2) Habilidades para la Vida.
Es vasta y muy discutida la bibliografía analizada sobre Habilidades para la Vida por
lo que se torna necesario acordar sobre algunos aspectos inherentes a la temática. Tal vez,
la primera pregunta que surge a la hora de abordar la cuestión es ¿a qué se alude con la
denominación de Habilidades para la Vida? Del análisis realizado a través de los
documentos especializados acerca del concepto se encuentra que, el origen del mismo hizo
referencia en un primer momento a aquellas destrezas psicosociales que facilitan a la
persona enfrentarse adecuadamente a las exigencias y desafíos que se le presentan en lo
cotidiano (OMS, 1993). Las habilidades fueron reconocidas como herramientas que
contribuyen al logro del empoderamiento y al fortalecimiento de las competencias
individuales. En ese momento la OMS explicó de modo figurativo, que se constituyen en un
"puente” que nos llevan desde la orilla de lo que sabemos (conocimiento), creemos,
sentimos o pensamos (actitudes y valores) hasta la orilla de la capacidad (competencia)
para hacer las cosas (qué hacer y cómo hacerlo).
A los fines de realizar una categorización, la OMS (2001) da a conocer tres
dimensiones para clasificarlas: habilidades sociales (conductas específicas requeridas para
ejecutar competentemente una tarea de índole interpersonal; implica un conjunto de
comportamientos adquiridos y aprendidos y no un rasgo de personalidad); habilidades
cognitivas (son las habilidades intrapsíquicas que permiten el procesamiento consciente del
pensamiento e imágenes; implica la capacidad de mirarse internamente -introspección-, la
capacidad de analizar los significados atribuidos a las cosas -representación mental-, y la
capacidad de tomar decisiones);
habilidades para el control de emociones (nos permiten
administrar nuestros sentimientos y emociones, tiene que ver con la habilidad para soportar
fuertes tensiones ambientales y sociales como acusaciones, quejas, presiones de grupo,
ambigüedades, etc.).
3) Adolescencias y Participación juvenil
Adoptar un enfoque de trabajo como el que estamos presentando conlleva un
replanteo respecto del modo de mirar y comprender al adolescente. Múltiples autores en el
campo de las ciencias sociales hablan de la existencia de diferentes adolescencias y
juventudes, que coexisten en nuestra sociedad contemporánea (Fize, 2007; Reguillo, 2009).
Por otro lado, los cambios sociales que acontecen a nivel mundial (sobre todo aquellos en
relación a la llamada sociedad del conocimiento y el desarrollo de las nuevas tecnologías de
la información y la comunicación), inscriben a la adolescencia como un período clave de
oportunidad, capacidad y aporte que potencia las posibilidades para realizar cambios en
dirección de la vida (Krauskopf; 2007).
Este punto de vista se emparenta con el paradigma que visualiza a los jóvenes como
sujetos de derechos, como ciudadanos activos, creativos y participativos, que conocen y
disfrutan de los derechos que tienen como tales y logran que sus potencialidades creadoras,
físicas, psicológicas y sociales consigan estimularse, desarrollarse y expresarse, dando un
valor agregado al capital social de la humanidad. Son poseedores de una gran capacidad
para transformar y enriquecer su medio personal y social (Krauskopf; 2007).
Encuadre metodológico
Se aborda la experiencia desde la metodología de investigación-acción participativa.
Para ello se tiene en cuenta el modelo en espiral en ciclos sucesivos, que contempla cuatro
fases (diagnóstico, planificación, aplicación y evaluación) las cuales se van entramando a
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