditi entiende que el prefijo “post” refiere, más que a una dimensión temporal, a
un desplazamiento conceptual: dicho prefijo pretende nombrar un “afuera” de la hege-
monía.
11
ron la tregua democrática del Nunca más” (2002: 9): si el fantasma del gol-
pe de Estado asedió la escena pública durante la insurrección del 19 y 29
(de la mano de la declaración del estado de sitio, en tanto punto de in-
flexión), este fue conjurado por la emergencia de nuevas formas de inter-
vención en la escena pública, autoafirmadas y enfrentadas a la centralidad
estatal (2002: 43).
7
También dentro de esta perspectiva —aunque con matices y divergen-
cias—, encuadramos la prolífica producción de Maristella Svampa, para
quien la crisis de hegemonía y ruptura del consenso neoliberal que estalló
en el 2001 fue parte de un proceso de transformaciones de larga data que
se inició en la década de 1970 con la última dictadura cívico-militar, tuvo
un punto de inflexión con la llegada a la presidencia de Carlos Menem en
1991 y se profundizó a partir de 1995. Dicho proceso de reformas estruc-
turales implicó el desmantelamiento de la estructura salarial fordista, pro-
duciendo un proceso de reconfiguración de las bases de la sociedad que se
evidenció en procesos de descolectivización (Svampa y Pereyra, 2009: 14)
y déficit de integración social
8
(Svampa, 2000). La autora destaca de este
contexto su particular productividad en términos sociales y políticos, en
tanto permitió la apertura de nuevos espacios de acción, vinculados princi-
palmente al cuestionamiento del sistema institucional (sobre todo del Esta-
do), al retorno de la política a las calles (asociado a cierto espontaneísmo
y con preeminencias de formas de acción directa) y a la emergencia de
formas auto-organizadas de lo social (de tipo basistas), con el movimiento
piquetero
9
como uno de sus arietes. En sus palabras: “la narrativa autono-
mista se había ido constituyendo en la piedra de toque de la emergencia
de una nueva subjetividad militante [...]. Un nuevo ethos militante, carac-
terizado por el rechazo a la democracia delegativa, fue surgiendo al calor
de aquellos primeros meses en los que se mezclaban sentimientos de te-
mor e incertidumbre frente a la ausencia de referencias institucionales, y
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
7
Dicho proceso es definido como “destituyente” y no apolítico, ya que propone y con-
sidera posible una nueva forma de hacer política, contraria a la institución soberana
como “constitución estatal de lo social” (lo que se reveló en “que las organizaciones po-
líticas y sindicales quedaran marginadas en las jornadas de diciembre”) (C
OLECTIVO SI-
TUACIONES, 2002: 43).
8
Dicha crisis se manifestó en la falta de correspondencia entre subjetivación (indivi-
dual) y socialización (colectiva) y se hizo particularmente evidente en las nuevas genera-
ciones para quienes “el trabajo y la política dejaron de ser un eje central de referencia”
(S
VAMPA, 2000:17) [itálicas en el original].
9
Si bien aquí referimos específicamente al estallido del año 2001, no podemos dejar de
señalar que el movimiento piquetero surgió a mediados de la década del 90 como parte
de este mismo proceso de larga data que S
VAMPA estudia.
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12
STUDIA POLITICÆ
una alegría instituyente de cara a las nuevas experiencias políticas”
(Svampa, 2011: 21).
Podemos detectar aquí las huellas de un cierto optimismo —compartido
por los trabajos previamente referidos—, que si bien no perdió de vista el
elemento de desintegración social del proceso de crisis, puso el foco en el
aspecto de potencialidad, de apertura al surgimiento de “nuevos protago-
nismos sociales y políticos” (Svampa, 2006b: 1), con nuevas formas de
participación en el espacio público y novedosos repertorios de acción co-
lectiva, cuyos protagonistas fueron —en el caso argentino— los movimien-
tos sociales urbanos (organizaciones piqueteras, caceroleros). La centrali-
dad de estas organizaciones piqueteras giró en torno al hecho de que, en
aquel contexto de descolectivización, permitieron articular el piquete —en
la ruta— con la acción a nivel barrial, instalando “la confrontación como
modelo de acción” y habilitando a la vez espacios para la reconstrucción
identitaria (Svampa y Pereyra, 2009: 201). De forma similar que en los tex-
tos anteriores, observamos que el nivel de productividad política que se le
reconoce a estos “nuevos protagonismos sociales” transcurre a un nivel
social y de base que se pretende —en gran medida— marginal en relación
al Estado.
A diferencia de los autores reseñados más arriba, Svampa continuó investi-
gando el desarrollo de estas nuevas formas de acción colectiva (con foco
en las organizaciones piqueteras) en el período de posterior al 2002/2003.
En este sentido, y sin perjuicio de reconocer la gran productividad política
de las jornadas del 2001, no deja de señalar un conjunto de limitaciones
que afectaron al proceso en general y a cada uno de los movimientos en
particular y que, en cierta medida, frenaron, detuvieron o alteraron la po-
tencia de aquellos “tiempos extraordinarios” (Svampa, 2004a: 2). La mejo-
ra de los indicadores macroeconómicos (que redujeron las condiciones de
extrema fragilidad de muchos sectores), el aumento de la represión de la
protesta social (con los episodios de junio del 2002 en el Puente Pueyrre-
dón como hechos emblemáticos
10
) que generó un aumento en la capacidad
10
SVAMPA (2004b) afirma que la imagen del gobierno de Duhalde se vio afectada al
descubrirse la responsabilidad de la policía en el asesinato de Kosteki y Santillán en las
jornadas del Puente Pueyrredón. Por un lado, este hecho fue fundamental para el llama-
do a elecciones anticipadas para abril del año siguiente y, por el otro, implicó que gran
parte de los reclamos piqueteros fueran satisfechos desde el Estado, aumentando la capa-
cidad de presión de los mismos. Esto generó, paralelamente, la expansión del movimien-
to, acompañada por un proceso de fragmentación (así, se habría gestado una dinámica
según la cual todo grupo que reclamaba lo hacía con éxito haciendo aparecer la coordi-
nación con los colectivos restantes como innecesaria).
13
de presión pero también un profundo proceso de fragmentación y desmovi-
lización de las organizaciones sociales, la declinación del movimiento
asambleario barrial, sumados a la saturación y desinterés por parte de am-
plios sectores de la sociedad frente a las sucesivas manifestaciones fueron
dando lugar a una creciente “demanda de normalidad”.
En este sentido, la socióloga sostiene que una crisis generalizada como la
que se produjo en Argentina en 2001 suele implicar la generación de de-
mandas ambivalentes y contradictorias (Svampa, 2006a). Así, las demandas
de construcción de una “nueva institucionalidad” —asociada a la incorpo-
ración de formas de democracia directa y participativa, pero también de
formas “de auto-organización de lo social a distancia y en detrimento del
mundo institucional” (Svampa 2004b: 210)— que lograron imponerse a lo
largo del 2001-2002 en un clima de fuerte efervescencia social fueron pro-
gresivamente desplazadas por otras vinculadas a la “normalidad”, a un de-
seo de reinstitución de un orden, frente a las amenazas de disolución so-
cial. Esta “demanda de normalidad” se hizo finalmente patente en las
elecciones de abril, marcadas por los bajos niveles de ausentismo y voto en
blanco, los magros resultados de la izquierda partidaria y el vuelco de una
parte de las bases sociales piqueteras con su voto a los candidatos peronis-
tas menos conservadores.
