etapa la madre refiere que “estaba sola y le fue muy duro sobrellevarla sin ayuda de su
pareja” ya que el papá “recién a los 5 años de Tomás se vino a vivir con nosotros”.
Ante interrogantes relativos al desarrollo del niño, la madre expresa: “a los 6 meses
Tomás no me miraba, no sonreía; solía tener la mirada perdida en un punto”. Esta actitud de
aislamiento, retraimiento y defensa responde a su intensa desconfianza e indiferencia frente
al Otro. En reiterados párrafos de las entrevistas mantenidas con las figuras parentales se
destaca que Tomás no presentaba contacto ocular con las personas. Al respecto, la madre
relata: “Prefiere estar solo, ni siquiera me mira. Vive como si estuviera perdido en su mundo.
Yo lo veo muy solitario”.
En la pregunta referida a cómo es Tomás, la madre contesta: “pareciera que no hay
niños si la hermana no está en casa”. Si nos detenemos al interior de la trama familiar
observamos que Tomás no está posicionado como un sujeto, ya que la identidad de todo
niño está preformada por el deseo de los padres y éstos “realmente no lo esperaban”: “Yo
quedé embarazada cuando tenía 16 años. Estaba de novia con el papá de él, realmente no
lo esperábamos. No vivíamos juntos, estábamos separados. Vivíamos de un lado para el
otro”.
Cuando desde la intervención se habla de sujeto se hace referencia al mismo en
tanto sinónimo de aparato psíquico, al sujeto del inconsciente, al sujeto del deseo. Sujeto
que no está presente desde el comienzo de la vida, y que sólo podrá aparecer en escena a
partir de un Otro encarnado en la madre o en quien cumpla la función materna. La madre
desde su función sostendrá, manipulará y mostrará el mundo a su bebé. Estará ahí para
satisfacer sus necesidades a través de sus cuidados estableciendo con estos un
ordenamiento temporal (sueño, comidas, etc.), erogeneizando un cuerpo, delimitando zonas
corporales, presentando objetos libidinales. Pero lo que fundamentalmente hace la madre es
interpretar: interpretar los gestos, los sonidos, los llantos de su hijo transformándolos en
demandas; la madre tendrá que interrogarlo, preguntarle acerca de lo que le pasa, lo que
siente, lo que piensa, lo que ama, y es la respuesta del bebé lo que ella decodifica
otorgándole un sentido escénico, articulándolo al universo del lenguaje. El infans, sin
asistencia, muere. Tiene que ser amparado por otro. El otro es, según Freud, el asistente
ajeno experimentado, él ha tenido experiencias; él, a su vez, ha sido ese infans y ha tenido
ese otro que lo ha inscripto en lo humano y luego en la cultura. Es el yo auxiliar, lo ayuda
para ir conformando su aparato psíquico en ese mundo, para vivir. En el caso de Tomás, la
figura materna se encontraba en una posición en la que difícilmente puede haberse
constituido en representante capaz de decodificar e interpretar las necesidades de su hijo y
mostrar el mundo al infante. Ello, debido a la etapa evolutiva que atravesaba la madre en el
momento que aconteció el embarazo, parto y nacimiento, la difícil realidad de encontrarse
sola atravesado esa situación, la distancia afectiva que manifiesta explícitamente en su
discurso (“no lo esperábamos.”, “no estaba conectada con el bebé”). Esto habría generado
una falla en el proceso de libidinización de parte del asistente ajeno experimentado lo que
implica cierta dificultad en la estructuración del aparato psíquico del niño. Tomás adviene en
un entramado familiar turbulento, cuyo asistente ajeno se encuentra atravesando situaciones
traumáticas, por lo tanto, no le da la protección y las respuestas adecuadas a sus
necesidades.
La identidad primaria del niño está preformada por el deseo de la madre. El bebé es
esperado y recibido por una pareja de padres que lo desean y lo fantasean de algún modo.
Aquí nos preguntamos: ¿Qué lugar esperaba a Tomás en el seno familiar?, ¿En qué
discurso, en qué mito familiar adviene?
El niño se encuentra alienado al lenguaje, es decir se encuentra bañado por el
lenguaje, en función de todo lo que los padres han dicho, ha pensado, han puesto en
palabras sobre este hijo antes de su nacimiento.
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