encuentro, impulsándonos a repensar los modos de intervención y dejándonos más
preguntas que certezas.
Los invitamos, tal como lo hace Antonino Ferro, a recorrer este trabajo como “una
obra abierta, no marcada continuamente por las interpretaciones, sino donde lo que el
paciente trae (en este caso el vínculo, no el paciente) encuentra una acogida y un campo de
posible desarrollo. El analista (hoy nosotros como equipo), al renunciar a “explicitar”
(capacidad negativa), está en condiciones de acompañar al paciente en la búsqueda de
esas modalidades expresivas que harán “decibles” las experiencias que constituirán las
“narraciones” (Ferro, 2001, p.25).
La familia con la cual nos encontramos para comenzar a transitar esta experiencia y
nuevo proceso, en el año 2013, estaba conformada por Lucía, una adolescente de dieciocho
años y su bebé Marcos, de cuatro meses. Con la mamá mantuvimos entrevistas individuales
desde el primer año de intervención. Con el niño compartimos horas de juego con cierta
sistematización desde el año 2014, ya que en el período 2013 pasaba largas estancias
hospitalizado. Sólo en unas pocas oportunidades trabajamos con los dos en mismo espacio
y tiempo y el objetivo de esos encuentros estuvo más relacionado a la investigación y
comprensión del modo de funcionamiento de ellos y su vínculo, es decir, para contar
nosotros con más posibilidad de pensar la situación, dado que las intervenciones eran
relativamente pocas, en comparación a un encuadre de consulta más ordinario.
Cuando conocimos a Lucía, se encontraba viviendo desde los siete meses de
embarazo en un Hogar para madres, el cual aloja y ampara a mujeres embarazadas y
madres solteras en situación de vulnerabilidad. Allí realizaba distintas tareas del Hogar y
talleres laborales que ese hogar dicta, como por ejemplo costura y pañalera. A su vez,
asistía a un colegio con plan especial para poder finalizar sus estudios secundarios.
La joven es del interior de Córdoba y llegó a nuestra ciudad con el objetivo, en
palabras de ella, de “cambiar su historia” y con la intención de diferenciarse de su grupo
familiar, con el cual había atravesado momentos traumáticos. Por aquel entonces no
mantenía mucha relación con sus familiares debido a una decisión personal y sus redes de
contención afectiva eran muy escasas y poco sólidas.
Su hijo Marcos asistía al Hogar de niños desde los dos meses. Era un bebé de
fisonomía muy pequeña y frágil, con bajo peso y en ese momento se encontraba anémico.
Cabe aclarar que a lo largo de ese año tuvo reiteradas internaciones por severas y
duraderas enfermedades físicas, especialmente por intolerancia a la lactosa. Del padre del
niño Lucía no tiene datos, Marcos fue concebido en una relación pasajera.
La historia de Lucia ha estado jalonada por diversas situaciones traumáticas,
vinculadas al abandono y la violencia, y en su incipiente adolescencia se suplementó el
consumo de diversas drogas. “Siempre me pasaron cosas feas” (Registro de campo 2013):
En este contexto es significativa su expresión en relación a la con la llegada de su hijo “me
cambio la vida”. La joven expresa que le cuesta mucho separarse de su bebé, por un
profundo temor a que le suceda algo mientras ella no se encuentra cerca. “Soy yo. Soy así
re obsesiva con el bebé. No quiero que se golpee o que le peguen otros chicos. Si hasta
estuve con un psiquiatra el primer mes porque no me podía despegar de él. Siempre encima
de él. El psiquiatra me dijo que capaz que porque a mí me abandonaron de chica” (Registro
de campo 2014). “Nació y me encerré en la pieza con él. No quería ver a nadie, ni estar con
nadie, sólo con él, en la pieza los dos. El ginecólogo me mandó al psiquiatra, que me daba
clonacepam para dormir y descansar, porque tampoco podía dormir, tenía tanto miedo que
le pasara algo” (Registro de campo 2014).
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