Según Svampa, la consagración de Néstor Kirchner como presidente y los
primeros “éxitos” de su gobierno fueron, en gran parte, logrados gracias al
eco que este se hizo de aquella demanda de normalidad —intentando “en-
carnarla” (Svampa, 2007: 2) y “capitalizarla” (Svampa, 2006a)—, en el
marco de un conjunto de políticas, un discurso —definido como una “po-
lítica de gestos simbólicos” (Svampa, 2004a: 8-9)— y una “retórica”
(Svampa, 2007: 2) que retomaban algunas de las demandas anti-neolibera-
les que los mismos sectores movilizados expresaban desde hacía varios
años. En este sentido, el gobierno implementó estrategias diferenciales
con respecto a las organizaciones piqueteras. Por un lado, encaró un pro-
ceso de integración, cooptación e incluso institucionalización (Svampa,
2008: 4) de aquellos sectores del movimiento piquetero pertenecientes a
“corrientes afines”: por su cercanía al ideario nacional-popular, estos vie-
ron en la figura del presidente una posibilidad de retorno a las “fuentes
históricas” del justicialismo. Por otro lado, la relación con aquellas “co-
rrientes no afines” (i.e., las corrientes antineoliberales y anticapitalistas de
matriz “autonomista” y “clasista” ajenas a la matriz nacional-popular) se
basó en el disciplinamiento, el aislamiento, la descalificación y la judicia-
lización (Svampa, 2008).
Es así que, si bien desde esta óptica se reconoce que las organizaciones no
pudieron constituir un proyecto alternativo que confrontara con el régimen
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
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neoliberal en crisis (a raíz de la dificultades internas para proveer de con-
tenidos precisos las demandas sociales de “nueva institucionalidad”, su-
madas al carácter puramente destituyente y negativo de la consigna “que
se vayan todos” y las limitaciones para construir solidaridades por fuera
del campo militante) (Svampa, 2006a), se imputa un peso explicativo nada
desdeñable a la desactivación “desde arriba” —desde el Estado, pero tam-
bién de “los dispositivos clientelares” (Svampa, 2007: 12)— del potencial
rupturista que estas nuevas formas de subjetivación parecían haber revela-
do en los “tiempos extraordinarios” de fines de 2001. La narrativa de la
resolución de la crisis en clave de cooptación y neutralización de aquel
potencial parece, paradójicamente, dar por tierra con el aspecto más pro-
ductivo que se constataba en las nuevas formas de subjetivación, cuya ca-
pacidad de agencia parecería haberse diluido en el transcurso del proceso.
1.2. La crisis como ruptura del orden institucional
Existe un segundo conjunto de lecturas, eminentemente ubicadas en el
campo de la ciencia política y la teoría política, que explican la crisis en
términos de ruptura del orden institucional vigente desde el retorno demo-
crático. “Crisis de representación”, “crisis de representación partidaria”,
“crisis de gobernabilidad”, son algunas de las denominaciones con las que
este enfoque significó el “colapso” del sistema político argentino en di-
ciembre de 2001.
Según Pousadela, los acontecimientos del año 2001 se encuadran en una
“crisis de representación” en la cual “la propia representación política se
constituyó en objeto de discurso y pasó a situarse en el centro de las mani-
festaciones de protesta” (2006: 79), dando cuenta de una “honda brecha”
entre representantes y representados. Así, la crisis de representación se ins-
cribió en un proceso de largo alcance que Manin (1998) denomina “meta-
morfosis de la representación” y que alude al proceso resultante de la tran-
sición de la “democracia de partidos” a la “democracia de audiencia”.
Desde esta perspectiva, la crisis puso de manifiesto, entonces, una ausencia
de reconocimiento del lazo representativo, cuya máxima expresión se plas-
mó en las jornadas (la del 19, festiva, la del 20, trágica) de diciembre. Con
actores, reclamos y modalidades novedosos, radicales e intensos, la lógica
representativa fue remplazada, según Pousadela, por una “lógica de la ex-
presión” con carácter revocatorio.
Desde una perspectiva semejante, los trabajos publicados por Isidoro
Cheresky (2004a, 2004b, 2010) sostienen que lo que se evidenció en el
2001 fue una crisis de representación, es decir, un debilitamiento y poste-
rior mutación del vínculo representativo. En el caso argentino, esta muta-
15
ción se encontró íntimamente vinculada a un proceso de desinstituciona-
lización (2010: 302) que implicó que los partidos políticos fueran per-
diendo paulatinamente su rol de instituciones por las que se debía canali-
zar —según el “formato democrático clásico tal como se dio en los países
del hemisferio norte” (2010: 302)— la representación de la ciudadanía-
electorado. Dicho proceso de desinstitucionalización es inscripto en una
temporalidad larga que data de mediados del siglo XX donde, de la mano
sobre todo del peronismo, Cheresky encuentra un antecedente vinculado
al formato movimientista que aquel imprimió a la escena política argenti-
na. Pero la mutación del vínculo democrático, que encontró su expresión
más acabada en la expansión de una “ciudadanía autónoma” y “fluctuan-
te” (2010: 307) que no se reconocía en identidades partidarias, que se
configuró como opinión pública por medio de las encuestas y que se “au-
torrepresentó” (2010: 306) en el espacio público de la Plaza de Mayo y
las rutas del país, pero también en las esquinas de cada ciudad, cacerolas
en mano, es inscripta en una temporalidad más corta, cuyo punto de des-
pegue se sitúa en 1983 con la reinstalación del sistema de partidos y la
construcción de una democracia electoral —de baja institucionalidad y
con deficiencias en el Estado de Derecho, pero con respeto a las liberta-
des públicas—.
En continuidad con el “nuevo modo de la política” (2010: 316) inaugura-
do por Carlos Menem, Néstor Kirchner se constituyó —según señala Che-
resky— como un “líder de popularidad”, es decir, que dio forma a “un go-
bierno de poder concentrado cuya legitimidad se sustentaba en la opinión
pública” (2010: 325). En consonancia con este análisis, Cheresky y
Pousadela (2004) explican la recomposición del vulnerado vínculo políti-
co a partir de lo que denominan la “capacidad instituyente del liderazgo
representativo”, muy marcada en el caso de Kirchner: una capacidad para
marcar la agenda e imponer iniciativas y “acciones que tornaron posible e
incluso deseable algo que no estaba presente ni había sido previsto”
(2004: 31). En ese sentido y en línea con lo referido anteriormente, estos
autores apuntan que en las elecciones de 2003 lo que movilizó la compe-
tencia política entre los candidatos, así como el resultado, fue más su per-
sonalidad y su capacidad de hacerse creíbles para la opinión pública que
el apoyo de los aparatos partidarios. Así, parece haberse plasmado en la
escena política uno de los “problemas específicos” que Cheresky identifi-
caba como posible consecuencia de la emergencia de la ciudadanía fluc-
tuante: el surgimiento de liderazgos políticos con altas cuotas de concen-
tración, arbitrariedad y vulnerabilidad en el ejercicio del poder (2010:
302), resultado de la ausencia de contención que las instituciones partida-
rias deberían proveer.
