-2-
Simultáneamente,
frente

a

este

pretendido

“progreso”

del

derecho

internacional

de

los
derechos
humanos

para,

se

dice,

proteger

grupos

humanos,

-protegidos

de

por

si-,
vivimos
una

incontenible

y

creciente

violencia

sexual,

física,

psicológica,

social,

política,
contra
las

mujeres

por

ser

mujeres,

que

alcanza

niveles

alucinantes

en

cada

país

de

este
cada
vez

más

precario

planeta.
La
prensa

de

cada

día

informa

aquí

de

una

adolescente

de

14

años

apuñalada

30

veces
por
su

pareja

(México),

acullá

de

28

mujeres

asesinadas

diariamente

por

sus
compañeros
(Bolivia).

Nos

enteramos

de

brutales

violaciones

sexuales

en

la

guerra

de
Rusia
en

Ucrania.

Y

también

de

cómo

en

Afganistán

las

mujeres

simplemente

no

existen,
borradas
por

las

leyes

islámicas

que

rigen

ese

país.

Todos

estos

crímenes

se

cometen
contra
las

mujeres

por

ser

mujeres.
Frente
a

esta

irrefutable

realidad,

las

personas

transexuales

alegan

otra

cosa:

que

son
ellas
las

víctimas

de

una

violencia

más

abrumadora.
En
todos

los

mamíferos

el

sexo

existe

y

se

divide

en

dos:

masculino

y

femenino.

De

ello
depende
la

reproducción

de

las

especies.

Desde

hace

600

millones

de

años

ha

existido
y
simplemente

se

comprueba,

no

se

asigna.

Como

hecho

biológico

se

presentan

desde
siempre
variantes

que

estadísticamente

son

muy

poco

relevantes.


Desde
las

edades

más

remotas,

las

mujeres

hemos

sufrido

discriminaciones

y

violencias
de
todo

tipo

de

parte

de

los

hombres

que

a

su

fuerza

física

asignaron

el

poder

absoluto.


Contra
ese

patriarcado

violento,

injusto,

discriminatorio,

las

mujeres

hemos

luchado
para
obtener

el

reconocimiento

de

nuestra

existencia,

nuestra

igualdad

y

nuestros
derechos.
Si
se

rastrea

cuidadosamente

en

los

anales

de

la

historia

desde

que

existe

la

escritura
(como
exquisitamente

lo

hace

Irene

Vallejo

en

El

infinito

en

un

junco”)

aparecen
mujeres
notables

en

todas

las

culturas.

Muchas

de

ellas

dejaron

su

impronta

en

la
política,
la

filosofía,

la

ciencia,

la

literatura.

Pero

sus

nombres

y

sus

imágenes

fueron
borradas.

Fueron

mujeres

invisibles.
No
será

sino

hasta

bien

entrado

el

siglo

XX

cuando

luego

de

la

creación

de

la

comunidad
internacional
y

del

nuevo

orden

jurídico

internacional,

las

mujeres

empezamos

a
emerger
como

sujetos

titulares

de

derechos,

en

el

derecho

internacional

y

en

las
legislaciones
nacionales.
Ningún
derecho

nos

fue

graciosamente

reconocido

ni

otorgado.

A

todos

y

cada

uno

de
los
que

están

contenidos

en

los

Pactos

de

derechos

humanos

de

1966

(civiles

y

políticos;
sociales,
económicos

y

culturales)

tuvimos

acceso

gracias

a

luchas,

muchas

veces
cruentas.
Y

finalmente,

en

el

año

1993

la

Organización

de

las

Naciones

Unidas

declaró
que
los

derechos

de

las

mujeres

son

también

derechos

humanos.
En
los

años

70,

el

feminismo,

fundamental

corriente

política

y

filosófica

de

la

era
moderna,
elaboró

la

distinción

entre

sexo

y

género.

El

sexo

es

biológico

y

el

género

un
concepto
cultural

que

explicita

los

estereotipos

que

se

atribuyen

a

cada

sexo.



La
teoría

queer

quiere

imponernos

que

sexo

y

género

son

lo

mismo,

pero

no

lo

son,

ni
lo
serán

jamás.

Como

apuntamos,

el

sexo

es

biológico

y

el

género,

un

instrumento

social