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industrial
de

producción

en

serie,

en

ese

caso

de

muertes.
Esto
hizo

saltar

por

los

aires

la

coraza

de

negacionismo

y
racionalización
que

ocultaba

toda

la

experiencia

de

los
genocidios acumulada durante casi cinco siglos y sacar a luz
toda la horripilante cultura negativa de la humanidad.
El
derecho

internacional

de

los

Derechos

Humanos

no
nació
de

la

razón,

sino

del

miedo

que

impuso

un

mínimo

de
racionalidad e hizo aflorar con todo su horror la totalidad del
patrimonio
cultural

negativo

de

la

humanidad,

hasta

ese
momento
negado
o
normalizado
mediante
dispares
y
disparatados
discursos
ideológicos
etnocentristas,
legitimantes
de

una

inventada

superioridad

civilizatoria
colonizadora que, por supuesto, rápidamente también dejaron
de sonar en el centro de la escena, porque prestamente se
hicieron callar a sus cultores.
El
camino

del

derecho

internacional

de

los

Derechos
Humanos, como el de todas las normas, transita del deber ser
al ser con las dificultades que conocemos, pero, de cualquier
manera,
se

convierte

paulatinamente

en

un

instrumento

de
lucha de los Pueblos. En este sentido, se le abre un futuro
esperanzador y venturoso, por el que se lo debe impulsar, pero
sabiendo
que

también

tiene

sus

enemigos

ideológicos

y
fácticos,
que

se

empeñan

en

obstaculizar

el

difícil

camino
hacia su creciente eficacia.
Su eficacia no sólo se obstaculiza en el plano fáctico, sino
que también se intenta neutralizar su realización por vía de la
perversión
hartera

y

maligna

de

sus

propios

fundamentos,
cuando
se
lo
quiere
manipular
ideológicamente
para
convertirlo en un nuevo discurso etnocentrista de pretendida