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
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16
STUDIA POLITICÆ
En un texto publicado en el año 2003, previo a las elecciones presiden-
ciales y al calor de la crisis, Torre (2003) afirma que la del 2001 debe
pensarse menos en clave de crisis representativa que en términos de crisis
de “representación partidaria”: no se trató, según el autor, de un cuestio-
namiento a la democracia como régimen, y tampoco de un fenómeno de
“resignada desafección política”, sino que la crisis debe entenderse como
un rechazo de los ciudadanos a los partidos políticos vigentes y a sus di-
rigentes (cuyo corolario no fue otro que la renuncia del presidente en di-
ciembre de 2001). Son, entonces, los partidos políticos, las “familias polí-
ticas”, los que entraron en crisis, con la consecuente desvinculación de la
ciudadanía de su condición de electores sectorizados (derecha, centro, iz-
quierda, y sus variantes). Esta crisis de representación partidaria no afec-
tó, ciertamente, a todos los partidos por igual: en efecto, es en el polo no-
peronista donde se manifestaron con mayor vehemencia —en el largo
plazo y de manera contundente en las elecciones legislativas de octubre
de 2001— la volatilidad del voto, el cambio en las coaliciones electorales
y, como corolario, la crisis del vínculo entre partidos y ciudadanía. Si en
octubre de 2001 la Alianza y Acción por la República (el partido fundado
por el exministro de economía de Carlos Menem y mentor del Plan de
Convertibilidad, Domingo Cavallo) perdieron un importante caudal de
votos, dentro del peronismo, en cambio, la fidelidad del electorado no se
vio mayormente afectada.
11
Esta crisis de representación partidaria se explica por diversos factores, que
ciertamente exceden las “fallas de rendimiento” de los partidos: la desafec-
ción partidaria depende, según Torre, del hecho de que los ciudadanos atri-
buyan la brecha entre sus expectativas y los resultados al mal desempeño
de los dirigentes —y no a otros factores—. En esta brecha entre los votan-
tes y sus dirigentes partidarios se cifra, entonces, la crisis del lazo represen-
tativo. Desde una mirada de largo alcance, esta crisis de representación
debe pensarse como el “síntoma” de un proceso aún más amplio y que en-
cuentra sus raíces en los cambios acaecidos en la “cultura política de fran-
jas significativas del electorado”, cambios en los criterios de valoración y
tolerancia, en las exigencias y las expectativas hacia los políticos, desplaza-
mientos de la participación política desde el Estado o los partidos hacia la
sociedad civil que derivaron en una “puesta en discusión del vínculo de la
representación partidaria” (2003: 657) y en un progresivo descrédito hacia
11
La Alianza perdió 59,7 %, APR 87 % y el PJ, solo 12,2 % de sufragios con respecto
a las elecciones nacionales de 1999 (TORRE, 2003: 654). En contrapartida, el partido Ar-
gentina por una República de Iguales (ARI, cuya líder era Elisa Carrió), surgido meses
antes de las elecciones, acumuló más de 1.600.000 votos.
17
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
la clase política. En paralelo, en las últimas décadas, los propios partidos
habían visto significativamente menguada su capacidad de dirigir políticas
públicas en favor de actores extragubernamentales —minorías activas, me-
dios de comunicación, organizaciones de la sociedad civil— que tomaron
la delantera. Estas mutaciones en el plano de la “sociedad civil” delinea-
ron, entonces, el fracaso de las nuevas formaciones políticas, que no logra-
ron renovarse suficientemente para superar las críticas a los partidos tradi-
cionales y así “cerrar la brecha representativa”: “así las cosas, la onda
expansiva del voto de protesta de 2001 condujo a la destrucción del seg-
mento partidario ocupado por los sectores que han sido la principal fuente
de innovación política en el país, ratificándolos en su condición de huérfa-
nos de la política de partidos” (2003: 660-661).
En este marco, a meses de las elecciones presidenciales de 2003 y a veinte
años de la transición democrática, Torre se pregunta si el momento crítico
que atravesaba la Argentina no podía ser visto como el inicio de una “se-
gunda transición”, en cuya agenda la crisis de representación partidaria
ocuparía un lugar central y cuyo desenlace se cifraría, según el autor, más
en términos de un reequilibrio que de una transformación del sistema de
partidos. Si el futuro de la UCR aparecía como incierto, Torre concluye que
“[d]e la resolución de la ecuación peronista depende que el perfil de las
ofertas partidarias se despliegue más nítidamente a lo largo del eje izquier-
da-derecha” (2003: 664).
En su estudio sobre la “debacle” del 2001 (definida como una “fenome-
nal crisis que se abatió sobre el sistema político y la economía argentina”,
que comenzó a gestarse durante los noventa y estalló en diciembre de
2001), Novaro (2002) pone menos el foco en el vínculo representativo
que en la “crisis del núcleo de gobernabilidad” de la coalición gobernan-
te de la Alianza para sostenerse en el poder: “El descarrilamiento del frá-
gil cuadro de gobernabilidad con que inició su gestión Fernando De la
Rúa, hacia una debacle de proporciones epocales [...] se constituiría de
este modo en la experiencia más extrema de descomposición política, ins-
titucional, económica y social experimentada desde el fin de la última
dictadura militar” (2002: 18). Según el diagnóstico de Novaro, que se si-
túa en el largo plazo para evaluar los factores “inevitables” de la crisis,
pero lo hace en el corto plazo
12
para sopesar aquellos factores “evita-
bles” —es decir, los “errores de apreciación, de decisión y de gestión co-
12
Vale destacar que, para NOVARO, el recorte temporal de la crisis se inicia “con la re-
nuncia de Carlos ‘Chacho’ Álvarez a la vicepresidencia, en octubre de 2000, y [se de-
sata] definitivamente con la resignación del propio presidente” (2002: 18).
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18
STUDIA POLITICÆ
metidos durante la misma administración de la Alianza” (2002: 19)—, la
crisis del 2001 debe abordarse atendiendo a tres dimensiones: en primer
lugar, la incapacidad de la coalición de gobierno para consolidar un lide-
razgo y para controlar los resortes institucionales: esta incapacidad tenía
sus raíces tanto en la estructura organizativa de la Alianza como coalición
partidaria —compuesta por partidos con desigual influencia, con diver-
gencias ideológicas y programáticas profundas y problemas de organiza-
ción interna—, como en las características de sus líderes
13
(también con
sus diferencias ideológicas y programáticas). En segundo lugar, la erró-
nea evaluación sobre el alcance de la crisis económica, con la consiguien-
te fragmentación dentro del propio gobierno con respecto a las acciones a
seguir. Por último, las crecientes divisiones y disputas dentro del bloque
de poder que resultaron en el “quiebre del vértice gubernamental” (cuya
máxima expresión fue la renuncia del vicepresidente, Chacho Álvarez, el
débil y maleable liderazgo de Fernando De la Rúa, la incongruente con-
formación del gabinete nacional y, por último, la imposibilidad de con-
cluir la gestión gubernamental) y en el “colapso del que fuera durante
diez años el recurso esencial de gobernabilidad en la Argentina, la con-
vertibilidad monetaria” (2002: 37).
