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Nada
impidió

en

algunos

de

nuestros

países

que

se
consolidase
un

sector

socialmente

minoritario,

un

pequeño
grupo,
solidificado
en
torno
a
los
mismos
intereses
latifundistas que Porfirio Díaz, sostenedor del mismo racismo
y
de
su
misma
filosofía
positivista,
nutrido
por
un
reduccionismo
biologista
idéntico
al
del
grupo
de
los
científicos,
igualmente

o

más

genocida

de

indios

y

eximio
maestro
en

fraude

electoral,

perseguidor

de

opositores

y
parejo
opresor

de

su

Pueblo.

No

obstante,

ese

grupo
autocrático, considerado racialmente superior al Pueblo, fue
sumamente respetuoso de la no reelección y sus miembros se
turnaban
en

el

ejecutivo,

resolviendo

en

amables

tertulias
entre
hombres

elegantes

el

orden

de

turno

para

ocupar

su
titularidad.
Esto es precisamente lo que sucedió en la Argentina con
la
llamada

oligarquía

vacuna,

que

asesinó

a

los

indios
patagónicos
y

fusiló

obreros,

o

con

la

República

Velha
brasileña,
cuyo ejército

masacró

en

Canudos

a

los

miles

de
hambreados seguidores de Conselheiro.
No
obstante,

en

ambos

casos,

se

mostró

un

respeto
meticuloso y absoluto por la regla de no reelección, no para
garantizar
ninguna

democracia

–que

no

existía-,

sino

para
repartirse por turno el poder entre contertulios amables de
europeizados clubes selectos.
La imaginación legal preventiva de burlas a la prohibición
de reelección indefinida lleva también a prohibir a los Pueblos
que voten a parientes y cónyuges de presidentes, como está
previsto en algunos textos constitucionales, atendiendo a la
experiencia de las artimañas de Trujillo o al caso de la familia