“Se pelearon porque ella le contó que estaba saliendo con tres tipos más” (caso
Aragallo).
“ella era celosa, ambivalente (lo buscaba y echaba), controladora, sofocante, violenta
con su hija, depresiva”, “ella era manipuladora, de carácter fuerte, él no era celoso, ella lo
cansó” “Ella era muy celosa, no me dejaba vivir. Ella me decía “si vos me dejas, me voy a
matar”, “Ellos siempre discutían, el fondo de todo eran los celos de ella hacia mi papá.”
(Caso Castro, testimonios del imputado y sus familiares).
“M. estaba enamorado de L., pero ella era una chica que le gustaba vivir la vida,
salir, divertirse, salir de caravana, y cuando le pintaba una relación con algún chico no tenía
problema en concretar una salida, y así fue como conoció a M., y sabe que mientras estaba
con M. también tenía otras relaciones con otras personas” “era una mujer de carácter, de
carácter fuerte, no era de ser manejada” “ella salía con uno, con otro (…) era una loca
linda, divertida”. (Caso Sosa, testimonios de amigos de la pareja).
“Yo tenía que hacer la comida porque últimamente no cocinaba; (…) Ella salía
mucho últimamente, a los bailes se iba, no quería salir conmigo, (…) Ella empezó a cambiar
últimamente, ella me dijo que se iba a ir de la casa” (Caso Quevedo, testimonio del
imputado).
Como se evidencia, los rasgos que se pueden atribuir a una mujer empoderada son
presentados como negativos, y rige un ideal estereotipado de mujer que condiciona su
carácter, horizontes y sexualidad. Incluso a veces, los rasgos asociados a la sumisión son
vistos como positivos: “ella se pintaba y salía, se ponía los anteojos para que no se vean los
golpes…no decía nada…era muy buena” (caso González Brites, testimonio de una amiga de
la víctima).
En consecuencia, la víctima es juzgada por desobediente, por mala madre, por “puta”,
por mala esposa o pareja. Estas categorías implican una ruptura con el estereotipo
hegemónico de mujer ideal, siendo ésta desobediencia la que tiene por consecuencia primero
la violencia verbal, física, psicológica y económica, concluyendo por último en el femicidio,
como castigo obligado ante tales actos de rebeldía.
En lo que respecta a la “deificación de la víctima”, ésta hace referencia a su
idealización. La víctima pasa a ser valorada por algunas de sus circunstancias vitales, como
por ejemplo ser joven, pertenecer a una familia de status elevado, estar estudiando en la
universidad, etc. (Turvey, 1999 en OACNUDH y ONU Mujeres, 2014), En los casos