Desde una mirada de conjunto y de largo alcance, lo que para Novaro en-
tró en crisis en el año 2001 fue un extenso proceso de aprendizaje y ma-
duración que la clase política argentina había emprendido tras el retorno
democrático, tanto en términos desaprovechamiento de oportunidades
como de capacidad de innovación y creatividad frente a situaciones críti-
cas. Para el autor, si los dos presidentes anteriores a De la Rúa habían he-
cho un uso mínimamente provechoso de las oportunidades políticas pro-
vistas por las distintas crisis a las que se fueron enfrentando, ese “ciclo
virtuoso” de aprendizaje e innovación se vio súbitamente interrumpido en
diciembre de 2001.
13
En el caso de De la Rúa, el autor señala que una de sus principales debilidades con-
sistía en la divergencia entre su liderazgo “partidario” y su liderazgo “público”, que pa-
recía independiente del primero. En el caso de Chacho Álvarez, dichas debilidades apa-
recieron asociadas a su condición de principal e indiscutido referente dentro del Frente
Amplio (partido integrante de la Alianza), pero con un ejercicio del liderazgo que tenía
como contrapartida índices de disciplina bajos y en el marco de una estructura partidaria
de círculos concéntricos que no garantizaba la institucionalidad suficiente para organizar
a su tropa. Por razones distintas, ambos apostaron a desmarcarse de las estructuras parti-
darias de base para avanzar en un frente “abierto a la sociedad”, transversal y capaz de
superar al menemismo. Eso derivó en el progresivo desgajamiento del Frente Amplio
tras la renuncia de Álvarez y en el distanciamiento del presidente de la UCR (T
ORRE,
2003: 653).
19
A partir de aquí cabe preguntarse cómo evalúa el autor, entonces, la “sali-
da” de esa fenomenal crisis política: ¿logró el kirchnerismo retomar el ca-
mino iniciado en la transición democrática o, por el contrario, acentuó los
vicios que llevaron a la crisis? Es en un texto posterior donde Novaro
ofrece algunas respuestas a este interrogante. Su hipótesis es que el ascen-
so del kirchnerismo al poder tras el derrumbe del gobierno de la Alianza
supuso un “nuevo y sorprendente giro” para la política argentina, de la
mano del surgimiento de una corriente progresista dentro del peronismo
que fomentó, por un lado, la “polarización entre el gobierno, encarnación
de los valores del progreso y la justicia, y ‘la reacción’” (Novaro, 2006:
3), y que, por otro, “colocó a las fuerzas de izquierda y centroizquierda
frente a un dilema [...]: sumarse y colaborar con su gobierno, con el ries-
go muy palpable de diluirse en el océano peronista, o intentar diferenciar-
se para construir un espacio propio y autónomo, con fuertes posibilidades
de terminar aisladas y volverse irrelevantes” (2006: 23).
14
En una clave muy similar abordan Cherny, Feierherd y Novaro (2010) el
proceso de recomposición de la autoridad y el poder presidencial poste-
rior a la crisis del 2001. El punto de partida de los autores es que dicha
crisis ofreció un prisma privilegiado para evaluar las características del
presidencialismo. En este sentido, la hipótesis que propone el texto es
que la presidencia de Néstor Kirchner “superó rápidamente un contexto
inicial de debilidad electoral y fragmentación partidaria, logrando una
fuerte concentración del poder en el presidente”, por lo que es posible
concluir que “tras la crisis de 2001-2002, ni todo sigue igual en la políti-
ca argentina, ni los cambios refrendan o desmienten las posiciones más
optimistas sobre los cambios ocurridos” (2010: 16). Si el punto de partida
de la gestión de Néstor Kirchner fue desventajoso (crisis económica, de-
bilidad electoral, fragmentación partidaria), los autores argumentan que
este hizo de esos obstáculos una oportunidad: “El desajuste entre percep-
ciones pesimistas y oportunidades resultó, por tanto, fundamental para la
popularidad que alcanzó Kirchner desde el comienzo mismo de su man-
dato” (2010: 23).
Ese proceso creciente de recomposición de la autoridad presidencial se
apoyó, según los autores, en diversos factores: acumulación de recursos
(fiscales, políticos y económicos) en el Poder Ejecutivo y maximización
de la maniobra presidencial, control sobre las distintas fracciones dentro
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
14
Aunque desde otro ángulo y en referencia a otros actores (en este caso, la izquierda,
el progresismo), vemos aquí un retorno del tema de la “cooptación” que ya había sido
diagnosticado por SVAMPA (2007:10 y 2008:4).
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STUDIA POLITICÆ
15
Retomamos aquí la distinción entre la política y lo político que MARCHART (2009)
define como “diferencia política” y a partir de la cual se pretende resaltar la dimensión
conflictiva de lo político como tiempo-espacio de institución de un orden social (parti-
cular y contingente). M
ARCHART reúne las propuestas teóricas de diversos pensadores
(como Carl Schmitt, Ernesto Laclau, Claude Lefort y Hannah Arendt) que incluye den-
tro de la corriente “posfundacional”.
16
Esta preocupación ha signado el desarrollo de la ciencia política argentina en su pro-
ceso de consolidación como disciplina (es decir, durante el proceso de transición a la de-
mocracia de principios de la década del 80) (S
CILLAMÁ, 2007).
17
Remitimos aquí a la distinción entre cuestión y problema según la define J. C. MI-
LNER (2007). Mientras la primera se produce en el orden del lenguaje, entre seres ha-
blantes, y reclama una respuesta que no puede nunca ser suficiente (por lo que la
cuestión permanece siempre abierta), la segunda pretende para sí una solución. En la
medida en que el problema detenta un estatus de objetividad (neutral, identificable,
delimitable) y que, por lo tanto, puede ser efectivamente cerrado, administrado técni-
camente gracias a políticas públicas apropiadas, esa categoría ocluye la dimensión
conflictiva de lo político.
del partido peronista y consiguiente conquista de mayoría legislativa, “di-
ferenciación respecto de políticas públicas hasta entonces dominantes”
(2010: 16) y aumento de la “popularidad personal” del presidente.
En definitiva, los estudios abordados en este apartado ofrecen dos diag-
nósticos sobre la “crisis del 2001”: por un lado, se entiende que ella
constituyó un punto de ruptura en el vínculo representativo, y, por el otro,
se la define en relación a un quiebre del “vértice gubernamental” y a la
pérdida de capacidad de gobierno —“gobernabilidad”— por parte de la
dirigencia política. Entendemos que estos diagnósticos enfocan sus análi-
sis en el nivel de “la política”
15
entendida en forma acotada, como el
conjunto de actores y prácticas asociados a la construcción de un orden
institucional
16
y de un cierto tipo de vínculo representativo, así como a la
definición de políticas públicas (en tanto resolución de problemas
17
). Las
preguntas que han guiado estas investigaciones giraron en torno a las
condiciones de gobernabilidad durante el período previo y posterior a los
sucesos de diciembre de 2001 y a la construcción de liderazgos políticos
(Novaro, 2002), así como su vínculo con el rol de la ciudadanía y la opi-
nión pública (Cheresky, 2010). Concomitantemente, produjeron un diag-
nóstico relativamente compartido: algo del vínculo representativo (entre
representados y representantes, dos niveles nítida y topográficamente de-
limitados entre “la sociedad” y “la política”) se había quebrado y ello se
manifestó como “crisis de representación” (Pousadela, 2006), como “mu-
tación del formato democrático” y “debilitamiento de la identificación
político-partidaria y movimientista” (Cheresky, 2010), al tiempo que reve-
21
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
ló, por otro lado, la incapacidad de los elencos gobernantes de garantizar
la gobernabilidad (Novaro, 2002). Este conjunto de lecturas de tipo insti-
tucionalista han ubicado la situación crítica —lo que entró en crisis— en
la esfera de la política, puesto que sus instituciones —sistema de parti-
dos, poderes del Estado— y actores —representantes políticos, en el go-
bierno o fuera de él— se revelaron como insuficientes y/o ineficaces para
garantizar en forma estable un cierto orden político, de gobierno y de ad-
ministración.
