legitimar) la familia nuclear burguesa. En relación con el trabajo sexual, su producción como
una herejía puede entenderse a la luz de dos de estas estrategias: histerización del cuerpo
de la mujer y socialización de las conductas procreadoras. En virtud del primero, al estar la
mujer saturada de sexualidad, fue puesta en comunicación orgánica con el cuerpo social
(cuya fecundidad debe asegurar), con la familia (como elemento sustancial y funcional de la
misma) y con los niños (cuya vida debe producir y garantizar). El segundo mecanismo tuvo
lugar por incitaciones o frenos a la fecundidad de las parejas, responsibilización de las
mismas por el cuerpo social entero y prácticas de control de nacimientos.
Podemos decir entonces, que hace por lo menos tres siglos, Occidente montó un
dispositivo de la sexualidad que produjo cuerpos sexuados a partir de la atribución de
significados sexuales y funciones diferenciadas a sus distintos órganos, y un régimen de
verdad que hoy nos lleva a aceptar que algunas partes del cuerpo se pueden comercializar y
otras no. La desnaturalización de dicha concepción hegemónica sobre el trabajo sexual es
una tarea compleja por los efectos de verdad que produce el ejercicio y la circulación del
poder en la sociedad. Creemos que en ese sentido caminan hoy las luchas de las
trabajadoras sexuales nucleadas en AMMAR-Córdoba.
En El sujeto y el poder, Foucault (1983) nos propone partir de una serie de luchas
que se han desarrollado en los últimos años para analizar las relaciones de poder: luchas
contra las formas de sujeción. El blanco de estas luchas no es ninguna institución, ningún
grupo social en particular, sino más bien una técnica de poder que surge entre los siglos
XVII y XVIII en el marco de lo que Foucault denominó la “gran mutación tecnológica del
poder en Occidente”. A partir de aquel momento el cuerpo y la vida llegan a ser objetos de
un poder que es individualizante y homogeneizante al mismo tiempo. En dicho proceso
histórico, el sexo tuvo una importancia crucial. Por un lado, a partir del sexo puede
garantizarse la vigilancia de los individuos y por otra parte el sexo asegura la reproducción
de las poblaciones. En ese sentido, dice Foucault (1999: 899), el sexo “ha llegado a ser, al
final del siglo XIX, una pieza política de primera magnitud para hacer de las sociedad una
máquina de producción”. El dispositivo de la sexualidad produce sujetos, en un ejercicio
simultáneo de disciplinamiento del cuerpo y normalización de las poblaciones según
parámetros estadísticos.
Las distintas luchas contra este poder de sujeción/subjetivación comparten
características comunes que creemos que se hacen presentes en el caso de la lucha de
AMMAR. En primer lugar, son luchas que no están confinadas a una geografía determinada,
son luchas transversales, no se limitan a un país. Así, encontramos organizaciones similares
a AMMAR, que reclaman por los mismos derechos, diversos lugares del mundo: Hetaira en
España, COYOTE en Estados Unidos, Davida en Brasil, EMPOWER en Tailandia, STELLA
en Canadá, entre otras (Fassi, 2013). Otro rasgo distintivo de las luchas del presente es que
son batallas contra los saberes y valores dominantes de una sociedad. Siguiendo a
Foucault, decimos que la voluntad de verdad está sostenida por una serie de prácticas
específicas en las cuales el saber se hace valer en una sociedad y se posiciona en un lugar
de autoridad excluyendo y sometiendo otros discursos. Así es como podemos encontrar los
orígenes de la ola abolicionista que llegó a la Argentina en los últimos años en la
Conferencia Internacional de Violencia de Género de 2010, donde reconocidas intelectuales
y activistas feministas se hicieron presentes. Tal es el caso de la abolicionista Catherine
MacKinnon, quien con sus definiciones sobre la prostitución, logró un enorme impacto en la
prensa, entre los legisladores nacionales e incluso en la Corte Suprema de nuestro país.
Por otra parte, las resistencias actuales son luchas inmediatas: no atacan al enemigo
principal sino al enemigo inmediato, cuestionan las instancias de poder más cercanas. La
lucha que las trabajadoras del sexo protagonizan parte del cuestionamiento a la red de
relaciones clandestinas que administra el negocio del sexo, red en la cual la institución
policial cumple un rol protagónico. De hecho, AMMAR-Córdoba surge en el año 2000 para
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