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Es difícil cerrar el debate mediante una fórmula incontestable, lo que ad-
vertimos es que la Democracia del siglo XXI afronta con los mismos medios
de siempre las nuevas realidades, así tales como el sufragio universal, los par-
tidos políticos, la libertad de expresión, la influencia determinante de los me-
dios de comunicación en la sociedad de masas, la presión de la opinión públi-
ca y con aquellas democracias aparentes que pretenden cumplir las formas,
sin establecer un régimen de respeto a los derechos y libertades. Se distingue
asimismo entre democracias formales y materiales, fórmula hipócrita esta úl-
tima para encubrir tiranías de partido. La cuestión central del debate en la ac-
tualidad es la distancia creciente que separa a la clase política de la sociedad
civil. Algunos la exageran, no siempre con buena intención, pero es cierto
que la representación en su forma clásica no es la única vía posible.
La Democracia directa mantiene todavía su atractivo teórico, en la ac-
tualidad se habla de redes participativas, consejos comunales, jurados ciuda-
danos y otras experiencias análogas. La experiencia de la Democracia parti-
cipativa local se extiende a muchas ciudades europeas y americanas. Se
regula la iniciativa legislativa popular, fórmula compleja para poner en mar-
cha el procedimiento parlamentario, mayormente controlado por el acuerdo
de los grupos políticos. El referéndum, como expresión suprema del poder
del pueblo titular de la soberanía, significativo en los casos de Francia y
Holanda ante la negativa de la gente en relación al proyecto de constitución
europea, provocando la parálisis del aparato político tecnocrático. Por otra
parte la explosión de las nuevas tecnologías, democracia digital, expresión
que nos presenta un futuro imprevisible. La red influye ya en el desarrollo de
las campañas electorales mediante las páginas web de partidos y candidatos.
La proliferación de blogs y las convocatorias a grandes manifestaciones y
concentraciones en lugares emblemáticos. De tal modo no cabe ya ignorar
una realidad que ha venido para quedarse en nombre de una supuesta pureza
metodológica que oculta la resistencia al cambio.
Es cierto no obstante que la representación se impone desde el tiempo
de las revoluciones francesa y norteamericana y que la soberanía popular
ocupa el lugar preferente de la moderna retórica constitucional. Sin embargo
el incipiente intervencionismo del Estado y las crisis del siglo XX han roto en
parte las reglas de juego. Así es que elecciones y sistema legislativo padecen
el mal de los partidos dominantes. Los autores ya clásicos acusaron dicho im-
pacto como Robert Michels y la doctrina de las oligarquías, o Gaetano Mos-
ca y sus reflexiones críticas sobre la clase política.
Podemos afirmar que las normas jurídicas siguen ancladas en el siglo
XIX, pero la obediencia al partido se convierte en práctica corriente e indis-
cutible. Sin embargo como expresaba Kelsen, “solo la hipocresía puede justi-
ficar la existencia de una democracia sin partidos”
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. Debemos distinguir cui-
Ernesto Cordeiro Gavier