18
Desde esta óptica, entonces, el proceso de “salida” de la
etapa crítica se produjo también “(desde) arriba”, es decir que fue enten-
dido en clave de recomposición de la autoridad política (Novaro, 2002;
Cheresky, 2004a), gracias a la concentración del poder en el Poder Ejecu-
tivo y el liderazgo fuerte de Néstor Kirchner (Cherny, Feierherd y Nova-
ro, 2010), cuya legitimidad se sustentaba en la opinión pública (Cheresky,
2010: 325).
1.3. El 2001 como crisis de sentido(s)
Por último, es posible reponer un tercer conjunto de trabajos cuya pers-
pectiva atraviesa, problematiza y cuestiona algunas de las distinciones so-
bre las que se fundan los dos enfoques referidos anteriormente. Aludimos
aquí a aquellas lecturas de los sucesos del 2001 en clave de crisis de re-
presentatividad (Rinesi y Vommaro, 2007) y de hegemonía (Biglieri y Pe-
relló, 2007; Muñoz y Retamozo, 2008), o como “quilombo” (Pérez,
2008a, 2008b, 2013a y 2013b) en tanto momento clave de la puesta en
evidencia de la condición dislocada de toda estructura social (Barros,
2013; Biglieri y Perelló, 2003). La riqueza de estos textos radica, creemos,
en que ellos ponen sobre el tapete la relación entre la política y lo social,
tensionando las preeminencias asignadas por los enfoques anteriores a
cada una de esas esferas y, por ende, poniendo en crisis la distinción mis-
ma. Vale destacar que, por ser posteriores en el tiempo, este conjunto de
textos hace más hincapié en el análisis del discurso kirchnerista que en el
desentrañamiento de la crisis del 2001. Sin embargo, dado el propósito de
nuestro trabajo, examinaremos estos textos atendiendo especialmente al
tipo de nexo que ellos establecen entre el surgimiento del kirchnerismo y
18
CHERESKY sostiene, en este sentido, que “el dispositivo institucional que caracteriza-
ba el régimen democrático se ha debilitado” (2010: 302) y que los nuevos liderazgos
que surgen en este proceso de mutación están (más que antes) sujetos a los designios de
la opinión pública, canalizados de formas más fragmentadas, como es el caso de las en-
cuestas y las manifestaciones callejeras. La forma de la representación democrática que
surge en este contexto es concebida como más precaria e inestable.
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22
STUDIA POLITICÆ
dicha crisis, bajo el supuesto de que, al igual que en los autores abordados
anteriormente, a partir de la lectura que realizan sobre el primero es posi-
ble reponer una interpretación sobre la naturaleza de la segunda.
Los trabajos de Biglieri y Perelló (2003, 2007) se declaran deudores del
marco teórico posestructuralista que provee los principales instrumentos de
análisis de la crisis del 2001 y del fenómeno kirchnerista. La elección de
este enfoque responde explícitamente, según las autoras, al hecho de que
“para la generalidad de la teoría política moderna como para la contempo-
ránea, la política es considerada como una dimensión secundaria o deriva-
da respecto de lo social o de una esfera anterior y primordial y, consecuen-
temente, la ubican en un ámbito o subsistema de aparición determinado”
(2003: 2). Adicionalmente, la presunción de existencia de un sujeto político
preconstituido (el proletariado, la clase obrera o —agregamos— la multi-
tud) también es visualizada como un obstáculo epistemológico para apre-
hender lo acontecido en diciembre de 2001. Es, entonces, la pregunta por
la irrupción de modalidades políticas novedosas, por el sujeto político allí
constituido y por el estatuto mismo de lo político la que guía estos textos.
Desde este enfoque, los sucesos de la noche del 19 de diciembre deben en-
tenderse como un “estallido del orden Simbólico-Imaginario” y como la
“irrupción de lo Real” lacaniano, es decir, como el “desmoronamiento de la
ilusión ideológica [que] permitió la confrontación con lo Real. Un Real o
antagonismo que desde lo fenoménico mismo se hizo oír como puro ruido
del batir de cacerolas, ruido sin palabras ni consignas, de los vecinos lanza-
dos a las calles sin una identidad colectiva constituida a priori” (2003, 11).
De modo que la configuración hegemónica resultante de dicha irrupción se
articuló en torno al significante “que se vayan todos”
19
que representó y
puso en equivalencia una serie de elementos diferenciales (ahorristas, des-
ocupados, ciudadanos descontentos) vinculados metonímicamente: “Los
acontecimientos del 19 de diciembre se organizaron, tomaron sentido una
vez puestos en cadena y en una determinada temporalidad, y así cobraron
significación de protesta social en tanto demandas articuladas hegemónica-
mente” (2003, 11).
En este marco de incipiente formación hegemónica en torno al significante
“que se vayan todos”, el kirchnerismo surge como el “gran lector” de la
crisis del 2001 (Biglieri y Perelló, 2007: 66), es decir, como factor articula-
dor de una nueva hegemonía a partir de la dicotomización inicial del espa-
cio social —en sus comienzos— en un Nosotros —“el pueblo argentino”—
19
Más adelante, las autoras dirán que la consigna “que se vayan todos” ancló, a su vez,
en un punto nodal asentado sobre el significante “corrupción” (2007: 67).
23
y un Ellos —el FMI, los acreedores privados, el neoliberalismo, la Corte
Suprema de los noventa, entre otros—. La construcción de esa nueva hege-
monía se produjo, según las autoras, por el establecimiento de una frontera
en el espacio social que implicó la nominación de los “amigos” y “enemi-
gos” permitiendo la articulación de las demandas circulantes en la época y
la consecuente interpelación de nuevas identidades políticas. En este senti-
do, las autoras sostienen que Néstor Kirchner respondió “directamente a la
configuración entablada en oportunidad de la crisis del 2001 al dar res-
puesta a [las] demandas” de los actores en juego. El proceso de interpela-
ción llevado a cabo por el Presidente a los diversos actores sociales —Ma-
dres de Plaza de Mayo, movimientos sociales, “vecinos o ciudadanos
comunes”— se articuló en oposición a la “clase dirigente corrompida”
(2007, 67).
