Pupe dejando Europa y a su marido, con dos hijos pequeños, se instaló en estas tierras.
Frecuentando la iglesia, conoce a un joven sacerdote español, Pepe, quien se enamora más de
esos dos chiquitos que de la mujer alta y rubia que los llevaba de la mano. Por cosas de las
que no podremos dar cuenta, ambos (el joven curita y la viuda) deciden casarse.
Al paso de los años, Pupe se había tornado más rígida y prejuiciosa. Era ya una
anciana con dos hijos universitarios y un esposo apenas mayor que ellos. En ese momento,
recibe a su sobrina con sus 2 hijos (una niña de 9 años, Dolores, y su hermano de 5),quien
había enviudado recientemente y le habían diagnosticado una enfermedad con pronóstico
poco alentador. Temiendo por el bienestar de sus hijos, acude a su única tía. Sin embargo, no
es Pupe quien se conmueve con la viuda, sino el tío Pepe. Él la acompaña y la asiste, tomando
casi el lugar de padre para sus hijos. Situación que no es grata para Pupe y que no oculta,
aunque tampoco puede evitar. Así, Pepe se convirtió en el principal respaldo de la mamá
viuda de estos chicos que además de una precaria salud, tenía una mala situación económica:
maestra, con muchos gastos médicos y dos hijos pequeños a cargo.
Al cabo de unos años, la tía Pupe falleció y al poco tiempo, también muere la mamá de
Dolores, quién tenía 21 años y quedaba de este modo como tutor legal de su hermano, aún
menor de edad. Dolores no tiene recuerdos claros de aquellos momentos, pero dice que
cuando su tío (que tenía más de 50 años) le pidió matrimonio, ella en primer lugar le dijo que
no podían porque él era su tío, pero cuando él le explicó, que en realidad solamente era una
relación política y no de sangre, finalmente accedió, asumiendo que no tenía más opción. El
casamiento se concretó al poco tiempo: una ceremonia sencilla y con muy pocos invitados
tras lo cual la pareja se trasladó a la casa de la tía Pupe. Recuerda que, al entrar, con su única
maleta, volvió a ver el enorme cuadro familiar en el centro del recibidor: su tía joven y
hermosa, rodeado de sus hijos y su marido… hoy, su marido. El cuadro no fue removido, ni
ningún otro mobiliario de la casa cambiado de lugar. Para ella nada se había movido…
Pasaron más de 20 años. Dolores es ya una mujer de poco más de 40 cuando acude a
la consulta. Llega por indicación insistente de una compañera de trabajo. En la primera
entrevista, su aspecto es el de una mujer abatida, de cabello oscuro, muy corto, contextura
pequeña, delgada y de aspecto sencillo. Refiere que recientemente se ha separado de su
marido. Desencadenó su decisión que éste amenazó con un arma al hijo mayor de ambos, de
21 años, frente a ella y a la hija menor. Dice que entonces, tomó a sus hijos y se fueron de la
casa, que no lo pensó. Luego se desencadenaron una serie de situaciones que ella no alcanza a