También Barros (2013) explica el surgimiento del kirchnerismo en térmi-
nos de articulación hegemónica. El argumento del autor parte de que el
kirchnerismo surgió de una dislocación estructural, esto es, de una situa-
ción que se presentaba como crítica y que constituyó un terreno de posibi-
lidad para el advenimiento de nuevas demandas y discursos políticos. Pero,
aclara, ninguna situación de dislocación se produce en un terreno comple-
tamente nuevo, ya que “siempre quedan trazos de una ‘relativa estructurali-
dad’ en la que la nueva demanda ancla sus pretensiones organizadoras de
las estructuras de sentido” (2013: 37), estructuralidad que sobredetermina
los procesos históricos.
En este contexto, el origen del discurso kirchnerista respondería a una lógi-
ca de articulación de “una serie de identificaciones políticas plurales y di-
versas que habían comenzado durante los años 90 con las organizaciones
sociales piqueteras y que consolidaron un espacio identitario en la crisis
del 2001 y su posterior recomposición” (2013: 39). Es la articulación de
esas demandas plurales a partir de un discurso “disponible” —aquel pro-
visto por la tradición del primer peronismo, más en las “formas” que en los
“contenidos”— lo que otorgó identidad al kirchnerismo: “El discurso kir-
chnerista consiguió ocupar un espacio que de algún modo ya estaba dispo-
nible, y que estaba estructurado alrededor de los contenidos y articulacio-
nes de esas identificaciones populares, junto a las clases medias ahorristas
e hipotecadas que velaban el menemismo y el progresismo medioalto
asambleario. El anudamiento kirchnerista de esta pluralidad de identifica-
ciones que se salían del lugar de ciudadanos de ciclos bianuales, despoliti-
zados bajo categorías demográficas como vecindad y/o habitante, aparece
como el rasgo que permitió al kirchnerismo tender un puente al primer pe-
ronismo” (2013:39). Barros plantea así un análisis en dos tiempos: si bien
la tradición populista que surge con el kirchnerismo abreva, en el largo pla-
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24
STUDIA POLITICÆ
zo, en el primer peronismo, encuentra la condición de posibilidad de su re-
surgimiento en la ruptura, en el corto plazo, con el discurso del alfonsinis-
mo y el menemismo. A diferencia de estos discursos, caracterizados como
“articulaciones institucionalistas”, el kirchnerismo debe pensarse según Ba-
rros como una articulación populista, i.e., “un discurso de inclusión de una
parte que no estaba articulada como tal y que, en el proceso de inclusión,
realiza una ruptura con el discurso institucionalizado” (2006: 4, traducción
propia).
20
El recurso a la expresión lunfarda “quilombo” permite a Germán Pérez
(2008a, 2008b, 2013a y 2013b) resumir el carácter y la magnitud que com-
portaron los sucesos del año 2001: una dislocación en el seno de lo social
de las formas de identificación preexistentes y de las formas de representa-
ción, entendida no como cristalización institucional en un régimen político,
sino como crisis de “los fundamentos de lo representable” y “forma abis-
mal de destitución de los vínculos que regulan la convivencia social” (Pé-
rez, 2013b: 103-104). Las jornadas de diciembre de 2001 fueron el punto
más álgido (pero no la culminación, porque el proceso continuó su curso
durante el año siguiente) de la desarticulación de un “modelo”, de un con-
junto relativamente estructurado de formas de concebir y vivir el mundo,
condensados en ciertos vínculos sociales neurálgicos: dinero, propiedad y
autoridad política.
El punto de inflexión del proceso es situado por Pérez en la “insurrección
popular” (Pérez, 2013a: 55) constituida por las movilizaciones de los días
19 y 20 de diciembre resultante del contundente rechazo de amplios secto-
res de la sociedad a la declaración del estado de sitio del 19. El sintagma
“que se vayan todos” —consolidado en dichas jornadas como punto nodal
de las demandas circulantes en los cacerolazos, piquetes y asambleas ba-
rriales— es leído, en esta clave, más que como un discurso antipolítico,
como parte de un proceso de politización de espacios cotidianos —la calle,
el balcón, la plaza del barrio). Dicho proceso comportó un carácter fuerte-
mente democrático, puesto que lo que se puso en disputa fue una forma de
procesar el conflicto (vinculada al discurso tecnocrático-neoliberal de la
administración y “los expertos” que pregonaba la autorregulación de lo so-
20
De allí que en el discurso de Kirchner la “unidad nacional” se vincule con la inclu-
sión y la justicia, elementos que no son tomados en términos neutrales, imparciales ni
puramente institucionales sino como resultado de un compromiso ético. En el mismo
sentido interpreta el autor la inclusión de los “excluidos de los 90” y la “desterritoriali-
zación” de demandas plurales, fragmentadas y diseminadas en una identificación nacio-
nal (B
ARROS, 2006).
25
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
21
Esta dinámica constituyó lo que PÉREZ denomina “empate hegemónico” (PÉREZ,
2013a: 56).
cial y del mercado) mediante “la recuperación del componente de construc-
ción autónoma de la soberanía popular” (Pérez, 2013a: 55). Pero este “mo-
vimiento social multifacético y disruptivo” no detenta un rol privilegiado
en este esquema; su contracara, con el mismo peso explicativo, es un “sis-
tema político institucional dañado en su legitimidad”, falto de propuestas
programáticas capaces de articular las demandas de aquel o, lo que es lo
mismo, sin capacidad de construcción hegemónica.
21
Por otro lado, resulta significativo el vínculo íntimo que este esquema pos-
tula entre política y democracia, que se consolida en el espacio abierto por
el surgimiento de nuevas formas de acción colectiva, participación y deli-
beración pública. A su vez, y en consonancia con esto, “diciembre de
2001” emerge como “un paso decisivo” hacia el fin de la transición inicia-
da en 1983 por ser la manifestación clara del “fin del miedo” (a un nuevo
golpe de Estado o a la reedición de la hiperinflación) sobre el que se había
gobernado desde aquel momento: la sociedad estalló asumiendo un nuevo
protagonismo (Pérez, 2013b: 104). Es en esta grieta que se sitúa el surgi-
miento del kirchnerismo, como proceso de refundación de la autoridad po-
lítica (luego de un primer momento de “salida” de la crisis provisto por el
gobierno de Eduardo Duhalde, quien “[recompuso] levemente la autoridad
presidencial y el funcionamiento estatal” (Pérez, 2013a: 56), tras la segui-
dilla de presidentes de diciembre del 2001). Kirchner se impuso, así, como
“fino hermeneuta del quilombo, por extrema necesidad” (Pérez, 2013a:
61). En consonancia con lo señalado por Rinesi y Vommaro (2007), Pérez
ve allí un fenómeno de hibridación de tradiciones que articuló elementos
del liberalismo democrático (protección de derechos, combate a privilegios
que atentan contra la libertad) con componentes republicanos —compromi-
so ético con lo público, involucramiento con la política—. Es en esta mis-
ma condición híbrida donde Pérez localiza las deficiencias del proceso,
dado que un cierto recelo hacia el disenso habría dificultado la consolida-
ción de una esfera pública no estatal (que las movilizaciones del 2001 pu-
sieron sobre el tapete), cercenando la posibilidad de la institucionalización
de relaciones entre “la sociedad movilizada y el régimen político” (Pérez,
2013a: 61). Queda en evidencia, en este último punto, que lo que subyace a
esta lectura es una concepción del proceso en clave de crisis de hegemonía
(crisis orgánica), según la cual, lo que “estalló” fue “una comunidad de
concepciones del mundo” (Pérez, 2008b: 6), los lazos sociales, es decir, “la
sociedad”, pero también (y sobre todo) sus vínculos con la política, el Es-
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tado y las identidades. Dicho de otro modo, los textos de Pérez dejan entre-
ver que lo que entró en crisis en la “crisis del 2001” fueron, justamente, los
vínculos entre lo social y la política o, lo que creemos es lo mismo, la for-
ma en que es posible comprender lo político mismo.
En una clave semejante se ubica el texto de Rinesi y Vommaro (2007) ya
referido. El abordaje de “la crisis” que desarrollan estos autores radica en
una complejización de la noción de “crisis de representación” (como la
que referimos en los trabajos de Novaro) en términos de crisis de repre-
sentatividad. Aprehender el 2001 en esta clave permite poner el foco, al
igual que Pérez, en la dimensión simbólica del proceso, en la crisis de las
creencias sobre lo establecido. Lo que se vio cuestionado, según esta mi-
rada, fue la legitimidad del lazo de representación, “la impresión, esa sen-
sación”, la creencia, en suma, de que “esos representantes nuestros tienen
algo que ver con nosotros, de que son representativos de nuestros propios
valores” (Rinesi y Vommaro, 2007: 425, subrayado en el original).
La noción de crisis de representatividad es aquí concebida, entonces,
como un distanciamiento entre “los representantes” respecto de los ciuda-
danos (2007: 444): lo que, desde esta perspectiva, entró en crisis no fue el
“principio de representación (es decir, de la separación) como principio
organizador de la vida política, sino, exactamente al revés, su pleno triun-
fo” (Rinesi y Vommaro, 2007: 424, subrayado en el original). Es decir que
la noción de crisis de representatividad alude al “triunfo” de aquella sepa-
ración y al énfasis en el aspecto vertical del lazo representantes-represen-
tados, que implica la pérdida de legitimidad del lazo representativo. La hi-
pótesis de trabajo de los autores parte, entonces, de la siguiente pregunta:
¿cómo se generó la sensación de que el lazo de representación ha perdido
su legitimidad, o en otras palabras, que ha dejado de ser representativo?
La respuesta ofrecida aborda la centralidad de la palabra (de los represen-
tantes del pueblo o de aquellos que aspiran a serlo) en tanto “capacidad
para articular discursivamente ideas, sentimientos y propuestas, diagnósti-
cos, programas y justificaciones de esos programas, argumentos, compro-
misos y promesas” (2007: 426), es decir, para construir una confianza que
sostuviera aquel lazo como legítimo —representación representativa—.
Esa palabra debía poder además interpelar y hacerse carne en un público
movilizado activo (2007: 427) que no sólo se reconociera en ella, sino que
también la tomara para sí y con respecto a un otro, generando un compro-
miso basado en una promesa (en términos arendtianos).
Precisamente esta tarea de construcción de una nueva credibilidad del
lazo representativo y de la palabra política es el desafío que, al entender
de los autores, Néstor Kirchner enfrentó exitosamente desde su asunción,
al recoger las banderas y los pedidos de renovación de las movilizaciones
27
populares del 2001y al escuchar asimismo las demandas de orden (ava-
lando, por ejemplo, el accionar “pacificador” de Duhalde): Kirchner se-
ría, así, tanto “hijo del 2001” como “del 2002”. A esto se agrega un se-
gundo elemento decisivo, relativo a la comprensión “del cambio de los
modos de aparición de la gente que trajo [aparejado] diciembre de 2001”
(2007: 458).
22
Esas dos instancias de las que Kirchner es “hijo”, la del conflicto o mo-
mento polémico del 2001 y la del orden o momento sistémico del 2002,
remiten, para los autores, a la cuestión del populismo: la constitución de
una frontera Nosotros/Ellos y la vocación hegemónica “más acá” de la di-
cha frontera. Populismo y hegemonía emergen así como las dos caras de
la moneda de todo proceso de construcción política. Es en este sentido
que Kirchner habría dado pasos en la constitución de un lazo de represen-
tación legítimo —representativo— articulando “discursivamente progra-
mas, razones y promesas verosímiles y capaces de interpelar exitosamen-
te a la ciudadanía, [generando] en ella la confianza y credibilidad que ese
lazo requiere” (2007: 465). El punto central de este enfoque es el papel
que se le reconoce a la palabra política. “Kirchner ha dicho algunas co-
sas” (2007: 466), adoptó una gramática y unos temas no impuestos en el
espacio mediático, emancipó esa palabra política del lenguaje técnico-
económico y le otorgó cierta autonomía (y, por ende, productividad pro-
pias), a la vez que introdujo ciertas palabras de indudable contenido polé-
mico que permitieron el reconocimiento e identificación de ciertos sujetos
políticos.
Para finalizar, los autores señalan algunas limitaciones en este proceso, en
relación con los peligros de que los gestos o palabras-gesto puedan quedar
“en el aire” si no son articulados a otras palabras que los carguen de sen-
tido. Por otro lado, los autores insisten en la importancia de que esas pala-
bras entren en diálogo “con la fuerza de la movilización popular” (2007:
468) que las tome, las haga suyas, las discuta y/o las refuerce aportando
otras asociadas —positiva o negativamente—.
En definitiva, este tercer enfoque, centrado en los aspectos simbólicos y
discursivos del proceso de la crisis del 2001 y de su resolución a partir de
2003, la aborda como una dislocación, una crisis de representatividad o
una crisis de hegemonía, cuya principal característica habría sido la pues-
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
22
Destacan los autores, en este sentido, la actitud negociadora del Presidente con algu-
nas corrientes piqueteras, la atención a los reclamos organizados, la decisión de no re-
primir las movilizaciones sociales, etc.
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ta en suspenso de un cierto orden vigente de creencias, certezas y eviden-
cias de sentido. En este sentido, luego de los episodios más álgidos (di-
ciembre de 2001) habría tenido lugar un proceso de recomposición hege-
mónica centrado en el rol de la palabra política. Sostenemos que el foco
colocado en la dimensión discursivo-simbólica del proceso permite iden-
tificar un trastocamiento y una puesta en suspenso de la propia distinción
entre lo social y lo político y, por lo tanto, de la propia relación represen-
tativa, que se erige así como el locus de una relación tensional —repre-
sentante-representado—, en la que se pone en juego —sobre todo— la
propia identidad de los elementos en tensión. Entendemos que para estos
autores fue lo político (en tanto aquella instancia de articulación de senti-
dos —siempre en conflicto con otros posibles— en torno a lo común de
una comunidad) lo que habilitó, tras el estallido, articular discursivamen-
te demandas y consignas circulantes, creando las condiciones de posibili-
dad para el surgimiento de nuevas subjetividades políticas y comportando
—por lo tanto— carácter instituyente y primigenio.
Reflexiones finales
A lo largo de estas líneas hemos procurado presentar una revisión crítica de
un conjunto relativamente extenso de estudios que, desde las ciencias so-
ciales, abordaron “la crisis del 2001” en alguna de sus múltiples dimensio-
nes. Dicha lectura tuvo como objetivo rastrear las formas en que esos tex-
tos definieron tanto la propia crisis como sus vínculos con la etapa
posterior (2002-2003).
Por un lado es posible afirmar que los análisis incluidos en el primer enfo-
que, que pone foco en “la multitud” y en los movimientos sociales como
instancias colectivas críticas al Estado, se fundan en una escisión teórico-
política que distingue, tajantemente, entre lo social y lo político. Estos tex-
tos inscriben el proceso crítico en una temporalidad larga, vinculada al de-
sarrollo y declinación de la sociedad salarial a escala mundial y, a nivel
nacional, a la instauración del modelo socioeconómico neoliberal en la últi-
ma dictadura militar y su profundización durante la década de gobiernos
menemistas; es en este contexto que se analizan los procesos de subjetiva-
ción social y las nuevas formas de acción colectiva. En mayor o menor me-
dida, desde este enfoque los movimientos sociales y organizaciones surgi-
das “desde abajo” aparecen como actores autónomos sustraídos de la lucha
política, mientras que esta última es relegada al terreno de lo institucional
(en términos de Estado, partidos políticos o sindicatos) y calificada de ins-
trumental, rígida, estructurada y verticalista, en clara oposición a la autono-
29
mía, la horizontalidad y la territorialidad que caracterizarían a los movi-
mientos sociales. La “salida” de la crisis —con el retorno de la “normali-
dad” institucional, una cierta recuperación de los índices económicos y el
consecuente realineamiento de la militancia de base como aliada u oposito-
ra al gobierno (Pérez y Natalucci, 2012)— es pensada, entonces, como el
fracaso de la prometedora potencia instituyente de los movimientos socia-
les, resultante de su cooptación, su integración o su disciplinamiento
(Svampa, 2006b; 2007; Schuttenberg, 2012) por parte del Estado.
Por su parte, el segundo enfoque enmarca la crisis en el contexto democrá-
tico posterior a 1983
23
y la define como “de representación”, “de represen-
tación partidaria” y “de gobernabilidad”. Como vimos, con la mirada en el
sistema político y sus instituciones (Congreso, partidos políticos, líderes),
estos trabajos también zanjan aquella escisión teórico-política que encon-
tramos en el primer grupo. A partir de los diagnósticos propuestos —cen-
trados en las dificultades de los partidos políticos y las instituciones del sis-
tema democrático para canalizar las demandas del electorado y la
ciudadanía—, la recomposición política (Novaro, 2006) se explicó por el
fuerte liderazgo de Kirchner así como por la concentración del poder en el
Poder Ejecutivo (Cherny, Feierherd y Novaro, 2010). Pero es precisamente
lo que estos autores toman como premisa del análisis —i.e., la existencia
de una ruptura del lazo representativo, la débil gobernabilidad, la ausencia
o surgimiento de líderes— lo que, según entendemos, debe ser explicado.
Algo similar sucede con los componentes como la “popularidad personal”
del líder, la “capacidad” instituyente o la gobernabilidad, que aparecen
como causa explicativa del proceso de recomposición política posterior al
2003, y que deben ser ellos mismos explicitados y develados.
Vale la pena insistir en el hecho de que ambos grupos de investigaciones
dan por efectiva la distinción entre la sociedad y la política (y, por ende,
ANA SOLEDAD MONTERO - MARIANA CANÉ
23
Si bien los textos de CHERESKY (2010) y POUSADELA (2006) remiten —retomando a
M
ANIN— a un proceso de más larga data, el de metamorfosis de la representación, colo-
can como punto de inflexión el año 1983. La campaña electoral de ese año, señala
P
OUSADELA (2006), “fue la última de la vieja época y la primera de la nueva era”
(2006:66), dando inicio al período democrático más extenso de la historia argentina y
marcando, en cierta forma, la consolidación de la dinámica de la democracia de partidos
(2006:65). En forma similar, el texto de T
ORRE (2003) y los de NOVARO (2002, 2006)
piensan el proceso del 2001 en línea con la transición democrática iniciada en 1983
(mientras el primero se pregunta por la posibilidad de pensar aquel proceso como una
“segunda transición” hacia un nuevo equilibrio de las fuerzas políticas, el segundo resal-
ta la incapacidad del gobierno aliancista de hacer de la crisis una oportunidad, como sí
lo habían hecho Alfonsín y Menem en sus respectivas presidencias).
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también el Estado) y, a partir de ello, le atribuyen a cada una preeminencia
explicativa. Sobre esa base, juzgan, además, la crisis y la “salida” de modo
diferencial. En el primer conjunto de estudios encontramos una visión pre-
dominantemente optimista del proceso que encontró en las jornadas del 19
y 20 de diciembre su punto más álgido, por la productividad que supuso
para el surgimiento y consolidación de nuevas formas de sociabilidad y ac-
ción colectiva. Concomitantemente, el proceso posterior de “retorno a la
normalidad” (Svampa, 2006b) es leído, en cierta forma, negativamente, en
tanto supuso que el Estado —por parte de los gobiernos de Duhalde y Kir-
chner— ahogase la potencia social que se había manifestado en las expre-
siones insurreccionales del año 2001. Por el contrario, el segundo grupo de
estudios, dejando entrever una evidente preocupación por el sostenimiento
del orden político-institucional, destaca la capacidad de recomposición del
sistema político de la mano de los gobiernos peronistas, pero cuestionando
la concentración del poder en el Ejecutivo y el tipo de liderazgo que ella
trajo aparejado.
Es precisamente esa división de principio entre sociedad y política la que,
desde nuestro punto de vista, debe ser problematizada, junto con la cues-
tión del sujeto político que se puso en juego en la coyuntura del 2001: ¿en
qué medida la sociedad civil se opone a la política institucional? Y lo que
es más, ¿cómo se construyó simbólicamente esa distinción —que sobre
todo en aquel período que se encuentra en el centro de los análisis socioló-
gicos y politológicos
24
—? La pregunta que guía el análisis parece, enton-
ces, desplazarse hacia otro campo, que denominamos, a falta de un término
más apropiado, el campo de lo simbólico y lo discursivo. En este sentido,
el tercer grupo de investigaciones ofrece herramientas que abren una senda
para pensar “la crisis del 2001” desde una nueva clave de lectura. Los tra-
bajos de Biglieri y Perelló (2003, 2007) se sitúan explícitamente en la pre-
gunta por el “estallido” y la (re)constitución del orden simbólico; los de
Pérez (2008a, 2008b, 2013a y 2013b) definen la crisis como estallido de
una comunidad de concepciones del mundo (la neoliberal): el meollo de los
interrogantes que plantean estos trabajos es, precisamente, la pregunta por
la forma en que se estructura una cierta cosmovisión y esto incluye, muy
especialmente, la forma en que se conciben las relaciones entre la socie-
dad y el Estado, lo social y la política; en una palabra, lo político como
forma de estructuración de lo social. Rinesi y Vommaro (2007), por su par-
24
Creemos que esta preocupación se evidencia en las preguntas que giraron, por ejem-
plo, en torno a los procesos de desafección ciudadana, el surgimiento de nuevas formas
de asociación colectiva y protesta social, el surgimiento de nuevos tipos de liderazgo.
31
te, sostienen que es en la palabra política y en su capacidad articulatoria de
sentidos en torno a lo común de la comunidad donde debemos enfocar
nuestra mirada analítica. Hacia allí esperamos dirigir, en efecto, nuestras
futuras indagaciones.
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